Se cumplen cinco años del tsumani y posterior accidente nuclear de Fukushima. Como consecuencia de aquel terrible tsunami que dejó miles de víctimas a su paso, se produjo un corte en el flujo de energía eléctrica que afectaría gravemente a los reactores nucleares de Fukushima. Tras el corte de electricidad siguió la avería de los […]
Se cumplen cinco años del tsumani y posterior accidente nuclear de Fukushima. Como consecuencia de aquel terrible tsunami que dejó miles de víctimas a su paso, se produjo un corte en el flujo de energía eléctrica que afectaría gravemente a los reactores nucleares de Fukushima. Tras el corte de electricidad siguió la avería de los motores diesel que debían activarse en ausencia de electricidad para garantizar el funcionamiento de los mecanismos de refrigeración de la nuclear. A partir de ahí el desastre: al no llegar el agua de refrigeración los reactores se recalientan, hasta que ocurre la catástrofe. En tres de los seis rectores, los números 1, 2 y 3, se produce la fusión del núcleo. El accidente es calificado con un 7 -el máximo en la escala internacional-; un nivel tan grave que sólo Chernóbil había alcanzado.
Después del accidente nuclear, 160.000 personas fueron evacuadas de su casa, de las cuales 120.000 no han podido regresar. La zona de excusión de 30 kilómetros alrededor de la central continuará así durante años. Todavía hoy permanecen vacías ciudades y pueblos del entorno de la central. Recientemente se han conocido datos alarmantes de un aumento de casos de cáncer infantil de tiroides 200 veces superior a la media en Japón.
A pesar del ocultismo y la falta de transparencia de la industria nuclear, es imposible ignorar los impactos de este accidente nuclear. Cinco años después la mayor parte de los gravísimos problemas creados no están siquiera en vías de solución. La huella fatal de la radiactividad sigue mostrando sus secuelas en las zonas afectadas, los índices de cáncer infantil se disparan y miles de toneladas de residuos radiactivos se acumulan sin solución.
Uno de los grandes problemas de Fukushima es el de las enormes cantidades de agua contaminada que ha generado. La cantidad de agua que ha sido utilizada para refrigerar la central nuclear desde que comenzó la crisis ha sido inmensa. Grandes cantidades de agua altamente contaminada con radiactividad se han vertido al mar contaminándolo y perjudicando gravemente a actividad pesquera. Una zona de exclusión pesquera rodea el lugar del desastre, debido precisamente al constante escape de aguas radiactivas.
Todavía ni siquiera estamos cerca del desmantelamiento. La propia empresa reconoce no saber cuál es el estado del núcleo de los reactores 1, 2 y 3. Ante la imposibilidad de que entren personas debido a su altísima radiactividad, la empresa construyó un robot para analizar el estado de los reactores pero la alta radiactividad acabó incluso con el robot, que apenas pudo realizar su trabajo.
Otro problema por resolver es el de las ingentes cantidades de residuos radiactivos. Acumulados en bolsas negras en una playa, decenas de miles de toneladas de materiales, sobre todo suelo contaminado, yacen a la espera de un destino imposible de encontrar.
Hay un antes y un después para la energía nuclear desde aquel 11 de marzo de 2011 en que el mundo vio con estupor los incendios y las explosiones en la central nuclear de Fukushima. Tras el accidente, algunos países iniciaron el proceso de desnuclearización, a través de programas de cierre progresivo de las centrales nucleares. El mejor ejemplo es Alemania, donde su gobierno puso en marcha un ambicioso plan energético que abordaba al mismo tiempo el cierre nuclear con la reducción de las emisiones de CO2. El plan está en marcha en la actualidad y ha convertido a Alemania en una gran potencia en energías renovables.
En España, a pesar de tener en nuestro territorio la central nuclear de Garoña, gemela al reactor número 1 de Fukushima, el gobierno del Partido Popular ha hecho oídos sordos al clamor internacional, y optó por continuar apostando por la energía nuclear. Incluso tratando de reabrir precisamente la central nuclear de Garoña, que permanece cerrada desde hace ya tres años. A pesar de Fukushima, la apuesta del gobierno del PP es aumentar la vida de las centrales nucleares hasta los 60 años.
Una de las cuestiones pendientes de conocer es el coste real del accidente nuclear. Hay impactos que ni siquiera son evaluables desde el punto de vista económico: se han detectado mutaciones en diversas especies animales y vegetales como consecuencia de la radiación; es inconmensurable el impacto en la salud de las personas afectadas. Los cálculos que se conocen hasta ahora establecen el coste del accidente en 50.000 millones de dólares, y las estimación es que la factura subirá hasta os 250.000 millones de dólares. La factura nuclear vuelve a ser demasiado cara para la Humanidad.
El legado radiactivo de Fukushima debiera ser un elemento para la reflexión. Después de Chernóbil, la energía nuclear volvió a traernos una tragedia de grandes dimensiones. Todavía estamos muy lejos de conocer el impacto real del accidente de Fukushima, y solo por ello deberíamos acelerar el camino de abandono definitivo de la energía nuclear. Mientras en Japón todos se lamentan de no haber prestado atención al problema de la seguridad nuclear, en España seguimos pendientes de que un reactor gemelo al número 1 de Fukushima pueda entrar en funcionamiento. Esperemos que la lección de Fukushima tenga alguna consecuencia en nuestro país: que sirva al menos para que Garoña nunca vuelva a funcionar.
Fuente original: http://blogs.publico.es/malas-hierbas/2016/03/07/fukushima-cinco-anos-de-legado-radiactivo/