«El temblor de tierra y el tsunami del 11 de marzo de 2011 fueron catástrofes naturales cuya amplitud pasmó al mundo entero. Aunque desencadenado por esos acontecimientos apocalípticos, el accidente subsiguiente en la central nuclear de Fukushima Daiichi no puede calificarse de catástrofe natural. Fue una catástrofe causada profundamente por el ser humano, que se […]
«El temblor de tierra y el tsunami del 11 de marzo de 2011 fueron catástrofes naturales cuya amplitud pasmó al mundo entero. Aunque desencadenado por esos acontecimientos apocalípticos, el accidente subsiguiente en la central nuclear de Fukushima Daiichi no puede calificarse de catástrofe natural. Fue una catástrofe causada profundamente por el ser humano, que se habría podido y se habría debido prever y prevenir. Tal vez se podrían haber atenuado sus efectos mediante una respuesta humana más eficaz.»
Estas líneas están extraídas del informe de la comisión de investigación parlamentaria sobre el accidente de Fukushima /1. Dicho informe, escasamente aireado en la prensa, pinta sin embargo un cuadro devastador de la acción del Gobierno de Tokio, de las autoridades nucleares japonesas y de Tepco, la empresa que explota la central accidentada. Por ejemplo, afirma que las poblaciones fueron evacuadas de manera «caótica«, hasta tal punto que 60 pacientes hospitalizados murieron «por complicaciones relacionadas con la evacuación«. El informe revela asimismo que la gravedad del accidente, a menudo atribuida a la fatalidad del tsunami, se debió a «una multitud de errores y negligencias deliberadas» que muestran la falta de preparación de Tepco ante los acontecimientos de aquel 11 de marzo. El informe de la comisión parlamentaria demuestra que el Gobierno difundió informaciones amputadas e insuficientes, insistiendo en que las radiaciones no comportaban «efectos inmediatos para la salud» y dando al público «una falsa impresión de seguridad«.
La comisión parlamentaria independiente se ha basado en una masa considerable de informaciones: 900 horas de audiencias han permitido escuchar las declaraciones de 1.167 personas: directivos de Tepco, responsables gubernamentales, miembros de la autoridad de seguridad nuclear, etc. La comisión visitó doce poblaciones que se hallan actualmente en la zona de exclusión. Recogió 10.633 respuestas a un cuestionario dirigido a los habitantes evacuados y registró más de mil comentarios de los trabajadores que se encontraban en la central de Fukushima Daiichi el día del accidente.
Las revelaciones del informe parlamentario no son todas inéditas, pero es la primera vez que se reúnen tantos elementos que discrepan de la versión oficial en un mismo documento. Las lecciones que se desprenden de este volumen de informaciones pueden resumirse en seis puntos:
1. Negligencias subyacentes a la falta de preparación de Tepco
La central de Fukushima Daiichi no podía resistir ni al seísmo ni al tsunami del 11 de marzo de 2011, afirma la comisión parlamentaria. El territorio que rodea la central estaba catalogado como una zona de actividad sísmica mínima y el nivel de resistencia antisísmica de la instalación era «notablemente bajo«. En 2006, a raíz de una reevaluación de las normas de seguridad antisísmica, la Nisa (autoridad nuclear japonesa) solicitó a Tepco y demás operadoras nucleares que revisaran sus centrales a la luz de las nuevas normas. Tepco presentó a la Nisa, en 2008 y 2009, sendos informes que describían las medidas de seguridad antisísmica previstas. La Nisa aceptó esos informes, aunque solo se referían a una parte de las instalaciones necesarias para la seguridad. Además, cuando las medidas previstas debían aplicarse a más tardar en junio de 2009, «Tepco decidió interna y unilateralmente prorrogar el plazo hasta enero de 2016″.
Cuando se produjo el seísmo de 2011, Tepco no había realizado cierto número de mejoras en los reactores 1, 2 y 3, aunque la Nisa las considerara necesarias. Esta última incumplió su misión al no llamar al orden a la operadora. Tepco y la Nisa han confirmado asimismo que elementos importantes de las cañerías del reactor nº 5 no se habían adaptado a las normas de 2011. Para la comisión, está claro que «no se habían llevado a cabo los refuerzos antisísmicos apropiados en el momento del seísmo del 11 de marzo«. Tepco y la autoridad reguladora hicieron gala de una imprevisión todavía más grave con respecto al riesgo de tsunami, que había sido señalado en repetidas ocasiones por los científicos. Al menos a partir de 2006, Tepco y Nisa disponían de informaciones según las cuales un tsunami más fuerte de lo previsto podría provocar la pérdida total del suministro eléctrico, con el consiguiente peligro de fusión del núcleo de uno o varios reactores.
Según la comisión parlamentaria, la Nisa no ha divulgado nunca informaciones sobre el tema, lo que ha impedido que otros pudieran conocer la situación. Además aceptó, con pleno conocimiento de causa, un modo de cálculo que subestimaba la altura probable de los tsunamis que podían producirse. Tepco, a su vez, consideraba que de todos modos un tsunami era improbable y aplazó constantemente la adopción de medidas de defensa, cosa que la Nisa aceptó sin dar a la operadora ninguna clase de instrucciones.
La consecuencia lógica de cuanto precede es que la central de Fukushima Daiichi no estaba protegida contra un seísmo y un tsunami de la magnitud de los que se produjeron el 11 de marzo de 2011 y el personal no estaba preparado para hacerles frente, pues esos acontecimientos no debían producirse.
2. El accidente nuclear fue provocado por el terremoto, no únicamente por el tsunami
Tepco, además de las autoridades nucleares japonesas, internacionales y francesas, afirmaron repetidamente que la central de Fukushima había resistido bien al seísmo y que fue el tsunami el que, al destruir los generadores de emergencia, desencadenó el accidente. Esta afirmación pretende atenuar la responsabilidad de la industria nuclear, pues la magnitud del tsunami se considera imprevisible. Sin embargo, varios elementos del informe la desmienten.
En primer lugar, como hemos visto más arriba, en el pasado ya se planteó el riesgo de un tsunami de magnitud superior al que había previsto Tepco. Por consiguiente, no es correcto decir que el acontecimiento era imprevisible. En segundo lugar, según la comisión parlamentaria, «Tepco concluyó precipitadamente que el tsunami era la causa del accidente nuclear, negando que el temblor de tierra hubiera provocado daños«. La comisión parlamentaria considera probable que antes de la llegada del tsunami, el terremoto hubiera dañado equipos necesarios para la seguridad. Además, es posible que en el reactor nº 1 el seísmo hubiera causado una pequeña fuga del circuito primario, hipótesis que ya había sido avanzada por la JNES (organismo japonés especializado en seguridad nuclear).
Aunque se tratara de una fuga menor, al no ser detectada pudo causar durante una decena de horas la pérdida de decenas de toneladas de líquido refrigerante, provocando el calentamiento y el comienzo de la fusión del núcleo del reactor. Esta hipótesis explicaría asimismo que el núcleo del reactor nº 1 estuviera dañado antes que los de los demás reactores, lo que sería difícil de entender si toda la secuencia hubiera sido desencadenada únicamente por el tsunami.
Además, la central de Fukushima Daiichi disponía de una fuente de alimentación eléctrica externa, perteneciente a la red de otra compañía, Tohoku Electric, y consistente en una línea de 66 kV que pasa por el punto de transformación de Shin-Fukushima. El caso es que el terremoto cortó el enlace entre ese punto y la central, que de este modo perdió su fuente de alimentación externa antes de que el tsunami inundara los motores diesel de emergencia y las bombas de agua de mar, privando a cinco de seis reactores de toda alimentación eléctrica (uno solo, el nº 5, conservó una alimentación de corriente continua, pero no estaba en producción en el momento del accidente, a diferencia de los reactores 1, 2 y 3).
3. La gestión de la crisis en la central nuclear fue confusa
Como hemos visto, el personal de la central no estaba preparado para semejante crisis, cuya probabilidad se había considerado nula. Además, es fácil imaginar la dificultad de intervenir en una central carente de alumbrado y comunicaciones, inundada y repleta de escombros y detritos diversos. A todas estas dificultades se añadió otra: la mala comunicación entre el equipo de Tepco y el gabinete del primer ministro. Por sorprendente que esto pueda parecer, las prerrogativas de uno y otro no estaban claramente definidas.
El gabinete del primer ministro ni siquiera comprendió bien su propia función, según el informe de la comisión parlamentaria. Intervino en decisiones que habrían sido gestionadas más eficazmente por Tepco, en particular con respecto a la apertura de las válvulas de ventilación y a la inyección de agua de mar. El primer ministro, Naoto Kan, tomó la iniciativa de visitar personalmente la central, lo que interrumpió la cadena de mando, añadió confusión e hizo perder un tiempo precioso. Es más, al ocuparse de aspectos técnicos para los que la operadora estaba más capacitada, el gabinete del primer ministro incitó a Tepco a declinar responsabilidades sobre la situación de Fukushima Daiichi.
En su comparecencia ante la comisión, el jefe del gabinete de Naoto Kan, Yukio Edano (actualmente ministro de Economía) declaró que Tepco tenía proyectado abandonar la central una vez evacuados todos sus trabajadores y que era esto lo que justificaba el intervencionismo del gabinete del primer ministro. Según el informe parlamentario, Tepco no pretendió en ningún momento abandonar la central siniestrada y el gabinete de Naoto Kan se dedicó más a lo que sucedía en ella que a su principal misión, a saber, la protección de la población.
4. La evacuación fue «caótica»
Desde el comienzo de la catástrofe, el Gobierno disponía de informaciones precisas sobre la distribución de las emisiones radiactivas, facilitadas por el sistema «Speedi» (Sistema de predicción de información sobre dosis de emergencia ambiental). Esto debió de permitirle organizar un plan de evacuación racional, pero el informe del Parlamento muestra claramente que lo que ocurrió fue precisamente lo contrario. El signo más evidente del caos en que se produjeron las evacuaciones fue la muerte de 60 pacientes en el curso de los desplazamientos. Aunque estas personas no murieran por efecto de la radiación, sí fueron las primeras víctimas de las secuelas directas del accidente nuclear. La comisión parlamentaria recogió numerosos testimonios de habitantes evacuados, que son harto elocuentes, como ilustran los siguientes ejemplos:
– «Me fui de casa con lo estrictamente necesario. Me enteré de adónde debía acudir por la radio cuando ya estaba en camino. Llegué al primer puesto de evacuación señalado después de seis horas de viaje en coche para un trayecto que normalmente se hace en una hora. Durante el viaje, mi hijo, que vive lejos de Fukushima, me llamó y me dijo que no esperara que pudiera volver pronto. Fue entonces cuando empecé a comprender lo que estaba sucediendo.» (Testimonio de un habitante de Futaba, ciudad de 7.000 habitantes situada en la zona de exclusión de 20 kilómetros alrededor de la central.)
– «Si hubiéramos oído ni que fuera una sola palabra sobre la central nuclear en el momento en que se ordenó la evacuación, habríamos podido reaccionar razonablemente, tomar nuestros objetos de valor y cerrar debidamente la casa antes de partir. Salimos corriendo, sin más cosas que la ropa que llevábamos puesta.» (Testimonio de un habitante de Okuma, ciudad de 11.500 habitantes antes del accidente, situada en la zona de exclusión.)
– «Me evacuaron y me enviaron, sin informarme, a una zona que presentaba el nivel de radiación más elevado. Por esta razón, tendré que temer por mi salud hasta el final de mi vida… ¿Qué les importa la vida de las personas? Nuestra casa ya no es habitable… Habría que poner fin a la energía nuclear. Provocará una segunda Fukushima y ya no quedará ni un solo rincón habitable en Japón.» (Testimonio de un habitante de Namie, ciudad de 22.000 habitantes antes del accidente, situada en la zona de exclusión.)
– «Nos dijeron que nos quedáramos en casa y nunca nos ordenaron evacuar. En le televisión, lo único que dijeron es que ‘no había efectos inmediatos para la salud’, lo que nos asustó todavía más. Nada ha cambiado desde el accidente. Cuando hay muy pocos avances en la descontaminación, es muy extraño que se haya levantado ya la orden de evacuación.» (Testimonio de un habitante de Minamisoma, situada a 25 kilómetros de la central de Fukushima.)
En total fueron evacuadas unas 150.000 personas, pero únicamente los habitantes de la zona de exclusión de 20 kilómetros a la redonda de la central recibieron una orden de evacuación rápida. Y a menudo aberrante: cerca del 50 % de los habitantes de Namie fueron trasladados temporalmente a lugares con un alto grado de radiactividad, y cerca del 70 % de los residentes de Futaba, Okuma, Tamioka, Naraha y Namie tuvieron que evacuar cuatro veces o más.
Además, los datos de Speedi muestran que numerosas zonas situadas más allá de los 20 kilómetros tenían un nivel de radiactividad elevado y deberían haber sido evacuadas rápidamente. Los habitantes de la zona comprendida entre 20 y 30 kilómetros de distancia de la central resultaron especialmente desfavorecidos. Recibieron la orden de ponerse a resguardo el 15 de marzo, cuando al accidente nuclear comenzó el 12 de ese mes. Y los llamaron a evacuar voluntariamente diez días después, el 25 de marzo. Por tanto, quedaron expuestos a importantes dosis de radiación justamente en el periodo en que la contaminación era más elevada. Ante la lentitud de las medidas gubernamentales, numerosos habitantes no esperaron y se fueron por su propia cuenta, lo que agravó todavía más el caos general.
Entre los evacuados hubo muchos que fueron mal informados y no sabían con exactitud lo que estaba sucediendo. Muchos habitantes no recibieron información a través de los canales oficiales: ayuntamientos, radio de emergencia y policía. Así, solo el 10 % de los habitantes de Minamisoma, Iitate y Kawamata recibieron información oficial, los demás se informaron de otras fuentes.
5. La información y el seguimiento sanitario de la población son insuficientes
«La comisión concluye que el Gobierno y los reguladores no se preocupan plenamente de la protección de la salud pública y de la seguridad y que no han actuado para proteger la salud de los habitantes y restaurar su bienestar.» Esta cita es clara: la población japonesa está mal informada de los riesgos de las radiaciones y su control sanitario no está sin duda a la altura de la tercera economía mundial.
En un informe titulado «Fukushima un año después«, el Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear (IRSN) de Francia mencionaba cuatro estudios epidemiológicos lanzados después del accidente de Fukushima. Sin embargo, en el resumen del informe de la comisión parlamentaria ni siquiera figura la palabra «epidemiología». La prefectura de Fukushima se propuso hacer un seguimiento de los habitantes que dependen de su administración, tarea que comporta la realización de exámenes de la glándula tiroides de niños y jóvenes hasta los 18 años de edad. Se sabe, en efecto, que el cáncer de tiroides, particularmente en los niños, es una de las primeras patologías que aparece tras una fuga radiactiva (como se comprobó en Chernobil).
Hasta ahora se ha realizado el examen de la tiroides a 38.114 personas de menos de 18 años de edad. En 13.460 de ellas (el 35,5 %) se han detectado nódulos o quistes y, en el 0,5 % de los casos, los nódulos o quistes tienen un tamaño considerable. Estos datos son públicos, pero no se ha divulgado ninguna información sobre la naturaleza, benigna o maligna, de los nódulos y los quistes.
Mediapart ha entrevistado a la doctora Hisako Sakiyama, miembro de la comisión parlamentaria independiente, quien nos ha indicado que los 184 niños que tienen nódulos de más de 5,1 milímetros o quistes de más de 20,1 milímetros deberían someterse a un «segundo examen«, pero ignora cuántos lo han hecho realmente. A la pregunta de si algunos de los nódulos diagnosticados eran cancerosos, nos contestó: «No lo sé, pero es probable que los médicos que se ocupan de ellos lo sepan. Por tanto, tratarán los nódulos cuando lo consideren necesario.«
Esta respuesta confirma que la Universidad de Medicina de Fukushima, que supervisa estos exámenes, no ha publicado informaciones completas sobre la cuestión. Además, tampoco se han buscado nódulos en niños no expuestos a las radiaciones, de manera que no existe ninguna base estadística para saber si el número de casos de nódulos detectados en Fukushima es normal o no. Por consiguiente, este seguimiento difícilmente puede considerarse un estudio epidemiológico completo y riguroso. Cabe añadir que la prefectura de Fukushima nombró consejero especial para las radiaciones al doctor Shunichi Yamashita, un médico famoso por haber afirmado que las radiaciones no comportan ningún riesgo de cáncer si la dosis no supera los 100 mSv (milisievert). Esta afirmación equivale a decir que a dosis bajas no hay ningún efecto y se contradice con todas las investigaciones de los últimos 20 años.
A título de ejemplo, Elisabeth Cardis, del Centro Internacional de Investigación sobre el Cáncer (CIRC) de Lyon, ha publicado un estudio de referencia sobre los trabajadores de la industria nuclear de 15 países que detecta un riesgo de cáncer y leucemia en una cohorte de más de 400.000 sujetos expuestos en promedio a una dosis de 19,4 mSv, de los que un 90 % han recibido menos de 50 mSv. Dicho de otro modo, la afirmación del doctor Yamashita equivale a borrar de un plumazo 20 años de investigación epidemiológica, cosa que dice mucho sobre su grado de credibilidad. Y este es el médico que supervisa el seguimiento realizado por la Universidad de Medicina de Fukushima…
Esto no es todo. Las estimaciones de las dosis recibidas por la población se basan únicamente en cuestionarios que se enviaron a los evacuados, a los que no respondió más que una pequeña minoría. «No basta para estimar la verdadera dosis recibida por los habitantes«, dice la doctora Hisako Sakiyama, «pero no hay otra manera de hacerlo porque no se realizaron mediciones inmediatamente después del accidente. Hubo ocasión de efectuar estas mediciones, pero se dejó pasar.»
Está claro que los datos disponibles son insuficientes para estimar las verdaderas dosis recibidas por la población afectada. Además, las contaminaciones internas ya no se controlan (40.000 personas fueron examinadas en los diez primeros meses, pero luego estos exámenes se han abandonado). No se ha llevado a cabo ningún estudio específico para detectar un eventual aumento de los casos de leucemia. Sobre esta base de informaciones sumamente incompletas se han publicado recientemente dos estudios, uno del UNSCEAR (Comité Científico de las Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica, organismo próximo a la industria nuclear) y el otro de la OMS (Organización Mundial de la Salud). Ambos estudios afirman que los efectos sanitarios de Fukushima serán débiles y probablemente indetectables. Es cierto que uno solamente encuentra lo que busca y que es difícil encontrar lo que uno se esfuerza en no buscar…
6. Los trabajadores de la central nuclear de Fukushima han pagado un grave tributo
Este último aspecto también ha sido negado por las autoridades nucleares, pero los hechos son tozudos. Según datos de Tepco, retomados en el informe parlamentario, 167 trabajadores recibieron dosis acumuladas superiores a 100 mSv, lo que según los trabajos de Elisabeth Cardis les expone a un sobrerriesgo del 10 % de morir de cáncer y del 19 % de morir de leucemia (estos valores corresponden a 100 mSv y aumentan rápidamente con la dosis). Sin embargo, el número de trabajadores afectados por este riesgo es muy probablemente bastante superior a 167. En efecto, los datos facilitados por Tepco sobre los trabajadores son incompletos por dos razones: por un lado, algunos de ellos no llevaban ningún dosímetro y tuvieron que compartirlo con otros trabajadores; por otro, el sistema de cálculo de las dosis acumuladas ha estado fuera de servicio.
Según la doctora Sakiyama, el 28 % de los empleados de Tepco, el 25 % de los contratistas y el 35 % de los subcontratistas no recibieron información sobre su dosis acumulada. Estas cifras se refieren a los trabajadores que han respondido al cuestionario enviado por la comisión parlamentaria, es decir, unos 2.400 trabajadores de un total de 5.500. Entre estos 2.400, 710 no conocían su dosis acumulada, pero la cifra real es mayor, pues más de un 50 % no respondieron al cuestionario. A esto hay que añadir un número menor de trabajadores que carecían totalmente de un dosímetro. En resumen, es probable que haya centenares de trabajadores de Tepco y de sus contratistas y subcontratistas que han recibido dosis importantes, pero desconocidas hasta hoy.
7. Fukushima fue un drama típicamente japonés, o tal vez no…
En su mensaje introductorio, el presidente de la comisión parlamentaria, doctor Kiyoshi Kurokawa, utiliza términos muy duros para referirse a su país: «Hay que reconocer, por mucho que duela, que este desastre ha sido ‘made in Japan’. Sus causas fundamentales deben buscarse en convenciones arraigadas en la cultura japonesa: nuestra obediencia reflexiva; nuestra reticencia a cuestionar a la autoridad; nuestra propensión a ‘atenernos al programa previsto’; nuestro espíritu de grupo y nuestra insularidad. Por mucho que otros japoneses hubieran estado en el lugar de los responsables del accidente, el resultado podría haber sido el mismo.«
Este pasaje, que parece marcado por una tendencia a la autoflagelación, también tiene el gran defecto de pasar a todos los individuos por el mismo rasero. Viene a decir que Fukushima no ocurrió por culpa de nadie, sino de la civilización japonesa. Es la única afirmación del informe que parece discutible. Quienes siguieron la actualidad en el momento de la catástrofe de Chernobil recordarán que en aquella época el accidente de la central ucraniana había sido considerado típico del sistema soviético, hasta el punto de que durante mucho tiempo se dio a entender que únicamente el régimen comunista asociado a la cultura rusa podía explicar la catástrofe nuclear.
Hoy, los japoneses se autoacusan y reivindican, si se puede decir así, la originalidad de Fukushima. Podríamos creerles si no hubiera habido un Chernobil. La sucesión de ambas catástrofes, y la similitud cada vez más evidente entre ellas, sin hablar del precedente estadounidense de Three Mile Island, indican más bien lo contrario: lo que caracteriza un accidente nuclear no es la cultura del país en que se produce, sino la industria nuclear.
17/7/2012
Traducción: VIENTO SUR
Notas de VIENTO SUR:
1. El informe en inglés puede consultarse en:http://naiic.go.jp/wp-content/uploads/2012/07/NAIIC_report_lo_res4.pdf