La realidad desafía en ocasiones a la estadística, con consecuencias desastrosas en el caso del sector nuclear. Los cálculos de probabilidades apuntan a un accidente grave en el mundo con fusión del núcleo cada 200 años, pero han pasado muchos menos entre los últimos siniestros. El de Fukushima demostró además que los fenómenos sísmicos y […]
La realidad desafía en ocasiones a la estadística, con consecuencias desastrosas en el caso del sector nuclear. Los cálculos de probabilidades apuntan a un accidente grave en el mundo con fusión del núcleo cada 200 años, pero han pasado muchos menos entre los últimos siniestros.
El de Fukushima demostró además que los fenómenos sísmicos y también los errores humanos pueden echar por tierra los cómputos teóricos. Tras cada accidente, la industria nuclear proclama que ha aprendido las lecciones y que las incorpora a los nuevos diseños en una carrera imposible contra los imponderables. En el caso de España, el riesgo es aún mayor, con la posible reapertura de una central vieja y peligrosa, la de Garoña, y la instalación de un cementerio nuclear en una zona inestable.
Ecologistas en Acción publica el informe «Fukushima el accidente y sus secuelas en el tercer aniversario«, un repaso por lo ocurrido y por las amenazas vigentes.
Entre el accidente de Harrisburg (1979) y el de Chernóbil (1986) pasaron casi 17 años y de éste al de Fukushima casi 25. Todo indica que la probabilidad real de accidente es diez veces mayor que la calculada. No hay garantías de seguridad suficientes para controlar lo incontrolable, ni siquiera cuando las centrales funcionan normalmente y los organismos reguladores (el CSN en el caso español) hacen su trabajo de forma rigurosa.
El accidente de la central de Fukushima nº1 se produjo el 11 de marzo de 2011. Un terremoto de grado 9 en la escala Ritcher al que siguió un tsunami una hora después generó la destrucción de los sistemas auxiliares de los seis reactores de la central, lo que finalmente dio lugar a un gravísimo accidente con la fusión de los núcleos de los reactores 1, 2 y 3, que estaban en funcionamiento y con severos daños en los otros tres reactores, que estaban en paradas de recarga o de mantenimiento. Las emisiones radiactivas alcanzaron el 40 % de lo que se produjo en Chernóbil y se extendieron por el interior de Japón y también por el mar. Junto a los seis reactores de esta central se accidentaron los cuatro de Fukushima nº2 y los cuatro de Onagawa, cuyo cierre ya ha sido decretado.
El accidente nuclear de Fukushima tiene dos características que lo hacen particular. Por un lado, se produjo en un país tecnológicamente muy avanzado y con instituciones democráticas, lo que muestra que la energía nuclear puede generar disgustos hasta en las situaciones más favorables. Por otro lado se desencadenó por un iniciador externo, con las implicaciones que esto tiene sobre la seguridad: se puede controlar el estado en que está la instalación nuclear, pero nunca se pueden prever todos los sucesos externos. La seguridad nuclear se convierte en algo demasiado complejo que depende de factores imprevisibles.
Se han cumplido ya tres años del accidente y la situación sigue siendo catastrófica, a pesar del tiempo transcurrido y de los medios tecnológicos y económicos de un país como Japón. La gestión en un primer momento fue muy deficiente y siguen registrándose errores de peso. Está siendo necesario recurrir a procedimientos totalmente nuevos para esta lucha desigual contra la radiactividad, lo que muestra lo lejos que estamos de controlar técnicamente la energía nuclear.
Todavía quedan 52.000 personas que no pueden volver a sus hogares porque los niveles de radiactividad son demasiado altos. Muchos niños se ven forzados a restringir el tiempo que pasan al aire libre para reducir el tiempo de exposición a la radiactividad. Algunos peces y cultivos presentan niveles de radiactividad por encima de los permitidos y deben ser sometidos a controles. El accidente motivó la evacuación de unas 142.000 personas y sus consecuencias para la salud se irán conociendo a lo largo de las futuras décadas, pero ya se ha registrado un aumento de cánceres de tiroides en los niños.
La generación de miles de toneladas de agua contaminada, y las frecuentes fugas al mar han motivado que las aguas pesqueras y los ecosistemas marinos se contaminen. Ha sido incluso necesario forrar de cemento el suelo marino cerca de la central. Las últimas fugas más graves se han localizado en los tanques de almacenaje que deberían servir para mantener a buen recaudo el agua procedente de los reactores. La empresa TEPCO se ha visto obligada a fabricar almacenamiento para 800.000 toneladas de agua.
Cuando la radiactividad esté controlada en el territorio, será necesario plantearse el futuro de los seis reactores accidentados, especialmente de los números 1, 2 y 3, que sufrieron la fusión parcial o total del núcleo. El combustible gastado, los materiales más radiactivos, está al descubierto dentro de la vasija y su extracción será extremadamente difícil. Es posible que sea necesario sepultar los reactores bajo un sarcófago de hormigón para evitar las enormes dosis radiactivas y el aumento de radiactividad ambiental que implicaría su desmantelamiento.
El accidente de Fukushima debería servir a la industria nuclear en el mundo, y en particular a la española, como muestra de lo que puede llegar a ocurrir si se sigue usando esta fuente de energía. Lo más sensato es aprender la lección e ir prescindiendo paulatinamente de esta peligrosa y cara tecnología. Existen ya suficientes fuentes de energía limpias que pueden ir sustituyendo paulatinamente a las sucias, peligrosas y caras centrales nucleares.
El impacto de Fukushima ha sido muy importante sobre la industria nuclear que ha visto como se truncaban sus planes de expansión en muchos países y como se ha reducido su contribución al mix energético mundial. En estos momentos la producción eólica supera con creces a la nuclear. La situación económica de los operadores de centrales también se ha visto afectada y sus acciones han sido declarados como bonos basura por Standard and Poors.
Sin embargo todavía se observa una resistencia a prescindir de esta peligrosa tecnología en países como España, donde la industria nuclear tiene una gran influencia política a pesar de los enormes problemas que genera. La energía nuclear es una tecnología inmadura, a pesar de sus 60 años de existencia, que todavía no ha resuelto sus problemas técnicos: riesgo de accidente, gestión de los residuos de alta actividad, proliferación nuclear y escasez del combustible.
Fuente: http://www.ecologistasenaccion.org/article20037.html#outil_sommaire_0