Traducido para Rebelión por Gaëlle Suñer Rabaud
Fukushima servirá durante mucho tiempo de emblema del «accidente» en un mundo complejo. El síndrome de Three Mile Island (fusión parcial del reactor) y la repentina explosión del núcleo del reactor de Chernobyl fueron dos accidentes puramente nucleares (error humano de manipulación en el primer caso, error de realización y falta de mantenimiento en el segundo caso). No nos alejábamos del riesgo nuclear ordinario. El riesgo era como el cisne blanco.
Después de estas dos catástrofes, se nos repetirá que este riesgo era manejable, sin por ello ser capaz de garantizarlo [1]. Nos libraríamos de él a través de una mayor inversión, mayor control, de robots que pueden aventurarse en el corazón de los reactores.
Con Fukushima, el cisne es negro. Lo impensable se hace realidad. No sólo a nivel local. En Alemania, el sector nuclear civil parece difunto. Sin duda, la revelación del contenido de una reunión entre el patronato alemán y el gobierno de Ángela Merkel ha mostrado que el anuncio de la suspensión inmediata de la vuelta a la energía nuclear y el cierre de siete plantas más allá del Rin contienen más del miedo al fracaso electoral (las elecciones en los Länder) que de un cambio real. No obstante el ascenso del Partido Verde, a punto de superar a los socialdemócratas en la izquierda, refleja un abandono de la credibilidad técnica de la energía nuclear.
Todo lo sucedido desde el comienzo del «accidente» en el reactor nº 1 de la central de Fukushima ha ilustrado hasta la caricatura, un cóctel increíble de inercia, de indolencia, de impotencia del «Gran animal», de eufemismo, de intoxicación y de mentiras por omisión por parte del Estado. Añadamos también una cacofonía única de los peritajes de las potencias nucleares, los Estados Unidos predicando la evacuación completa en un radio de 80 kilómetros, las autoridades francesas oficiales en desacuerdo sobre la tasa de radiación, el comisario europeo de la energía tachando el «accidente» de apocalipsis realizado, ¡mientras que Japón seguía confinando a sus residentes en sus casas a 30 kilómetros de la planta!
Pero todo esto ya lo habíamos vivido con Three Mile Island y Chernobyl. El inmortal profesor Pellerin nos había asegurado que la nube proveniente de Ucrania se había parado en la orilla derecha del Rin, suficiente para arrancar unas carcajadas limpias a las autoridades alemanas. Esta mentira de consecuencias criminales no es diferente de lo que afecta al conjunto de sistemas de evaluación en la gestión «científica» de la salud, de la seguridad, de la información, de los medios de comunicación. Todos los intentos de replicar los «resultados» de los procedimientos cuya metodología de cálculo o los datos observados no son publicados, son soslayados de la misma manera. Sólo las autoridades y los expertos admitidos (no importa que sean a la vez juez y parte). Cualquier rechazo de una técnica particular, incluso cuando se hace en nombre de una exigencia científica, sería un rechazo de la ciencia a secas. Los «accidentes» nucleares mortales serían mucho menos numerosos que los que han afectado a las otras fuentes de energía. ¡Incluso si los «accidentes» que afectan al personal eventual, encargado de las tareas de limpieza más peligrosas, no están contabilizados en los balances!
Por lo tanto, nada nuevo bajo el sol. ¿Entonces, por qué esta repentina pérdida de sentido, este amarre que se ha soltado en el mundo entero? Porque el desastre de Fukushima habrá añadido a los peores escenarios del «sólo nuclear» la realización de una serie de riesgos mayores, entre los que la colisión ha formado una verdadera sobredeterminación y realizado el hecho real. El riesgo sísmico en primer lugar, a menudo evocado en Francia y en California, que podríamos recordar a Areva, quien se prepara para exportar, con la bendición de nuestro gobierno, dos centrales nucleares en el norte de la India. Japón es el país más expuesto a los terremotos y es sin duda el que está mejor equipado desde el punto de vista de la resistencia de la construcción y la preparación de la población.
El riesgo de maremotos, más a menudo asociados a los terremotos (aunque no siempre, véase Kobe en 1995), afecta a Japón más que a cualquier otro país. El noreste de Tohoku (la isla central del archipiélago) es una de las zonas más propensas a los tsunamis. La central nuclear afectada por el tsunami había edificado diques, pero como la costa del litoral, ha sufrido una ola de 14 metros de altura. Para cada uno de los tres tipos de riesgo, hubo respuestas técnicas satisfactorias, aunque un sismólogo japonés subrayaba el peligro años antes.
No obstante, en un sistema complejo como el de la Tierra, el riesgo que puede afectar a sistemas complejos no debe jamás ser tratado por partes, serie por serie. Hay que considerar la catapulta de varias series independientes, el verdadero azar en el sentido de Augustin Cournot. Esta es la razón por la que la central dañada se volvió incontrolable, y es que la realización del riesgo global que verificó no era la suma de riesgos sísmicos, tsunamis y nucleares, sino un producto multiplicado y cualitativamente nuevo. Fue así como se produjo el debilitamiento de las estructuras construidas por el terremoto, la inundación por el agua salada y un debilitamiento añadido, la interrupción de la energía y el bloqueo del sistema de refrigeración normal como del sistema auxiliar.
De esta suerte, un gran Kobe o Haití (9 en la escala de Richter en vez de 7.2 y 7.3), más el tsunami más violento que hayamos presenciado desde hace un siglo, más la fragilidad misma del caldero nuclear (una reacción nuclear «controlada» produciendo temperatura), son peores que la hormiga de 18 metros de largo imaginada por Charles Cros.
Añadamos que las pequeñas explosiones en 4 de 6 sectores en un radio de 300 metros, del combustible constituido en parte por Mox, altamente radiactivo almacenado a proximidad de los reactores, están conduciendo a un Chernobyl lento en una zona marítima (la prefectura de Fukushima), implicando a muchos más habitantes que la zona contaminada de Chernobyl. Si los vientos predominantes se descargan generosamente sobre el Pacífico, es decir hacia el este, la contaminación radioactiva y su posible reversión hacia el suroeste pueden dirigir la radioactividad hacia la metrópolis más grande del mundo, Tokio, 36 millones de personas.
Que el emperador invisible de Japón se haya mostrado como lo hizo en ocasión de la rendición incondicional de su país después de Hiroshima y Nagasaki no es accidental. Fukushima es en realidad el cisne negro, anunciador de una revisión radical de las categorías del riesgo aceptable de «accidente».
Los informes de investigación establecerán sin duda las bifurcaciones múltiples por las cuales nos hemos hundido un poco más en el desastre. No cabe duda de que los ingenieros, los científicos, los técnicos, los empresarios, los altos cargos institucionales de seguridad nuclear nos explicarán que van a revisar los umbrales, los procedimientos. Prometerán que después de Fukushima, nada será como antes.
Pero eso fue exactamente lo que se dijo después de Three Mile Island (1979), después de Chernobyl (1986). Seguimos atónitos de que en Japón, tierra de terremotos y tsunamis nacientes, la toma en consideración del todo complejo que determina estos incidentes con la energía nuclear civil no se haya tomado en cuenta. Pues cualquier niño en Japón establece un vínculo inmediato entre terremoto y maremoto, entre terremoto y fisura posible, entre contaminación marítima y proximidad de centrales cerca de la costa, etc…
Montar la materia en un crisol inhabitable por un objetivo tan trivial como hacer calentar el agua o el vapor para mover turbinas y generar electricidad, tiene un extraño parecido a los gestos del aprendiz de brujo de Paul Dukas. Acumular series independientes de riesgos extravagantes, es exponerse a la aparición de lo impensable para los ingenieros, quienes, como las aseguradoras y entidades financieras, siempre tenderán a querer salvar su juguete terriblemente caro, aunque provoque la avalancha nuclear, es decir una contaminación pluricentenaria del entorno viviente (humano, animal, vegetal).
La caldera nuclear, aun asistida por ordenador, permanece a la merced de las placas tectónicas, de los océanos y de los vientos. La realización del riesgo que presenta, aunque parezca pequeño sobre el papel, sumada a la punzante y recurrente cuestión del almacenamiento de residuos no reciclables, podría destruir este prometeísmo técnico equivocado.
Hiroshima, Nagasaki, Three Mile Island, Chernobyl, Fukushima, vuestro complejo no es el que nos interesa, ni el de preservar la tierra y su gente. Oppenheimer lo había previsto en el resplandor de El Álamo, lugar en el que se inventó la primera bomba. Ya es hora de pasar a otras aventuras del espíritu, de la ciencia y de la tecnología en nombre de la vida presente y por venir.
[1] Se descubre que el riesgo nuclear no es considerado asegurable por la menor compañía de seguros ordinaria: www.assuratome.fr – lo que dice mucho sobre la pertinencia de la técnica de la estadística probabilística para la previsión.
Fuente: http://multitudes.samizdat.net/Fukushima-ou-la-decouverte-du