Cualquiera que se enfrente al poder económico y político para defender la vida del planeta a costa de su tiempo y de su bienestar, debería considerarse un héroe de nuestro tiempo, sin embargo, esas personas son perseguidas en todo el mundo
El año 2024 es el más caluroso jamás registrado. En 2023 se produjeron en Europa casi 50.000 muertes por calor, siendo España el segundo país con más fallecimientos. El peor incendio sufrido en Grecia este año, en el que ha muerto una mujer, ha amenazado a la ciudad de Atenas. Los glaciares del planeta se derriten mucho más rápido de lo previsto. Los osos polares luchan desesperadamente por sobrevivir en el Ártico. En los últimos 30 años ha desaparecido el 90% de los elefantes de bosque y en los últimos 50, el 60% de los elefantes de sabana. Varias compañías hidroeléctricas comenzarán a construir tres enormes embalses en las montañas de Nepal, que se llevarán por delante el hábitat de pandas rojos, osos negros del Himalaya y de algunos de los últimos leopardos de las nieves del planeta. La vegetación perdida por el cambio climático que conlleva la quema de combustibles fósiles tardará millones de años en regenerarse. El consumo de agua en las explotaciones ganaderas, donde los animales padecen vidas infernales, es la causa principal de su escasez en el mundo. Los purines de estas explotaciones de animales contaminan el 37% de las aguas subterráneas y el 22% de las aguas superficiales. En el Mar del Norte aumenta la contaminación en un 10.000% y cae drásticamente la biodiversidad a causa de la industria extractivista en los yacimientos de gas y petróleo. Los océanos absorben el 90% del exceso de calor producido por la quema de combustibles fósiles. La alcaldesa de Valencia anuncia que instalarán arrecifes artificiales en las playas afectadas por la ampliación del puerto para evitar su regresión. El agua del mar Mediterráneo ha llegado a alcanzar los 30º este verano. Los océanos han absorbido el 90% del exceso de calor provocado por la combustión de petróleo, gas y carbón. En la isla de Formentera, una tormenta extrema destroza decenas de veleros y deja varias personas heridas. Continúa el arboricidio en Madrid, donde el Ayuntamiento tiene previsto eliminar 47 de sus 52 árboles adultos en la histórica plaza de Santa Ana para rehabilitar y ampliar un aparcamiento, y la Comunidad proyecta nuevas talas en la zona de Legazpi para construir un intercambiador.
Esta es sólo una pequeña y casi azarosa selección de noticias sobre la emergencia climática que han sido difundidas en lo que llevamos de mes. La mayor parte de la gente ha sufrido este verano un calor difícilmente soportable y ha visto las consecuencias del cambio climático y el calentamiento global en incendios cercanos o televisados y en la salud de personas conocidas o reflejadas en los datos.
Sin embargo, la mayor parte de esa mayoría no ha dejado de coger un avión para ir de vacaciones, no se ha encadenado a los árboles condenados a muerte de su barrio, no ha formado con su presencia manifestaciones multitudinarias para defender a animales de otras especies y sus hábitats amenazados, no ha evitado el uso de plásticos, no ha prescindido de comprar la enésima camiseta innecesaria, no ha limitado el uso de electrodomésticos y de productos químicos para el hogar, no ha aparcado el coche y ha optado por el transporte público en las ciudades, no ha dejado de consumir productos de origen animal, carne, embutidos, huevos, lácteos, pescaíto frito en el chiringuito, que estamos en nuestras merecidas vacaciones.
La mayoría no hemos adaptado nuestro comportamiento y nuestros hábitos a lo que vemos en las noticias, leemos en la prensa, oímos a las expertas, todo eso que nos alerta, nos atemoriza y nos indigna. Como si fuera algo que sucediera al margen de nuestra intervención. Como si no fuera consecuencia, también, de nuestros actos. No podemos plantarnos a protestar en el Nepal. Enfrentarnos a las multinacionales es una tarea titánica. Los elefantes extintos no están en nuestra habitación. Nos sobrepasa la ansiedad, nos paraliza la impotencia.
Hay personas, no obstante, que observan la habitación, ven al elefante, se hacen cargo del cambio que conlleva esa toma de conciencia y deciden actuar. Se supondría que, en el contexto planetario descrito, toda persona que se haga responsable de la emergencia común habría de ser admirada por el resto con enorme gratitud, respetada como la parte mejor de nuestra sociedad en peligro, defendida como la fuerza imprescindible para la urgente transformación. Cualquiera que defienda la vida del planeta, las vidas de cada individuo de cualquier especie que lo habita, la vida de los ecosistemas, la vida de la biosfera. Cualquiera que se enfrente al poder económico, al poder político, que informe, llame la atención, apele a sus semejantes. A costa de su tiempo, de su bienestar, de sus oportunidades particulares, de sus recursos. De su libertad y hasta de su vida. Esas personas habrían de considerarse héroes de nuestro tiempo. Sin embargo, son perseguidas en todo el mundo.
En España, la Agencia Estatal de Seguridad Aérea ha sancionado con 90.000 euros cada una a dos activistas de Futuro Vegetal (un colectivo de desobediencia civil no violenta y acción directa, que lucha contra la crisis climática mediante la adopción de un sistema agroalimentario basado en plantas y exige al Gobierno derivar las subvenciones que recibe la ganadería a fomentar alternativas social y ecológicamente responsables). Es el castigo por una protesta en el aeropuerto Madrid-Barajas que tuvo lugar la semana anterior a las elecciones generales del pasado año ante la falta de propuestas climáticas por los partidos políticos. Se trata de Alba del Río y Victòria Domingo, dos personas con nombre, apellidos y una vida solidaria.
Según fuentes del colectivo, también ha sido sancionado un periodista que las acompañó ese 21 de julio para registrar y difundir su acción. Las activistas accedieron a zonas de operaciones restringidas en los aeropuertos, algo prohibido por la ley. No lo niegan. Declaran que volverían a hacerlo. Es firme su compromiso contra la crisis climática. Ejemplar. Futuro Vegetal anuncia la presentación de un recurso, amparándose en que el derecho a la protesta incluye que ésta sea efectiva y, por tanto, no debe verse coartado por regulaciones administrativas encaminadas a la protección de otros bienes jurídicos de menor entidad que los derechos fundamentales, como la libertad de expresión.
También señalan que esta sanción llega cuando ya existe un procedimiento penal abierto por los mismos hechos, lo que vulneraría el principio general del derecho de non bis in idem, en función del cual no se puede castigar por dos vías los mismos hechos.
Bilbo Bassaterra, portavoz del colectivo, considera “inaceptable en una sociedad democrática que se pretenda hipotecar la vida de jóvenes por luchar por un planeta habitable mientras Juan Manuel Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, legaliza la erradicación de espacios protegidos como Doñana”. Tiene toda la razón, y es sólo un ejemplo entre miles.
La organización sostiene que “el gobierno de Pedro Sánchez sigue con las mismas políticas climáticas que sus predecesores: regar con dinero público a las corporaciones cárnicas y energéticas mientras intentan callar las protestas usando la violencia institucional”. Tiene toda la razón, y estas políticas cómplices no solo las sigue el gobierno español, también el gobierno europeo.
Bilbo, Alba y Victòria, entre muchas otras personas, tienen razón y están en peligro. Imponerles una sanción de esa cuantía es destrozar su vida porque han querido defender la nuestra y la de todas las víctimas de esta emergencia. En sus dos años y medio de existencia Futuro Vegetal ha sufrido infiltraciones policiales, más de 130 vulneraciones de derechos humanos, acusaciones de conformar una organización criminal y acusaciones de formar parte de una organización terrorista. Debería avergonzarnos. Debería sublevarnos, estar en nuestras conversaciones. Deberíamos estar en la calle defendiendo a estas personas, en los medios denunciando la injusticia que se comete contra ellas. Deberíamos plantearnos formar parte de su colectivo. O, al menos, en la medida de nuestras posibilidades, deberíamos aportar fondos que sirvan para su defensa legal.
Debemos darles la razón. La historia también se la dará.