Que uno de los pretorianos municipales que la alcaldesa de Iruña paga para que aporreen ciudadanos, amenazara en plenas fiestas a un vecino con cortarle el cuello, bien mirado, nada tiene de particular y hasta podría justificarse al calor de un buen caldo sanferminero. Tampoco es la primera vez que ocurre ni son las […]
Que uno de los pretorianos municipales que la alcaldesa de Iruña paga para que aporreen ciudadanos, amenazara en plenas fiestas a un vecino con cortarle el cuello, bien mirado, nada tiene de particular y hasta podría justificarse al calor de un buen caldo sanferminero. Tampoco es la primera vez que ocurre ni son las primeras fiestas en las que se les van las manos y demás extremidades. Para eso están y por eso cobran. Es su cometido.
Pero que a la siempre modosa y circunspecta vicepresidenta del gobierno, esa que nunca pierde la compostura, se le vaya el dedo en el mismo soez y violento gesto, no en la conflictiva calle, sino en el sosiego de su parlamentario escaño, a cualquiera sorprende y preocupa.
Y sólo se me ocurren dos posibilidades para explicar tan infeliz coincidencia con el agravante de que las dos son desoladoras y hasta podrían darse ambas a la vez.
O Doña Teresa Fernández de la Vega nos tenía engañados y tras su apacible y serena presencia escondía, realmente, el intelecto de un bodoque pretoriano pamplonés, o ese guardia municipal de Barcina cuenta con todos los atributos necesarios para llegar a ser vicepresidente del gobierno.
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