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¿»Globalización» como nuevo imperialismo? Los intersticios de intervención de los sujetos antagónicos

Fuentes: Theomai

Para la última década del siglo XX el sistema capitalista, que se había hecho hegemónico apenas doscientos años atrás en un puñado de sociedades europeas, había conseguido advenir no ya un sistema-mundo (lo que ya había logrado a la vuelta de los siglos XIX y XX) sino único.   Las clases peligrosas, ese «quiste» en […]

Para la última década del siglo XX el sistema capitalista, que se había hecho hegemónico apenas doscientos años atrás en un puñado de sociedades europeas, había conseguido advenir no ya un sistema-mundo (lo que ya había logrado a la vuelta de los siglos XIX y XX) sino único.

 

Las clases peligrosas, ese «quiste» en expansión (entre las que medraba el «viejo topo») que este Sistema había propiciado en el seno de aquellas sociedades como población crecientemente convertida en fuerza de trabajo, proletariado contra el que tuvo que emplearse a fondo con todo tipo de medidas (políticas, legislativas, parlamentarias o antiparlamentarias, policíacas y, por supuesto, también militares). Esas masas de malditos habían sido integradas no sin ciertos chirridos, pero integradas al fin en los marcos institucionales-constitucionales de la ley del valor reinante, tanto como en la cosmovisión que de ellos se desprendía.

 

Efectivamente. L a prosperidad keynesiana que había regido las economías capitalistas centrales tras la Segunda Gran Guerra Interimperialista, comenzó a dar señales de debilidad a partir de los últimos años 60 del siglo XX, y especialmente de la fractura de 1968-1973, poniendo en evidencia algunos procesos desfavorables para la reproducción ampliada del Capital y con ello, el camino del agotamiento de este modelo de regulación y régimen de acumulación, que es acompañado de un ciclo recesivo. La ofensiva generalizada del Capital para recuperar el terreno que le había ido ganando el Trabajo [1] no se haría esperar. Tuvo su expresión a través de dos vertientes de medidas:

 

a) El Capital, a través de sus agentes a la sazón más representativos, las empresas transnacionales (ETNs), busca soluciones en la inversión externa directa, con la consiguiente profundización de la internacionalización productiva y financiera.

 

b) Se produce un paulatino e intencional desmantelamiento de los instrumentos regulatorios de las finanzas, generándose lo que se ha conocido como «infraestructura de la especulación» (o segunda fase de capitalismo financiero universal) . Retrocediendo a la situación de alta inestabilidad y separación de la economía productiva que ya había caracterizado a la primera fase de financiarización universal del capital, al final de la hegemonía británica, y que tan tremendos resultados económico-bursátiles y bélicos acarreó. Sólo que en la actualidad las dimensiones de los factores en juego son enormemente mayores.

 

Estas serán las dos principales nutrientes de una nueva fase del Capital regulado cada vez más unilateralmente, de forma oligopólica, con una gran pérdida de regulación social, precisamente cuando éste consigue su extensión planetaria. Es lo que más tarde se conocería como Globalización, que no es sino la materialización de la subsunción real del Trabajo al Capital y el reacomodo de las sociedades centrales bajo el dominio de Estados Unidos y de los intereses de la facción del capital transnacional que asume la ofensiva en ese país, haciéndose dominante.

 

Esta consolidación del papel director de las clases dominantes estadounidenses y del propio dominio mundial de EE.UU., exigía los siguientes pasos:

 

  • Contrarrestar todas las prerrogativas que había ido conquistando el Trabajo, para reimponer los derechos de propiedad sin cortapisas y el poder social de cada capital doméstico (la sección del Capital más vinculada a la vertiente transnacional asumirá el mando, a partir de ahora, en cada país).

 

  • Conseguir el cerramiento de filas de las sociedades centrales en torno a Estados Unidos [2] en un esfuerzo común por contrarrestar el poder de los países periféricos, y arrinconar de una vez las luchas alternativas de sus poblaciones (lo que reforzaba la dependencia estratégica y militar de aquellos países respecto de Estados Unidos) [3] . La «comunidad de países desarrollados» vendría a acometer lo que la «comunidad atlántica» había dejado inconcluso en su intento de gobierno mundial. En su lugar se optará por una gobernanza global de los asuntos del mundo [4] .

 

  • La OTAN, como estructura subalterna del Ejército de EE.UU., asumía el mando táctico del poderío militar necesario para llevar a cabo este proyecto (mientras que la ONU quedaba subordinada o a remolque del mismo), en una creciente militarización de la globalización.

 

 

Este proceso es, por tanto, como dijera Amin, resultado y a la vez motivo del diverso desmoronamiento de fuerzas sociales que a nivel interestatal propiciaron un cierto mayor equilibrio entre el Capital y el Trabajo tras la Segunda Gran Guerra del siglo XX. Lo cual ha significado al final del período el fin del intento de ruptura de impronta estalinista en el Segundo Mundo, el agotamiento del desarrollismo tanto de liberación nacional (África y Asia) como populista (América Latina) en el Tercer Mundo (con la eliminación a menudo física de los sujetos más antagónicos), y el paulatino desmantelamiento o «absorción» de la socialdemocracia en el Primer Mundo. Supone, por consiguiente, el fin de cierta correlación de fuerzas y pactos de clase (keynesianos) al nivel intraestatal [5] , mientras se completa la transnacionalización del Capital.

 

Esta ofensiva busca precisamente la restauración del patrón colonial de crecimiento (ahora a escala global, esto es, globocolonial), limitando sobremanera la capacidad de acción de la mayor parte de los Estados periféricos, e incrementando la distancia centros-periferias y la desigualdad de niveles de ingresos entre países, entre regiones dentro de cada país, entre clases y entre fracciones de clase, en su seno.

 

 

Esta fase de capitalismo monopolista transnacional -de ofensiva generalizada del Capital contra el Trabajo (lo que ya se ha llamado «Cuarta Guerra Mundial»)-, convoca una serie de procesos de alcance mundial, que será muy conveniente tener en cuenta:

* Recomposición de la división internacional del trabajo

 

L a reestructuración de las relaciones centros-periferias y la nueva división internacional del trabajo en la que cambian las relaciones de producción en la economía-mundo, hace que la producción de manufacturas se redirija en cada vez mayor proporción hacia las periferias del Sistema. Algunas de ellas, aplicando políticas contrarias a lo estipulado por los cánones desarrollistas, han logrado convertirse en economías productivas de gran importancia. Cuando cuentan con una dimensión territorial pseudocontinental, como es el caso de China, pueden llegar a erigirse en rivales de consideración para las sociedades centrales [6] .

 

Hasta ahora la inclinación «pos-industrial» o «post-material» de esas sociedades centrales ha conseguido sacar ventaja también de la plusvalía físicamente producida en las periferias, a través del aprovechamiento de la brecha en el costo de producción proveniente de una fuerza de trabajo más barata, las economías de escala y el control de la tecnología punta (lo que permite al capital transferido allí vender más barato que los competidores y al tiempo extraer alta plusvalía. Plusvalía que también es «captada» tanto de los centros como de las periferias a través del dominio de la infraestructura financiera internacional). Aumentando así el carácter parasitario de las relaciones económicas parejo a la aceleración y redistribución de las fuerzas productivas globales.

 

Es decir, que en buena parte el capital financiero(-especulativo) de las sociedades centrales «parasita» al capital productivo cada vez más trasladado a las periferias del Sistema [7] . Ese capital acumulado sobre todo en las principales sociedades centrales, parasitario de la riqueza generada en las periferias, sirve a aquellas primeras para seguir comprando el mundo (tanto físico como socioeconómico) con dinero ajeno. La riqueza del resto del mundo acude allí, por una parte, debido a que se acepta su «credibilidad» y «seguridad» sobre rentabilidades. Pero al mismo tiempo las principales economías productivas periféricas, en razón de su escasa demanda interna resultante de su crecimiento tremendamente desigual (en la India, por ejemplo, que ocupa el puesto 126 de los 186 países en que se mide el IDH, unos 400 millones de personas sobreviven con un dólar al día), dependen sobremanera de la exportación (el 70% de la economía china, p.e., depende del comercio exterior), por lo que deben insuflar dinero al sistema financiero de las sociedades centrales (especialmente a Estados Unidos) para que les puedan seguir comprando [8] .

 

 

* Incorporación de la última frontera. Creación de u n único espacio de valor mundial

 

Se ha conseguido ya incorporar a la ley del valor del Capital a la población y recursos del Segundo Mundo (especialmente China y ex países del Este europeo, pero también de otras zonas de Asia, antes sólo parcialmente incorporadas, y ciertas de África); así como la fuerza de trabajo femenina mundial no incorporada anteriormente (sobre todo de las Periferias del Sistema).

 

Esto implica la casi completud de la proletarización de la población mundial, que entra en la relación principal Capital-Trabajo de forma directa (explotación salarial) o indirecta, a través de la fijación de los precios de los productos, de los mecanismos de la deuda, de la inflación, devaluación de monedas, especulación financiera o de la proliferación de formas diferentes de explotación (de ahí la dificultad de comunicar visibilidades y de aunar resistencias) [9] .

 

Esto contribuye a la pérdida de poder negociador del conjunto de la fuerza de trabajo mundial y al refuerzo de la capacidad de dominación de la misma por parte del Capital, con el consiguiente incremento general de la plusvalía (mundial) y la proliferación de formas tyloristas y pretyloristas de explotación del Trabajo, que se combinan con las gatesianas (Gates) o postyloristas .

 

En definitiva, la incorporación del Segundo Mundo al Sistema Mundial ha originado un único espacio de valor mundial, con una extremadamente delicada madeja de interconexiones de capitales financieros y productivos entre las economías centrales y las periféricas de alta capacidad productiva, que está reestructurando todo el Sistema y que deja una incógnita muy alta sobre sus vías de continuidad en el siglo XXI. De momento, las sociedades centrales se ven forzadas a rehacer la división internacional del trabajo mediante la recomposición de sus sectores industriales sobre otras bases, utilizando en casa la fuerza de trabajo formada en las periferias o incorporando a éstas en esferas regionales de influencia (de lo que la UE constituye un destacado ejemplo), aunque esto sólo se pueda realizar a través de más proteccionismo interno y expansionismo transnacional. Lo que está dando lugar también, entre otras cosas, a una r eestructuración de la integración (y desintegración) entre las regiones del planeta.

 

 

* Perfilamiento de un ecosistema global atravesado por relaciones de dominación-dependencia, que afecta la racionalidad económico-ecológica de todas las sociedades y culturas, y que la ecología política no puede ignorar a la hora de considerar las relaciones y «decisiones» de esas sociedades respecto al hábitat, ya que esto podría provocar, especialmente en las sociedades subordinadas, manifestaciones de «irracionalidad» ecológica y económica (al menos a medio plazo) desde un punto de vista estrictamente local [10] .

 

Tal proceso conlleva una redefinición del valor geoeconómico y geopolítico de los espacios y territorios planetarios, que quedan cada vez más directa e intensamente sometidos a la dinámica de acumulación mundial del Capital (la biodiversidad, los biocombustibles, los recursos escasos, el agua y hasta el ADN, se convierten en elementos estratégicos de esa acumulación) [11] . Hay una concomitante extensión de la propiedad privada sobre los últimos resquicios de propiedad colectiva que mantiene la Humanidad [12] .

 

 

* Incremento del carácter antidemocrático del modo de producción capitalista

 

La absoluta mayoría de procesos y decisiones por los que se rige el Sistema en esta fase se escapan al conocimiento y opción de las poblaciones al pergeñarse en instituciones supranacionales o multilaterales, o bien directamente a través de los grandes grupos privados de poder político-económico del Capital.

 

………………….

 

A tenor de todo lo expuesto puede decirse que el Capital entra en una fase de madurez para el uso y control de la totalidad de la esfera planetaria, de los espacios «exteriores» (superficies de otros cuerpos celestes) e «interiores» del mundo, el espacio geomagnético, el espacio estacionario, la atmósfera, la biosfera, la hidrosfera, los códigos genéticos de la vida, así como la infraesfera o las diferentes capas del subsuelo. Se apropia con mayor eficacia también de los plurales saberes de los pueblos, de su organización y destrezas productivas, sus recursos culturales, sus formas de preservar y relacionarse con los diferentes medios, etc. A todo ello se une su gran éxito en la imposición de una ideosfera mundial que le hace ver como un Sistema cuasi natural, al que sólo queda adaptarse como si de un hábitat más se tratase.

 

Queda completada, de esta forma, la subsunción real del Trabajo al Capital.

 

Y con ella p arece como si verdaderamente la Historia hubiera llegado a su fin.

 

Pero, claro, la Historia sólo acaba cuando dejan de existir los seres humanos. Los problemas y límites para la «globalización feliz» del Capital proliferan y se profundizan, multiplicando también las posibilidades de inestabilidad general de la sociosfera humana en el planeta. Veamos.

 

1. El Capital, en su fase senil, para intentar reproducirse ampliadamente se ve forzado a generar una creciente entropía ecológica y social, con el consecuente debilitamiento de las posibilidades reformistas del propio Sistema, que entra cada vez más en una espiral de todo o nada.

 

Entre los cada vez más perentorios límites infraestructurales tenemos que contar con el fin de los recursos fósiles y energéticos conocidos, saturación de la capacidad de carga del planeta para mantener la reproducción ilimitada de capital, así como el agotamiento de las posibilidades de seguir ampliando la frontera económica [13] .

 

A éstos hemos de añadir los límites estructurales que se retroalimentan con los anteriores. Cada vez es mayor la inversión de capital fijo que se ha de efectuar y de la masa de ganancia puesta en juego, para conseguir una unidad mayor de tasa de ganancia. Eso quiere decir, entre otras muchas cosas, que la permanente sobreacumulación nos deja un cada vez mayor capital especulativo, rentista [14] .

 

2. La socialización de la producción que es potenciada por el propio desarrollo capitalista, conduce a formas de trabajo social que intentan ser atajadas o contrarrestadas por el Capital mediante la polarización social y la segmentación y disgregación de la fuerza de trabajo productiva y reproductiva. Mientras que por otra parte, la producción y sobre todo la productividad dependen cada vez en mayor medida de la movilización de los recursos sociales de conocimiento, esto es, de la capacitación y de la comunicación entre el Trabajo.

 

Por ahora el Capital ha conseguido un relativo éxito en su intento de conversión de esa comunicación entre personas (trabajo vivo) en in-formación (como inerte mecanismo unidireccional de dar-forma a la realidad: como trabajo muerto que se inyecta al trabajo vivo). Es su pugna contrarreloj para parar las propias dinámicas que él mismo tiene que desatar con su (menguante) desarrollo de las fuerzas productivas [15] .

 

3. La unificación del mundo por el Capital suscita también la posibilidad objetiva de la integración planetaria del Trabajo (como una fuerza de trabajo única -aunque ultrasegmentada-). Cuanto menos, abre más espacios de oportunidad para la comunicación, a menudo física, de la fuerza de trabajo mundial entre sí.

 

Ante tal tesitura, el Capital hace todo lo posible por fomentar la división de la fuerza de trabajo mundial a través de la extrema dualización, jerarquización y segmentación del mercado laboral (tanto interno como externo a las empresas), y de la fomentación de los enfrentamientos culturalistas (racismos, estatalismos, nacionalismos, etnicismos, cerramientos religiosos, encumbración de la identidad, división de la fuerza de trabajo en «nacional» y «extranjera» o «inmigrante»…). No es casual, en este sentido, su potenciación del «multiculturalismo» como ideología, con la consiguiente re-etnificación del espacio social.

 

Frente a todo ello, las reacciones del Trabajo son todavía lentas, ambiguas y plagadas también de obstáculos.

 

Para empezar, el de su subordinación ideológia al Capital; así como el de su dependencia de las estructuras políticas del mismo en su versión neosocialdemócrata [16] , encargadas de refrenar constantemente cualquier intento de ruptura o «desestabilización» de la maquinaria de acumulación (para lo que infiltran las diferentes formas de organización ya sean locales, regionales o internacionales, como los Foros Sociales, sin ir más lejos).

 

Por su parte, las «viejas» estructuras organizativas políticas, sociales y laborales del Trabajo no se han adaptado aún a esta fase del Capital Transnacional, y ajustan sus estrategias con la vista puesta todavía en el período de macrocorporativismo del Estado Social o de sus copias en las periferias. De hecho, muchas de aquéllas propugnan la vuelta al mismo, como si eso fuera posible.

 

Tales fuerzas parecen tardar en percibir que acorde con las cambiantes relaciones sociales de producción, así como las actuales expresiones que adquiere el Trabajo y las nuevas subjetividades que les son anejas, se tendrán que imponer otras formas organizativas en todos los terrenos, que habrán de engarzarse más allá de la distinción entre esferas productiva y reproductiva, ya fundidas de hecho por el Capital (superando, de paso, las alienantes escisiones del ser humano entre trabajador y ciudadano, y ciudadano y excluido, claves de la sociedad capitalista).

 

En realidad, las fuerzas del Trabajo hoy deberían ser conscientes de que la construcción de todo un metabolismo social diferente capaz realmente de alumbrar otro tipo de sociedad, no puede aplazarse para un futuro supeditado bien a la acumulación de reformas o bien a la toma del poder (con minúsculas). Pues esa tarea, que hay que comenzar desde el principio con praxis concretas, disuelve la esquizofrénica dicotomía reformismo-revolución, a la que se vinculaba la tramposa dualidad objetivos inmediatos / objetivos finales que durante tanto tiempo entretuvo a la izquierda. Ella nos lleva a la necesidad de pasar a una actitud ofensiva superadora del paralizante repliegue defensivo del Trabajo desde la fase de capitalismo monopolista estatal-keynesiano (ofensiva que jamás puede confinarse en el ámbito político-institucional).

 

Uno de los puntos nodales de tamaña empresa transformadora pasa por el reconocimiento e inmersión del movimiento obrero y sindical en la «fábrica social». La incorporación a su praxis de las líneas de fractura que motivaron el surgimiento de otros sujetos antagónicos. Del mismo modo, éstos deben entender que su lucha también es, además, una lucha de clase. Es decir, que las posibilidades del Trabajo como sujeto transformador pasan por el autorreconocimiento de su proletarización, además de reconocer y visibilizar los apellidos (diferencias) que en cada caso pueda tener esa condición. Ninguna de esas vertientes antagónicas sin las otras abarca la completud de lo que significa hoy la colonización social del Capital.

 

Pero esos movimientos, esos sujetos, ¿pueden emprender por sí mismos los grandes desafíos sistémicos?

 

Y a la escala de pueblos o sociedades, ¿cómo se acometen las urgentes tareas de emancipación? ¿Cuáles son las formas organizativas hoy capaces de enfrentar con alguna garantía las cambiantes expresiones del Capital y la nueva heteroclitud de las relaciones Capital/Trabajo? [17] , ¿quiénes son los sujetos en condiciones de emprender las drásticas transformaciones que esos procesos requieren?

 

Seriamente heridas las vigesimonónicas creaciones organizativas del Trabajo por la deriva estalinista y su posterior humillante final; aniquilados en buena parte del mundo los sujetos antagónicos al Capital; desideologizadas y sin referentes alternativos las poblaciones de la mayor parte del planeta, no parecen contemplarse muchas posibilidades de actualizar vanguardias al estilo «puro» de otros tiempos (o en su caso, de que éstas tuvieran masiva capacidad de atracción).

 

¿Pero se trata, entonces, de reeditar un Frentepopulismo bajo control de la vertiente «nacional» del Capital (es decir, de la burguesía nacionalista)? [18]

 

Es imprescindible establecer aquí una advertencia. El control financiero y comercial que hasta fines del siglo XIX caracterizaba al capitalismo central, sería sustituido por el control de los sectores de producción de las periferias considerados de interés para las economías centrales, por lo que a partir de cierto momento en el siglo XX, a duras penas puede hablarse de «capital nacional» en esos países. De aquí dos inferencias. Primera, contra las visiones que le pretenden a éste más emancipador, el capital aunque fuera endógeno continuaría respondiendo a las mismas dinámicas de acumulación, por lo que sería tendente a generar la polarización y desigualdad que le son intrínsecas. Segunda, según progresan las fuerzas productivas y avanza el proceso de acumulación del capital mundial, los periodos de recuperación y auge son cada vez más cortos y relativamente más exiguos en réditos respecto de la masa de capital empleado, por lo que más se dificulta la formación de una tasa internacional de ganancia media sobre la base del desarrollo desigual, a instancias del intercambio desigual, tanto a escala estatal como interestatal. Con ello, la ley del valor a escala planetaria se impone cada vez más férreamente, haciendo que las diferentes formas ideadas por las burguesías de la periferia capitalista para renegociar el flujo de plusvalor creado en sus países hacia los centros oligopólicos, sean cada vez más efímeras y difíciles de implementar (GPM, http://www.nodo50.org/gpm/neomarxismo/00.htm ).

 

Todo esto debería evidenciar la necesidad de que las actuales y futuras organizaciones del Trabajo se doten de autonomía estratégica, coordinada, de manera que aun cuando requieran de unas u otras alianzas (más o menos tácticas o más o menos estratégicas), sean capaces de hegemonizarlas, o al menos aspiren a ello (Piqueras http://www.rebelion.org/noticia.php?id=29913 ).

 

La interpenetración de capitales mundiales, los cambios en las dinámicas de división internacional del trabajo, o el propio porvenir del Capitalismo como Sistema Mundial, hace que sea cada vez más urgente un esfuerzo colectivo por reelaborar la teoría del (¿nuevo?) imperialismo [19] , capaz no sólo de dar cuenta de sus actuales dimensiones y perspectivas, sino de coadyuvar también a superar exitosamente el reto que acabamos de mencionar.

 

 

 



Notas

[1] El concepto de Trabajo que aquí se utiliza como sujeto, trasciende lo meramente productivo (le «esfera económica» en que el capitalismo confinó la producción de las condiciones de la Vida, en un sentido amplio). Está hecho para designar a quienes crean la riqueza, pero sin querer con ello decir que debemos ser designados únicamente como productores. Sin trabajo no existiríamos, pero el Trabajo como sujeto antagónico del Capital se realiza y responde a muchas otras facetas del ciclo de la vida (interacción humana, ayuda mutua, tiempo para sí, relaciones personales, placer, intercambio, creación, entre muchas otras), y aspira en sus versiones emancipadoras a negarse a sí mismo como agente imposibilitado del hacer para sí (es decir, a negarse como trabajo alienado, y en consecuencia como Trabajo en general), a través del trabajo libre, creativo, y capaz por tanto de construir otras condiciones de Vida, otra vida. El término Trabajo es escogido por entenderse que contiene un mayor espectro explicativo, tanto por lo que respecta a la presente vinculación de los seres humanos al Capital (estén o no directamente explotados por él), como por la potencialidad que quiere describir en ellos para la construcción consciente de sus vías de emancipación, a pesar o a partir de esa misma vinculación. Pero obviamente la designación está abierta al debate en la búsqueda de otras mejores.

El Capital, además de ser una relación social (que conlleva la expropiación del hacer, del trabajo y de la vida de otros a partir de la apropiación de los medios de producción sociales), presenta una encarnación que le da carácter de sujeto: la de quienes expropian y actúan para reproducir o ampliar esa relación, asumiendo además la garantía de la acumulación capitalista como Sistema.

 

[2] La estrategia geopolítica de este país infiere la necesidad de un Global Political Planning, a realizar a través de dos vertientes: a/ la interna, mediante la creación de una subsecretaría de «asuntos globales»; b/ la externa, a través de un esquema de cooperación internacional que rompe con la doctrina de la «comunidad atlántica», para sustituirla por una «comunidad de países desarrollados» (y «desarrolladores»). Éstos habían generado el mayor dispositivo de intervención y control de otras sociedades que podría imaginarse: el desarrollo y la cooperación aneja a él.

[3] En la fase de globocolonización, por una parte, el Capital precisa de nuevo, cada vez más, de la presencia militar directa, como en los más oscuros tiempos de las colonizaciones. Para ello se servirá del despliegue militar de EE.UU.. Por otro lado, requiere de la potenciación de instituciones globales (BM, FMI, ONU, UE, G-8, OMC, etc.) que garanticen junto a los Estados individuales las condiciones generales de reproducción ampliada del Capital.

[4] Sin que ello elimine la pugna intercapitalista basada en el Estado, o lo que es lo mismo, sin que sea óbice para que los distintos Estados centrales o agrupaciones de ellos, busquen situación de ventaja frente a los demás.

[5] En consonancia con ello, el «Estado Social» en las sociedades centrales, y su remedo en las periféricas, se devora paulatinamente a sí mismo, redirigiendo todos sus esfuerzos hacia el lado de la oferta, mientras abandona a la suerte del Mercado a la demanda (es decir al conjunto de la población): lo que permite, por tanto, la remercantilización de numerosos ámbitos de la reproducción de la fuerza de trabajo, con la consecuente reconversión de los servicios sociales bien en mercancías, bien en dádivas concedidas selectivamente. [Sin embargo, l os Estados pierden, con esto, medios de autorreproducción material y de legitimación entre sus poblaciones (así como posibilidades de cooptación y clientelismo). Es por ello que deben gastar más en su componente policíaco-militar y en mecanismos de reproducción cultural-ideológica (generalmente importados a través de los media globales)].

[6] No hay que perder de vista que si China ha llegado a este punto es por su proceso de «desconexión» con el sistema capitalista. Mismo proceso que permitió a la URSS su enorme despegue, aunque tampoco hay que olvidar que a diferencia de China, la URSS perdió una guerra (la «Fría» o «Tercera Guerra Mundial») con devastadoras consecuencias para su economía. Sin embargo, el Segundo Mundo en conjunto no se libró de quedar sujeto a los principales factores del «desarrollo desigual» periférico apuntados por la CEPAL , compaginados con un fuerte autoritarismo político capaz de sostener y encauzar su proceso de acumulación. De hecho, la acumulación autocentrada china, por la enorme desigualdad interna y transferencia de valor de unos sectores a otros en que se ha basado, convoca una alta represión social bajo la excusa de la ficticia construcción de un «socialismo», que si pronto se vio truncada, ha terminado por dar el salto de un antiguo régimen tributario-burocrático a un nuevo tipo de capitalismo burocrático-corporativo (quién sabe si el modelo a seguir en el siglo XXI).

Las otras dos economías llamadas «emergentes», con parecidas condiciones y posibilidades, son India y Brasil (este último país el más subordinado históricamente a la lógica del capital central, es prototipo de las tesis de la CEPAL , convertido en el más desigualitario del mundo; mientras que la India supone un caso intermedio entre China y Brasil). Pero no han llegado ni de lejos al endogenismo proteccionista de la economía china.

[7] Es paradigmático de ese parasitismo, el caso de Estados Unidos, con el creciente predominio de sectores improductivos en su economía, donde priman las finanzas precisamente para extraer la plusvalía generada en las periferias productoras (y muy especialmente, Asia) (Cerni, http://theoryandscience.icaap.org/content/vol8.1/cerni.html). Su enorme déficit mercantil ha contribuido a convertir a este país en el principal deudor mundial. De manera que algunas de esas economías periféricas deben prestar a Estados Unidos para que las puedan seguir comprando. Si China (y otros países) rompiera con las leyes del capitalismo global, y decidiera dejar de mantener al dólar (artificialmente sobre-evaluado) podría desestabilizar todo el Sistema. Combinar, sin embargo, las enormes tensiones externas que ello generaría con las internas (producto de las enormes desigualdades que genera su crecimiento), además de lidiar con su propia crisis de sobreproducción, no es nada fácil para este país, por lo que resulta muy incierto el éxito chino para romper con su dinámica de supeditación periférica.

[8] En cualquier caso, mientras que las sociedades centrales invierten cada vez más en las bolsas de las emergentes, las periferias más pujantes también empiezan a comprar empresas de países centrales o paquetes de acciones de éstas (a través, p.e., de los «fondos soberanos de riqueza» que aquéllas constituyen). Con el incremento acelerado de las materias primas (debido al auge de los biocombustibles y al agotamiento de recursos), algunas de ellas están liquidando deudas con el FMI y el Banco Mundial, lo que comienza a dejar a estas instituciones en una situación de debilidad política.

 

[9] Es decir, se trata de una población proletarizada, pero sin que en muchos casos entre en la relación salarial, y con muy pocas posibilidades de sindicación . Su principal cualidad es la de estar en permanente disponibilidad para ser utilizada a discreción, como fuerza de trabajo migrante global, que allá donde es desplazada presiona a la baja las condiciones regulatorias de los mercados de trabajo.

No deja de ser congruente con todo ello el dominio de EE.UU. sobre la producción de alimentos, destinado a controlar la reproducción de la fuerza de trabajo mundial, así como su movilidad migracional a conveniencia. Esto ha producido ya la ruptura de la autosubsistencia alimentaria de la mayor parte de las sociedades periféricas y semiperiféricas. Ruptura que promete agudizarse con la profundización de las ingenierías biológicas, de patentización y transgenización de la vida, que suscitan una inseguridad alimentaria mundial también «cualitativa» (sobre qué se come).

[10] Esto va de la mano de una «mistificación del precio ecológico»: el valor de cambio de los bienes que adquirimos oculta unas actividades de producción y una serie de consecuencias ecológicas que son desconocidas para el comprador y que pueden ser contrarias a su propio beneficio.

[11] Si bien, como se ha dicho, esta dinámica no es armónica, sino que conlleva un enfrentamiento y fagocitación cada vez mayor entre los propios capitales, con su consiguiente depredación de recursos sin regulación práctica.

[12] Estas formas de tenencia y uso colectivos son sobre todo propias de los «pueblos tradicionales», los cuales, al usufructuar además aquellas regiones ahora estratégicas (y por ellos preservadas hasta el presente), se convierten en objeto de agresión de Estados, transnacionales y empresas de todo tipo, con sus ejércitos formales (FF.AA. nacionales, internacionales y globales) o informales (guardias blancas, privadas, paramilitares, etc.), dada la creciente necesidad para el Capital de exterminar y/o expulsar o guetizar a las poblaciones que considera obstáculos para su apropiación de recursos estratégicos hasta ahora no tenidos en cuenta y que son de vital importancia para esta posible nueva fase de acumulación.

[13] La expansión (de la ley del valor del Capital) hacia nuevas fronteras siempre fue la salida de escape para elevar la tasa de ganancia, o lo que es lo mismo, regenerar el ciclo de la plusvalía. Hoy el Capital se ha extendido ya casi hasta la última de las fronteras posibles dentro de este planeta: sus posibilidades por ese lado se agotan aunque intente prolongarlas algo más a través de la colonización de un nuevo territorio, el espacio virtual (dando lugar a eso que se ha llamado la «nueva economía») De la misma manera que intenta compensar el acortamiento planificado de la vida media de sus productos con el alargamiento indefinido de las patentes, propio de su carácter cada vez más rentista.

[14] Entre 1982 y 2004 el PIB total del mundo creció un 4,5% (de 11,1 [10×12 $] millones de dólares a 40,9 [10×12 $]. La inversión total lo hizo en un 5,3% (de 2,9 a 9). Los activos financieros, mientras tanto, aumentaron en 11,4% (de 13,9 a 148,6 [10×12 $]).

[15] Intenta igualmente frenar o retrasar a toda costa la socialización objetiva de los procesos productivos y el proceso de cualificación y de entrada en la esfera del conocimiento por parte del Trabajo, mediante la subordinación de las crecientes posibilidades de autonomía obrera a la estricta jerarquización de las decisiones y al elitismo-secretismo gerencial, así como promoviendo la desconcentración, fragmentación, flexibilización y brutalización laboral en todo el planeta, bajo una enorme gama de manifestaciones y ramificaciones.

Los intentos de brutalización del Trabajo y de doblegación de su capacidad combativa por parte del Capital se verán mermados, no obstante, con el agotamiento de la capacidad sustitutiva de la mano de obra de la que el Capital hace hoy gala (esto es, cuando la proletarización de la Humanidad se haya completado y/o se hayan nivelado para una buena parte de ella por abajo sus condiciones de vida, y se haga más problemática la sustituibilidad a peor de la fuerza de trabajo ya existente). Algo que, en cualquier caso, se puede acelerar con la autoorganización del Trabajo migrante y la consiguiente universalización del aumento de la capacidad negociadora y emancipadora

[16] Si la socialdemocracia «clásica» se confinó a sí misma dentro de los límites del keynesianismo a partir del Congreso de Bad Godesberg del SPD alemán, en 1959 (en adelante ya no se contemplaría al sistema capitalista como un orden a superar), en 1975 el Ministro para Asuntos Ambientales de Inglaterra, Anthony Crosland, intentó de alguna forma dar una lavada de imagen a una socialdemocracia europea cada vez más comprometida con el proceso de acumulación capitalista, mediante los que se conocerían como principios de Crosland (democracia con justicia, anteposición de la dignidad humana a la rentabilidad económica, equidad entendida como redistribución). A partir de la década de los 90′, sin embargo, con la transnacionalización del capitalismo salvaje, la socialdemocracia se hunde un escalón más al plegarse al nuevo orden de cosas impuesto por aquél bajo el pseudónimo de «neoliberalismo», convirtiéndose (neosocialdemocracia) en el apéndice «humano» suyo en forma de «Tercera Vía» (no tan preocupado ya por la redistribución, sino por la paliación y prevención de ciertas marginalidades, sobre todo las potencialmente disruptivas, y el mantenimiento de ciertos poderes adquisitivos entre las capas medias de la población).

Para no ser menos, los Partidos Comunistas que no habían claudicado mucho antes perdidos en la loca pleitesía estalinista, se desplazaron hacia la derecha intentando ocupar el espacio que dejó vacio la socialdemocracia, renunciando a preparar la transformación socialista en aras de la «real politik», traducida ahora por intentar preservar ciertas conquistas sociales (el autodenominado «eurocomunismo» fue el gran impulsor de todo ello -pero esto también puede ser aplicado a muchas otras organizaciones políticas antes «radicales»-).

[17] ¿Tenemos realizaciones teóricas de verdad a la altura de las circunstancias, capaces de coadyuvar a esa empresa? Si el «marxismo occidental» (en expresión de Anderson) había ido pasando de la ilusión al desencanto (Escuela de Frankfort), para centrarse en temas teóricos desconectados de la praxis transformadora cotidiana y del mundo de la producción, coincidiendo a la postre con la lectura liberal del marxismo en verlo como una filosofía de la historia, más o menos determinista, economicista, racionalista y teleológica, gran parte del neomarxismo se hizo, como la organización social del trabajo y las relaciones humanas del tardocapitalismo, gomoso, dúctil, para declararse «abierto» a explorar nuevos caminos («sin dogmatismos»), siempre y cuando no fueran acompañados del compromiso militante, obvio.

[18] Los bandazos que siempre dio la Komintern, antes incluso de su periodo estalinista, sobre las estrategias de alianzas a seguir, nos han dejado huérfanos de una buena guía al respecto. De las 21 condiciones comunistas irrenunciables del 2º Congreso, que excluían a los partidos de la Segunda Internacional, se pasó en 1922 al Frente Unido con otras fuerzas de izquierda. Dos años más tarde la Komintern aprueba una nueva «bolchevización» de las organizaciones. En 1935 terminó propugnado el Frente Popular. Con lo que cambió también el vocabulario: la «lucha de clases» dejó paso a la vaga acepción de «pueblo», para terminar aceptándose incluso la de «nación». No es de extrañar, por eso, que un poco después (en 1943, con la disolución de la Komintern) se propugnara el Frente Nacional, teniendo a la «democracia» como único referente (todas las fuerzas «democráticas» contra el fascismo).

De ahí se rescataría más tarde el concepto de sociedad civil (siempre intentando las fuerzas liberales y neosocialdemócratas que estuviera lo más alejado posible de la formulación que de ella hicieran Marx y Gramsci).

Hoy la disyuntiva de las alianzas y bloques se reabre muy especialmente en América Latina, con algunas de las opciones estatales que han llegado al poder institucional y también a través de ciertos proyectos colectivos como el ALBA. ¿Estamos ante una inédita posibilidad de protagonismo de los diferentes sujetos del Trabajo, o más bien ante una nueva apuesta de «capitalismo nacional» liderado por las burguesías menos «transnacionalistas» de cada lugar, en lo que sería una especie de Bandung latinoamericano? Este puede ser análisis que requiera espacio propio.

[19] Ese es un esfuerzo que a lo largo de décadas realizaron figuras como Hilferding, Luxemburg, Lenin o Trotski, y que desembocó en una comprensión científica del imperialismo de la época.

Después, la gran polémica que a lo largo del siglo XX desatan determinados teóricos materialistas del desarrollo con Marx y esos otros autores (en lo que se podría llamar «neomarxismo» frente a «marxismo clásico»), radica en que estos últimos habían contemplado al capital excedentario de las sociedades centrales como ‘modernizador-civilizador’ del resto de las sociedades, en cuanto que desarrollaba las fuerzas productivas e incorporaba a las grandes poblaciones del mundo a su fase de proletarización, y por tanto las situaba en el meollo de la relación Capital/Trabajo, que es la que hoy supraordena al resto de relaciones de explotación. Lo cual, si por una parte permite su desajenación respecto de órdenes seculares de dominio, por otra posibilita a la fuerza de trabajo mundial estar en condiciones por vez primera de tomar conciencia de las causas de su propia subordinación, proporcionándola la posibilidad de superar, conjuntamente, el total de órdenes de explotación. Para buena parte de los neomarxistas, en cambio, el domino de las sociedades centrales sobre las periféricas son causa del subdesarrollo crónico de estas últimas, círculo insalvable de miseria no sólo relativa, sino absoluta.

Realmente, como es sabido, si ese capital excedentario ha sido capaz de coadyuvar a cierto crecimiento modernizador-industrial en las periferias, lo ha hecho generando dependencia («desarrollo combinado y desigual»), con altas distorsiones y deformaciones económicas (típico de las tradicionales economías coloniales de enclave generadoras de un «desarrollo» industrial concentrado en ciertas zonas, incapaz por su propia esencia de arrastrar a otros sectores productivos ni de articular armónicamente la economía del país), así como una alta subordinación tecnológica y comercial, como consecuencia de la relación sistémica de dominación centros-periferias. Para seguir la carrera de las sociedades centrales, estas últimas tienen que acelerar las dinámicas de colonización interna, quemando las etapas que al capital central le costó siglos para su acumulación, generando una creciente polarización social e industrial, marginalidad de amplios sectores de la población, férreo control político (policíaco-militar) para sujetar la protesta ante las hirientes desigualdades «desestabilizadoras», a la par que se tejen macroestructuras clientelares de (pseudo)legitimación social. Por eso, las monstruosas desigualdades y descompensaciones en el interior de las sociedades periféricas, el ejercicio del poder descarnado, cuanto menos con grandes limitaciones democráticas, en la mayor parte de ellas, la barbarización y descomposición de la sociedad, deberían cuanto menos hacernos revisar el concepto de «civilizatorio» anticipado por Marx.

Por otra parte, ¿podrían repetirse hoy los procesos que se dieron cuando el sistema paneuropeo internacional se estaba formando? Entonces la exportación de capital excedente de las metrópolis a sus colonias, y especialmente aquel que iba acompañado también de exportación excedente de fuerza de trabajo, permitían en esas últimas las condiciones de acumulación de capital, generando de esta forma nuevos y dinámicos centros de acumulación. Así ocurrió con los excedentes de capital y trabajo enviados desde Inglaterra sobre todo a Estados Unidos, pero también a Canadá, Australia y Sudáfrica.