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Grandes cadenas de distribución, no gracias

Fuentes: Ecoportal.net

«La Soberanía Alimentaria (SA) es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, ganaderas, laborales, de pesca, alimentarias y agrarias que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas. Esto incluye el derecho real a la alimentación y a la producción de alimentos». La SA pretende […]

«La Soberanía Alimentaria (SA) es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, ganaderas, laborales, de pesca, alimentarias y agrarias que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas. Esto incluye el derecho real a la alimentación y a la producción de alimentos». La SA pretende construir un nuevo paradigma agroalimentario basado en la implementación del derecho a la alimentación, el acceso campesino a los recursos, unas producciones sostenibles y la priorización de mercados y circuitos de comercialización locales.

Asistimos actualmente, y de forma creciente en todo el planeta, a un empobrecimiento rural sin precedentes, agresiones ambientales en aumento, sistemas de producción y comercio de alimentos altamente insostenibles, y a una preocupante concentración de poder corporativo sobre un derecho humano básico como es la alimentación. Un control corporativo cada vez más agresivo con las sociedades y el medio ambiente. El Estado español no escapa de esta problemática, sino que la sufre directamente.

De todos los eslabones en que se basa la cadena agroalimentaria, resulta especialmente preocupante el creciente poder y condicionamiento que ejercen las grandes empresas de distribución alimentaria (GDA) sobre toda ella, especialmente sobre los productores y los consumidores. Se hace cada vez más evidente que la defensa del paradigma de la SA, de un mundo rural vivo, de unas producciones sostenibles, de unas relaciones comerciales más justas y equitativas y de una estrategia clara y consistente de lucha contra el hambre y la pobreza, pasa por cuestionar el papel de estos agentes económicos.

De esta preocupación y del trabajo que están llevando a cabo distintas organizaciones que defendemos los modelos basados en Soberanía Alimentaria, nace la necesidad de denunciar y cambiar esta situación.

El poder de la Gran Distribución

Los datos nos indican que cada vez más, las compras de alimentos por parte del consumidor final se concentran y organizan alrededor de la GDA. La GDA se está convirtiendo en la única puerta de acceso del consumidor a los alimentos y en la única puerta de los productores al consumidor. La cadena alimentaria tiene actualmente el grado de control y poder más importante en este apartado final Este hecho está implicando importantes impactos en toda la cadena agroalimentaria.

En el Estado Español el 81% de la población compra sus alimentos en la GDA y cinco empresas y dos centrales de compras controlan el 75% de toda la distribución alimentaria. En Europa, la cuota de mercado de las diez mayores empresas multinacionales de distribución, situada ahora en más del 45%, se ha más que duplicado de 1987 a la actualidad, y se pronostica para los próximos diez-quince años un grado de concentración del 70-75% de la cuota de mercado en todo el sector europeo.

Los grupos empresariales de distribución representan el punto final de la cadena alimentaria, la ventana final y visible para los consumidores. Pero se trata solamente del escaparate final de la cadena alimentaria y, sin duda, la actual revolución del supermercado tiene efectos contundentes sobre todos los eslabones de la cadena, desde los productores de estos alimentos, que ven limitada su capacidad de venta (a quién venden y por cuánto), hasta los consumidores que, inmersos en un consumismo basado en unos falsos mitos, actuamos como sujetos de unos modelos alimentarios injustos e insostenibles, para nosotros mismos y para otras regiones, unos modelos que sólo aportan beneficios a estos agentes económicos. Actualmente la GDA concentra el 60% del valor de beneficio monetario que genera toda la cadena agroalimentaria.

Los efectos de la GDA en toda la cadena

Sobre el consumidor:

Las Grandes Cadenas de Distribución, tras una aparente variedad de productos, provocan una tremenda reducción de la diversidad en la que se basa nuestra alimentación. La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) afirma que el 95 % de la actual alimentación humana proviene únicamente de 19 cultivos y de 8 especies animales. La pérdida de biodiversidad tiene, entre otros efectos, un efecto de empobrecimiento de los elementos básicos de nuestra dieta.

El espejismo de la variedad se busca añadiendo aditivos a una comida industrializada. En Europa se consumen cada año 170.000 toneladas de aromas industriales. Su número supera los 3.800 la mayoría de los cuales no tienen ningún componente nutritivo y comportan riesgos para la salud.

Para los, aparentemente, productos frescos, los criterios de larga conservación, de maduración controlada artificialmente, la posibilidad de conseguir grandes producciones al mínimo coste, su aspecto exterior son las características dominantes a la hora de elegir una variedades u otras .Todo ello se hace a costa de infravalorar, cuando no perjudicar, las características nutritivas de los alimentos. La salud y riqueza nutritiva que se ha quitado a los productos naturales pretende ser sustituida con productos diseñados con materias primas de bajo coste a la que se añaden todo tipo de aditivos artificiales (vitaminas, omegas 3…) resaltados con grandes campañas publicitarias que en muchos casos son claramente engañosas.

Somos bombardeados con ofertas publicitarias no deseadas, nuestros movimientos en el interior de sus establecimientos son estudiados minuciosamente para provocar nuestra compra compulsiva e innecesaria. Los alimentos tienen un exceso de embalaje para provocar mayores ventas. Así tenemos alimentos que duran un par de semanas en envases que tardan centenares de años en degradarse. Todo ello con costos medioambientales que pagamos todos, como ciudadanos de un planeta enfermo.

El consumidor responsable que quiere conocer quién, cómo y dónde se han producido los alimentos se topa con un muro en donde una aparente trazabilidad esconde el origen de los productos y de los procesos que han sufrido. La opacidad del recorrido de los productos es consustancial para una gran industria que difícilmente podría darle una explicación sensata. Un consumo de proximidad, con el mínimo de envases, respetuoso con el medio ambiente, equitativo y justo con los productores es imposible de encontrar en las góndolas de las grandes cadenas alimentarias. Para crear una ilusión de sus inquietudes sociales y medioambientales promueven fundaciones que dedican una ínfima parte de sus beneficios a acciones caritativas o colocan una ínfima parte de productos que llaman ecológicos o justos para ocultar su práctica socialmente injusta y ambientalmente insostenible. Muchas veces dedican más recursos a publicitar sus maquillajes de imagen que a las propias acciones que publicitan.

La GDA no está al servicio del consumidor sino que vulnera sus derechos y altera sus hábitos de consumo en función de sus intereses monetarios de máxima y rápida rentabilidad.

Sobre el productor

Denunciamos a la GDA como agente responsable de la desaparición de un mundo rural vivo, basado en explotaciones familiares y en producciones sostenibles, y su sustitución por producciones industrializadas, no campesinas, de gran escala y altamente contaminantes.

La GDA es altamente selectiva en la elección de sus proveedores, y entre ellos no se encuentran las producciones familiares, sostenibles y diversas, elige a una agricultura, ganadería y pesca industriales, no sostenibles y donde no queda espacio para los campesinos. Sus demandas referentes al tipo, cantidad y características de los alimentos que ofrece al consumidor, las exigencias de precios, contratos o pagos, por ejemplo, expulsan al campesinado familiar de este canal de comercialización que se está convirtiendo cada vez más, en el único canal existente. La GDA incide particularmente en el precio percibido por el campesino.

Como denuncia la COAG, tomando los precios al consumo y comparándolos con los precios en origen, se obtiene que los precios en origen se multiplican hasta por siete hasta el destino, existiendo una diferencia media del 420%. Especialmente significativa es la escasa participación del productor en el precio final de venta al consumidor, sobre todo en productos como la clementina (13%), la ternera (14%), el limón (20%) o la manzana (22%). Además, conviene destacar que este estudio está realizado utilizando los datos de precios en origen facilitados por el MAPA, el cual trabaja con el precio denominado (salida de almacén en origen). El precio que percibe el agricultor o ganadero es todavía menor en la mayoría de los casos.

El diferencial de precios, entre el precio campesino y el precio consumidor, es escandaloso y claramente denunciable, siendo una de las grandes fuerzas que está provocando el abandono campesino, al obligar al campesino a producir por debajo de costes. En Europa cada tres minutos desaparece una explotación campesina.

Un mundo rural vivo, con campesinos viviendo de su trabajo, produciendo alimentos sanos, nutritivos y diversos de manera sostenible ambientalmente es incompatible con la GDA.

Sobre el medio ambiente

Denunciamos a la GDA de promover la insostenibilidad ambiental. Tanto en lo referente a los modelos de producción intensivos e industrializados que demanda, como por el tipo y cantidad de alimento ofrecido no respetando para nada los ciclos naturales de los mismos (alimentos de temporada) ni los diferentes costes ecológicos de cada uno de ellos.

Por otro lado, basa su canasta alimenticia comercial en los alimentos quilométricos, la comida-fuel, obviando y externalizando los enormes costes ambientales que supone ese transporte de gran escala. Finalmente, el formato de los alimentos ofrecidos, basado en toneladas de embalajes y packaging no hace más que sumar piezas a la incuestionable insostenibilidad ambiental del modelo GDA.

La GDA y la cadena agroalimentaria que impone es una de las principales causas de la insostenibilidad ambiental, tanto en el ámbito rural, de erosión irrecuperable de recursos naturales únicos, como en la promoción de modelos de transporte y embalaje no sustentables.

Sobre el Sur

Denunciamos a la GDA como responsable de la vulneración del derecho a la alimentación y a la soberanía alimentaria de los pueblos, específicamente sobre las regiones empobrecidas. Esta vulneración se realiza tanto de forma directa como indirecta.

De forma directa, siendo la punta de lanza del modelo agroalimentario injusto, insostenible y sin campesinos descrito anteriormente. Las consecuencias de la desaparición de los campesinos del Sur son más graves que en los países del Norte si tenemos en cuenta que, en estos países, hay una importante población que vive de la agricultura. Por ello, este modelo injusto viene a ejercer una fuerte violencia contra el campesino que lucha por mantener su medio de vida.

De manera indirecta, la GDA vulnera la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación a través de la promoción de unos modelos de producción depredadores de los recursos naturales de estas regiones. La soberanía alimentaria es incompatible con la GDA, la GDA es causa directa de hambre, pobreza y subnutrición, de migraciones campo-ciudad forzada o de la violencia y vulneración de derechos humanos en el campo.

Derechos laborales

Denunciamos a la GDA por menoscabar los derechos de los y las trabajadores tanto en los países del Norte como en el Sur. La GDA basa su beneficio económico en la explotación laboral de los trabajadores/as, a quienes impone unos salarios de miseria, y una creciente flexibilización de las condiciones laborales, con ritmos de trabajo abusivos, horarios desregularizados, y sobrejornadas laborales.

La GDA basa su estrategia en el uso de mano de obra precaria y en la generalización de la precariedad laboral. La GDA niega, a menudo, el derecho de los y las trabajadores a la organización y a la sindicalización, practicando políticas anti-sindicales agresivas que vulneran sus derechos básicos, llegando a la toma de medidas represivas frente a los trabajadores/as organizados, como los despidos o el cierre de establecimientos sindicalizados.

Finalmente, la GDA impulsa un modelo de destrucción social y territorial al destruir el tejido productivo de pequeña escala rural y el tejido de pequeño/medio comercio de barrio.

Defendemos

El paradigma de la soberanía alimentaria incide transversalmente en toda la cadena alimentaria, desde la reclamación del derecho humano a la alimentación, hasta un nuevo marco de comercio internacional, pasando por modelos de producción de alimentos de proximidad que sean de base campesina, familiar y sostenible. Un elemento clave del paradigma es el del modelo de distribución alimentaria.

Parar conseguir que los productores puedan vivir dignamente cultivando productos de calidad ligados a su realidad social, ecológica y cultural, necesitamos unos mercados locales viables en base unos hábitos de consumo que lo hagan posible. Hace falta un cambio, por tanto, en nuestro modelo de consumo y de distribución que principalmente significa adoptar formas de consumo justo y responsable.

Defendemos:

– Priorizar los alimentos locales y de temporada.
– Fomentar los alimentos cultivados de forma respetuosa con la naturaleza y sus ciclos.
– Priorizar aquellos alimentos que comporten una remuneración digna para todos y todas los que participan en la cadena que trae los alimentos hasta nuestra mesa.
– Priorizar aquellos alimentos transformados ˆen aquellos productos que realmente lo necesiten- donde el proceso de transformación se haga tan cerca del productor como sea posible. Y rechazamos una transformación llevada a cabo por las grandes empresas multinacionales que promuevan un comercio injusto y un consumo irresponsable.
– Los productos de otros ecosistemas que hemos incorporado a nuestra dieta deben mantener la misma calidad social y medioambiental que exigimos a los productos locales. Esta garantía la debemos exigir a las organizaciones de comercio justo.

Para conseguir este consumo, debemos participar y apoyar a las cooperativas de consumo ecológico y a las organizaciones de comercio justo. Cuando esto no sea posible, el pequeño comercio de proximidad permite mantener el tejido social de nuestros pueblos y ciudades, genera puestos de trabajo y permite pedir información para restablecer los vínculos de confianza sobre el origen de los productos y volver a acercar el consumidor al modelo de producción. Debemos denunciar y no debemos apoyar con nuestro consumo a las grandes cadenas comerciales que hoy están en el centro del modelo comercial que arruina a miles de campesinos y que impone un comercio injusto, irresponsable e insostenible.

* Mayor información
Xarxa Consum Solidari
[email protected]

Enviado por
Red por una América Latina libre de transgénicos