«Los que manejan el miedo manejan el mundo« (Pedro Ruiz) «Los grandes acontecimientos someten infaliblemente a prueba las ideas, las organizaciones y los hombres » (León Trotsky) «El poder y la sumisión son la cara y la cruz de sociedades como la nuestra, empapadas en una locura colectiva que camina de forma convulsa y sin […]
«Los que manejan el miedo manejan el mundo«
(Pedro Ruiz)
«Los grandes acontecimientos someten infaliblemente a prueba las ideas, las organizaciones y los hombres »
(León Trotsky)
«El poder y la sumisión son la cara y la cruz de sociedades como la nuestra, empapadas en una locura colectiva que camina de forma convulsa y sin rumbo»
(Antonio José Gil Padilla)
«El capitalismo ha aburguesado a la mayor parte de la población, ha echado raíces en las conciencias de la mayoría de las personas»
(José López)
Decididamente, una sociedad donde un banquero cobra 5,2 millones de euros anuales (como Francisco González, Presidente del BBVA), mientras existen millones de personas en el umbral de la pobreza, en paro, sin prestaciones, o con trabajos precarios, es una sociedad enferma. Pero no obstante, aún no se contempla un estallido social de cierta importancia. Existen, como no puede ser de otra manera, ciertos colectivos implicados en la defensa de sus derechos, que llevan organizando mareas, movilizaciones, huelgas, protestas y concentraciones más o menos ruidosas, con el correspondiente eco mediático. Y cuando los grandes delincuentes económicos son detenidos, lo más que ocurre es la concentración de algunos cientos de personas a las puertas de los Juzgados, para proceder a increparlo/a.
Creo personalmente que la base del problema es que no tenemos conciencia, en nuestra sociedad actual, del crimen económico. No tenemos ese registro ni la gravedad del mismo en nuestro imaginario colectivo, no lo tenemos asociado a los grandes delitos que se pueden cometer contra la Humanidad. Por supuesto que en nuestro Código Penal están la estafa, la apropiación indebida, el fraude, la falsedad documental, y un montón más de delitos económicos, pero tenemos una asociación mental de ellos hacia los pequeños delitos, pero… ¿cómo valoramos socialmente la figura, por ejemplo, de un Miguel Blesa, que roba, estafa, engaña, manipula y vive a todo lujo como un auténtico parásito social a costa del ahorro y del sufrimiento de miles y miles de personas, a las que despoja de todos los ahorros de su vida?
Cuando el saqueo económico, la expropiación a la clase trabajadora y la corrupción del sistema se institucionalizan, tenemos un grave problema social. Mario Dragui, actual Presidente del BCE, en unas recientes declaraciones a The Wall Street Journal, reconoció que la Europa Social había finalizado, que no era sostenible. Esto se ha ido confirmando poco a poco, pues los Estados del Bienestar han ido disminuyendo de peso, y el empobrecimiento masivo se ha instalado como endémico en nuestra población. Por su parte, Intermon Oxfam, en su último Informe, ante la escalada de las desigualdades, advierte de que «a menos que se adopten soluciones políticas valientes que pongan freno a la influencia de la riqueza en la política, los gobiernos trabajarán en favor de los intereses de los ricos y las desigualdades seguirán aumentando«. Y como consecuencia de esta política neoliberal europea, la Eurozona se ha consolidado como un espacio económico asimétrico de acumulación de capitales, donde las economías periféricas, como la de España, se verán condenadas a largos períodos sin crecimiento.
Las políticas de austeridad desarrolladas por las élites europeas demuestran la hegemonía respecto al mundo del trabajo, que ha permitido romper las condiciones bajo las que se había creado el Estado del Bienestar. Como podemos comprobar un día si y otro también, la Eurozona no avanza en un proyecto político federal ni de cohesión social, y se mantiene únicamente en el terreno monetario, que junto a la libertad de capitales, bienes y servicios, configuran un gran mercado que facilita la dominación de unas clases sobre otras, además todo ello taimado bajo la aparente neutralidad de los mercados. Y bajo este caldo de cultivo, surgen iniciativas como la comercialización por parte de los banqueros de productos engañosos y fraudulentos, que están destinados únicamente a desposeer de recursos a la clase trabajadora, y aumentar el capital circulante para las élites financieras. Y esto es porque, a pesar de que continuamente estamos informados por los medios de comunicación de actos y decisiones contra los intereses de los más débiles y desfavorecidos, no tenemos realmente conciencia de la gravedad de los mismos.
Se nos mueve la conciencia ante, por ejemplo, una pequeña expropiación de productos en un supermercado, en una gran superficie que gana diariamente miles de millones en beneficios, que explota a su personal, y cuyos dirigentes aparecen también en los papeles de Bárcenas (véase cómo la complicidad de la clase dominante es casi perfecta). Pues nos escandalizamos ante esto, ante un simple acto de expropiación simbólica de un carrito de comida, de productos de primera necesidad, o de material escolar, para donarlo a personas necesitadas, pero en cambio no se nos mueve la conciencia ante el avieso despilfarro que la clase dominante ejerce de forma continua. Nos rasgamos las vestiduras si nos informan de asesinatos, secuestros, extorsiones, etc., pero en cambio vemos como «tolerable socialmente» (incluso democrático) todo el plantel de decisiones, reglamentos y decretos que están minando la vida de millones de personas en nuestro país, pues recortan nuestros derechos sociales, laborales, económicos, civiles y políticos.
El perfecto ejemplo lo tenemos en la práctica del escrache, donde muchas personas se escandalizaban ante la «violencia» de abordar a personajes públicos en su domicilio o en algún establecimiento, pero en cambio asistíamos con cierta complacencia o «normalidad democrática» a las criminales y crueles decisiones que dichas personas tomaban desde su escaño. Hemos llegado a la perversión social de considerar más grave sacar un carro de comida sin pagarlo de un supermercado, que una familia sea desalojada de su casa. Pero los ejemplos no acaban aquí, ya que nuestra legislación y nuestros gobiernos títeres del gran capital, permiten por ejemplo que empresas con pingües beneficios, como actualmente sucede con Coca-Cola, estén planteando el ERE y la deslocalización de parte de sus fábricas. Hemos de recuperar la visión social de la justicia, de la igualdad, de la cohesión social, que la crisis (mejor dicho, el capitalismo) también nos ha hecho perder el norte sobre esto.
Necesitamos recortar la distancia ética que existe, que tenemos como sociedad, entre un crimen que consiste en quitar, sesgar, mutilar, secuestrar la vida de otra persona, con respecto a aquél otro crimen que consiste en impedir que dicha persona pueda vivir con un mínimo de dignidad humana, privándole y eliminando paulatinamente todos los recursos a su alcance. Ambos crímenes son igualmente execrables. ¿Cómo es posible que se juzgue y condene a una persona por «enaltecimiento del terrorismo» si declara abiertamente la necesidad de emprender acciones violentas contra la clase dominante, pero en cambio no se considere delito verter opiniones y expresiones como que, por ejemplo, los salarios de los trabajadores/as deben ser recortados un 10%? Máxime teniendo en cuenta que quienes lo proponen, cobran como mínimo del orden de 50, 100 o mil veces más que el promedio de la clase trabajadora.
Todo ello ocurre porque no tenemos conciencia del crimen económico. Un crimen tan brutal como cualquier otro. Un crimen que se perpetra contra la Humanidad, a través de su progresiva desposesión, amparada en crueles e inhumanas leyes que degradan la vida humana hasta sus últimas consecuencias. Hemos de elevar el listón de lo que se conoce socialmente como crimen económico, y comenzar a catalogar ciertas decisiones políticas, así como cierto tipo de declaraciones, como pertenecientes a la categoría de «crimen económico», para así comenzar a dotarnos de la conciencia sobre la gravedad del camino a donde nos conducen las políticas que actualmente se están desarrollando, que constituyen velados atropellos contra la dignidad de la existencia humana. Hemos, en definitiva, de perfilar y definir perfectamente los límites del crimen económico, sus supuestos y condenas, e incluir todo ello en el Código Penal.
De esta forma, los dirigentes de la OCDE, del FMI, de la Comisión Europea, y de todos sus gobiernos títeres, estarían en la cárcel por crímenes de este tipo. En sentido general, por crimen económico debe entenderse cualquier acción que resulte en menoscabo de los derechos fundamentales y de la protección social de las personas, incluyendo las posibles manifestaciones que declaren abiertamente su apología. Sabemos que están recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el Pacto Europeo de Derechos Económicos y Sociales, y en la Carta Social Europea, entre otros muchos solemnes documentos, pero a la hora de la verdad, son papel mojado. Por cierto, lo mismo que nuestra Constitución.
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