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Guerra a delitos contra la naturaleza necesita de la ciudadanía

Fuentes: IPS

No es exagerado decir que estamos frente a una «crisis de la vida silvestre», exacerbada por las actividades humanas y no solo por las criminales, devenidas en un gran negocio lucrativo. Cualquiera sea nuestra definición de delito contra la vida silvestre, en términos de volumen anual, se asemeja al tráfico de drogas, de armas y […]

No es exagerado decir que estamos frente a una «crisis de la vida silvestre», exacerbada por las actividades humanas y no solo por las criminales, devenidas en un gran negocio lucrativo.

Cualquiera sea nuestra definición de delito contra la vida silvestre, en términos de volumen anual, se asemeja al tráfico de drogas, de armas y de personas, y las ganancias ascienden a miles de millones de dólares al año, que luego usan organizaciones delictivas y rebeldes para librar guerras en distintas partes del mundo.

Con 7.000 millones de habitantes en la Tierra, es tentador encogerse de hombros y decir: «¿Qué diferencia puede hacer una persona?».

Con esa actitud se corre el riesgo de repetir la «tragedia de los comunes», cuando todos toman decisiones que parecen racionales en beneficio propio. Pero es un enfoque miope que socava el bien común y, en última instancia, siembra las semillas de la propia decadencia.

Con 7.000 millones de habitantes, también es tentador decir que la necesidad de alimentos, refugio y bienestar está antes que la conservación de la naturaleza, pero las dos cosas no son necesariamente irreconciliables.

Nada más alejado de eso, las dos van de la mano y son totalmente compatibles, un uso no consumista de la vida silvestre, como la observación de ballenas y los safaris, ofrecen un medio de vida sostenible para miles de personas.

La extinción es un fenómeno siempre presente; algunas especies que pierden su nicho especializado o son desplazadas por competidores más agresivos o, en el caso de los dinosaurios, aniquilados por un meteorito.

El número de especies que se extinguen crece con rapidez, a un ritmo que no puede atribuirse solo a causas naturales, y está claro que la huella humana pisa fuerte en el acelerador.

En Sudáfrica se registra un número sin precedentes de muertes de rinocerontes para extraerles sus cuernos; la demanda de marfil deja a los elefantes al límite; los tigres quizá aumentaron en India en los últimos tiempos, pero la población salvaje y el espacio ocupado por los felinos son apenas una fracción de lo que fueron a principios del siglo XX.

No solo perdemos piezas fundamentales del complejo rompecabezas de los ecosistemas, perdemos elementos de nuestro patrimonio natural, que contribuyen a la sociedad y a la cultura de la humanidad, sino que también la esencia de las actividades sostenibles que crean empleo en el sector turístico, generan divisas y significativos ingresos tributarios.

Los delitos contra la vida silvestre no son abstractos. Nos afectan a todos, y las personas pueden hacer mucho más de lo que se imaginan para marcar una diferencia.

Comprender las consecuencias de la matanza de animales y subrayar la conexión entre la caza furtiva, por un lado, y las organizaciones criminales y/o terroristas, por otro, ha sido extremadamente útil para fortalecer los mensajes políticos y persuadir a la gente de que debe exigir más.

A los grupos criminales les preocupa poco la suerte de los animales, ya sea el ejemplar que matan o la supervivencia de las especies. No se inmutan por disparar contra los guarda-parques que se les interponen. Pero sí les importan las ganancias y la gran demanda de marfil de los mercados de Asia Pacífico, que disparó su precio hasta las nubes; y no es que los cazadores furtivos o los artesanos se lleven una parte importante de la torta.

Si la demanda desaparece, el precio cae y la matanza de elefantes por el marfil no será más un negocio rentable. Los criminales tendrán que encontrar otra fuente de ingresos; de todas maneras tendrán que hacerlo pronto, pues la vasta caza furtiva no dejará animales para dentro de 30 años.

La máxima de «agárralos cuando todavía son jóvenes» se aplica a muchas cosas, no solo al ambiente. Los integrantes más jóvenes del hogar influyen en el comportamiento de la familia en materia de reciclaje, ahorro de energía y de agua, compra de alimentos y varios otros «aspectos verdes». Por eso es fundamental crear conciencia entre los más jóvenes de la necesidad de combatir los delitos contra la vida silvestre.

La lucha debe realizarse en diversos frentes. Ya está en el radar de los gobiernos y la presión de la sociedad civil puede ayudar a mantenerla como prioridad en su agenda.

La ciudadanía tiene un papel fundamental para mantener la presión sobre los gobiernos, ya sea de forma individual o colectiva, mediante grupos de presión. También pueden cambiar su propio comportamiento y minimizar su huella en el planeta.

No debemos subestimar la seriedad de los delitos contra la vida silvestre, pero tampoco debemos desestimar el posible impacto de las acciones individuales en tanto que consumidores, clientes o votantes.

Editado por Phil Harris / Traducido por Verónica Firme.

Fuente original: http://www.ipsnoticias.net/2015/03/guerra-a-delitos-contra-la-naturaleza-necesita-de-la-ciudadania/