Las empresas de biotecnología están seguras de que ya inventaron algo para lograr el control total de los pueblos campesinos: nuevas semillas transgénicas incapaces de reproducirse, apodadas Terminator. Los agricultores de India que apostaron al algodón transgénico en los noventa quedaron atrapados en deudas impagables por el alto costo de las semillas, sus insumos agroquímicos […]
Las empresas de biotecnología están seguras de que ya inventaron algo para lograr el control total de los pueblos campesinos: nuevas semillas transgénicas incapaces de reproducirse, apodadas Terminator.
Los agricultores de India que apostaron al algodón transgénico en los noventa quedaron atrapados en deudas impagables por el alto costo de las semillas, sus insumos agroquímicos y una plaga imposible de erradicar. Deudas tan terribles de las que sólo se pueden librar quitándose la vida. Más de 40 mil campesinos se han suicidado por esa causa. Más del 90 por ciento de quienes se suicidaron en 2005 habían sembrado algodón transgénico de Monsanto.
El último modelo de transgénico son semillas que producen un veneno y se autointoxican después desarrollarse lo suficiente para servir como grano procesable. Esta invención es el gran orgullo de las empresas de biotecnología, pues la pueden aplicar a todo tipo de cultivos independientemente de la forma en que se reproduzcan. El arroz y el trigo, que no llamaban mucho la atención de las empresas porque al cruzarlos no había forma de introducirles características de interés comercial, se convierten en las víctimas más urgentes de Terminator, pues alimentan al menos a una tercera parte de la humanidad.
La idea «genial» detrás de los transgénicos es que quien controle las semillas, y más aún, los genes de las semillas, tendrá el control de toda la cadena alimentaria. Ni con los híbridos ni con los transgénicos las empresas pudieron obtener el control que ahora sueñan con Terminator. Con las semillas suicidas se acabará, en dicho de las empresas, el desorden en la agricultura: a las semillas híbridas, los campesinos les quitan lo malo y las incorporan a su familia de semillas. A las transgénicas, las han pirateado, dejando de pagar derechos a las empresas por cualquier beneficio obtenido. Se terminarán las «variedades obsoletas» y los campesinos dejarán de hacer lo que ha mantenido la vida en el planeta: criar semillas. También se acabarán muchas variedades de insectos y animales (pues no se sabe bien qué ocurrirá a quien coma esas semillas que se autointoxican), y se devastarán los cultivos que se contaminen, pues la semilla que nazca será suicida también. Semillas suicidas. En realidad, semillas genocidas.
Terminator, la tecnología de protección de genes o de restricción del uso genético es un invento que acota la vida desde lo más íntimo, y desde allí, desde ese núcleo invisible, busca asegurar la destrucción de la autonomía campesina. ¿Cuál autonomía campesina? La que contundentemente y sin alardes resuelve la vida de 1 400 millones de personas, la cuarta parte de la humanidad. La humanidad que cuida la tierra, que resguarda la diversidad de plantas y animales, que asegura el fluir infinito del agua, que tiene la posibilidad de producir sus alimentos, es decir, ser dueños de su existencia sin rendir cuentas a las transnacionales. La humanidad que produce al menos el 20 por ciento de toda la comida del mundo.
Las empresas sienten como una ofensa personal la crianza de los cultivos, el que haya redes de semillas nativas, que haya quien ejerza una relación directa con la tierra, que exista la posibilidad del autogobierno comunitario. Que la cuarta parte de los habitantes del planeta sean campesinos que gestionan su propia existencia es un desafío directo a su poderío.
La guerra biológica contra los campesinos, en una fase más cruenta de lo que ha sido la revolución verde, está a punto de comenzar, si en las reuniones del Convenio de Diversidad Biológica de la onu se da luz verde a la venta de semillas Terminator (esto se discutirá en Brasil, las próximas dos semanas). Los coyotes mundiales de los alimentos quieren burlar y controlar el secreto de la vida de las comunidades (que es la vida de la humanidad), transmitido por las hormigas y los pájaros en las historias mayas, o custodiado en las casas sagradas del maíz de los pueblos wixárika.
El ciclo agrícola campesino, ejercicio de una relación sin intermediarios entre la comunidad y el territorio y sus frutos, que incluye no solamente los «insumos agrícolas» sino también las celebraciones, las enseñanzas, las historias, el emparentarse y resolver en colectivo, es el botín que codician los vendedores de Terminator. No para suplantar a los agricultores sobre la parcela, sino para transformarlos irreversiblemente en cualquiera de los tipos de esclavos modernos, en el campo y en la ciudad, de cuya sangre se alimenta el capital.
Sería inalcanzable e imposible suplantar en la milpa el conocimiento profundo que han construido miles de pueblos durante 12 mil años. La sabiduría de enfrentarse a todos los vientos, lluvias y soles imaginados; tratar con el sinfín de suelos y animales, o persistir ante el paso de las revoluciones políticas, luchas armadas y gobiernos del cambio sería demasiado para la lógica burda de las empresas que sólo piensan en ganar más y más. La ruta segura es la destrucción de la vida campesina desde sus fundamentos.
Ya se saben los horrores, con todo detalle. Los países de África han opuesto su voz desgarrada desde 1998 a la invasión de las semillas genocidas. Cimbrar la onu es una tarea de héroes solitarios que ofrecen su último aliento ante la catástrofe (los negociadores africanos se cuentan entre quienes de manera más necia han frenado, hasta ahora, la comercialización de Terminator). Es necesario. Cada día más organizaciones de todo tipo, en todo el mundo, profieren alguna maldición contra esta tecnología de control genético.
Sin embargo, insistir en el ciclo campesino, de saberes ancestrales, es camino cierto e inmediato: hablarle al maíz en su idioma, honrar los primeros frutos, heredar un puñado de semillas de los abuelos el día de la boda, experimentar con los granos más rozagantes, negarse a individualizar las tierras, desconfiar de los que nos piden registrar el agua que hacemos fluir cuando cuidamos los bosques, ganar un pleito agrario contra los narcos o los ganaderos o los empresarios; es decir, seguir siendo campesinos, cobra más fuerza que nunca en esta época en que la ciencia bizarra cree que con algunos genes puede destruir esto que aquí se describe nomás un poquito.
La fuerza contra Terminator reside en la persistencia de los sembradores que mantienen viva la posibilidad de escaparse del mercado, que saben del orgullo de tener su saber tecnológico en sus manos, que habitan en los rincones del planeta densos de plantas y animales y espíritus, donde los bosques cuidan la asamblea y la fuerza del agua que llueve, riega y corre nos mantiene alerta. La fuerza contra Terminator está en los lugares del planeta donde las semillas son respetadas como a un igual que carga en su ser la vida que garantizará la existencia por siempre de las comunidades.<>
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Verónica Villa: integrante del Grupo de Acción sobre Erosión, <>Tecnología y Concentración
(Grupo ETC). Para profundizar esta información, consulten www.etcgroup.org
http://www.jornada.unam.mx/2006/03/20/oja107-maiztransgen.html