Dicen que el paro nos da una tregua. Según la Encuesta de Población Activa, en el tercer trimestre, se ha reducido el paro en 70.800 personas. Que 69.900 ha encontrado empleo. Pero que aún quedan 4.574.700 de parados. Antes de que el dato pase a ser una estadística más y caiga en el olvido, es […]
Dicen que el paro nos da una tregua.
Según la Encuesta de Población Activa, en el tercer trimestre, se ha reducido el paro en 70.800 personas. Que 69.900 ha encontrado empleo. Pero que aún quedan 4.574.700 de parados. Antes de que el dato pase a ser una estadística más y caiga en el olvido, es importante valorar qué significa esta «tregua» que, según los optimistas, nos da el paro.
Por de pronto, la preocupación por el paro no desciende y sigue siendo el problema más importante según la mayoría de la población.
¿Estamos ante una verdadera tregua? ¿Cómo la podemos calificar?
Para las víctimas del paro, esta supuesta tregua es «más de lo mismo», ofende su dignidad como personas e irrita a todos quienes, mes a mes, viven la angustia de no tener con qué sobrevivir.
Es una «tregua trampa». Hay menos parados porque hay más precarios. Los efectos de la Reforma Laboral, lejos de ser beneficiosos para los trabajadores, como augura el Presidente Zapatero, lejos de aumentar la estabilidad en el empleo y extenderse el contrato de fomento del empleo fijo, lo que está provocando es que se esté destruyendo más empleo fijo y se esté sustituyendo por empleo eventual. Así, está claro, la patronal emplea esta tregua para «rearmarse».
Los empresarios, verdaderos responsables del paro, están imponiendo, «mediante la violencia del despido», lo que no están dispuestos a negociar en ninguna mesa de diálogo social. Están enrocados en su discurso rígido e inflexible: «para crear empleo exigen más facilidades por parte del Gobierno y, sobre todo, de los trabajadores». Quieren salarios más bajos, quieren que produzcamos más, quieren poder disponer de los trabajadores y trabajadoras a su antojo, quieren que les permitan no cumplir los acuerdos que firman y también quieren que les rebajen las cotizaciones a la Seguridad Social. Y no quieren que el Gobierno se entrometa en su actividad económica, creando empleo, porque ello representaría una «competencia desleal» que atentaría contra la libertad de empresa que propugna la Constitución. Ellos son los «únicos interlocutores válidos» aunque no se presenten nunca a las elecciones. Lo peor es que nadie les dice que sus pretensiones «están trasnochadas», que están aumentando la división entre las dos españas, la de los que necesitan trabajar para vivir y la de los que necesitan que otros trabajen para ellos enriquecerse, porque, en realidad, mediante sus empresas de información, han creado la sensación de que lo que ellos pretenden es lo natural, lo único posible, lo inevitable. De hecho, los «mediadores internacionales», entidades que no son premios Nobel, precisamente, como el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, el Banco Central Europeo y, sobre todo, los llamados «mercados financieros», les dan la razón. Y, si no lo hiciesen, rápidamente les descalificarían diciendo que están mal informados, que «no conocen la realidad interna de nuestro país». Y el Gobierno colabora, obedece a los que tienen el dinero, o calla, con tal que le dejen seguir gobernando.
Para el conjunto de los trabajadores, esta tregua que «nos da unilateralmente el paro» es «insuficiente por insignificante». Rebajar la tasa de desempleo en unas décimas, cuando, hasta ahora, sobrepasaba el 20%, para nosotros es ridículo e insultante. Llevamos muchos años asistiendo a mensajes sobre la evolución del desempleo y el problema sigue ahí. Es pura retórica, es un discurso en el que ya no creemos. El único comunicado que esperamos es que los empresarios «han entregado, de forma definitiva y verificable, sus armas», la propiedad de las empresas, nos han devuelto lo que por nuestro trabajo nos pertenece. Como sabemos que eso no lo van a hacer voluntariamente, nuestra política «no debe cambiar ni un ápice». Debemos seguir nuestro acoso, debemos arrinconarles con todos los medios a nuestro alcance, legales o semilegales. Debemos, ahora más que nunca, unirnos todos los «demócratas trabajadores y trabajadoras». Debemos dar un mensaje claro de apoyo a las víctimas, los parados. Debemos, por encima de todo, defender nuestro estado de derecho, basado en el trabajo, en la cooperación social, en la solidaridad, en la dignidad.
Aunque suene a ciencia ficción, este es nuestro único discurso válido.
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