La Tierra hace aguas. Se hunde. Es cuestión de tiempo. Poco tiempo. Dicen los expertos, el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, que este siglo veintiuno el planeta se calentará, y derretirá, más rápido de lo previsto. Las temperaturas subirán entre 2 y 4,5 grados centígrados. Un infierno. El 30% de las […]
La Tierra hace aguas. Se hunde. Es cuestión de tiempo. Poco tiempo. Dicen los expertos, el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, que este siglo veintiuno el planeta se calentará, y derretirá, más rápido de lo previsto. Las temperaturas subirán entre 2 y 4,5 grados centígrados. Un infierno. El 30% de las especies correrán grave riesgo de extinción. El aumento del nivel del mar amenazará costas, islas y grandes ciudades, como Shangai o Buenos Aires. Nos vamos a pique. Sálvese quien pueda.
«El mundo gira despacio para que los lagos y los ríos no se rebosen», desveló hace varias décadas la poeta estadounidense Hilda Conkling. Según Naciones Unidas, es «muy probable», una probabilidad de más del 90%, que las actividades humanas sean las culpables del calentamiento del planeta. El hombre conduce. Y sin límite de velocidad. En Indonesia, en 2030, el mar subirá 89 centímetros más y 2.000 pequeñas islas, en su mayoría deshabitadas, quedarán sumergidas, desaparecerán del mapa. La prisa mata. Ahoga.
No está todo perdido. Aunque lo parezca. Terca, sorprendente, la vida asoma, y respira, por las más inesperadas rendijas. Sucedió hace unos días. El presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, de visita oficial en Turquía, se descalzaba para entrar a la mezquita de Selimiye y sus zapatos dejaban al descubierto dos maravillosos agujeros en la punta de los calcetines, en sus dedos gordos. Wolfowitz, el subsecretario de Defensa estadounidense, el ideólogo de la invasión de Irak, el guerrero reconvertido en banquero, el todopoderoso… Los calcetines rotos del presidente están gritándole al mundo: «¡El emperador va desnudo! ¡El emperador está acabado!».
Pequeños gestos. Cosas chiquitas. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», proclamó Arquímedes. Dos agujeros, y lo salvaré de morir asfixiado, ahogado. Dos agujeros. Dos utopías. Una. Darle vuelta al calcetín. Al mundo. Dos. Zurcirlo. Entre todos. Hasta dejarlo nuevo.