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Hablemos de mujeres

Fuentes: sinpermiso.info

Estamos ante elecciones que se autodefinen como constituyentes. Y no se habla de mujeres. Son la mitad del país, incluso un poco más, y en política cuentan menos que en cualquier otro campo. Hay mujeres jefes de estado y de gobierno en los países occidentales y en los países del tercer mundo. Que en estos […]

Estamos ante elecciones que se autodefinen como constituyentes. Y no se habla de mujeres. Son la mitad del país, incluso un poco más, y en política cuentan menos que en cualquier otro campo. Hay mujeres jefes de estado y de gobierno en los países occidentales y en los países del tercer mundo. Que en estos últimos sean normalmente mujer o hija, huérfana o viuda de un ilustre difunto es un arcaísmo pero, en comparación con una tradición que no admitía mujeres en el poder , esto es una ruptura. En los EE UU la abogada Hillary Clinton concurre, también ella, con el apellido de su marido, porque es el ex presidente Clinton. En Italia no hemos llegado ni tan siquiera a esto, y alcanzarlo no le parece urgente ni a las derechas ni a las izquierdas. En Francia Nicolás Sarkozy ha formado su gobierno a partes iguales entre hombres y mujeres. Más hábil que nuestros machos momificados, con tres de ellas ha matado dos pájaros de un tiro: la magrebí y la senegalesa son, desde un punto de vista social, dos fieras, la feminista no ha continuado. Es cierto que Sarkozy interviene sobre todo y sobre todos, sean machos o hembras, pero en tanto que monarca es un individuo mucho más avisado que los nuestros.

Los cuales no aciertan a proponer un mitad y mitad, no digo para el gobierno, sino ni tan siquiera para las listas, dejando que el sexismo ordinario del electorado reduzca la presencia femenina. Por todo ello quiero proponer -no por primera vez y, al igual que lo ha hecho recientemente la UDI [Unión de Mujeres en Italia]- que las cámaras estén compuestas mitad de hombres y mitad de mujeres. Al menos mientras exista en Italia, y la cosa dura más de medio siglo, una democracia que discrimine el género. En conclusión, el macho político italiano está todavía un buen trecho por detrás respecto de la simple emancipación. Y las mujeres italianas, ¿cómo son? De ellas conocemos las fracciones minoritarias que han accedido a la palabra, y los números mudos de las estadísticas, las imágenes de la TV.

Extraer consecuencias de éstas es arriesgado: llorosas, en el mercado, contadas veces empresarias brillantes, ministros escasas veces, cero secretarias de partido, cero secretarias de las confederaciones sindicales (ha llegado antes la… Confindustria [organización de la patronal italiana; T.], alguna insignificante profesional y una gran masa de «azafatas de televisión», todas ellas chicas monas, todas ellas iguales ¿ Es éste un muestreo válido del país? No lo sé. En una ocasión la televisión de la región campana decidió organizar seriamente cursos de formación profesional para las aspirantes a azafatas de televisión.. Traducido esto en términos de «deseo político» ¿qué es lo que son? ¿Emancipadas? Sí al menos en relación con el estereotipo del ama de casa. Si llegan a hacerse conocer están en condición de mandar a freir espárragos al marido. Salvo que se acuerde un adecuado justiprecio. Pero si emancipadas significa que desean ocupar el lugar de los hombres, yo no lo diría. Las emancipadas que lo desean son relativamente escasas, con excepción de la enseñanza, donde constituyen la mayoría, pero allí no empuñan las riendas, ni la reforma del sistema ha sido propuesta por mujeres significadas. En cuanto a la masa de chicas monas están llegando a profesionalizar (precariamente) el clásico deseo masculino, y nuestro, igualmente clásico, exhibicionismo, sin mucho gasto ni transgresión. Resulta difícil de imaginar qué idea de sociedad tienen Como las hogareñas por elección, aunque siempre un poco menos, pero con la extravagante componente propia de las chicas emancipadas y desinhibidas de 1968. Extraña generación que, llegada a un cierto punto, prefiere la seguridad, cosa que mamá en su momento no hizo. Deben de ser electoras tendencialmente democráticas, quizás «reformistas»

Después están aquellas que hablan. También de política, emancipadas o feministas. El deseo de las primeras, que a menudo han tenido un pasado feminista Light, es abrirse un hueco en el arco político existente. Con una cualidad de más o de menos, en relación con los hombres: son capaces de «abandonar» . Resulta interesante la trayectoria de decenas de miles de administradoras locales, a menudo excelentes: uno o dos periodos como consejeras, asesoras o alcaldesa, y después se marchan. Y no airadas o por desilusión, sino por deseo de hacer otra cosa. Esta característica es importante para comprender cuánto cuenta la política para la mujer que se ha metido en ella: es raro que mueran como políticas. ¿Es esto una garantía de equilibrio?¿Es algo que se asemeja al desinterés personal? Y mientras tanto, medio siglo de administraciones locales ¿han cambiado o no el poder local? ¿Han modificado las reglas de juego? ¿Acrecentado la autonomía?

Creo que no. De un modo no distinto al de las instituciones nacionales, en las locales, las mujeres no han reclamado, y aún menos obtenido, cambios ni en cuanto a los fines ni en cuanto a las reglas.

Y de aquí surge la áspera relación entre las feministas y el ámbito político. Es inútil darle más vueltas. Allí donde en principio debían haber sido escuchadas, es decir, en la izquierda -fue un penoso error por parte de uno de sus grupos creer que podrían abrirse hueco en la derecha a través de lady Dy, de Irene Pivetti – los líderes de la misma se deshacen en palabras pero predican poco con los hechos. Los hombres de la izquierda engañan o se engañan a sí mismos, las mujeres de la izquierda protestan. Desde lejos, escribiendo con amargura sobre la irreversible crisis de la política, o desde cerca, organizando protestas sobre objetivos indiscutibles, como el de la violencia, pero muy poco arreglándoselas fuera. Qué dirigente masculino osaría decir: «Para concluir: si el marido la machaca (una de cada tres mujeres es maltratada en Francia) o la amenaza (idem una mujer cada tres días) se las va a cargar» Nunca ninguno. Únicamente si alguna le apremia agriamente con la pregunta: ¿No te preguntas por qué los de tu sexo continúan matándonos?» El líder condena sinceramente, pero piensa: aquellos no son como yo, son perversos o asesinos, carne de presidio. No barrunta ni de lejos que la brutal negación física de ellas guarde relación con la negación simbólica que lo induce a discriminarla de los cargos de responsabilidad («no lo sabría hacer»)

En política permanece inexplorada la oscura zona del conflicto milenario entre los sexos. Sobre todo en Francia y en Italia donde las «emancipadas» que participan en el poder eluden el tema, y las feministas, muy diversas entre sí, no participan gran cosa en el primero de los países y rompen los puentes en el segundo. No es algo de poco interés preguntarse sobre por qué resulta tan profunda o, está en sí misma sin resolver, aunque alguna mujer la practica, la separación entre consciencia y participación feminista y consciencia y participación política. Pienso en las recientes entrevistas de nuestro diario a Ida Dominijanni, Judith Butler y a Wendy Brown (IL Manifesto 24 de marzo). Butler está comprometida a fondo en los dos ámbitos, explora la zona oscura en términos subversivos proponiendo la intersexualidad como norma -«Gender Trouble»- y tomándose a pecho, y no vagamente, temas candentes de la política actual de los EE UU. Es esta probablemente una tradición intelectual distinta, puesto que no es que las europeas sean menos radicales, probablemente el sistema político americano es tan cerrado -para hacer un presidente (o un gobernador) se necesitan cientos de millones y casi dos años de campaña electoral a tiempo completo- que tomar la palabra en política no es algo que se realice a través de instituciones y partidos, o se hace directamente o no existe otra posibilidad. En resumen se interviene en política a fuerza de tesón y de ser competente dentro de su especialidad en la sociedad civil, consideran militancia política y militancia femenina un todo, tal como en mi opinión, realmente lo son. ¿No abarcan ambas el sistema de relaciones? En Italia no. Quizá por el retraso de la emancipación como consecuencia de la presencia de una jerarquía católica invasora. Ha sido más la modernización capitalista de la sociedad que la que ha hecho avanzar la política.

Quizá al haberse formado el primer y el segundo feminismos en estrecha relación con la izquierda; el primero con el PCI y con el PSI, y el segundo -aunque no tan estrechamente relacionado- con el 68 y con la revolución que éste acarreó en los paradigmas de lo político durante los años 70, y que acabó por ser la única verdadera transformación cultural que se ha mantenido en pie, minoritaria pero irreversible. Más que en Francia y que en Alemania, en mi opinión

Pero su contigüidad originaria con la tradición «marxista» -marxista más como práctica ética y emoción que como elaboración teórica, lo que es una característica de toda la izquierda italiana- ha llevado a las mujeres a un cortocircuito: rápido desarrollo y rápida desilusión, incluido 1968, y lo que es peor, con los sucesivos grupos extraparlamentarios. Vibra aún encogida una cuerda que se ha roto. Los unos no comprenden a las otras y viceversa, hasta llegar a ignorarse, más allá de toda sensatez, como si fuesen dos sectores de experiencia y competencia excluyentes (Es necesario recordarle esto a las mujeres, dice él. La política no me interesa dice ella)

No resulta factible hacer un mapa de los grupos feministas italianos. Precisamente porque son, en mi opinión, más difusos y fragmentarios, se corre el riesgo de verter juicios fáciles. Pero, aunque de forma muy sumaria, se puede apuntar que las posiciones principales respecto al «hacer» político son dos. Una ve en el conflicto entre los sexos una constante metahistórica, o cuando menos, originaria, irresuelta porque está interiorizada pero de forma no explícita, ciertamente, entre los hombres y en gran parte de las mujeres; y mientras permanece así, el conflicto no consciente de sí mismo mutila y conforma uno y otro sexo, recíprocamente confusos, dolientes. Ahora atravesados brutalmente por las biotecnologías que tienden a modificar la puesta en juego de la reproducción. De aquí la oscilación entre el rechazo conservador de la iglesia, el interés por la libertad de la ciencia (presumiblemente) desinteresada, y un rechazo femenino en nombre de un derecho primario y auténtico que no es reconocido ni por la iglesia ni por la ciencia y, como ha demostrado el referendum sobre la reproducción asistida, a menudo, tampoco por las mismas mujeres

La segunda posición, que en el inicio deriva de Luce Irigaray, ve más que el conflicto -el conflicto es, de cualquier forma, una relación-, una heteronomía de los sexos que daría lugar, a horcajadas entre naturaleza e historia, a una diferencia insuperable. Y, por lo demás, ¿por qué superarla? En el momento en que la mujer destruye el presunto universalismo de lo masculino (el patriarcado) y reconoce el propio sexo como principio de sí misma -incluso se había sugerido una «especie humana femenina»- se descubre como un valor , se da una genealogía y un orden simbólico (materno, en vez de paterno), la revolución ya se ha producido, el patriarcado, si aún no ha terminado, está ya dañado. Una vez llegados a este punto, o las mujeres se separan escindiéndose (la comunidad de Escamandrio, de Christa Wolf) o permanecen en el mundo interviniendo en él como un conjunto interrelacional autónomo, que responde a sus propios principios.

Sobre todo para la segunda posición el sistema político, con el que ha tenido inútilmente encuentros y desencuentros, y con éste la totalidad del pensamiento político de la modernidad, aparece marcado por un solo código, el de lo masculino, y también el léxico, y el lenguaje. Un vez llegados a este punto, el diálogo resulta imposible. Redescubrirse en la propia interioridad desvaloriza toda pretensión de universalismo como es , muy especialmente la constitución de un derecho, punto central de la política.

La advertencia: «No creáis que tenemos derechos» se convierte fácilmente en un: «El derecho no nos importa». Basta fijarse en la suerte de las mujeres que han entrado en la poderosa máquina de las instituciones para tener la confirmación de esto que parece un exceso.

Pero lo mismo vale para quien no llega a este límite de escisión y ha tratado de participar o al menos de colaborar con el sistema político para no aislarse confiando introducir una cuña, una duda.

Así estamos. No parece que las formas y las figuras actuales de la política o de los partidos sean conscientes de ello o al menos lo consideren un problema. No la derecha o el centro católico, para los cuales tal problema no existe. Tampoco el partido democrático encenagado entre la cultura católica y una laica que reniega del pasado y toma prestado de aquí y de allí que no existe. Pero no está claro tampoco que haya sido ni tan siquiera barruntado por ese organismo en construcción que sería la Izquierda Arcoiris, a la que el Partido democrático haría trizas de buena gana .No está claro si son conscientes de eso ni tan siquiera las culturas de la autonomía.

¿Pero es que hay alguien que pueda sostener seriamente que sin coger este toro por los cuernos -esos toros, porque de lo que se está tratando es del tema fundamental de las relaciones- una convivencia moderna o postmoderna civil pueda llegar a darse? Yo no lo creo.

* Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado], Einaudi, Roma 2005.

Traducción para www.sinpermiso.info: Joaquín Miras