Daiichi, Fukushina, febrero de 2019 Mi compañera suele preguntármelo: ¿y qué pasa con Fukushima? ¿Todo pinta a las mil maravillas? ¿Ya no hay peligro? ¿Todo está solucionado? ¿No será que se habla poco de lo que debería hablarse algo o mucho más? ¿No estamos aquí, como en el caso de la industria criminal del […]
Daiichi, Fukushina, febrero de 2019
Mi compañera suele preguntármelo: ¿y qué pasa con Fukushima? ¿Todo pinta a las mil maravillas? ¿Ya no hay peligro? ¿Todo está solucionado? ¿No será que se habla poco de lo que debería hablarse algo o mucho más? ¿No estamos aquí, como en el caso de la industria criminal del amianto, en otra conspiración (interesada) del silencio?
Y tiene razón. En todo. Se habla poco, cuanto menos en la prensa española, de lo que se debería seguir hablando e informando. La situación está lejos, muy lejos, de haberse solucionado. Tenemos que volver a hablar de Fukushima.
Como es una excepción (que conviene agradecer) me apoyo en un artículo de estos últimos días de Alicia González [1]. Les doy algunos datos:
1. El terremoto (y el tsunami posterior) de mayor magnitud registrado nunca en la historia de Japón (11 de marzo de 2011) acabaron provocando el accidente de la central nuclear de Fukushima. Las consecuencias aún se dejan sentir en esta prefectura (norte de Tokio). Los últimos datos oficiales, señala González, arrojan la escalofriante cifra de 2.563 personas que permanecen oficialmente desaparecidas (a los que hay que sumar 19.689 fallecidos). Casi 50 mil personas aún se mantienen evacuadas, «fuera de sus casas, en alojamientos temporales y habitáculos públicos».
2. El Gobierno japonés se ha fijado un plazo de 30 o 40 años para finalizar las labores de recuperación (¡pueden extenderse más allá de 2050!). No es pesimismo. No pocos expertos lo consideran un plazo irrealista, señala González. ¡Se quedan cortos!De hecho, tienen «problemas para reclutar a trabajadores que quieran ir a esas zonas», como ha reconocido Tetsuya Yamada, de la Agencia de Reconstrucción.
3. A día de hoy,los agricultores de la prefectura tienen que llevar sus cosechas, incluso lo que dediquen a consumo propio o a comida del ganado, a unos almacenes para que escaneen su contenido. Durante la época alta de recolección del arroz, en cada centro se escanean más de 2.000 sacos cada día, de unos 30 kilos cada uno, unos 60 mil kilos en total. La radiactividad no se ve, pero mata.
4. Todavía hay cinco países quesiguen manteniendo las restricciones a los alimentos procedentes de Fukushima. La UE se ha comprometido a levantar las salvedades impuestas. La decisión aún está pendiente de ejecución.
5. Pero incluso en el mercado japonés, donde el arroz del país es incuestionable, el procedente de Fukushima se vende con notable descuento en los supermercados. Las reticencias y los problemas persisten. Nadie se fía.
6. En diciembre de 2019, las autoridades niponas anunciaron su intención de retrasar otros cinco años la retirada del combustible almacenado en dos de los reactores de la planta nuclear de Daiichi. ¿Por qué? Por la imposibilidad de garantizar la seguridad del proceso y evitar nuevas contaminaciones. Ahí seguimos. La hecatombe fue una hecatombe.
7. La amenaza de la radioactividad ha obligado a los agricultores a aumentar los fertilizantes con alto contenido en potasio y hay tierras que difícilmente podrán volver a recuperarse para el cultivo o la ganadería, «pese a que en algunos lugares las autoridades directamente ha removido la capa de tierra contaminada y la han sustituido por otra nueva» comenta Alicia González.
8. Como era de esperar, el gobierno de Abe está embarcado en una campaña para dejar atrás el recuerdo de la catástrofe y quiere utilizar -una buena palabra- los Juegos Olímpicos de Tokio(¿ese fue el propósito de la candidatura?) del próximo verano como escaparate, nunca mejor dicho (pero en sentido contrario al oficial), de los cambios abordados en estos años, cambios que no han podido eliminar la situación de fondo.
9. Por si no lo sabían: cuando la antorcha olímpica llegue a suelo japonés el próximo mes de marzo de 2020 (¡9 años después de la tragedia!) y comience su recorrido por el país lo hará en Fukushima, justo donde se instaló en 2011 uno de los campamentos para acoger a las víctimas del tsunami. Recorrerá 11 localidades de la prefectura, ninguna cercana eso sí a la central. Tokyo acogerá el grueso de las competiciones pero los partidos de béisbol se celebrarán en Fukushima. Consecuencia: la decisión (para aparentar normalidad) obligará a acoger allí a los deportistas durante todo el tiempo que dure el campeonato.
10. Conviene retener la información: Corea del Sur por su parte, país cercano que debe conocer mejor la situación, ha exigido a las autoridades niponas que la alimentación que reciban los deportistas de su paísno sólo esté certificada sino que proceda directamente de fuera de la región. Por si hubieran dudas.Más incluso: ha pedido que Greenpeace -¡Greenpeace!, ¡no se fían de los organismos oficiales!- pueda monitorear los niveles de radiación de las instalaciones donde se moverán deportistas y espectadores.
No creo que haya ninguna duda: ¡hay que volver a hablar de Fukushima! ¡Hay que combatir la conspiración de silencio sobre este desastre atómico y hay que enfrentarse a los intentos publicitarios gubernamentales y corporativos (la multinacional privada TEPCO es la propietaria) de lavar la cara al desastre y manipular a la ciudadanía de Japón y de todo el mundo!
¿Qué se pretendió realmente celebrando los Juegos Olímpicos en el país nipón?
Nota:
(1) Alicia González, «La larga y difícil recuperación de Fukushima». https://elpais.com/internacional/2019/12/12/actualidad/1576157764_076920.HTML
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.