La II República advino un 14 de abril de 1931 tras una crisis sistémica que podría compararse de algún modo a la actual. Una monarquía -la de Alfonso XIII- «tocada» y casi hundida por su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera; la crisis de los partidos de la Restauración y del «turno»; el […]
La II República advino un 14 de abril de 1931 tras una crisis sistémica que podría compararse de algún modo a la actual. Una monarquía -la de Alfonso XIII- «tocada» y casi hundida por su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera; la crisis de los partidos de la Restauración y del «turno»; el caciquismo, la corrupción, la eclosión de los nacionalismos y, sobre todo, un ostensible divorcio entre la España real (con un pujante movimiento obrero) y el establishment. Con todas las salvedades que impone el paso de ocho décadas, hoy vive el estado español otra crisis institucional de gran envergadura.
Para reflexionar sobre la misma, el sindicato Acontracorrent ha organizado en la Universitat de València las III Jornadas Republicanas, en cuya última sesión han participado el profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense y presentador de los programas «La Tuerka» y «Fort Apache», Pablo Iglesias; el cámara y activista por los derechos humanos, Javier Couso; la diputada de Izquierda Unida por la Asamblea de Madrid, Tania Sánchez; y el actor y activista Willy Toledo.
Pablo Iglesias ha destacado que hoy «nos hallamos ante una crisis de régimen (y en un periodo de transición), en el que se presentan elementos de oportunidad política para los débiles que hace unos años eran impensables». Entre otras instituciones, iglesia, monarquía, policía y sistema bipartidista han hecho crisis. En ese contexto, la izquierda tiene «un problema», ha subrayado el presentador de «La Tuerka»: «Siempre nos habían dicho que la política es poner barricadas con una bandera roja o asaltar el Palacio de Invierno, pero no, la política es algo más feo y sucio. Implica navegar entre contradicciones». Por ejemplo, pese a haber criticado duramente el pacto que IU suscribió con el PSOE para gobernar en Andalucía, Iglesias reconoce que el reciente Decreto de la Junta de Andalucía que permite expropiar a la banca el uso de las viviendas en casos de desahucio resulta muy positivo.
¿Qué necesita la izquierda para ofrecer respuestas en esta fase crítica? El profesor de Ciencias Políticas subraya que echa en falta un «agregador sencillo de mayorías», que sí existe en Galicia, Cataluña o Euskadi. «Pero nosotros identificamos España con la monarquía, el ejército o la banca»; «no sé si la República podría ser este agregador», señala. Pablo Iglesias mira a América Latina en busca de respuestas: «con discursos y proyectos muy sencillos de justicia social, se ha conseguido una distribución del poder; han aparecido liderazgos muy sencillos que funcionan como eficaz agregador», remata.
Iglesias ha desmontado en su intervención algunos mitos, como el de la II República. Realmente, fue un proyecto «muy modesto, burgués y de reformas razonables». Pero, ciertamente, la II República constituye un artefacto de enorme potencia en el imaginario de la izquierda, y esto es así «porque se convirtió en un símbolo de la democracia, la decencia política y el antifascismo». Igual que Simón Bolívar ha devenido un referente en la lucha antiimperialista. ¿Resistirían el análisis crítico de los historiadores estos iconos? Seguramente no, pero tampoco importa. Otro mito que cabe cuestionar, a juicio de Pablo Iglesias, es el rol del PCE en la transición. «Seguramente pensaron que aceptando la nueva legalidad podrían cambiar algunas cosas, considerando la amenaza militar o el apoyo popular a la Ley de Reforma Política». Ahora bien, «el gran drama del PCE -lo imperdonable- es su renuncia a los símbolos de la izquierda, como la bandera tricolor». Y, sobre todo, «que reclamara como virtuoso ese ejercicio de travestismo de franquistas que fue la transición».
Otro de los tabúes del régimen vigente es la Constitución de 1978. Con ese «trozo de papel», pueden «expropiarse bancos, encarcelar a los responsables de la crisis o nacionalizar sectores estratégicos», subraya Pablo Iglesias. Pero lo decisivo no es la constitución de papel, sino la «material». Porque en Gran Bretaña (que no dispone de texto constitucional) la Cámara de los Comunes nunca se planteará la abolición de la monarquía. Además, ¿Qué es constitucional o inconstitucional? Lo que determina el Alto Tribunal, que además de ser elegido en función de mayorías parlamentarias, dicta sentencias de carácter político. El último mito rebatido por Pablo Iglesias es el del «proceso constituyente», entendido como presentarse a las elecciones, obtener dos tercios de la representación en el Congreso y, de ese modo, aprobar un nuevo texto constitucional. Pero el «proceso constituyente» debería aspirar a mucho más. Según Pablo Iglesias, implica conflicto social en la calle y empoderamiento popular (por ejemplo, la PAH y los escarches).
El activista por los derechos humanos, Javier Couso, duda que la idea de «República» pueda actuar como aglutinante, agregador o pegamento que cohesione a la izquierda y, más aún, genere mayorías sociales. Entre otras razones, porque «también una República -la de Estados Unidos de Norteamérica- es la que arroja bombas en Irak». En cuanto a la II República, matiza Couso, «no deberíamos considerarla un fetiche». Pero sí representó un «intento democratizador frente a la aristocracia feudal que conservaba sus privilegios en España». El activista pone como ejemplo las inversiones públicas en Educación o los programas para la erradicación del analfabetismo. «Las cunetas se llenaron de pedagogos y maestros», recuerda, «pero también fue una II República timorata, con miedo de armar al pueblo y a los sindicatos». Luces y sombras pero, al final, «hemos de estar orgullosos de nuestros abuelos, que en algunos casos defendieron la democracia y, en otros, la revolución social».
Después de 40 años de dictadura, según Javier Couso, «se preparó el recambio en la figura de Juan Carlos de Borbón». Por todos los medios, añade el activista, «se trató de evitar una ruptura que hiciera salir a este país del eje atlántico». Por su relieve geoestratégico (una de las llaves para el control del Mediterráneo), se pretendía que el estado español se mantuviera «bajo la órbita anglo-norteamericana». Trabajos como «La CIA en España», de Alfredo Grimaldos, o «Soberanos e Intervenidos», de Joan Garcés, dan cumplida información de estos procesos.
En el régimen surgido de la transición, señala Couso, «la figura del rey actúa como aglutinador intocable». «Es la cabeza visible de un estado inserto en la periferia europea dentro del tablero imperial gobernado por Estados Unidos», añade. Por eso, en plena oleada de escándalos regios, y ante la eventualidad de un debate Monarquía/República, el activista se posiciona: «Hemos de defender una República pero -y el matiz es esencial- con soberanía y control de los recursos estratégicos por parte del pueblo». El referente, América Latina.
La diputada de IU en la Asamblea de Madrid, Tania Sánchez, defiende la República como «elemento aglutinador para formar mayorías». Y añade: «Nadie en la izquierda, desde la II República hasta hoy, ha construido un relato a favor de las mayorías sociales como se hizo en 1931». «Lo que ocurre es que la política se construye teniendo claro quiénes somos y quiénes son nuestros aliados y, por el otro lado, identificando a los enemigos. Pero en la izquierda, muchas veces, en vez de buscar elementos aglutinadores nos perdemos en matices; en sentido contrario, Aznar mantiene la misma construcción discursiva desde la reconquista de España hasta la guerra con Al Qaeda», explica la parlamentaria. Además, ¿Mitificar la II República? «La izquierda no se atreve a decir hoy cosas como las que Azaña proclamaba; que la Iglesia no pudiera acceder a ningún ámbito de la educación del pueblo. Y, más aún, la II República logró un cambio en la conciencia colectiva, que se tradujo en el tránsito de personas sometidas a ciudadanos libres. Y esto, en 1931, era revolucionario».
La sagrada transición. Un pacto por la convivencia y las libertades en el que supuestamente todos cedieron, y dieron un gran ejemplo de responsabilidad, en aras de la democracia. Pero han pasado 35 años y, según Tania Sánchez, «no podemos seguir comprando un relato de héroes (en el que todo se lo debemos al rey y a Suárez) sin ninguna posibilidad de revisión». Más que nada, porque como señala el politólogo Juan Carlos Monedero, España se acostó franquista y se despertó monárquica sin cambiar de sábanas. «Ello obedece a que era éste un país atemorizado; pero hoy estamos preparados, no nos atenaza el miedo», afirma la diputada de IU. Sin embargo, advierte de que en la historia «lo decisivo son los equilibrios de poder o, dicho de otro modo, uno es lo que pesa». Por ello, urge seguir poniendo pegatinas en la puerta de las casas de unos diputados, «ya que es algo que les pone nerviosos», pero también «construir un relato colectivo en el que incluir a mucha más gente».
Puede intuirse fácilmente el grado de vinculación de la población española con la monarquía. Tania Sánchez recuerda que no se dan a conocer las encuestas «pues si se hicieran públicas, Juan Carlos no continuaría siendo rey». Como en las monarquías medievales, se propalan relatos legitimadores. «Juan Carlos se consolida y construye su identidad como valedor de la democracia el 23-F. Un rey al que Franco designó heredero y que juró los principios del Movimiento…», explica Sánchez. También a Felipe se la ha construido una narrativa áulica. Estudió en la Universidad Complutense, hizo el servicio militar, se divierte, se enamora de una divorciada… «Un chico majo, uno de los nuestros; el heredero de una monarquía que quiere ser moderna». El relato apuntaba a una sucesión en orden y sin estridencias. Pero llegó la crisis y el rosario de escándalos. Con ellos, las primeras grietas en la institución monárquica ya que, señala la diputada de IU, «cuando los elementos objetivos de la vida cotidiana de la gente no coinciden con los relatos oficiales, estos se rompen». Puede que hoy ni siquiera resulten efectivas las etiquetas de «terrorista» y «violento», tan rentables no hace mucho.
El actor y activista Willy Toledo comparte que habitualmente se da una «mitificación excesiva de la II República; recordemos que aplastó levantamientos populares en Asturias y Andalucía. Cuestión distinta es reivindicar una República en 2013. «Interesa, pero siempre que le pongamos apellidos. Debería ser una República popular de trabajadores que garantice la libertad, la cultura y elimine las diferencias sociales», manifiesta el actor. Hoy vivimos en un régimen distinto: «Esto no es una democracia», zanja Toledo. Y desgrana los argumentos en los que apoya esta tesis, que repite normalmente en sus conferencias. «Tenemos una monarquía impuesta por un dictador fascista y criminal. Y las monarquías sólo pueden pasar por la guillotina o por el exilio».
Las críticas de Toledo se extienden al conjunto de la trama institucional. A la iglesia «católica, apostólica, pederasta y romana, que se lleva anualmente 10.000 millones de euros de las arcas públicas, mientras califica al aborto de genocidio y dice que la homosexualidad es una enfermedad». A unas fuerzas de seguridad que, «como son muy valientes, reprimen a los que salimos a la calle para protestar. Y que en muchos casos son herederas de la policía franquista: Hellín, el asesino de Yolanda González, continúa trabajando para el CNI». Otro puntal de la sedicente democracia son los medios de comunicación. Según el actor y activista, la comunicación está en manos de 4 ó 5 grandes grupos mediáticos con idéntica ideología. También en este caso puede olfatearse el rastro del pasado. Martín Villa, Ministro del Interior en una etapa de numerosos crímenes de estado, fue después presidente de Sogecable.
Y el sistema de partidos, «basado en un injusto sistema electoral», afirma el activista. «Con personajes como Manuel Fraga en el PP, y -por el otro lado- la PSOE (igual que hablamos de la Repsol o la Telefónica), que es un instrumento esencial para el capitalismo disfrazado de socialdemocracia; y con Felipe González, que asesora a Capriles y se declara amigo de un criminal y ladrón, perseguido por la justicia, como Carlos Andrés Pérez». Por último, el ejército español, «que participa desde los tiempos de Felipe II en todas las guerras imperialistas». Yugoslavia, Irak, Mali, Afganistán… «Llega un momento en que no sabemos ni dónde están los militares; eso sí, siempre operando a favor de las empresas multinacionales», concluye.
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