Si la contrarrevolución cubana perdiera el alto valor político que ha tenido para la ultraderecha neoconservadora estadounidense, esa gran fuerza organizada en el sur del estado de la Florida carecería de sentido, objetivo y futuro. «Ya la comunidad cubana en Estados Unidos está cansada de la retórica anticubana de los gobiernos republicanos y está perdiendo […]
Si la contrarrevolución cubana perdiera el alto valor político que ha tenido para la ultraderecha neoconservadora estadounidense, esa gran fuerza organizada en el sur del estado de la Florida carecería de sentido, objetivo y futuro.
«Ya la comunidad cubana en Estados Unidos está cansada de la retórica anticubana de los gobiernos republicanos y está perdiendo interés en el tema de Cuba. En mi distrito, cuando se pregunta cuál es el asunto más importante, la respuesta número uno es: la economía. Luego están la guerra y la protección de la salud. Le siguen la educación, los impuestos y en quinto o sexto lugar, Cuba.»
Así lo declaró Raúl Martínez, candidato demócrata a la Cámara de Representantes, que tiene la histórica misión de destronar al republicano Lincoln Díaz Balart -quien está en su octavo período como diputado federal y durante 22 años fue alcalde de la ciudad de Hialeah (que se incluye en la zona metropolitana de Miami)- en el distrito electoral número 21 de la Florida, que abarca Hialeah y parte de los condados de Miami-Dade y Broward, con un 70% de población hispana.
El solo hecho de que un político se pronuncie de esa manera a apenas tres meses de las elecciones generales constituye un hecho insólito en un escenario que ha estado dominado desde hace medio siglo por una suerte de dictadura política del ala ultra reaccionaria de los cubanoestadounidenses en Miami.
«Tanto se ha hablado de la inminencia de una transición política en Cuba que mucha gente en Miami comenzó a pensar en lo que se está produciendo ahora: una transición política en Miami», opinaba un comentarista radial en esa ciudad floridana. «Ya no existe una única voz hegemónica cubanoestadounidense después de casi 50 años de un Miami bajo una orientación siempre confrontante. Ahora surgen multiplicidad de voces que han hecho más respirable el ambiente», afirmaba.
No son pocos los que expresan su esperanza o su impaciencia por que esta circunstancia se manifieste en las elecciones próximas.
Ni remotamente se piense que, cuando aún conserva el poder el ala más reaccionaria del espectro político estadounidense, podría estar ocurriendo en la Florida un cambio tan espectacular que pueda ser capaz de borrar medio siglo de odios y mentiras que fueran sembrados por el imperio en un terreno fértil abonado localmente por quienes huyeron de la justicia popular y aquellos a quienes la revolución cubana suprimió irritantes privilegios y expropió patrimonios conseguidos a partir de la malversación de bienes públicos o la inhumana superexplotación de trabajadores.
En Miami, todos los candidatos que se oponen a los congresistas cubanoestadounidenses se han definido como críticos de la revolución cubana y no propugnan giro radical alguno en la política hacia la isla. Pero sí se atreven a señalar que la estrategia de Washington contra Cuba durante cinco décadas ha fracasado, algo impensable hace unos años viniendo de algún político aspirante a ser electo en el sur de la Florida.
Hasta hace muy poco tiempo, los escaños detentados por los congresistas «batistianos» eran considerados los más garantizados por el partido republicano en la Florida o, probablemente, en todos los Estados Unidos. Los métodos en que basaban su «influencia» en el electorado y su control sobre los mecanismos comiciales, hacían pensar en una inamovilidad total del control republicano sobre tales posiciones.
Pero la disputa electoral de este año es tan significativa que el Comité Congresional Nacional Demócrata, que durante muchos procesos anteriores daba automáticamente por ganados por su oponente republicano los escaños del Congreso detentados por los «batistianos» de la Florida, ubicó a la contienda como una de sus prioridades estratégicas nacionales y ha comprometido su apoyo a los candidatos propios por considerar real la posibilidad de que derroten a los republicanos.
El hecho cierto es que ni los inmigrantes llegados después de 1980, ni las nuevas generaciones de cubanoestadounidenses, comparten las posiciones de la vieja guardia del exilio de los 60 cuya relación especial con el partido republicano dio a esa formación política una base latina en la Florida que hasta ahora se había considerado infranqueable para los demócratas. «Los nuevos migrantes cubanos aquí al convertirse en ciudadanos están optando por inscribirse más como demócratas o independientes que como republicanos», ha afirmado el publicista cubanoestadounidense Alvaro Fernández quien encabeza el Proyecto de Empadronamiento y Educación del Votante del Suroeste (SVREP) que promueve regionalmente el voto latino.
Es evidente que el cambio generacional está dando lugar a un cambio en la definición política de la comunidad cubana en los Estados Unidos. Los que se han quedado en el pasado comienzan a abrir espacios a los que entienden que es hora de adoptar una perspectiva «pragmática» cuyos frutos pudieran verse pronto.