Los médicos afirman que el hambre afecta a la memoria, aunque seguramente no tanto como la opulencia. De haber estado sola en el mundo, Europa jamás se habría aficionado a la buena mesa, a la gastronomía gourmet ni a los manjares ricamente condimentados. La razón es pedestre: casi el 80 por ciento de todos los […]
Los médicos afirman que el hambre afecta a la memoria, aunque seguramente no tanto como la opulencia. De haber estado sola en el mundo, Europa jamás se habría aficionado a la buena mesa, a la gastronomía gourmet ni a los manjares ricamente condimentados.
La razón es pedestre: casi el 80 por ciento de todos los alimentos de origen vegetal provienen de menos de diez plantas, ninguna es europea. El trigo y la cebada son originarios del Cercano Oriente, la soja y el arroz de China; el café de África; la papa, el maíz y el tomate de América, así como el banano y la caña de azúcar son asiáticos y casi no hay especias europeas.
En épocas precolombinas, la alimentación de los europeos adolecía de poca variedad, era magra y poco apetecible. En el caso de los privilegiados, la base era la carne salada, queso y pan; mientras las mayorías se conformaban con caldos y sopas a base de repollo, nabos y cebollas, pan y cocidos a partir de trigo y algunas legumbres. Sin apenas condimentos, no es difícil imaginar el sabor de aquellos mejunjes.
En los mil años que median entre 850 y 1850 ocurrieron en Europa alrededor de 500 grandes hambrunas, sobre todo a causa de la pobreza de su flora endémica, carente de plantas capaces de aportar la variedad y la cantidad de alimentos necesarios para sostener el crecimiento de su población y la concentración en ciudades que sería la base de su industrialización.
No obstante, la dramática situación alimentaria, relacionada también con las epidemias y enfermedades que cíclicamente azotaban la región, los europeos desarrollaron conocimientos científicos y tecnologías que les permitieron protagonizar los grandes descubrimientos geográficos, las invasiones y las cruzadas, que los pusieron en contacto con los pueblos de las regiones tropicales donde encontraron todo lo que necesitaban para afianzarse como una gran civilización.
Lejos de armonizar con aquellos pueblos, las casas reinantes europeas con la bendición de los papas, organizaron la mayor, más cruel y poco escrupulosa operación de saqueo que recuerda la humanidad y que entre otras iniciativas incluyó la persecución y el extermino de los líderes y los gobernantes de aquellas comunidades y naciones, las encomiendas, las mercedes de tierras y minas y sobre todo, cuatro siglos de trata de esclavos.
De todas las contribuciones de lo que luego sería conocido como el Tercer Mundo, ninguna fue tan oportuna y sustancial como la de América. Del Nuevo Mundo, además de las cuantiosas fortunas en oro y plata que contribuyeron a financiar el desarrollo Europeo, llegaron también las materias primas, los minerales, las maderas y las pieles; la energía de sus hombres y mujeres esclavizados, el algodón para los vestidos, los tiente para el decorado y alrededor de cien variedades de plantas alimenticias.
Con América, Europa no sólo descubrió manjares como los frijoles, el tomate, los chiles y los chayotes; ambrosías como el cacao, el mango, la guayaba y la papaya; sino que engordó y creció con el maíz y la papa.
El maíz tuvo un efecto inmediato y espectacular, no sólo como alimento humano directo, sino como base para la producción de piensos para animales que apenas podían pastar cuatro meses al año, favoreciendo el explosivo crecimiento de la ganadería y la avicultura con el consiguiente incremento de la oferta de carne, leche, huevos y quesos que influyeron poderosamente sobre la salud y el bienestar de los Europeos.
De todos los aportes ninguno fue tan trascendente como la papa, originaria de los Andes y que puso punto final a las hambrunas en el Viejo Continente. La papa, constituye el cuarto rubro alimenticio del mundo con una producción anual cercana a los 400 millones de toneladas que representan 40 000 millones de dólares.
Por una extraña paradoja histórica, donde antes estuvieron los alimentos, están ahora los hambrientos. Nadie reclama patentes ni regalías por las riquezas y la cultura arrebatada, sino a lo sumo, un mínimo de compresión y respaldo para detener el nuevo saqueo que asume la forma de piratería biológica. Es lo menos que Europa pudiera hacer para honrar su deuda histórica.
* Jorge Gómez Barata
Visiones Alternativas