Recomiendo:
0

¿Hay alguien que enseñe a escribir libros?

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Algunos desafíos metodológicos para las bibliotecas que necesitamos

«Se necesita un poco de dialéctica, de esa misma dialéctica que esparcimos profusamente en la poesía lírica, en la administración y en la sopa de verduras y el puré.» León Trotsky, «Literatura y Revolución»

No se producen o distribuyen, ni en calidad ni en cantidad, todos los libros que la humanidad requiere. Se trata de un «déficit» crónico (acaso también relativamente lógico) respecto a la diversidad y complejidad de los problemas o necesidades humanas abordados «librescamente» en cada etapa de la lucha de clases. Claro que hay esfuerzos de índole diversa para poblar el mundo con libros, algunos sueñan, sólo mercantilmente, una explosión demográfica de bibliotecas y hay quienes sueñan con libros como herramientas sociales y emancipadoras. De estos últimos necesitamos muchos y mejores. Con todo y su importancia, con todo lo necesarios que son los buenos libros, con todo y la urgencia que tenemos de ellos… son pocos los especialistas en enseñar a escribir libros. ¿Por suerte?

Quizá -en no pocas personas- domine la idea de que los libros deben hacerse por obra y gracia del pragmatismo o de algún aliento extraterrestre. Quizá repte la idea socarrona de que el método por antonomasia debe ser el de la copia de la copia de la copia… ad libtum, y quizá por eso se crea que con un poco de metodología estándar, con algunas ideas ordenadas a santo de preconceptos validados por algún «pope» y con algunos amigos emparentados con imprentas… el desafío de producir libros quede resuelto sempiternamente. Y no debería ser así, ni para la ciencia ni para la poesía.

Son muchos los aciertos que debe acumular un autor antes de lograr un «buen libro». Sólo para comenzar a trabajar se enfrenta la necesidad -y responsabilidad- de conquistar ciertos puntos de apoyo, se enfrenta con la obligación de asimilar métodos capaces de liberar la imaginación, la conciencia y el trabajo disciplinado, del yugo ideológico del facilismo, del individualismo y de los nihilismos que infestan la producción bibliográfica. No todos, claro… claro.

Buena parte de la producción bibliográfica actual -incluidos, por supuesto, los «maestros»- contiene gérmenes, raíces, fuentes que objetivan la situación de crisis de dirección que atraviesa la humanidad. Algunos se apoyan sinceramente en las herencias de otros (e incluso son capaces de admitirlo en público) saben que en la economía de su obra todo puede aprovecharse y todo está ligado. Pero la producción actual de libros está aún lejos de desarrollarse en el mismo plano de las necesidades de acción directa que las sociedades requieren para emanciparse. En sus casos más destacados los autores cumplen un gran trabajo empeñado en desbrozar el terreno y prepararlo para cultivar las semillas de la conciencia liberadora en todas sus escalas y ámbitos. Y eso es magnífico pero no es suficiente.

Requerimos método dialéctico para la praxis de la producción de libros con alegría y audacia suficientes como para abrazar la responsabilidad social de la obra bibliográfica. Método para avivar los cambios en el estado de ánimo de los autores y de sus lectores en el desarrollo general de la vida y de las luchas de la humanidad por adueñarse de su destino. Necesitamos muchos libros y más necesitamos los libros que se hacen responsables sociales de su tiempo a pesar de sus limitaciones. Necesitamos método para escribir y divulgar libros dueños de las técnicas sintácticas aunque les tome tiempo dominarlas.

Método en el que, además de desarrollar el talento, se luche contra toda crisis colectiva de crecimiento. Método para convertirse en dueños de la técnica y para que ésta se subordine a la liberación de los caudales expresivos. Método revolucionario, para la libertad de expresión. Método, pues, incluso para expropiar críticamente las técnicas y las tecnologías. Método que no debe evaluarse por la velocidad con que permita crear literatura nueva sino por su contribución a elevar el nivel de debate, conciencia y movilización de los pueblos.

Necesitamos libros que nutran confianza orgánica en las mejores fuerzas de la humanidad, libros sinceros sin populismo de marketing, libros revolucionarios bien templados en el temple moral inseparable del temple intelectual. Libro con una concepción del mundo y una concepción del arte, alimentados por hechos para comprender y actuar en el período histórico que vivimos y no sólo en lo inmediato sino en el largo plazo profundo del trabajo y de las luchas, las esperanzas, las derrotas y los éxitos que aún nos falta vivir.

Necesitamos método para producir los libros y la vida contemporánea con sus leyes diversas, su realidad y su problemática original e histórica. Libros pues de poesía, de arte, de tecnología y ciencias. Método y libros para fortalecer cada embrión revolucionario que emerge extraordinariamente asimilando los mejores elementos de las culturas anteriores y la historia del arte.

Es necesaria una obsesión inteligente por los detalles. Una mirada selectiva y exigente para coleccionar buenas anécdotas… saber disfrutarlas, saber transformarlas y saber contarlas. Un buen libro debe contar con una dosis generosa de revelaciones y de alquimia para convertir en fascinantes los, en apariencia para algunos, episodios monótonos de la «vida cotidiana». Es necesario ganar la batalla contra todos los relojes… los que son obsequiosos y los que son avaros. Es necesario fraguarse en el crisol de la tensión, la incertidumbre y sus transiciones. Es indispensable un don de ubicuidad relativa a la variedad y complejidad de los puntos de vista. Ser capaz de motorizar la historia con núcleos narrativos dialécticos cuya fuerza simbólica insufle la riqueza conceptual de cada episodio.

Hay que ser capaz de objetivar los sentimientos con su diversidad y particularidad entre diálogos y monólogos. Es preciso sostener el tono y afianzar el estilo. No incurrir en salidas fáciles, en palabrería ni en «golpes bajos». La escritura está en las atmósferas tanto como en el «espanto». La misión del escritor es observar y transformar, objetivar las emociones de los demás para convertirlas en subjetividades poderosas y liberadoras. Escribir no es una escapatoria por una puerta falsa. Todo tema es tributario de su tiempo y exige compromiso de valores sin moralinas simplonas. Es preciso combatir las frases hechas, aunque no siempre se triunfe. Hay que dedicar una vida a escribir los inicios y los finales de cada obra, asegurarles estatura de inolvidables y eso no se consigue en los supermercados ni en el facilismo de la holgazanería autocomplaciente.

No hay duda de que el arte y el método deben combinarse donde el arte ayuda a la técnica. Para escribir un «buen libro» es preciso conocer las propiedades de su tema y las técnicas narrativas, son precisos imaginación y gusto. Eso vale para todo. La humanidad atraviesa una crisis de dirección y no es una crisis carente de importancia si tomamos en cuenta lo que debe ocurrir para que la humanidad se emancipe. Muchos libros hasta hoy se contentan con fantasías o afirmaciones reductibles a intereses nihilistas y burgueses, esclavos de objetivos comerciales o industriales… requerimos libros capaces de impulsar una escala mayor, conforme a planes humanos tan amplios como tomar el cielo por asalto. «No tenemos motivo para temer que su gusto sea malo». ¿O si? ¿Dónde aprenderemos a hacerlos?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.