Señor Presidente. Hace ya 15 años nos reunimos, como ahora, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Río de Janeiro. Fue un momento histórico. Allí asumimos el compromiso plasmado en la Convención de Cambio Climático y más tarde en el Protocolo de Kyoto. Cuba fue entonces el primer […]
Señor Presidente.
Hace ya 15 años nos reunimos, como ahora, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Río de Janeiro. Fue un momento histórico. Allí asumimos el compromiso plasmado en la Convención de Cambio Climático y más tarde en el Protocolo de Kyoto. Cuba fue entonces el primer país en elevar el tema ambiental al rango constitucional.
Ese día, el Presidente Fidel Castro pronunció un discurso breve y medular, que estremeció el plenario de aquella conferencia. Dijo verdades profundas, desgranadas una a una desde una irreductible posición ética y humanista:
«Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.
«(…) las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente.
«La solución no puede ser impedir el desarrollo a los que más lo necesitan.
«Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra.»
La verdad es que después casi nada se hizo. La situación es ahora mucho más grave, los peligros son mayores y nos queda menos tiempo.
La evidencia científica está clara. La constatación práctica es abrumadora. Sólo un irresponsable podría cuestionarlas. Los últimos diez años fueron los más calurosos. Disminuye el grosor del hielo ártico. Se retraen los glaciares. Sube el nivel del mar. Aumenta la frecuencia e intensidad de los ciclones.
El futuro se avizora peor: un 30 por ciento de las especies desaparecerá si la temperatura global se incrementa entre 1.5 y 2.5 grados centígrados. Pequeños estados insulares corren el riesgo de desaparecer bajo las aguas.
Para enfrentar el peligro, hemos acordado dos estrategias. La mitigación, es decir, la reducción y absorción de las emisiones; y la adaptación, esto es, las acciones para reducir la vulnerabilidad ante los impactos del cambio climático.
Sin embargo, resulta cada vez más claro que no se podrá enfrentar esta dramática situación si no cambian los actuales patrones de producción y consumo insostenibles, presentados como el sueño a conquistar mediante una inescrupulosa y permanente campaña publicitaria global en la que se invierten cada año un millón de millones de dólares.
Tenemos responsabilidades comunes, pero diferenciadas. Los países desarrollados, responsables del 76 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero acumuladas desde 1850, tienen que asumir el peso principal de la mitigación y deben dar el ejemplo. Peor aun, sus emisiones aumentaron más de un 12 por ciento entre 1990 y el 2003, y las de Estados Unidos en particular crecieron más de un 20 por ciento. Por lo tanto, deben empezar por cumplir los modestísimos compromisos del Protocolo de Kyoto y asumir nuevas y ambiciosas metas de reducción de las emisiones a partir del año 2012.
El problema no se resolverá comprándole a los países pobres su cuota. Es un camino egoísta e ineficaz. Tampoco convirtiendo los alimentos en combustibles como propuso el Presidente Bush. Es una idea siniestra. Hay que lograr reducciones reales en las fuentes de emisión. Hay que emprender una verdadera revolución energética orientada hacia el ahorro y la eficiencia. Se necesita mucha voluntad política y coraje para dar esta batalla. La modesta experiencia de Cuba, exitosa y alentadora pese al bloqueo y las agresiones que sufrimos, es una prueba de que sí se puede.
Por otro lado, la lucha contra el cambio climático no puede ser obstáculo que impida el desarrollo a los más de cien países que no lo han logrado todavía y que no son, por demás, responsables históricos de lo que ha sucedido; tiene que ser compatible con el desarrollo sostenible de nuestros países. Rechazamos las presiones para que los países subdesarrollados adopten compromisos vinculantes para la reducción de emisiones. Aun más, la parte de las emisiones globales que corresponde a los países subdesarrollados debe crecer para satisfacer las necesidades de su desarrollo económico y social. Los países desarrollados no tienen autoridad moral para exigir nada en este tema.
Paradójicamente, los países que menos han contribuido al calentamiento global, especialmente los pequeños estados insulares y los países menos adelantados, son los más vulnerables y amenazados. Para aplicar políticas de adaptación necesitan acceso irrestricto a tecnologías limpias y financiamiento.
Sin embargo, son los países desarrollados los que tienen el monopolio de las patentes, las tecnologías y el dinero. Tienen, por tanto, la responsabilidad de que el Tercer Mundo acceda a montos sustanciales de financiamiento fresco por encima de los actuales niveles de Ayuda Oficial al Desarrollo, ya de por sí totalmente insuficientes. Deberán responder también por la efectiva trasferencia gratuita de tecnologías y el entrenamiento de los recursos humanos en nuestros países, algo que por supuesto no será resuelto por el mercado ni las políticas neoliberales impuestas mediante la presión y el chantaje.
Y la mayor responsabilidad la tiene, sin dudas, el país que más derrocha, más contamina, más dinero y tecnologías posee y, al mismo tiempo, se niega a ratificar el Protocolo de Kyoto y no ha mostrado el menor compromiso con esta reunión convocada por el Secretario General de Naciones Unidas.
Señor Presidente:
Cuba espera que de la próxima Conferencia de Bali surja un claro mandato para que los países desarrollados reduzcan para el año 2020 sus emisiones en no menos de un 40 por ciento respecto a sus niveles de 1990, negociado en los marcos de la Convención y no en pequeños grupos y conciliábulos selectivos como ha propuesto el Gobierno de los Estados Unidos.
Cuba espera también que se apruebe un mecanismo que asegure la transferencia expedita de tecnologías limpias en condiciones preferenciales hacia los países subdesarrollados, con máxima prioridad hacia los pequeños estados insulares y los países menos adelantados, que son los más vulnerables.
Asimismo, esperamos la asignación de recursos nuevos y adicionales, y la adopción de mecanismos de apoyo financiero a los países subdesarrollados para la implementación de nuestras estrategias de adaptación. A modo de ejemplo, si sólo se dedica a este fin la mitad del dinero que cada año nuestros países deben pagar por el servicio oneroso de una deuda que no deja de crecer, dispondríamos de más de 200 000 millones de dólares anuales. Otra alternativa sería dedicar apenas la décima parte de lo que la única superpotencia militar del planeta dedica a gastos de guerra y armamentos y tendríamos disponibles otros 50 mil millones de dólares. Dinero hay, lo que se necesita es voluntad política.
Señor Presidente:
El Secretario General de Naciones Unidas nos ha convocado hoy para lanzar un poderoso mensaje político a la próxima Conferencia de Bali. No encuentro manera mejor para decirlo a nombre de Cuba que repetir las palabras de Fidel aquel 12 de junio de 1992:
«Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.»
Muchas gracias.