Yayo Herrero (Madrid, 1965) no necesita muchas presentaciones, y menos en esta revista, donde coordina la sección de Crisis Ecosocial y es miembro destacado de su Consejo Editorial. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social, Herrero es una de las personas más relevantes de nuestro país en la defensa del planeta y de una transición ecológica justa para proteger a todos los seres que lo habitan.
En los últimos meses, la activista ecofeminista ha publicado dos libros: Toma de Tierra y Ecofeminismos. El primero es una recopilación de textos, editados por Brenda Chávez y revisados por Isabel Lerma, de la editorial Caniche, que giran en torno a la necesidad de organizar el aterrizaje en la Tierra y en los cuerpos de un mundo dopado con petróleo que no puede seguir sosteniéndose con la misma lógica. Ecofeminismos forma parte de una colección editada por Icaria y presenta distintas reflexiones ecofeministas a través del diálogo con Verónica Gago, pensadora y activista argentina.
Mientras cerraba estos dos libros, Herrero encabezó uno de los grupos de trabajo de la plataforma electoral de Yolanda Díaz, “para mí una obligación moral”, según explica. En esta entrevista, también reflexiona sobre las lógicas de los partidos llamados de izquierda y rechaza el veto a Irene Montero. “Un error repetido. Lo mismo hicieron con Ada Colau, Mónica Oltra o Carlos Sánchez Mato”.
Usted lideró el grupo de Transición Ecológica Justa de Sumar. ¿Por qué aceptó la propuesta de la vicepresidenta del Gobierno?
Me pareció que la propuesta tenía muy buen enfoque. No se trataba de hacer ni un programa electoral ni un programa de gobierno. Nos propusieron mirar con un horizonte de diez años y pensar cuáles serían las prioridades y las líneas de trabajo fundamentales sobre Transición Ecológica Justa en ese período. Se quería además que fuese un proceso de trabajo lo más participado posible, teniendo en cuenta que había que hacerlo en dos meses.
Yo no estoy en ningún partido político ni plataforma electoral, pero creo que cuando a las activistas nos preguntan sobre lo que habría que hacer, debemos tratar de contestar. Yo lo he hecho y, en general, el movimiento ecologista lo ha hecho siempre que una candidatura ha preguntado. Para mí, aceptar era una obligación moral.
En el fondo, suponía tratar de anclar en la política reflexiones como las que hacía en los libros. No es frecuente que desde el ámbito de la política institucional se impulsen procesos de reflexión que vayan más allá de la próxima campaña electoral. Y a mí me parece que es crucial.
La cuestión ahora es si con el adelanto electoral y la bronca, que no se cómo definir, va a existir la posibilidad de aterrizar en un programa la enormidad de problemas que se cruzan poniendo el bienestar de todas las personas como prioridad y reconfigurando la calidad de vida en contextos de translimitación, pérdidas de cosechas, sequía, olas de calor, etc.
En el proceso deliberativo, usted reunió a decenas de personas muy diversas, por origen y por formación. ¿Cuál era el objetivo?
Efectivamente. Pedí ayuda al Foro de Transiciones, del que formo parte, para coordinar el trabajo. Pedimos documentos breves a personas, grupos de investigación, a diversos movimientos sociales y colectivos expertos sobre transición ecológica, derechos humanos, energía, minerales, ecología política, seguridad, derechos laborales, mundos rurales, urbanismo y ciudad, cultura, economía ecológica, ordenación del territorio, pensamiento ecosocial y resiliencia, tratados comerciales, etc.
Creamos un grupo de deliberación constituido por unas setenta personas que, a partir de metodologías de construcción colectiva, debatieron y construyeron propuestas en cuatro sesiones virtuales de tres horas y media cada una. Había personas pertenecientes al movimiento ecologista, feminista, pacifista y vecinal, trabajadoras domésticas, abogadas, trabajadores del campo, directivos y directivas de gran empresa y de pymes, personas migradas, profesores y profesoras, juristas, sindicalistas de diversas organizaciones estatales o autonómicas, militantes de diversos partidos o corrientes políticas que han participado a título individual (por ejemplo, de Podemos, Más País, IU, Equo, Alianza Verde, Comunes, Bildu, PSOE o Compromís), personas del ámbito de la cultura, de la autogestión rural, activistas por el derecho a la vivienda y contra la pobreza energética, supervivientes de diferentes tipos de violencias, amas y amos de casa, jóvenes pertenecientes a organizaciones sociales, pensionistas, etc.). Participó gente de todas las comunidades autónomas y de la Ciudad Autónoma de Melilla –se nos quedó fuera, lamentablemente Ceuta–. La mitad provenían de entornos urbanos y la otra mitad de los espacios rurales.
También organizamos un grupo de discusión con niños y niñas de entre 8 y 12 años y realizamos tres entrevistas en profundidad con personas con conocimiento y experiencia en Transición Justa, sobre todo en el ámbito del empleo y de la energía.
No todos eran especialistas, entonces.
La mayor parte de la gente que participó no pertenecía al movimiento ecologista y no trabajaba en cuestiones relacionadas con la ecología. El objetivo era consensuar un punto de partida, un suelo común que pisar, un diagnóstico y desde ahí construir propuestas. Para nosotros la Transición Ecológica Justa no es un punto más en un proyecto político, sino el contexto y propósito en el que debe enmarcarse toda la política pública. No es así como se ha planteado inicialmente desde Sumar, pero esperamos que se termine comprendiendo de este modo.
En el diagnóstico abordamos la crisis ecosocial y también la situación de precariedad, pobreza y despojo de condiciones de vida en el vive una parte no pequeña de personas en el Estado español. A partir de ese diagnóstico, que evidencia que la crisis ecosocial, la precariedad y la explotación están fuertemente correlacionadas, hemos tratado de establecer prioridades para poner en marcha una Transición Ecológica Justa y una propuesta de la gobernanza de alcanzarla. Entregamos el trabajo en enero. Después, Sumar ha abierto el proceso a la participación de cualquier persona que lo desee. Cualquiera podía sugerir propuestas en la plataforma de Sumar, previa inscripción, que no necesariamente tienen que estar sujetas a lo que plantea este documento.
Las prisas y las circunstancias de las elecciones del 23J han hecho que ese trabajo, que requiere debate y tiempo de calidad para construir consensos, se haya detenido, al menos por el momento. Sumar se ha metido de lleno en hacer un programa que tiene que cerrar con urgencia. Yo en este proceso ya no estoy, porque considero que quienes deben marcar las prioridades son las personas que se van a comprometer a cumplirlas ante su electorado. Pero creo que el documento que hicimos permite extraer los compromisos sin mucha dificultad, porque estaban calendarizados para los próximos diez años.
El documento final resume en más de 30 páginas el trabajo de muchas semanas. ¿qué destacaría?
La propuesta está colgada en la plataforma de Sumar y más completa en la del Foro de Transiciones porque hicimos un par de anexos, que no cabían en el esquema de la propuesta de Sumar –por exceder la extensión propuesta– pero que nos parecía importante recoger y poner a disposición de quien los quiera leer.
A mí me parece un documento que tiene un enorme interés. En realidad nos lo parece a las personas que participamos en él. No es un documento cómodo. Y es ambicioso. Pero creo que plantea una incomodidad y ambición directamente proporcional a la magnitud del problema que afrontamos. Es un documento que debe entrar en diálogo con muchos de los otros grupos de trabajo que se configuraron en Sumar y, en general, nos gustaría que con otras organizaciones y partidos políticos.
Destacaría, por ejemplo la propia definición que hacemos de la Transición Ecológica Justa como el proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de condiciones de existencia digna y buena para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.
Dicho a lo bruto, reconoce que el meollo de la transición ecológica justa es pensar en cómo vamos a garantizar vidas dignas y suficientes en lo material para todas las personas en contextos de cambio climático y de contracción material en términos de agua, energía, minerales, etc.
¿Cómo afrontar la frustración que producen esas nuevas realidades?
En contra de la idea de que hablar de estas cuestiones da bajona, quienes han participado en este proceso han comentado, sin ser ecologistas, que lo que les deprime y entristece es intuir que las cosas no van bien. Decían que miran alrededor y ven que cada vez más gente tiene dificultades para acceder a la vivienda, para pagar la luz, para llegar a fin de mes; que cada verano se sacan menos bolas de heno de los prados, que los insumos para producir en el campo son carísimos, que a partir del día 20 del mes muchos hogares dejan de poder comprar fruta u otros alimentos que consideran necesarios, que las personas más jóvenes se marchan de los pueblos porque te alquilan casa de octubre a junio, pero la tienes que abandonar en el verano para que la ocupen los turistas que van de vacaciones. Se señalaba que la gente que tienen alrededor está en una situación de cansancio y malestar permanente, está triste y crispada. Lo que les agobiaba es que no se aborden los problemas de frente, que no se nombren. Señalaron que lo que más desafección política causa son las peleas feroces, que se dan fundamentalmente en las redes sociales y en los medios de comunicación, entre todos los que dicen que la prioridad es atajar los problemas sociales.
Lo más significativo es que con el diagnóstico tan duro que hacíamos, quienes han participado en el desarrollo colaborativo de este informe han calificado el proceso y el resultado como ilusionante, clarificador, enriquecedor y muy positivo.
El texto se estructura en tres apartados: el porqué de una
Transición Ecológica Justa, los objetivos y la propuesta de gobernanza
para España y la necesidad de una transformación cultural. Si pudiera
desarrollar brevemente cada uno de ellos.
En cuanto al porqué una Transición Ecológica Justa, en el texto señalamos que vivimos una crisis multidimensional y global que comienzan a vivirse con intensidad también en el mundo enriquecido –muchos pueblos viven en una situación crítica y violenta desde hace muchísimo tiempo–. Las consecuencias de vivir bajo un orden económico, político y cultural que ha declarado la guerra a la vida son el caos climático, escasez de algunos bienes ligada al uso irracional de recursos finitos, vulneración de la protección social –que afecta asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia–, degradación y graves ataques a la democracia, recortes de derechos sociales y económicos que, aunque insuficientes, habían sido adquiridos con mucho esfuerzo, guerras, migraciones forzosas (internas e internacionales), extractivismo y expulsión…
Las personas participantes en este proceso hemos nombrado de forma diferente este momento histórico: largo declive, mutación, colapso, desbordamiento…, pero coincidimos en que estamos asistiendo al desmoronamiento de un sistema económico y social cimentado en el crecimiento productivista e industrialista, en la aplicación intensiva de tecnologías duras, en el uso desmedido de recursos naturales finitos y en la producción de armas de destrucción masiva. Un modelo capitalista –incluyendo el capitalismo de estado de China– atrapado en una racionalidad fantasiosa y despiadada que le incapacita para resolver los problemas que él mismo ha creado. Un modelo exitoso para la acumulación y concentración de poder pero fallido para garantizar la vida decente de personas y comunidades en el presente y en el futuro.
La cuestión es que ni el presente ni el futuro de las sociedades
humanas están predeterminados ni escritos. Tenemos medios, capacidad y
potencialidad para poner en marcha un proyecto que salga de la trampa
que obliga a elegir entre economía o vida. Un proyecto que no rehúya ni
disfrace la realidad, no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y
el futuro con compromiso y esperanza.
Hemos definido ocho
objetivos que debería perseguir esa Transición Ecológica Justa. El
primero sería garantizar que todas las personas y comunidades puedan
disfrutar de una vida segura y digna, porque sin justicia no habrá
transición ecológica. Si hay que elegir entre la supervivencia económica
en el corto plazo, y supervivencia ecológica y económica en el
corto-medio plazo, se priorizará la primera opción volviendo inviable la
segunda. Pero sin una política que gestione la escasez inducida por una
economía que desborda los límites, con principios que garanticen lo
suficiente para todo el mundo, ponga límites al exceso y redistribuya la
riqueza, será el mercado el que racione, generando cada vez más
despojo, desigualdad e insostenibilidad de las vidas.
Los siguientes objetivos apuntan a la reducción de la huella ecológica del sistema económico para compatibilizar la cobertura de las necesidades de todo el mundo con la biocapacidad del país y la global y el abordaje del cambio climático; adaptar el trabajo y el empleo a las circunstancias de la crisis ecosocial y al servicio de la Transición Ecológica Justa; desplegar procesos que acometan las situaciones de contingencia y urgencia derivadas de los efectos de la crisis ecológica y climática; detener los principales procesos de destrucción ecológica; restaurar y favorecer la resiliencia de los ecosistemas clave del país y proteger la vida no humana; transitar hacia modelos territoriales justos y sostenibles que generen nuevas relaciones de cooperación entre los mundos urbanos, rurales y naturales; y construir un soporte económico y financiero que haga viable la Transición Ecológica Justa. Para esta última parte, nos ayudó Carlos Sánchez Mato, que nos hizo “las cuentas” para financiar esta transición.
También hemos tratado de hacer una propuesta que imagine cómo gobernar una Transición Ecológica Justa para el horizonte de los próximos diez años en el que nos pidieron trabajar. La cuestión de la profundización de la democracia, la participación real y la deliberación en todas las escalas territoriales es clave, al igual que colocar el objetivo de la Transición Justa como una prioridad de gobierno para todos los ministerios y administraciones públicas. De lo contrario, no funciona. Hicimos el esfuerzo de imaginar cuál sería la forma de hacer efectiva la Transición Ecológica Justa en sus primeros diez años.
El documento dedica varias páginas a la cuestión del cambio cultural.
Sí. El gran reto de la Transición Ecológica Justa es la reorientación de las aspiraciones y deseos de una buena parte de la sociedad. Por eso, una de sus mayores dificultades es la transformación cultural que se requiere para hacerla deseable.
Hay que asumir que hoy los imaginarios sociales, especialmente en los países más ricos, se inscriben en los paradigmas del crecimiento, el consumo y los proyectos de vida individualizados y que, sin un amplio apoyo social, es evidente que no se podrán abordar en profundidad y con urgencia los cambios necesarios. Es más, en situaciones de dificultad, la demagogia, la frustración y la proliferación de las opciones populistas y autoritarias podrían verse fortalecidas, tal y como ya está ocurriendo.
Sucede en los mismos grupos de trabajo que ha creado Sumar. Los resultados de los grupos son contradictorios entre sí al no partir de un diagnóstico compartido. Por eso la deliberación es clave.
Uno de los principales problemas que, a mi juicio, tiene la política institucional es que los partidos carecen, en general, de espacios de deliberación y elaboración tranquilos, no digo lentos, sino no expuestos en el escaparate de los medios de comunicación. Tampoco tienen, mayoritariamente, trabajo en lo concreto ni anclaje en el mundo real, donde la gente sufre y vive los malestares.
No es fácil encontrar un equilibrio entre el reconocimiento tranquilo y realista de la situación que atravesamos y la generación de marcos políticos que imaginen, propongan, construyan y consensúen horizontes de deseo y utopía que sean motivadores y alcanzables. Pero es muy importante hacerlo. No equilibrar ambas cosas conduce a hacer diagnósticos durísimos que no ofrecen salida esperanzadora o asumir planteamientos cuya insuficiencia se traduce en vidas precarias o vidas perdidas presentes y futuras.
En nuestra opinión, las personas y cuadros que vayan a llevar adelante este proyecto tienen que ser capaces de comprender bien qué es la Transición Ecológica Justa y deben saber explicarla con nitidez, honestidad y convicción. En un marco social como el actual, la confusión que hay alrededor de conceptos manidos se convierte en un enorme obstáculo. Algunas etiquetas pueden funcionar en un primer momento, pero éste es un camino de largo recorrido, y las promesas fallidas o las ilusiones no satisfechas en el plano de la política institucional generan una enorme decepción y desafección que le pone la alfombra roja a la entrada de opciones autoritarias, populistas, que conectan con esos malestares. También aquí hay que pensar en el corto, medio y largo plazo.
Por eso, lo cultural es muy importante. En nuestra propuesta, una cuestión central era la articulación de una campaña enorme que llegase hasta el último rincón. La Asamblea Climática Ciudadana que puso en marcha el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, y nuestro propio proceso, aunque modestos y pequeños, evidencian que cuando gente diversa se pone a pensar y a dialogar, puede llegar a un entendimiento. Yo, personalmente es a lo que decidí dedicar mi esfuerzo desde hace mucho.
¿Hay opción de supervivencia no ya para España, sino para el planeta, sin una Transición Ecológica Justa?
Opción de sobrevivir hay, claro, la clave es cómo, qué vida es la que queremos vivir. Es muy probable que dentro de cien años las sociedades sean más “ecológicas” porque sí o sí se vivirá con menos energía y materiales, y aquello que se precise vendrá de más cerca… La cosa es cómo llegaremos allí, si nos dejaremos a mucha gente por el camino, si el mundo se habrá dividido, aún más, entre sectores ricos y atrincherados y mayorías empobrecidas, o si habremos logrado encarrilar la situación y viviremos en sociedades en las que se produce lo suficiente para garantizar vidas dignas, si la tecnología será una tecnología humilde al servicio de la conservación de las vidas humanas y no humanas, si se habrá avanzado en sociedades libres del dominio de unas personas sobre otras y en el disfrute de una vida sencilla en lo material pero rica en lo relacional, en autonomía interdependiente, en tiempo…
En nuestra opinión, es claramente un cambio a mejor. Cuando se dice que una transición ecológica justa empobrece, se olvida que ya hay mucha gente que vive mal, que no puede pagar la casa, la factura de la luz o que llena la tripa como puede, que tiene miedo a salir a la calle por si le agreden por ser lo que es, o tiene miedo a quedarse en casa porque es un lugar violento, que tiene miedo al futuro y al desamparo. Para toda la gente que hoy lo pasa mal, la Transición Ecológica Justa es ir a mejor. Es poder vivir sin el miedo y angustia que da pensar que nadie se va a hacer cargo de ti. Precisamente para los sectores sociales más empobrecidos, una transición como la que hemos descrito es un proyecto político emancipador, probablemente el único que pueda asegurar la cobertura digna de las necesidades.
¿Cómo queda todo esto con la situación actual en Sumar y el adelanto electoral?
No lo sé. Espero que el trabajo que hemos hecho sirva para inspirar las propuestas que se hagan. Pero es un trabajo que sirve más allá de la coyuntura electoral, me consta que se está compartiendo en muchos lugares, incluidas otras opciones electorales, y siendo fuente de debate y contraste. Ese es su sentido.
Para mí, lo que pasa en las instituciones es muy importante. Desde luego no me da igual quién gobierne, pero a veces tengo la sensación de que a quienes están en la contienda electoral llega a darles igual.
Me cuesta enormemente entender la lógica de los partidos de esto que llamamos izquierdas. Si el motivo de vetar a Irene Montero es que resta votos porque la derecha, el lawfare y muchos medios de comunicación la han convertido, a los ojos de ciertos sectores, en una persona odiosa y sin valor, me parece un error. Un error repetido. Lo mismo hicieron con Ada Colau, Mónica Oltra o Carlos Sánchez Mato. Y salvo, afortunadamente, en el caso de Colau, el resultado fue también el abandono más absoluto por parte de los suyos. Y también la renuncia a los logros políticos obtenidos por estas personas en el desempeño de sus cargos y la asunción de la derrota ante una derecha reaccionaria a la que, de alguna manera, se le otorga el poder de definir qué es posible y qué es lo que no se va a tolerar.
Yo me alegro de que se hayan integrado tantos partidos en Sumar, pero me parece amargo cómo se ha construido. Tampoco necesito ilusión, una palabra vacía que se ha convertido para la izquierda en lo que la libertad es para Ayuso. En realidad nunca he sentido una gran ilusión por votar.
Que en estos momentos no me ilusione especialmente Sumar no significa que esté desesperanzada o desmotivada para votar. Me importa lo que pasa en la institución y sé que las vidas concretas de muchas se verán afectadas por lo que salga. Pero tengo claro que no es lo único. Sé que los cambios institucionales para la Transición Ecológica Justa tendrán que venir empujados desde la sociedad civil. Sé que los movimientos sociales y las organizaciones de base ahora no son fuertes, pero cada cual tiene que elegir desde dónde empuja y yo he elegido estar ahí. Y desde ahí, colaborar con todo lo que busque construir una vida digna, disfrutona y, como dice Francia Márquez, sabrosa.