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Entrevista a Nerea Aresti Esteban feminista y especialista en historia de género

«Hay que quitar hierro a las individualidades»

Fuentes: https://www.pikaramagazine.com

A la hora de construir genealogía, la historiadora Nerea Aresti Esteban aboga por rescatar los referentes colectivos, “por ser más inspiradores” y porque “el feminismo aprende mucho más de experiencias de lucha colectiva”.


Nerea Aresti Esteban (Bilbao, 1961) es profesora de la UPV/EHU, doctora y especialista en historia de género. Desde principios de los años 80 y hasta mediados de los 90, militó en la LKI (Liga Komunista Iraultzailea; en castellano, Liga Comunista Revolucionaria) y en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia. En la actualidad, forma parte del Centro de Documentación de Mujeres Maite Albiz. En esta entrevista, pone en perspectiva el feminismo actual con el de la Transición.

¿Qué resultado obtenemos de esa comparación histórica?

Desde mediados de los 70, el contexto ha cambiado mucho y el feminismo, también. Sin embargo, hay tensiones, debates y problemas de fondo que son comunes a los feminismos de ambos momentos, como la construcción del sujeto feminista. El feminismo de la Transición se planteaba un sujeto en un contexto donde el movimiento obrero y el antifranquista aparecían como las grandes alternativas de cambio social. El feminismo tuvo que encontrar la legitimidad de un sujeto, el sentido de su existencia, no solamente con respecto a unos poderes y a una derecha contra la que iba a luchar, sino en el seno de la propia izquierda. Fue un proceso que costó mucho y del que aquel feminismo salió victorioso, porque consiguió constituirse como una cultura política con sus propias aspiraciones, simbología, organizaciones, etcétera.

¿Quién conformaba el sujeto feminista de la Transición?

La mujer, muy identificada teóricamente con la figura del ama de casa. Nos parecería ahora un sujeto excesivamente rígido, homogéneo, monolítico…

O no tanto, depende del feminismo con el que se mire.

Lo más interesante de este debate es pensar en un sujeto en continua construcción. Los contextos, la sociedad y el feminismo van cambiando y, en consecuencia, ese sujeto se va transformando.

El mandato de la maternidad, tan cuestionado en la Transición, ¿está ya superado o solo tiene otro aspecto?

Hoy en día también existe, pero de otra manera. No es lo mismo el mandato de antes, que excluía cualquier otra alternativa de existencia para las mujeres, al de ahora, que se da en un contexto en donde existen otras posibilidades, otros modelos de vivir que no pasan por la maternidad. En todo caso, la presión sigue siendo enorme. En los últimos años hemos asistido, incluso, a un recrudecimiento de esa presión con respecto a décadas pasadas.

¿A qué lo achacas?

Es una impresión. Se ha creado un nuevo acercamiento a una maternidad más natural, menos medicalizada, que privilegia más la relación con el recién nacido y que vuelve a situar a la mujer madre en un segundo término frente a las necesidades de la niña o del niño recién nacido. La lactancia a demanda, el cuestionamiento del uso de la epidural… Interpreto ahí una remistificación o una renaturalización de la maternidad.

Hay quien considera que la doble militancia —en partidos políticos y en el feminismo—, tan habitual en la Transición, le restó fuerza al movimiento. ¿Eres de la misma opinión, tú que militaste al mismo tiempo la LKI y en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia?

Aunque la construcción del feminismo fue diferente según los lugares, en Bizkaia existió una voluntad de buscar espacios de acción más allá de este debate. En las jornadas de Granada del 79, la doble militancia fue una discusión central que provocó la división del movimiento. Sin embargo, como recordaba hace poco Justa Montero, referente fundamental de aquel momento y de ahora, poco después el movimiento feminista puso en marcha una campaña de solidaridad por los juicios por aborto a las once mujeres de Basauri. Por encima de las discrepancias, las feministas de dentro y de fuera de los partidos políticos fueron capaces de pensar en la acción, en los objetivos y en las necesidades de lucha del propio movimiento.

¿Qué tal os iba dentro de los partidos políticos?

Intentábamos transformarlos en un sentido feminista, pero también teníamos una misión política general. Las feministas también diferíamos sobre lo que había que hacer dentro de los partidos, en mi experiencia, las de la LKI hicimos lo que quisimos hacer. Nunca supeditamos nuestra visión de las cosas a aquello que se nos decía que teníamos que hacer o pensar. Esa es la sensación que me queda, visto en retrospectiva, aunque hubo muchos momentos de rasgarse las vestiduras.

Antes se debatía más. ¿Leyenda o realidad?

Hoy, el movimiento se está construyendo en un contexto con muchos elementos nuevos que le obligan a resituarse. Los espacios, los modos y los vehículos han cambiado y al feminismo le está costando articular los debates de una forma no sectaria. No es lo mismo debatir con alguien con quien luego te tomas un vino a lanzar unas frases por las redes sociales a alguien que no has visto en tu vida. Eso puede generar unas dinámicas muy destructivas. Como decía recientemente Tere Maldonado, si perdemos la complejidad de los muchos grises que hay en los debates, estos se terminan construyendo en torno a posiciones que son casi una caricatura. Y es una pena porque, entonces, esos debates no nos llevan a nada y, además, paralizan.

Nerea Aresti, durante la entrevista. / Foto: J. Marcos

¿Qué logros hemos heredado de las feministas de la Transición?

¡Tantos…! El primer objetivo que se plantearon fue acabar con las desigualdades y con las injusticias más sangrantes del franquismo, en términos de falta de derechos. Esas luchas formaron parte del propio proceso de acabar con la dictadura. Me refiero a la igualdad legal en muchos ámbitos, a derechos fundamentales, a cuestiones que afectaban de una forma decisiva a la vida de las mujeres, como los anticonceptivos, el aborto, el divorcio… En ese sentido, somos herederas de todos aquellos cambios tan elementales, que ahora ni siquiera parecen conquistas, sino frutos maduros que cayeron del árbol. Pero no; ¡hubo que luchar por ellos! Es una injusta paradoja. Por una parte, se asimilan los logros que consiguió aquel feminismo pero, por otra, se obvian, incluso se niegan, sus raíces.

¿Hay reivindicaciones que se dieron por perdidas con el paso de las décadas?

Ni el movimiento fue uniforme ni todas las feministas pusieron sobre la mesa los mismos objetivos. Sin embargo, puedo decir que determinados sectores de la Transición plantearon unas aspiraciones de cambio muy radicales y cuestionaron instituciones que ya no se cuestionan, como la familia. Desde entonces, solo se ha pretendido un proceso democratizador para hacer de la familia algo más plural en sus formas.

¿Idealizo si digo que el feminismo de la Transición era mucho más colectivo y tenía unas prácticas mucho más transgresoras?

Era muy irrespetuoso e irreverente y no ponía límites a aquello que cuestionaba. Se atrevía con todo, tanto en los objetivos como en las formas, y era muy creativo y audaz, también estéticamente. Sí es cierto que tenía un sentido de colectividad fuerte. El neoliberalismo actual, aunque intentamos escapar de sus lógicas, pesa en los cambios sociales de las últimas décadas, lo cual se refleja hasta en cuestiones como la autoría. Hoy todo lleva el nombre de una individua o de individuo detrás, sea real o ficticio. Entonces, en general, los documentos no llevaban firma o estaban firmados por un grupo porque eran resultado de su debate colectivo.

¿Cómo vivió el movimiento feminista vasco la institucionalización del feminismo, con la creación de Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer, en 1988?

Fue una experiencia muy contradictoria. Fue una conquista del movimiento feminista y, a la vez, un cuestionamiento de la razón de su propia existencia. Las instituciones absorbieron y resignificaron objetivos y prácticas que venían desarrollando las feministas, muchas veces de forma altruista y militante, que pasaron a tener una dotación presupuestaria, como la intervención en el ámbito de la violencia. El llamado “debate sobre instituciones” marcó una época.

¿Qué balance haces?

Me sigue pareciendo igual de importante que antes la existencia de un feminismo independiente y autónomo de las instituciones, que no tenga que rendir cuentas ante ningún poder político acerca de lo que quiere hacer y de lo que hace, de lo que pide y de lo que piensa.

¿Cómo prevés el feminismo de los próximos años?

Es difícil predecir qué peso van a tener en él las formas organizativas protagonistas hasta hoy y el impacto de la sociedad global en la legitimidad del feminismo a la hora de construir identidades feministas. Con un diagnóstico más afinado según lo que vaya ocurriendo, seremos capaces de resituarnos y de replantearnos nuevas formas de acción. Además, hará falta mucha imaginación para sobrevivir con un proyecto, el feminista, que supone cambios profundos, que pretende incidir en las relaciones de poder que atraviesan todas las estructuras sociales.

¿La irrupción de Vox en los parlamentos nos retrotrae a tiempos de la Transición?

La extrema derecha nos llama la atención sobre una cuestión interesante: no dar por hecho que los logros feministas son un proceso gradual, de progreso constante, y que una conquista ganada es una conquista para siempre. En ese sentido, la extrema derecha es una advertencia de que las cosas cambian para mejor, pero que también pueden cambiar para peor. Bien lo sabemos en un contexto como el nuestro, donde la ola feminista de los años 20 y 30 chocó con una guerra que truncó cualquier aspiración de cambio para las mujeres. La historia puede reservar a las luchas finales muy diferentes. Sin que esto funcione como un temor constante, es interesante como recordatorio.

¿Qué te parece la atención que recibe, desde hace unos años, la genealogía?

Ese interés viene muy ligado al feminismo institucional y a su necesidad de un resultado inmediato: poner a las calles nombres propios de mujeres. Por eso, la genealogía se reduce muchas veces a rescatar individualidades, mujeres del pasado que destacaron por su actividad profesional, política o artística y que supieron desenvolverse en un mundo hostil y de hombres que pretendía excluirlas. Además de eso, necesitamos referentes de colectivos y de momentos de lucha de especial significación en el pasado. En nuestro contexto podría ser la lucha a favor de las once mujeres de Basauri enjuiciadas por abortar, Marienea, la Casa de las Mujeres ha llevado a cabo iniciativas al respecto; las mujeres antifascistas de los años 30 en Bilbao; o, más atrás en el tiempo, el colectivo de cigarreras, unas de las más combativas ante las condiciones infrahumanas en que trabajaban. Sus huelgas en 1889 pueden servirnos de modelo en el presente. Por otra parte, es interesante ligar estos referentes colectivos a lugares de la memoria, cuestión que plantea muy bien Miren Llona. Se me ocurre, por ejemplo, la antigua fábrica de tabacos de Bilbao, en Zabalbide, que hoy en día no existe.

Y al movimiento, ¿para qué le sirve la genealogía?

Para encontrar inspiración y elementos de contraste y de aprendizaje para el feminismo actual y, así, no tener que inventar la rueda cada vez.

A simple vista, resulta más inspirador y alcanzable el referente colectivo…

¡Claro! Además, muchas veces, las mujeres individuales ni siquiera eran feministas. No hicieron sus proyectos de vida partiendo de la reivindicación del derecho a formar parte del espacio en el que destacaron, sino que su apuesta fue profesional. A la hora de construir genealogía, hay que quitar hierro a las individualidades, sin restarles mérito y reconociendo su valentía. Esa visión del pasado es muy clásica y positivista. Pone el foco en el quién, el qué y el cuándo, cuando muchas veces lo interesante es el cómo y el porqué. En mi opinión, el feminismo aprende mucho más de experiencias de lucha colectiva.

¿Te mojas con alguna individualidad?

Lucía Sánchez Saornil, anarcofeminista, rompedora y fundadora de Mujeres Libres, en los comienzos de la Guerra Civil. Escribió un himno que, precisamente, alude al sujeto del feminismo del que hablábamos antes: “Queremos escribir de nuevo la palabra mujer”. Esta mirada hacia el futuro en construcción me parece realmente interesante.


Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2023/06/hay-que-quitar-hierro-a-las-individualidades/