El profesor de Derecho Civil de la Universidad de Córdoba Antonio Manuel Rodríguez recibió insultos por defender que Al Andalus es un periodo más de la historia de España. En esta entrevista explica qué hay detrás de las celebraciones como la Cabalgata Histórica de los Reyes Católicos que ha dado inicio a la feria de Málaga.
Cuando Macarena Olona formaba parte de VOX llegó a proponer que se cambiara el Día de Andalucía, celebrado el 28 de febrero, por el 2 de enero, cuando se produjo la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos. “Lo que comenzó con el primer foco de resistencia cristiana encabezada por don Pelayo en Covadonga, culminó ocho siglos después con Boabdil entregando las llaves de Granada a los Reyes Católicos”, argumentaban en el partido de ultraderecha.
Estos días, la feria de Málaga ha comenzado con otra gesta histórica, descrita así en la cuenta oficial de X que el Ayuntamiento de la ciudad andaluza tiene para el evento: “Llega la #feriademálaga y lo hace con la Cabalgata Histórica de los Reyes Católicos, un espectáculo que recrea la entrega de las llaves de la ciudad de Málaga y la espada de la rendición al rey Fernando por parte de los musulmanes, hecho del 19/08/1487”.
Y es, como explica el consistorio, el origen de la feria: “A lo largo de la historia, los festejos tienen un carácter discontinuo e irregular y se mezclan y diluyen, en ocasiones, con otras celebraciones religiosas, como el Corpus, que durante algunos años llega a tener el valor de Feria. […] Un hito clave en la Historia de nuestra Feria será el año 1887, IV Centenario de la Conquista. Tras la intermitencia en la celebración de siglos anteriores se establece ya, definitivamente, una celebración con regularidad anual, con una duración de unas dos semanas y un contenido más fastuoso”.
La feria de Málaga ha arrancado con la celebración de la toma de la ciudad por parte de los Reyes Católicos. Ya se hacía y se viene haciendo también en Granada. ¿Cree que estos actos están más en auge desde que llegó la ultraderecha a las instituciones?
Sin duda. Allí donde no existían tradicionalmente se imponen con el beneplácito de la derecha como uno de los puntos capitales de sus acuerdos de gobierno, demasiadas veces con el silencio cómplice de una izquierda temerosa de ser castigada en las elecciones, evidenciando el peligro de lo profundo que está calando el mensaje. Y allí donde estos actos se han venido representando históricamente se reinterpretan en redes sociales y medios de comunicación afines a la extrema derecha para reafirmar su discurso nacionalcatólico, xenófobo y racista.
¿Qué supone esta celebración? Sus defensores dicen que hay que conocer toda la historia y que mucha gente, sin este evento, no sabría por qué este día, por ejemplo, es festivo en Málaga.
Es cierto que la feria de Málaga tiene su origen en un Acuerdo del Cabildo municipal de 1491 en honor a la Virgen de Agosto para conmemorar el 19 de agosto de 1487, día en que el Hammet el Zegrí, último alcaide andalusí de la ciudad, entrega las llaves a los Reyes Católicos tras un asedio infame que costó la vida de miles de malagueños y malagueñas. Es normal que así fuera en esos tiempos. Lo que no es de recibo en una sociedad democrática y constitucional, en pleno siglo XXI, es que todavía se siga hablando de “reconquista” en el artículo 3 de la Ordenanza Municipal de Feria (término cuestionado por la historiografía no adscrita a patriotismos ideológicos), y que se celebre este hecho como el triunfo de una visión sectaria de una España que tampoco existía entonces, negando y demonizando un periodo que también forma parte de la historia de Málaga.
Me consta que el desfile lo viene organizando la reconocida Asociación Cultural Zegrí, que hace un trabajo excelente en la ciudad, y no dudo un átomo de sus buenas intenciones. Pero también es objetivo y evidente que en el contexto festivo de esa representación no queda constancia de la matanza de miles de ciudadanos malagueños que supuso el asedio, ni de la captura como esclavos de los supervivientes, lo que implica no dar una visión fidedigna de lo ocurrido. Y, lo que es peor, refuerza el relato de la extrema derecha que extranjeriza Al Andalus, como si el humanista malagueño Ibn Gabirol no fuera tan hispano o más que muchos de los mercenarios que tomaron la ciudad. Ése es el problema: la celebración. Alegrarse por la imposición de esta mirada negacionista, racista y xenófoba de la sociedad y de nuestra historia.
¿Se podrían desligar estos eventos de la islamofobia?
Hoy es imposible. Van cosidos como la uña a la carne. Ese mismo día de la cabalgata recibí cientos de insultos en redes sociales por defender que Al Andalus es un periodo más de nuestra historia, como la Hispania Romana, Visigoda o Bizantina. Y todos los ataques, todos sin excepción, venían cargados de mensajes islamófobos. Por eso creo desafortunadas estas conmemoraciones y que no debemos echar gasolina al fuego. De verdad que entiendo y respeto a quienes promueven la cabalgata intentado desafectarlas de esta basura, pero el problema es ajeno a ellos. Existe una agenda de la ultraderecha para inundar el espacio virtual de este odio al “moro”, que se aprovecha de la inacción gubernamental, policial y judicial. El caso del apuñalamiento al niño Mateo y la horda de falsas imputaciones, incluido el acoso al portavoz de la familia, debería ser un punto de inflexión para acabar con esta dinámica. Son delitos de odio, sin más, y debería perseguirse de oficio a quienes los perpetran y difunden.
Le contaré una anécdota. En el año 2010 organizamos una cadena humana entre la Mezquita-Catedral y la Sinagoga de Córdoba para solicitar el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia a los descendientes de moriscos-andalusíes en los mismos términos que el concedido a los sefardíes, con el respaldo de miles de firmas de reconocido prestigio internacional, incluido el presidente Obama. Hoy sería impensable. En menos de quince años hemos retrocedido varios siglos.
¿Por qué conocemos más a los propios Reyes Católicos, como dice usted, que a figuras como Averroes? ¿Qué papel juega en ello la educación?
El mismo día que se aplaudía en redes sociales la victoria de los Reyes Católicos sobre la población malagueña andalusí, otros miles de mensajes recordaban el miserable asesinato de Federico García Lorca el 18 de agosto de 1936. A preguntas del periodista Luis Bagaría para el diario El Sol de Madrid, el poeta andaluz y universal respondió sobre la toma de Granada: “Fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada, a una tierra del chavico donde se agita actualmente la peor burguesía de España”. Federico ya advertía en su respuesta que en los colegios de entonces se adoctrinaba con el relato nacionalcatólico de la historia de España. El problema es que, tras casi medio siglo de democracia, siga ocurriendo lo mismo.
Se ve Al Andalus como algo malo…
Al Andalus es uno de los periodos más longevos de nuestra historia, complejo, caleidoscópico, transido de luces y sombras, como cualquier otro de nuestro pasado. Nadie pretende idealizarlo, en absoluto. Pero tampoco podemos consentir su demonización hasta negarlo y extranjerizarlo. Sorprende que sólo llamemos “invasión” a la árabo-musulmana y no a la romana, a la bárbara goda o a la conquista de América. Sorprende que admitamos la asimilación cultural de la población nativa en todos estos periodos históricos y la neguemos en Al Andalus, como si todos sus habitantes hubieran venido de Arabia y no perdieran esa condición durante ocho siglos.
Sorprende que se omita la presencia mudéjar, conversa, morisca y esclavizada posterior al proceso de conquista, dispersa por casi toda la península, y se crea el bulo de una suplantación humana venida del Norte. Pero lo que más sorprende es que siga ocurriendo hoy, porque España ya no es un Estado fundado en el mito nacional católico, en una cruzada contra infieles, sino en un acuerdo social refrendado en las urnas y aquilatado en una Constitución que consagra la libertad religiosa y la igualdad de todos los ciudadanos no importa su género, etnia o religión. De ahí que la celebración de la “reconquista” como la victoria del bien sobre el mal sea una ucronía injustificable, y que el desconocimiento de Al Andalus en las aulas sea un hecho imperdonable.
¿Cómo ayudan figuras como Yamine Lamal?
Más de una vez he advertido de la lectura perversa que se hace del “nacionalismo deportivo” por la derecha y extrema derecha, con la connivencia medrosa de la izquierda. Aprovechando sus éxitos, han vendido el relato de quiénes deben entrar y quiénes no en la soflama del “yo soy español”. Afortunadamente, dos de los pilares ideológicos en su batalla cultural (el antifeminismo y el racismo-xenofobia), cayeron con las victorias deportivas y, sobre todo, sociales en los casos de Jenny Hermoso frente a la Federación de Rubiales y a la dupla formada por Nico Willians y Lamine Yamal. Por fin se puede ser español y española siendo feminista, negro vasco o catalán con nombre en árabe. Sin embargo, esto que nos equiparaba con lo que ya veníamos viendo en otros países de nuestro entorno, también nos acerca a sus dramáticos problemas. La violencia racista y xenófoba desatada en Gran Bretaña, o el peligro cierto de la victoria ultranacionalista en las elecciones francesas, parecen llamar a nuestra puerta.
Un ejemplo evidente fue el silencio acusador por parte de la extrema derecha cuando fue apuñalado el padre de Lamine Yamal, frente a los bulos racistas cuando el apuñalado resultó ser aquel pobre niño. Claro que ayudan casos como los de Lamine Yamal y otros muchos deportistas que visualizan la diversidad y el mestizaje en España. Pero hace falta mucha pedagogía para desprendernos del velo ideológico que llevamos puesto en los ojos y en el cerebro durante siglos. El mismo que otorga la españolidad a Carlos I nacido en Gante y a Felipe V nacido en Versalles, pero que se la niega a Abderramán III que nació en Córdoba de antepasados cordobeses y navarros. El mismo velo que algunos llevan en el corazón para negar el derecho a la vida a quienes se la juegan en una patera. Es el mismo racismo y la misma islamofobia de quienes ensalzan la celebración de un genocidio como el cometido a la población malagueña en la toma de su ciudad. Tras su celebración festiva, se esconde un monstruo que también devorará a quienes hoy la justifican como inocente sin darse cuenta del peligro.