La memoria atraviesa y modula sutilmente los grandes acontecimientos de la historia. La intervención norteamericana en la guerra de independencia de Cuba dejó un sabor amargo, que se expresó en buena parte de la producción literaria de los decenios iniciales de la República. Después de una lucha prolongada, los cubanos sufrían la mutilación de su […]
La memoria atraviesa y modula sutilmente los grandes acontecimientos de la historia. La intervención norteamericana en la guerra de independencia de Cuba dejó un sabor amargo, que se expresó en buena parte de la producción literaria de los decenios iniciales de la República. Después de una lucha prolongada, los cubanos sufrían la mutilación de su independencia. Por lo demás, el cuerpo combatiente no había sido homogéneo. La patria soñada tenía perfiles diferentes a tenor del origen, la formación y la raza de los insurrectos. Sobre una ancha base popular, la alta oficialidad se configuró en gran medida con tinte clasista, acentuado por el otorgamiento de grados a los letrados, bachilleres y licenciados. De ahí que se constituyera una república de «generales y doctores», según la acertada definición del novelista Carlos Loveira. Los generales de la guerra se hicieron caudillos, notables de los partidos tradicionales, usufructuarios de la política, beneficiarios de la corrupción, subordinados al imperialismo hasta el punto de solicitar la intervención extranjera cuando la situación del país alcanzaba cierto grado de conflictividad. El general José Miguel Gómez, el general Mario García Menocal y el general Gerardo Machado ocuparon la presidencia de la República. Otros, llegaron a posiciones menos prominentes, aunque siempre contaminados por el contexto político. Eran también portadores de prejuicios. María Teresa Freyre de Andrade, hija del general Fernando Freyre de Andrade, de quien hablaré más adelante, refería una anécdota ilustrativa. Juan Gualberto Gómez, negro y hombre de confianza de José Martí, partícipe en la organización de la guerra y periodista con amplio reconocimiento público, aliado político circunstancial del general, solía frecuentar la casa. «Me gusta Juan Gualberto», apuntaba la madre de María Teresa, «porque sabe darse su lugar: lo invitamos a almorzar y siempre se excusa cortésmente». Era un colega, pero no podía compartir la mesa con la aristocracia blanca.
Sin embargo, a pesar de la ambigüedad en la definición del contenido del concepto de patria, altos oficiales transmitieron algunos valores a su entorno familiar inmediato. Varias hijas de generales desempeñaron un papel de consideración en la cultura cubana. María Elena Molinet, hija del general de igual apellido, estrechamente vinculado al general Mario García Menocal en la administración de la empresa norteamericana dueña del central Chaparra ha sido una de las diseñadoras más influyentes en la Cuba revolucionaria en el campo de las artes escénicas y el cine. Prefiere olvidar la colaboración paterna con el dictador Machado, pero evoca todos los días la tradición mambisa de los suyos. Su vida de artista y su auténtico espíritu bohemio la han liberado de la altanería aristocrática. Por su parte, Dulce María Loynaz, hija del general enrique Loynaz del Castillo y prominente escritora, Premio Nacional de Literatura y Premio Cervantes, permaneció con Dios y con la patria, a pesar de las diferencias que la separaban de una revolución popular, muy alejada de su arraigado espíritu de clase. Persistió solitaria en una casa y un mundo que se derrumbaban, invulnerable en su dignidad y en su orgullo.
Sin pretender agotar el tema, quisiera detenerme en la historia de dos mujeres, cuyos destinos se cruzaron en más de una oportunidad, a pesar de estar separadas por una generación. Me refiero a Regla Peraza y a María Teresa Freyre de Andrade. Una y otra sufrieron graves traumas familiares bajo la sangrienta dictadura de Gerardo Machado. El general Peraza, padre de la primera, fue un colaborador de su compañero de armas, el general Machado. Pero, como le advirtió entonces, cuando el tirano impuso la ilegal prórroga de poderes, pasó a la oposición hasta intentar un alzamiento armado. Sorprendido en la hamaca donde descansaba, fue asesinado a mansalva, víctima de una delación. La acción había ocurrido en la occidental provincia de Pinar del Río. Se declaró estado de emergencia en la región occidental. No se podía salir de La Habana sin un salvoconducto. En 1932, Regla tenía apenas dieciocho años, educada con los cuidados de una hija de buena familia. Desafió obstáculos e impuso su voluntad a los oficiales de la guarnición. Sola, acudió al sitio donde había caído el general para recoger los restos ensangrentados.
Un año antes, los sicarios del régimen habían asesinado, en el despacho de abogados donde trabajaban, a los tres hermanos Freyre de Andrade, tíos de María Teresa, quien había nacido en 1897, en San Agustín de la Florida, donde su padre, el futuro general Fernando Freyre de Andrade, depositó a los suyos antes de marchar al campo insurrecto. Para María Teresa, había llegado la hora de su primer exilio. En París, se dedicó a congregar a los cubanos -escritores, artistas, estudiantes- instalados en esa ciudad. Con la ayuda de todos y con la colaboración de algunos simpatizantes franceses, articuló una campaña de prensa. Consiguió el respaldo de firmas muy reputadas, entre otras, las de Henri Barbusse y Romain Rolland.
De regreso a Cuba, María Teresa Freyre de Andrade se entregaría al empeño de llevar adelante los dos propósitos fundamentales de su existencia. Uno de ellos, se volcaba hacia el impulso por desarrollar un sistema bibliotecario a la altura de las necesidades del país, reivindicar la profesión y sacar del abandono los tristes depósitos de libros existentes por aquellos días. El otro, la implicaba en la vida política, empeñada en adecentar el país. Al igual que Regla Peraza, integró el Partido del Pueblo Cubano -Ortodoxo- inspirado en un lema que congregaba muchas voluntades. Independencia económica, libertad política y justicia social para las elecciones frustradas por el golpe de estado de 1952, su nombre aparecía en la candidatura senatorial de esa organización. Tenía por delante un nuevo exilio hasta el triunfo de la Revolución, siete años más tarde.
Venciendo la fragilidad del cuerpo, aparentemente incansable, se dedicó por entero a la realización de sus sueños. Organizó la Biblioteca Nacional como institución patrimonial y de servicio público, con énfasis en el trabajo dirigido a los niños, a quienes privilegió desde que, muy joven, publicara la revista Mañana. Congregó a un conjunto heterogéneo de intelectuales. Con funciones diversas y en perfecta armonía, estaban los poetas de Orígenes -Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz-, el compositor y musicólogo Argeliers León, el historiador y demógrafo Juan Pérez de la Riva. Hubo un estallido de creatividad e iniciativa. A su lado, el enérgico taconeo de Regla Peraza resonaba en los espacios marmóreos de la instalación. Fue ella la encargada del catálogo de ciencia y técnica, concebido para facilitar las búsquedas de los investigadores en esos campos. El afán emprendedor de María Teresa Freyre de Andrade no se contrajo a la capital. Fundó un sistema de bibliotecas en todo el país, cuidando en cada lugar de la salvaguarda del patrimonio documental y del estímulo a la lectura en niños y adultos. Persuadió a las autoridades locales de la importancia de esas instituciones para la cultura y el desarrollo social y obtuvo la concesión instalaciones altamente cualificadas en el corazón de cada ciudad.
Hijas de generales, María Teresa Freyre de Andrade y Regla Peraza asumieron que hacer cultura era un modo de fundar patria.
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/hijas-de-generales/24413.html