En las reuniones quincenales convocadas inicialmente por el investigador Osvaldo Bayer al pie del monumento del genocida Julio Argentino Roca, máximo responsable de «La conquista del desierto», para terminar con ese homenaje que es un insulto a los avasallados, fui invitado a presentar aspectos de la relación de los pueblos originarios con la naturaleza, y consecuentemente las de civilización y barbarie
La occidentalización del mundo ha significado el destrozo de innumerables culturas y pueblos, llevado a cabo durante siglos siempre con la coartada psíquica que eso era mejorar el planeta, la especie, la humanidad.
Durante mucho tiempo la idea de modernizar, occidentalizar y llevar el bien a todo el mundo fueron sinónimos.
Fue la época en que tantos afros se planchaban las motas para adquirir el pelo lacio que los acercara al «modelo» de los blancos. O como pasó en la segunda posguerra, cuando el sueño american alcanzó su máximo esplendor debidamente vehiculizado por Hollywood, y tantas japonesitas se cortaban un músculo o un nervio al costado de los ojos para que adquirieran redondez o perdieran el carácter rasgado…
El largo período, de occidentalización primero y últimamente de yanquización del mundo, fue un período de trasculturación permanente del resto de las culturas devenidas todas tributarias de la civilización mayor, o de vanguardia, la modélica… Trasculturación no era sólo -lo que ya es mucho-, la pérdida de la cultura propia, era también los destrozos de muchos destinos individuales, la vida triste, la muerte prematura.
Ese largo momento, esa noche, se vivió entre nativoamericanos de muchos modos. Mediante resistencias larvadas (siempre me pregunto qué grado de rechazo al invasor tiene que haber existido para que los europeos no descubrieran el Machu Pichu hasta 1911) y por último, como mimetización: aprender el idioma de la sociedad, el oficial, el dominante, es decir en América, en las tres Américas, aprender inglés, castellano o portugués. Y desaprender, olvidar el idioma propio, el de los padres y abuelos, el del universo cultural, identitario. Aprender a ponerle a los hijos nombres no ya como Aylén, Fresia o Nahuel sino María, Susana, Betty, Roberto, o Robert. Escamotear el pasado propio.
Hablo de un largo período de dominio cultural del Occidente noratlántico sobre el resto del mundo, pero no es un dominio incontestado. Siempre hubo resistencia; por ejemplo, la famosa «pachorra» que los europeos atribuyen a los pueblos sojuzgados no es sino resistencia. Siempre hubo resistencia, desde «los viejos», siempre algunas voces o gestos refractarios, siempre hubo gotas de resistencia, y lo que eran gotas, empezamos a ver que ahora son cañadones, arroyos, y, por qué no, a veces, ríos de resistencia.
Pero la resistencia no sólo ha sido desde los desplazados, perseguidos, exterminados. También ha existido desde los presuntos beneficiarios, desde el bando dominante, algo que la historia oficial, las historias oficiales, maniqueas, tanto la conservadora como la contestataria con aspiraciones hegemónicas pasan por alto.
Y eso es algo que nos permite darnos cuenta que ni cuando el dominio era aplastante se justificaba con aquello del «espíritu de época».
Pongamos algún ejemplo de aquellas gotas de resistencia entre quienes no han sido las víctimas directas. Cuando el primer «gobierno patrio» oriental, uruguayo, en 1832, decide liquidar «la cuestión del indio», obsérvese al verbo, «liquidando» a los oriundos del país, y arrasando casi todas las tribus, matados sus hombres, el ejército nacional, victorioso, se lleva a Montevideo la parte «útil» de lo que ellos llamaban «la chusma»: las mujeres y los niños. Los ocupantes y sus sacerdotes calificaban de chusma a todos los que no eran «hombres de pelea». Ya podemos imaginar el destino de ancianos y ancianas, que era la otra parte de «la chusma»…
Y en la plaza mayor de Montevideo se reparte entre las casas burguesas a las mujeres nativas como esclavas domésticas y a los pequeños, «para todo servicio». Entonces, en un diario montevideano aparece una carta de dos damas. Pensemos que si dos mujeres escribían entonces pertenecían a las capas más ricas e ilustradas de la sociedad «blanca»: y en esa carta protestaban con vehemencia contra el trato inhumano dado a madres -viudas recientes, bueno es recordarlo- y a hijos, a que se hiciera el reparto arrancando a los pequeños de sus madres pese a los gritos desgarradores de unos y otras. En esas damas montevideanas pudo más el amor de madre que sus mandatos o conveniencias de clase… salvando las distancias, en esas dos mujeres operó un sentimiento que conocimos aquí, aunque mucho más jugado y contra un adversario mucho más temible, con las Madres de la Plaza de Mayo.
Gotas de resistencia siempre hubo. Por ejemplo, cuando el gobierno expansionista de EE.UU. decide deglutir medio México (en 1847), por sus riquezas naturales, y la opinión pública estadounidense, es decir sus círculos intelectuales dominantes, glorificaban la invasión un tal Henry D. Thoreau, tan estadounidense como todos los «patriotas» del momento, calificó la acción de «su» gobierno como imperial, de rapiña, y se negó a pagar sus impuestos que al menos simbólicamente contribuían a semejante acción. Fue encarcelado por ello (aunque la cárcel para un blanco propietario en el siglo XIX sea de una lenidad incomparable con la que sufren los «condenados de la Tierra»). A propósito del mismo acontecimiento: mientras burgueses y socialistas aclamaban esa invasión en Europa y América, Mijail Bakunin, desde Europa, también la critica. Bueno es recordar -para apreciar la complejidad de nosotros, los humanos- que Friedrich Engels, el socio intelectual de Karl Marx, se burla: «Y les reprochará Bakunin a los norteamericanos el realizar una «guerra de conquista« que por cierto propina un rudo golpe a su teoría basada en «la justicia y la humanidad» [… ¿] o acaso es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos» [y entregada a] «los enérgicos yanquis»? («La magnífica California», en la recopilación Materiales para la historia de América Latina, de Karl Marx y Friedrich Engels, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, no 30, 1972, p. 189).
Pero dijimos que lo que eran gotas de resistencia, ahora ya son cañadones o ríos. Que esa larga noche ha sido rota por una aurora. Poco a poco son más y más lo que se preguntan de dónde vienen, por qué olvidar a los abuelos, la estirpe. Para los nativoamericanos, el triste aniversario de los 500 años fue un disparador; aunque venía de antes, ayudó a hacer las preguntas que el hombre siempre se hace ante las dificultades.
¿Por qué pudimos empezar a salir de aquella noche?
1. Me parece que el famoso modelo madeinUSa, lo que Hollywood nos vendió por décadas como «lo más», es lo que ha entrado en crisis. Si lo que se presentaba como el camino de éxito al futuro, resulta ser ominoso, si tanta modernización tan conocedora, se ha revelado tan ignorante y arrogante como para destrozar el planeta, si tantas mejoras civilizatorias están acercándonos a una hecatombe planetaria, entonces la presunta superioridad cultural, étnica, tecnológica, lo que nos apabullaba a puro éxito, no es tan exitoso… si con tantos aparatos de precisión se nos está revelando nuestra ignorancia ante los complejísimos fenómenos que el planeta y la vida nos presentan, entonces el famoso modelo tecnocrático no es infalible. Peor todavía, resulta generador de problemas.
El galopante desarrollo tecnológico no es parte de ninguna solución como tantas veces nos quisieron hacer creer, sino es parte del problema, para decirlo con una formulación hoy tan usual.
2. Hay otra razón que también juega en este despertar de los pueblos hasta ahora siempre dejados en la periferia de los acontecimientos mundiales. No sé bien qué relación tiene con lo primero, con la crisis del pensamiento instrumentalista, eficientista, aunque indudablemente la tiene. Y es que esa acción instrumentalista, marcada por los desarrollos tecnológicos, en su constante avance y destrucción de lo que se denomina «pre-moderno», está desarrollando una ofensiva sin precedentes, alcanzando aspectos de la vida de pueblos que jamás habían sido tan afectados antes.
Un ejemplo bien claro es el desembarco, o tal vez sea mejor decir el aterrizaje, de los grandes laboratorios en el campo y la reconfiguración de lo rural a su imagen y semejanza: lo que llamo el campesinicidio que es en gran medida el arrasamiento de culturas y pueblos nativos, oriundos de América, Asia o África.
Lo cierto es que, a causa de la crisis sistémica que señalé en primer lugar o por el grado de ofensiva que nos pone cada vez más entre la espada y la pared, hay un cierto resurgimiento planetario de lo local, de lo propio. Como si estuviéramos cada vez más conscientes de que estamos a punto de perderlo.
3. Hay un tercer factor, me parece, presente en el crecimiento de la resistencia. Aunque esta globalización es la enésima globalización que venimos viviendo desde hace 500 años, desde que el norte europeo pasó a acumular el poder, todas las anteriores habían sido, digamos así, «defectuosas» en el sentido de que no eran tan globales como pretendían. Pero no es el caso con esta globalización que es propiamente una mundialización, que pone a toda la humanidad y su casa o su barco; el planeta, en juego.
Y cuando digo «en juego» esto significa que todos estamos compelidos a «jugar», aunque el juego del sistema consista en dejar fuera de juego a una enorme cantidad de población. Porque hasta los marginados saben, sabemos, de qué se trata. Lo saben los jóvenes franceses de origen afro en París, lo saben los jóvenes chinos controlados en los cybercafés de Pekín o Shangai…
Lo cierto es que cada vez somos más los que sentimos con mayor claridad que estamos a punto de perderlo todo. Porque el ingreso a la dependencia generalizada lo tenemos cada vez más cerca.
Vuelvo al ejemplo del despojo a los campesinos: si los laboratorios lograran convertirse totalmente en nuestros proveedores de alimentos, balanceados, fortificados, estabilizados, homogeneizados, estandarizados, vitaminizados, gelificados, irradiados, todos muy lucidos en sus envoltorios plásticos, por supu, estaremos en lo que Devinder Sharma, un indio del Asia, califica como «el régimen del barco a la boca», en que una población, que ya no puede ni sabe autoalimentarse tiene que esperar los envíos de comida de las grandes redes de suministro mundial y corporativo. Y Sharma se pregunta: ¿existe una manera más indigna, abyecta de vivir? Es difícil de encontrar.
Así que el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono o la dependencia alimentaria, nos hacen ver la importancia de otras culturas, como las que habitaban el sur americano antes de la llegada de los españoles, la importancia tanto de las que han sobrevivido arrinconadas, marginadas, como de las que desaparecieron. Porque su relación con la naturaleza era más amistosa o respetuosa y porque empezamos a darnos cuenta que en ello había una sabiduría que la modernidad eurocentrada tiró por la borda.
¡Así que bienvenido el resurgir de las sociedades de los pueblos originarios!
Luis E. Sabini Fernández
Docente del área de Ecología de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras.
Editor de la revista Futuros.