El exlegionario alemán Joachim Fiebelkorn, uno de los neonazis más temidos de la segunda mitad del siglo XX, investigado por una masacre en Italia y odiado en Bolivia por su papel como colaborador de la dictadura junto al capitán de la Gestapo Klaus Barbie, tiene un fortín en Alicante donde es arropado por guardias civiles, militares y camaradas legionarios. Le visitamos.
En la localidad alicantina de Rojales hay una finca que emula a un castillo fortificado, con sus torretas, almenas, innumerables cámaras de seguridad y dos águilas imperiales custodiando un portón sobre el que se clava una gran bandera de España. En su interior hay un patio en el que un sacerdote celebra misa flanqueado por dos ametralladoras de gran calibre, un Cristo y una imponente Cruz de Hierro alemana. Se trata de un oficio veraniego por el apóstol Santiago, y son más de una docena los miembros de las fuerzas armadas cantando himnos patrióticos en un encuentro que exalta el lema de la Reconquista, «Santiago y cierra España». La convocatoria ha sido lanzada por la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de la Vega Baja, asociación que celebra aquí actos de corte nacionalista en los que se ve a generales del Ejército y comandantes de la Guardia Civil degustando una paella bajo el retrato de Millán Astray o Francisco Franco. Nada de todo esto sería posible sin la generosidad de su anfitrión, el histórico neonazi alemán Joachim Fiebelkorn. Es el dueño de la finca.
Uniformado como un miembro más de la Legión española, con una prominente barriga, pelo cano y ojos claros, Fiebelkorn se siente desconcertado al ser preguntado por su identidad y su pasado. «¿Cómo has llegado a mí?», responde inquisitivo. «¿Cómo sabes que esto es mío?», pregunta clavando sus pequeños ojos azules. A este hombre de familia prusiana nacido el 5 de abril de 1947 en Leipzig la prensa le perdió la pista hace 30 años y, como reconoce él mismo, «me daba por olvidado». Así las cosas, Fiebelkorn ha rehecho su vida en Rojales, una población contigua a la turística Torrevieja. Un buen lugar para empezar de nuevo, tal y como antes hicieron miles de alemanes, incluyendo a aquellos veteranos del III Reich que, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, se refugiaron en otros rincones de Alicante.
‘El carnicero de Lyon’
Sería uno de los pocos nazis que finalmente no pudo escapar a la justicia quien se convertiría en camarada de Fiebelkorn. Hablamos de Klaus Barbie, más conocido como «el carnicero de Lyon», condenado en 1987 a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad. «Tuve una excelente relación con él. Le persiguieron mucho», afirma el ex legionario alemán. Es obvio que Fiebelkorn mantiene intacto su respeto por Barbie, pero, para comprender que pasó entre ellos, hay que dar un salto en el espacio y tiempo hasta la Bolivia de los años 50.
Para llegar al lugar donde se ocultó Klaus Barbie hay que recorrer «el camino de la muerte», que es como se conoce en Bolivia a la antigua carretera que va de La Paz a la región de Los Yungas. Una espeluznante pista sin asfaltar que alcanza los 4.650 metros de altura sin un solo centímetro de guardarraíl que evite la caída de los vehículos al fondo de sus abismos. El sádico alemán de las Waffen SS que fuera jefe de la Gestapo -policía secreta de Hitler- en Lyon llegó aquí en 1951. Escapó de Europa con la ayuda del Vaticano, mediante su red de sacerdotes ustachas (fascistas croatas), aunque la suya fue una huida sui géneris, dado que, desde la caída del III Reich, trabajaba para los servicios de inteligencia estadounidenses en la caza y captura de europeos con ideas de izquierda. Cuentan en la localidad de Chulumani que pronto se hizo dueño de un aserradero en el que entró como administrador gracias a Hans Ertl Graetzel, fotógrafo nazi también huido a Bolivia que le recibió tras haber desembarcado en Argentina.
En esa década de los 50, Joachim Fiebelkorn no era más que un niño en una Alemania dividida. De su tránsito de la zona de ocupación soviética al Oeste controlado por la alianza de británicos, franceses y estadounidenses no se sabe apenas nada, por lo que preguntarle acerca de su despertar político y militar resulta oportuno. Pero el vaivén de invitados con el que Fiebelkorn ha de tratar en el momento en el que su Mesón Legionario comienza a despachar cervezas imposibilita un diálogo continuo. Responde: «Siempre admiré a Franco. Desde niño», y de ahí salta a sus 19 años sin mediar palabra. «A la Legión española me apunté porque en un viaje por el Sáhara español nos los encontramos de pronto, y así de fácil. Yo y Kopplin nos alistamos». Herbert Kopplin es un personaje no menos novelesco que Fiebelkorn. Fue miembro de las Waffen SS en el frente ruso durante el final de la Segunda Guerra Mundial, extremo que Joachim recuerda con orgullo de hermano menor. «¿Ya sabes que Kopplin fue de las SS, verdad?». En una fotografía en blanco y negro se ve a un Kopplin curtido, fibroso y sonriente portando un fusil y vestido como cabo de la Legión en el acuartelamiento de Sidi Buya, año 1967. De aquel exótico viaje por el desierto que Fiebelkorn cita no es posible sacarle más datos, pero sí confirma con cierto agrado su paso por el Tercio Sahariano Don Juan de Austria, donde juró bandera en El Aaiún de 1966. Un tiempo que este alemán, duro de entre los duros, recuerda con ardor guerrero. «Porque una vez se es legionario, se es para toda la vida», señala tan pronto como regresa a su estado inicial de dudas y recelo. «¿Quién te ha dicho que estaría hoy aquí?», inquiere repetitivo.
Para la década de los 70, años en los que Fiebelkorn se encontraba de vuelta en Alemania, la vida del nazi Barbie ya había cambiado por completo. El tiempo del aserradero de Los Yungas quedó atrás, la Guerra Fría estaba en pleno apogeo y, para la derecha latinoamericana, esta se expresaba en la necesidad de combatir a todos los movimientos populares que, armados o no, nacían en todos los rincones de Latinoamérica. Ya desde los años 60, los manuales contrainsurgentes distribuidos por la CIA entre las numerosas dictaduras afines a Washington daban instrucciones de cómo terminar de raíz con «el problema del comunismo», habida cuenta que para ellos el «peligro comunista» incluía a sacerdotes, estudiantes, obreros o simples maestros. Las enseñanzas de estos manuales eran la suma de lo aprendido por nazis como Klaus Barbie durante su experiencia como interrogador en la Francia ocupada y lo que posteriormente aprendieron los propios franceses como ocupantes en Argelia e Indochina. Con este método de «guerra sucia», la CIA volvió a reclutar a Barbie, esta vez como asesor para instaurar el llamado Plan Cóndor, una tétrica ofensiva que tenía como fin exterminar a toda persona y proyecto que se opusiera a la vieja Doctrina Monroe, es decir, a la explotación de Latinoamérica por parte de Estados Unidos con la connivencia de las oligarquías locales. Así, Barbie se movió con impunidad por varios países del continente e incluso Europa, aunque sería en Bolivia donde pasaría la mayor parte del tiempo, dedicándose tanto al tráfico de armas como al adiestramiento en materia de inteligencia, tortura y persecución extrajudicial.
La música comienza a sonar y se sirven las primeras cervezas en la pérgola de la Finca del Legionario. Distraído por los invitados que se acercan a saludarle, Fiebelkorn dice no escuchar la pregunta sobre si conoció al italiano Licio Gelli, el gran maestro de la logia P2 que luchó como falangista en la Guerra Civil española y, más tarde, junto a Benito Mussolini antes de huir en 1944 a Argentina. Este hombre, apodado «el titiritero siniestro», regresó a Europa en plena Guerra Fría para actuar como correa de transmisión entre la OTAN y aquello que se llamó la Internacional Negra del neofascismo armado, que se cree vinculada a Fiebelkorn. En una entrevista al diario La Vanguardia en 1990, Licio Gelli dijo que «Gladio utilizó legionarios españoles», en lo que se podría interpretar como una alusión directa a Fiebelkorn. Gladio fue una red clandestina de militantes anticomunistas creada secretamente por la OTAN ante el auge de la izquierda en Europa Occidental. Estas estructuras fueron particularmente activas desde Mayo del 68 hasta el fin de la Unión Soviética. La Internacional Negra habría llevado a cabo una serie de atentados, sangrientos e indiscriminados, que en un principio fueron atribuidos a organizaciones radicales de izquierda. A este proceso desestabilizador se le llamó «la estrategia de la tensión», un caos calculado que alejara a la sociedad de un comunismo que, en el caso del Partido Comunista Italiano (PCI), llegó a ser la segunda fuerza en varias elecciones legislativas.
Para la Internacional Negra, Gladio o el fascismo de todo cuño, España era un santuario. Su mejor retaguardia en Europa. Creando nexos entre todos ellos, una de las organizaciones que defendió con total impunidad las viejas ideas del nacionalsocialismo -e incluyó a históricos personajes de las Waffen SS como Otto Skorzeny o León Degrelle- fue el Círculo Español de Amigos de Europa, popularmente conocido como Cedade. Uno de sus presidentes, Jorge Mota, mantenía comunicación fluida con Barbie, al punto de reconocer que se reunió por primera vez con él en 1967. Sin embargo, sería Ángel Ricote, uno de los fundadores de Cedade, quien más animó la colaboración con una organización clave para el devenir de la cooperación de los suyos con un puñado de jóvenes neonazis que viajaron a Madrid escapando de la justicia por crímenes cometidos en Italia. Tal fue el caso de Avanguardia Nazionale, una estructura que tuvo como oficina informal la pizzería El Appuntamento, cercana a la Gran Vía madrileña. Una vez iniciados los primeros contactos entre ambas formaciones, Ricote recibió en su propia casa a Stefano Delle Chiaie, fundador de Avanguardia Nazionale y lugarteniente de Licio Gelli.
A mediados de los años 70, y tras una frenética actividad por Europa y África, Delle Chiaie viaja a Chile con una decena de militantes dispuestos a todo. De inmediato, comienza a colaborar con la DINA (policía secreta del régimen de Pinochet) viéndose implicado tanto en tramas sucedidas allí, como en otras de Perú, Argentina, Paraguay, Bolivia y, por supuesto, Europa. Una insólita facilidad de medios y movimientos que solo estaría reservada para aquellos que tenían tras de sí la complicidad de la CIA, tal y como sugirieron años más tarde colectivos de víctimas y defensores de los derechos humanos. Mientras, en Alemania, Fiebelkorn se mueve por la noche de Frankfurt para terminar incorporándose a la Bundeswehr (Fuerzas Armadas alemanas) extremo que no solo confirma él mismo sino además aprovecha para corregir: «No fui desertor, como se ha escrito; yo terminé mi servicio con ellos». Sin embargo, elude pronunciarse sobre algún percance que, según un informe de la Bundeskriminalamt (Oficina de Investigación Criminal alemana), protagonizó en relación a la posesión de varias armas de fuego. Pero fuera cual fuera su situación en Alemania, Fiebelkorn decide irse lejos, y qué mejor destino que Paraguay, donde el hijo de un alemán, el dictador Alfredo Strossner, dirige el país con mano de hierro. Según recoge el libro Narcotráfico y Política (Iepala Editorial), la estancia de Fiebelkorn no duró mucho: «Entre los alemanes de Asunción, todos más o menos nostálgicos de Hitler, Fiebelkorn se ganó buena fama. Se alojaba en el Hotel Guaraní. Frecuentaba burdeles de lujo como el Dardo Rojo, Casa Mami, el Imperial y el 741. Llegaba de noche, a caballo, con una pistola al cinto. Una tarde, en el Dardo Rojo, delante de una bella prostituta, propuso a Adolf Meinike, un ex SS de 63 años, jugar a la ruleta rusa. El viejo sacó su P38. Joachim tuvo suerte, pero Meinike se mató. La policía de Stroessner lo apresó. Durante algunos días le torturaron, después le soltaron en la frontera con Argentina». Y de ahí, por algún motivo que ignoramos, viajó a Bolivia, donde conocería al «carnicero de Lyon».
-¿Cómo fue su salto de 1978 a Santa Cruz de la Sierra?
Fiebelkorn se acomoda en una silla frente a un grupo de legionarios que prepara una paella. «Surgió la oportunidad, y fui a Bolivia», responde. El tema de Santa Cruz despierta un delatador brillo en sus ojos. Le gusta y la justifica: «Era una guerra contra el comunismo, y yo la hice». Pero en Bolivia no había una guerra, sino la dictadura del general ultraderechista Hugo Banzer llegando a su fin así como un buen número de militares metidos de lleno en el negocio de la cocaína. En Santa Cruz de la Sierra, una ciudad pujante y corrompida del oriente boliviano, Fiebelkorn abrió la cervecería Baviera, espacio que no solo acogería en sus mesas a los fascistas de la Internacional Negra que se pasaban por la ciudad -como el escurridizo Stefano Delle Chiaie- sino a auténticos nazis que lucharon en la II Guerra Mundial y terminaron sus días como mercenarios en Sudamérica. Este fue el caso de Hans Stellfeld, un veterano de la Gestapo que murió de sobredosis o, sin ir más lejos, su inseparable amigo Kopplin, del cual revela, «murió de un tiro».
-¿Algún combate con comunistas?
-No, qué va, eso fue un lío…
Pero antes de que pueda terminar la frase, alguien le llama y Fiebelkorn se levanta de su silla sin aclarar qué pasó con Kopplin. Vivos o muertos, el destino de otros fanáticos que, como el chileno Kay Gwinner, el mercenario de Rodesia Manfred Kuhlman o el veterano de la Organización del Ejército Secreto (OAS) Jean Le Clerc, buscaron fortuna junto a Fiebelkorn, es incierto. Quizás se pueda decir que el exlegionario de Leipzig ha sido el más afortunado de un grupo que sigue siendo recordado con indignación por la sociedad del país andino.
Tras la dictadura del ultraderechista Hugo Banzer llegaría un periodo de inestabilidad que se creyó cerrado en 1979, cuando Lidia Guelier Tejada, la primera y única presidenta en la historia boliviana, ganó unas elecciones democráticas. Sin embargo, este gobierno progresista no cumpliría un solo año en el poder. El 17 de julio de 1980, el general Luis García Meza dio un sangriento golpe de Estado con la complicidad de la CIA. Al frente de esa asonada fue colocado el mayor Luis Arce Gómez, un hombre instruido militarmente en la España franquista que, a su regreso a Bolivia, se introdujo en el mundo de las conspiraciones políticas para facilitar su nueva carrera como traficante de cocaína. Arce Gómez, que en la narcodictadura de García Mesa terminaría como ministro de Interior -aunque también se le conoció como «ministro de la cocaína»- fue quien encargó a Barbie parte del diseño de la estrategia represiva contra la oposición, la cual consistía en dar continuidad al Plan Cóndor con nuevas persecuciones, asesinatos y desapariciones forzadas. Llegado este punto, todas las condiciones estaban dadas para que Barbie, Fiebelkorn y su pandilla del Baviera cooperaran. La misión encomendada a Fiebelkorn fue crear de un grupo armado de corte paramilitar, lo cual no era difícil dado el elenco de ultras que ya operaban en la zona, en muchos casos, tratando de hacer dinero junto al narcotráfico.
A esta banda de fascistas armados los medios de comunicación le pusieron el nombre de «grupo de los novios de la muerte», en alusión al pasado de su comandante, el exlegionario Fiebelkorn. Esta investigación ha tenido acceso al documento fundacional de la cuadrilla, cuyo verdadero nombre fue Grupo Comando Especial Águila, como corrobora con entusiasmo y suspicacia Fiebelkorn: «Exacto, éramos el Grupo Águila. ¿Quién te lo ha dicho?».
La lista, en la que figuran 20 «camaradas» y está firmada por Fiebelkorn en calidad de «primer comandante», cuenta con el sello de las autoridades locales. Según publicó en 1982 la revista italiana Panorama, «el primer cliente del grupo fue el general Echevarria», involucrado en el tráfico de cocaína con Roberto Suárez, el narcotraficante más importante de toda la historia en esa región de América. De las muchas historias que recuerdan los sufridos cruceños, hay una anécdota que se repite tanto en libros como en la célebre exclusiva de Panorama. Dice que cuando los colombianos dieron problemas a la hora de pagar por la pasta base (de coca) que se llevaban, «Fiebelkorn hizo instalar dos posiciones de bazokas en los laterales de la pista. Desde ese día, los colombianos nunca se marcharon sin pagar». Pero el terror vendría después, con el golpe de García Meza consumado y el grupo paramilitar de Fiebelkorn actuando. La fuente que habló con la revista Panorama decía así: «Empezamos a seguir a los manifestantes de los sindicatos, a fichar, a amenazar y a castigar a los subversivos». Las tácticas represivas que Barbie vendió a la CIA volvían a aplicarse en Bolivia gracias a la cocaína. Sin embargo, Fiebelkorn se esfuerza en defender a Barbie, del que afirma: «Todo lo que se ha dicho sobre él es mentira y la condena a cadena perpetua, injusta. ¿Cómo va a poder ser responsable de tanto un simple capitán de la Gestapo?». Fuera cual fuera su grado de responsabilidad, su influencia en el acontecer de Europa fue importante, tal y como reconoció en 1975 ante el investigador Michel Cojot-Goldberg al referirse al asesinato del líder de la resistencia francesa Jean Moulin: «Yo cambié el curso de la historia. Moulin, y no De Gaulle, habría sido mandatario de Francia después de la guerra, y Francia se habría vuelto comunista…».
La corrupción de la narcodictadura fue tan clamorosa y el descontento de la población tan rotundo que Estados Unidos tuvo que retirar su apoyo al régimen de Luis García Meza. Una de las primeras medidas tomadas por Washington fue dejar de hacer la vista gorda al tráfico de cocaína, lanzando operativos de la Administración para el Control de Drogas (DEA). De la noche a la mañana, todo se desmoronó para Fiebelkorn. El Baviera fue clausurado y su grupo paramilitar huyó, llevándose cada cual lo que pudo, desde cocaína y dinero hasta armas y souvenirs de su aventura boliviana. Divididos y por tierra, unos escaparon a Paraguay, otros a Argentina y muchos a Brasil. Producto de esta investigación, y gracias a las autoridades brasileñas, se ha encontrado una ficha del registro de extranjeros de la ciudad de Sao Paulo. Lleva por fecha el 3 de junio de 1981 y el nombre que figura en ella es Joachim Siebelkorn (con s en lugar de f), aunque la nacionalidad no es alemana, sino austriaca…
Usar identidades falsas no sería una novedad para el exlegionario alemán. En la fotocopia de un permiso boliviano para llevar una pistola Smith & Wesson de 9mm -documento conseguido gracias a la fiscalía italiana- se ve su fotografía con el nombre Joachin Alfred Ficbel Kroom Zehamisch. ¿Error garrafal o falsificación flagrante? Fuera como fuese, motivos para la huida jamás le han faltado a ambas orillas del Atlántico, con acusaciones aún más graves que las de los crímenes que pudo haber cometido en Bolivia. Una de ellas, ser uno de los hombres que puso la bomba de Bolonia en 1980. Murieron 85 personas.
El 11 de septiembre de 1982 Italia emite una orden de captura contra Fiebelkorn. Días después, en Santa Cruz de la Sierra, un gran operativo compuesto por policías italianos y bolivianos sale en busca de Pier Luigi Pagliai, un neofascista de la Internacional Negra acusado de ser uno de los hombres claves en la matanza de Bolonia. Herido de bala en la cabeza, aterrizó en Roma para morir en pocos días, dejando a la Justicia italiana sin posibilidades de arrojar luz sobre el atentado, las estructuras de Gladio, el Plan Cóndor o la Internacional Negra. El 31 de enero de 1983, el semanario alemán Spiegel decía: «Joachim Fiebelkorn, un neonazi de 35 años, fue arrestado el 13 de enero en Eppstein im Taunus. El fiscal de Frankfurt lo investiga por tráfico de drogas en Bolivia, incitación al contrabando de drogas en Estados Unidos y maltrato a una muchacha de 17 años». El diario español ABC del 8 de noviembre de ese año publicaba: «Un exlegionario alemán que organizó transportes de cocaína en Bolivia en complicidad con las autoridades bolivianas y que posteriormente se convirtió en colaborador de los servicios de Lucha Antinarcóticos de Alemania federal comparece estos días ante un Tribunal de Fráncfort. Se trata de Joachim Fiebelkorn, de 36 años, a quien se le acusa de haber dirigido en la ciudad de boliviana de Santa Cruz de la Sierra un grupo paramilitar dedicado a la recogida y transporte de esa droga. […] Contra Fiebelkorn existe orden de busca y captura de las autoridades italianas por su supuesta participación en el atentado de Bolonia que causó la muerte a 85 personas en agosto de 1980. La Justicia alemana denegó la extradición». Al tribunal italiano le faltaron pruebas para condenar a Fiebelkorn, quien sí conoció la cárcel en Alemania por sus otras actuaciones delictivas. «Me pasé años en prisión», admite con rabia.
Rabia sintió también Alemania cuando, el 26 de septiembre de 1980, una bomba indiscriminada segó la vida de 13 personas durante la Oktoberfest de Munich. Esta masacre, llevada a cabo con el modus operandi que se atribuye a Gladio, fue parcialmente ejecutada por un joven neonazi alemán llamado Gundolf Köhler, quien murió en el lugar de los hechos producto de la explosión. Aunque varios testigos vieron a Köhler acompañado por otras personas poco antes de poner la bomba, la línea de investigación no profundizó en esa pista, por lo que hasta la fecha nadie ha sido condenado por ese brutal atentado. Otra posible pista que también planteaba preguntas sobre el trasfondo de la masacre de Oktoberfest fue recordada por la revista Spiegel así: «Unas pocas semanas antes, el ídolo de Köhler, Hoffmann (un histórico neonazi alemán) se reunió al parecer en Italia con el internacionalmente temido neofascista Joachim Fiebelkorn. Este neonazi […] era un informante de la Oficina Federal Alemana de la Policía Criminal, y de un número de agencias de inteligencia. […] Según documentos de la Stasi [aparato de inteligencia de la Alemania socialista] anteriormente desconocidos, Fiebelkorn, ‘siguiendo instrucciones de Delle Chiaie’ se vio con ‘Karl-Heinz Hoffmann en Roma el 13 de julio de 1980’ así como con extremistas de derechas, franceses e italianos». En el año 2009, el abogado de unas víctimas del caso Oktoberfest, Werner Dietrich, se quejaba frente al periodista Andreas Pichler, de que muchas pruebas del caso han sido destruidas cuando estaban en manos de las autoridades. «¿Se pretende tapar algo?», preguntó resignado. En relación a las bombas de Italia, solo han sido condenados dos agentes de los servicios de inteligencia por ocultación de pruebas. En otros países, como Bélgica, donde entre 1982 y 1985 murieron 28 personas en ametrallamientos ejecutados por grupos estilo comando, no se produjeron reivindicaciones de ninguna organización, acusados, ni una sola condena. Pero aunque las líneas de investigación de estos atentados indiscriminados han sido muchas veces bloqueadas por los propios aparatos de seguridad estatales, magistrados como el italiano Felice Casson han aprovechado su participación en documentales como NATO´s Secrets Armies para transmitir su esperanza en que la justicia termine llegando: «La gran mayoría de los atentados de Gladio todavía no se han resuelto», y en un claro apunte hacia la cooperación que ha existido entre grupos neofascistas y agencias de inteligencia estatales, añadió: «Aunque históricamente hay una verdad en los miles y miles de documentos recopilados».
Ya es noche cerrada y la fiesta en honor a Santiago Apóstol en la finca del Legionario está en su punto álgido. Fiebelkorn es el centro de atención para los civiles y las autoridades del Ejército y Guardia Civil, que llevan más de 20 años honrándole con sus visitas y elogios. El blog de un general del Ejército español describe la generosidad del alemán así: «El antiguo cabo C.L. Joachim Fiebelkorn ha donado una extraordinaria finca de 3.000 m2 (aprox) en el municipio de Rojales». Y lo cierto es que la finca, que tanto por su superficie como por su arquitectura ha debido ser costosa, no solo cuenta con todos esos ingredientes que debería tener el fortín de una novela de misterio -murallas, torretas, alarmas- sino que además alberga unas enormes antenas de telecomunicaciones que refuerzan la impresión de base operativa. Según indica la empresa de telecomunicaciones Telecom Ibérica, Fiebelkorn tiene un contrato con ellos, así que las dos antenas podrían dar servicios de telecomunicaciones a Vodafone, Movistar, Orange y Yoigo. Parece que a Fiebelkorn, que hoy por hoy no tiene cuentas pendientes con la justicia europea, le va bien. Sin ocultar su nombre real, pero celoso de su seguridad, el viejo neonazi da por concluida la conversación con una información que puede interpretarse como persuasiva, no solo porque responda a una pregunta que nadie ha formulado, sino porque apela a un pasado que, por lo visto, no lo es tanto: «¿Sabes que aún quedan por ahí algunos de los míos? Ya sabes, del equipo que formé en Bolivia…». Y, agarrando otra cerveza, regresa al Mesón Legionario, que es donde están los uniformados bebiendo, junto a un retrato de Franco, dos viejas ametralladoras y una Cruz de Hierro alemana.
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