Para Núria Espert, por su Romancero gitano. Con palabras de Javier Pérez Sanz: nuestra gran dama del teatro no dice ni recita los poemas del poeta asesinado, los habita https://www.youtube.com/watch?v=IQQZbr0S6gU (También para Lluís Pasqual, por supuesto). Y para Maite Díaz-González, por su espléndido regalo 2-republicano de Reyes. Para Harry Villegas (1938-2019), compañero del Che. In […]
Para Harry Villegas (1938-2019), compañero del Che. In memoriam
El núcleo duro de exministros del franquismo, encabezado por Fraga Iribarne, sobrevivió en la vida política y parlamentaria como Coalición Popular, y en verdad que ni coaligaba nada ni tenía cosa alguna de popular como no fueran las evocaciones de los Coros y Danzas del Movimiento Nacional. Conviene no fiarse de los nombres porque estamos en tiempos de compras a ciegas y de desmesuras a la hora de imponer los productos en el mercado. Un listado de los partidos políticos, analizados a partir de sus siglas, nos provocarían tantas risas como los antiguos chistes de Eugenio. Al PSOE no le quedan obreros; el PP tiene menos popularidad que el cine mudo; Esquerra de Cataluña nunca fue un partido de izquierdas, sino una agrupación catalanista de clases medias. Desconfíen de las marcas y jamás se crean lo que dice el programa de instrucciones.
Gregorio Morán (2020)
Algunos periodistas y tertulianos, con tono docto, han querido ilustrar al personal manifestando que la Abogacía General del Estado es una subsecretaría del Ministerio de Justicia y, por lo tanto, tiene que obedecer al Gobierno. Lo primero es cierto; lo segundo, no. Al menos no en todos los sentidos. Toda la Administración depende del Gobierno, pero la ley y el ordenamiento jurídico están por encima de ambos. Es a ese ordenamiento jurídico al que de forma prioritaria los abogados del Estado, al igual que el resto de la Administración, deben supeditarse, máxime en un tema tan sensible como la posición que como acusadores en nombre del Estado mantienen ante los tribunales. ¿Alguien podría imaginar las consecuencias de que el Gobierno pudiese dar órdenes a los inspectores fiscales señalando los contribuyentes concretos que deben inspeccionar y a quién deben sancionar y a quién no?
Juan Francisco Martín Seco (2020)
Para la versión ampliada: http://slopezarnal.com/historias-obreras/#more-844
Los citas transitan por senderos críticos. Estemos o no de acuerdo, conviene reflexionar sobre ellas en mi opinión. El Roto siempre ayuda.
De la explosión de una planta de la empresa «Industrias Químicas de Óxido de Etileno» de Tarragona hablamos la semana que viene (3 personas muertas y 8 heridas, una muy grave, en el momento en que cierro). ¿Cuántas muertes obreras en «accidentes laborales»? ¿Cuántas de esas muertes podrían haberse evitado? Hay más y aunque parezca imposible en una situación así «El accidente de la petroquímica causó que Protección Civil, en su cuenta de twitter, realizara sus tweets tanto en catalán como en castellano. Este hecho no gustó al catedrático de instituto de lengua catalana emérito y fundador del grupo Koiné, Josep Maria Virgili, que expresó su malestar en la red social. «No saben català aquests de Protección Civil?», ha preguntado en respuesta a un tuit donde Protección Civil pedía, en castellano en esta ocasión, confinarse a los domicilios particulares» https://politica.e-noticies.es/indignacion-por-el-bilinguismo-de-proteccion-civil-128329.html). Hay que ser…
El viernes 17 (cierro el jueves 16) se abre la mesa de diálogo Generalitat-Gobierno. Sabemos quienes representan a los ciudadanos catalanes nacional-secesionistas. ¿Quiénes nos representa a nosotros, los que no lo somos? ¿El Gobierno del PSOE-Unidas Podemos? ¿Tenemos seguridad de ello?
La estructura: la de estas últimas semanas.
Nuestro tema. Les cuento unas historias. Tomo pie en El día antes (Sorj Chalandon, Reservoir Books, Barcelona, 2019, traducción de Paula Feixas). Muy recomendable.
La primera historia:
Me emancipé tras la muerte de mi padre, a los diecisiete años.
Y me quedé en casa de Carlier hasta que alcancé la mayoría de edad.
Una noche, cenando, le anuncié que me marchaba a trabajar a París. Negó con la cabeza. No le entusiasmaba la idea de que me perdiera en el metro.
-¿No estás bien aquí?
Era parco en palabras, apenas se expresaba. En el taller, sus manos guiaban las mías. No despegaba los labios, pero dominaba los gestos.
-¿Te avergüenzas de nosotros?
Estábamos sentados a la mesa. Me pelaba una manzana con su viejo cuchillo. Parecía tan triste como si perdiera a su propio hijo. Solo dejaba que me estropeara las manos con la grasa de los motores. Me sobresalté. ¿Avergonzarme? Hice algo que nunca había hecho con nadie desde la muerte de mi padre. Me levanté de la silla, me coloqué detrás de él y le puse las manos en los hombros. El siguió pelando la manzana. Hacía girar la fruta sobre sí misma, alrededor de su pulgar, para que la espiral de piel roja quedara entera y perfecta.
-¿Que si me avergüenzo de vosotros?
Su mujer sonrió.
-Si te avergüenzas de los obreros, quiere decir.
Carlier era mecánico, se consideraba un simple obrero. De muy joven había estado en la mina, luego en la fábrica tras el accidente, y siempre había llevado un mono de trabajo.
Se volvió, tendiéndome la manzana.
-Adán y Eva -dijo su mujer, divertida.
Yo no me avergonzaba de nada. Yo también era un obrero. Para siempre. París no cambiaría nada, ya lo sabía. Pero necesitaba marcharme de la cuenca. No quería un horizonte de escoriales. Ni el aire acre de las chimeneas. Ya no soportaba pasar por delante de la verja de la misma ni cruzarme con los muchachos montados en sus ciclomotores. Bajar la mirada ante los supervivientes. Oír el resoplido de los castilletes que solo Jojo tenía derecho a imitar. Estaba agotado de los hombres con la jeta de carbón. Ya no soportaba verles las manos llenas de cicatrices y cortes, la piel acribillada de astillas negras para el resto de su vida. Las miradas derrengadas me entristecían. Incluso los domingos, aunque se hubieran restregado diez veces, aquellos cuellos, aquellas frentes y aquellas orejas pregonaban el polvo del pozo.
Y de mi hermano desaparecido.
La segunda historia:
No hubo música fúnebre para llorar a mi mujer. Ninguno de esos himnos tristes que proponen los catálogos para antes de la entrega de la urna y el apretón de manos. Ni el Adagio para cuerdas de Barber [https://www.youtube.com/watch?v=5oAPQmzUQXI&list=RD5oAPQmzUQXI&start_radio=1&t=13] ni el «Hallelujah» de Leonard Cohen [https://www.youtube.com/watch?v=YrLk4vdY28Q]. El día de la ceremonia, aparecí con «Jojo» de Jacques Brel [https://www.youtube.com/watch?v=5oAPQmzUQXI&list=RD5oAPQmzUQXI&start_radio=1&t=13], su canción favorita.
«Me gusta cada una de sus palabras» decía ella.
Me la había puesto unos días después de conocernos. Y la escuchamos en bucle durante el resto de nuestra vida, cuando la tristeza una botella entera, antes de acostarnos, ella en su butaca, yo de pie junto a la cadena de música. Cécile apoyaba la mejilla en la palma de la mano, yo me tambaleaba suavemente, como un marinero que se mareara en tierra firme.
Antes de Cécile, yo no conocía esa canción. Una noche, sacó el disco de un rincón de la librería. Me pidió que me sentara y la escuchara. Me contó que Brel rendía homenaje a su amigo Jojo, fallecido en septiembre de 1974. Pero que su letra también cantaba a mi hermano, caído en el campo de batalla menos de cuatro meses después.
Ella estaba cerca de la cadena de música. Yo tenía los ojos cerrados y las gafas en al mano. Cécile se balanceaba despacio. Yo aún no sabía que a partir de entonces ocuparía su lugar, de pie en el salón. Y que ella se sentaría en la butaca hasta el final de nuestros días, pidiéndome cada noche que le pusiera «Jojo».
Je me rentre plus nulle part,
[Ya no vuelvo a ninguna parte]
Je m’habille de nos rêves
[Me visto con nuestros sueños]
Orphelin jusqu’aux lèvres
[Huérfano hasta los labios]
Mais heureux de savoir que je viens déjà
[Pero feliz de saber que ya llegas]
Cécile lo sabía. Adivinaba que cada una de aquellas notas, cada una de aquellas frases me convertirían en un niño de dieciséis años. El muchacho que buscaba a su hermano en la mirada de los demás. Cécile me había llenado la copa. La levanté hacia ella con lágrimas en los ojos. De ella amaba todo lo que su corazón decía de mí. Gracias por tu amor, por tu paciencia, por el regalo de tu presencia. Gracias por estar aquí, viendo cómo me hundo sin sonreír. Gracias por tu pudor, por tu elegancia. Gracias por comprenderme y respetarme.
Six pieds sous terre, Jojo, tu frères encore
[A seis pies bajo tierra, Jojo, todavía sigue haciendo hermanos]
Gracias por abrazar a mi Jojo.
La tercera:
Un obrero, obligado a recoger los cadáveres, contaba en voz baja que los hombres habían caído hacia delante, con las manos en la cara y los pulmones implosionados. Dos muchachos habían acabado soldados por la explosión. Se habían protegido en plena muerte. Hubo que separarlos a la fuerza para introducir a cada uno en su ataúd. Las mujeres y los niños lloraban. Una cría gritaba «papá» ante una foto con un crespón de luto. Los compañeros de la guardia de honor ni siquiera trataron de contener las lágrimas. Aquella mañana, la comarca arropaba a ciento quince huérfanos.
Frente a una cámara de televisión, un periodista evocó la fatalidad. Luego le tendió el micro a un hombre con un traje de calle, un caso blanco en la cabeza y una linterna frontal apagada.
-¿De qué fatalidad hablas, idiota? -gruñó el minero antes de darle la espalda.
El periodista se quedó atónito un instante, con el micro tendido hacia el hombre que se marchaba. Luego volvió en sí, frunció el ceño y, con una voz solemne, soltó:
-Esta respuesta condensa la dignidad de los caras negras.
La última, no les canso más:
Me desperté al acecho, a los cuatro y media de la madrugada. Cuando dormía en Liévin, Jojo entraba en mi cuarto para darme un beso. Todos los miembros se despedían de sus hijos antes de bajar. Y los mayores de los pequeños. Aquella caricia no me despertaba. Lo que me perturbaba el sueño por la mañana eran los pasos de mi hermano. Jojo empujaba el Gulf por nuestra calle, hasta que arrancaba en el cruce. Arrastraba pesadamente las botas por los adoquines desiguales.
La noche anterior, Sylwia le había preparado la cantimplora de agua, teñida con algunas gotas de achichoria. A 710 meros de profundidad, se está a más de 30o C. Si el líquido tibio sabe a infusión se debe mejor. En el morral le había puesto el bocata para la pausa, tres rebanadas de pan de molde untadas con manteca de cerdo y salpimentadas, más una cebolla blanca y una mandarina. Cuando me quedaba a pasar la noche en casa de Joseph, este siempre subía con restos de tentempié en el morral. Aquel regalo era para mí. Un mendrugo de vuelta del pozo, un poco blando, un poco húmedo, que olía a trabajo y crujía entre los dientes. Me lo comía sentado en la acerca, apoyado en el quicio de la puerta. Al ver la hogaza blanca que sobresalía del papel arrugado, todo el mundo sabía que un crío estaba mordisqueando su «pan de alondra», como lo llamaban los viejos. Cuando un minero volvía, los niños lo esperaban. No era la merienda ni una comida, sino una manera de compartir su jornada bajo tierra. Una delicia y un orgullo. Morder aquel pan significaba que el padre había regreso, que el hermano había recuperado su placa de la lámpara. Que los hombres estaban a salvo bajo su techo.
Hay muchas más historias en el libro que les he indicado anteriormente. Léanlo si tienen tiempo, les gustará, les emocionará.
¿Cuántas historias de trabajadoras y trabajadores, cuántas historias como las que les he contado, han oído (o visto) en la prensa o en las televisiones (públicas o privadas)? ¿Cuántas historias obreras en medios de comunicación-inculcación ideológica, como TV3 o Catalunya-Ràdio (públicos ambos, por no hablar de medios privados)? ¿Muchos xarnegos, muchos andaluces, muchos murcianos, muchas historias de «gentes del Sur», de gentes «a medio hacer» (en el decir del Gran Manipulador-Defraudador) en esos medios?
Prácticamente ni una, cero absoluto.
Esos medios se diseñan pensando en otros ciudadanos, en otras clases sociales, en «otras mentalidades», en otras aspiraciones. Hablan siempre (con alguna excepción siempre bienvenida) de otros asuntos y desde la perspectiva de siempre, muy «de casa nostra». Forman, van construyendo poco a poco, como lluvia fina, otra sensibilidad, otra concepción del mundo. Como si las clases trabajadoras no existieran, como si fuéramos el simple decorado (sin sustancia) del teatro, como si no contáramos, como si lo nuestro fuera currar y callar, como si fuéramos perdedores sin historia.
Les cuento (mal contada y en general) una de estas historias para compensar. Tomo pie en esta información de la Agencia EFE de finales de septiembre de 2019 (1): «Más de mitad de educadores sociales ha estado de baja por estrés y ansiedad.» (https://www.lavanguardia.com/vida/20190930/47735220699/mas-de-mitad-de-educadores-sociales-ha-estado-de-baja-por-estres-y-ansiedad.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_medium=social&utm_source=whatsapp)
El Colegio de Educadoras y Educadores Sociales de Cataluña denunció en esas fechas las condiciones laborales en las que tienen que trabajar estos profesionales-trabajadores (muchas de ellas «profesionalas»), un 57,6 % -¡+, bastante + del 50%!- de los cuales confiesa que ha tenido que tomar la baja laboral a causa del ritmo de trabajo (algunas no pueden o no se atreven).
Por estrés y ansiedad. Por no poder más… «¡Hasta aquí he llegado, no doy más de mí!»
Con motivo del Día Internacional de la Educación Social, el colegio denunció que «el ritmo de trabajo y las exigencias psicológicas son las dimensiones más desfavorables en el puesto de trabajo de los educadores y las educadoras sociales» y aseguró que «el estrés, la ansiedad y la depresión son los principales motivos de baja de los profesionales del sistema de protección a la infancia».
El Colegio aseguró también que «los datos del estado de salud de las educadoras y los educadores sociales son preocupantes». Salieron reflejados en un informe elaborado por el Servicio de Prevención de Riesgos Laborales que analizó las respuestas a un cuestionario distribuido en junio de 2019 entre los trabajadores (de nuevo: trabajadoras la mayoría) de atención a la infancia.
En los últimos años, señaló un portavoz del colegio profesional, han observado el aumento del malestar «en muchos de los ámbitos en los que trabajamos y es un hecho que nos preocupa». La precariedad laboral, también la presión asistencial que sufren, «se acaba traduciendo en bajas por depresión, ansiedad o estrés y hemos asumido el reto de poner cifras y datos concretos».
Dejemos la información general y pensemos ahora nombres concretos: Ana, Mercedes, Cristina, Jordi, Montserrat. ¿Dónde viven? ¿A qué hora se levantan? ¿Cuándo finalizan su jornada? ¿Cuántos momentos difíciles? ¿Reciben ayudas en su trabajo? ¿Tienen suficientes descansos? ¿Están bien remuneradas y consideradas? ¿Llegan bien a fin de mes? ¿Se reconoce socialmente su trabajo? ¿Habla alguien de ellas, de su situación, de sus inquietudes? ¿Se ven obligadas a efectuar tareas complementarias en su trabajo? ¿Sufren accidentes en sus desplazamientos al trabajo? ¿Cuánto tiempo pasan diariamente trasladándose de su casa al trabajo y a la inversa? ¿Concilian el sueño? ¿Cómo son tratadas por las personas y familias que cuidan y protegen? ¿Se puede vivir sin «depresión» en esas condiciones, con jornadas desbordadas de estrés y de sufrimiento? ¿Se puede seguir así mucho tiempo, sumando, además, las tareas domésticas y los cuidados familiares?
Hemos hablado (con trazo grueso) de educadoras y educadores sociales pero podemos pensar también en otros trabajos, en otros trabajadores/as. ¿Qué pasa con los obreros y obreras de la construcción? ¿Qué pasa con las obreras del metal? ¿Qué pasa con las personas (mujeres la mayoría) que trabajan limpiando hoteles? ¿O en tareas agrícolas? ¿O en las trabajadoras del comercio? ¿Qué pasan con los médicos, maestros, profesores que se toman en serio su tarea? ¿Cuántas muertes o enfermedades entre los antiguos trabajadores de industrias relacionadas con el amianto como Rocalla, Uralita o el metro barcelonés? ¿Cuántas muertes obreras en «accidentes laborales»? ¿Nos cuesta decir «clases trabajadoras»? ¿No existe la conciencia de clase? ¿Cosa de otros tiempos, no de nuestros «tiempos modernos»?
Recordemos la película de Agustín Díaz Yanes: «Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto». ¿Se habla en vida de las gentes trabajadoras?
Dos recomendaciones: 1. «Sobre la clase obrera. Entrevista a José Daniel Lacalle». El Viejo Topo, 384, enero de 2020, pp. 34-39. 2. Núria Espert, «Romancero gitano»: cuenta dos entrañables historias personales (con familias trabajadoras de fondo). De las que no se olvidan… ¡Y con su voz y su arte!
Hasta la semana que viene.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.