En un montículo pegado a un cuartel del Ejército, que fue derrocado hace algún tiempo, próximo a la desembocadura del río Besòs, eran fusilados los presos republicanos durante los durísimos y largos años de postguerra. Carmen Domingo [1] ha explicado que los camiones militares llegaban de madrugada. Los presos estaban ligados con cuerdas, de dos […]
En un montículo pegado a un cuartel del Ejército, que fue derrocado hace algún tiempo, próximo a la desembocadura del río Besòs, eran fusilados los presos republicanos durante los durísimos y largos años de postguerra. Carmen Domingo [1] ha explicado que los camiones militares llegaban de madrugada. Los presos estaban ligados con cuerdas, de dos en dos. Los arrojaban a tierra y allí mismo los fusilaban; sin más preámbulos ni consideraciones.
Domingo señala que allí fueron asesinados mil setecientos diecisiete (1.717) presos republicanos; hasta 1952, 13 años después de finalizada la guerra. Otras fuentes, también documentadas, apuntan que el número de fusilados en Barcelona fue de 1871 [2]. En el País Valencià, sin la cercanía de la frontera francesa como esperanza, la cifra se eleva a 33.000. Treinta y tres mil ciudadanos republicanos ejecutados; no hay error en la cifra.
A la 1 de la madrugada se comunicaba a los presos su inmediata ejecución; se les fusilaba a las cinco de la madrugada. Cuatro horas apenas para escribir una carta a sus familiares. En castellano, conocieron bien o no el idioma, y con el «Arriba Franco, viva España». Se conservan cartas, algunas de ellas editadas, de estos condenados a muerte, de nuestros condenados a muertos.
Ninguno de estos luchadores o ciudadanos asesinados es considerado víctima del terrorismo de Estado; sus hijos, hermanos o nietos tampoco. Ni que decir tiene que muchas de sus familias desconocieron y desconocen el lugar donde fueron finalmente enterrados o arrojados de cualquier manera. En el caso de los fusilados del Camp de la Bota, se les llevaba al cementerio Montjuïc en cajas de plátanos y allí eran tirados de cualquiera manera en el Fossar de la Pedrera. Sobre sus cadáveres se arrojaban cal viva y tierra.
En la sentencia figura su delito: rebelión militar en todos los casos. El certificado de defunción de las víctimas, señala Carmen Domingo, habla de «hemorragia interna». Era una consecuencia, una trampa legal, de la fórmula legislativa establecida desde 1870: en el registro civil debía figurar únicamente la causa inmediata. No eran necesarias ni la causa inicial ni la mediata. Otro pasaje, uno más, de la historia universal de la infamia del fascismo hispánico.
Allí, a los 52 años, fue asesinado el padre de mi madre, José Arnal Cerezuelo, un obrero cenetista viudo que leía y escribía. Así figura en la sentencia [3]. Mi tío, un campesino aragonés que vive y recuerda aún todo aquel horror, intentó salvar a su padre el día de su ejecución: el culetazo de un guardia civil le dejó herido en la arena. Hubiera podido ser peor. Mi hermana y yo mismo, nadie nos explicó nada, no pudieron o se atrevieron a hacerlo, veinticinco años después, como otros jóvenes y niños de las familias obreras del barrio, íbamos a bañarnos a la playa del Camp de la Bota, muy cerca del lugar donde había sido fusilado nuestro abuelo tras su delación por un vecino falangista [4].
El próximo jueves, 22 de julio, a las 19:30 [5], la Plataforma contra la Impunidad ha organizado en Barcelona, en el monumento que en honor de los fusilados se levanta en la plaza cercana al Fòrum, un acto antifascista en recuerdo de todas las personas que fueron asesinadas. Allí deberíamos encontrarnos. Ellos y ellas (se conoce el nombre de once de las mujeres que allí fueron ejecutadas) fueron dignos hasta el final de sus días. Podemos abonar y cuidar su memoria asistiendo al acto. Se merecen nuestro recuerdo desde luego; podemos y debemos pisar la tierra donde estuvieron. Para nosotros, como diría Jaume Botey, es tierra sagrada, nuestra tierra sagrada. Para que no habite el olvido; donde no puede habitar el olvido.
Notas:
[1] Carmen Domingo, «Afusellats al Camp de la Bota». Público, 16 de julio de 2010 (edició catalaba), p., 4.
[2] Tomo pie en los datos y análisis expuestos por Jaume Botey, un luchador imprescindible, el sábado 17 de julio de 2010 en el acto de homenaje a los fusilados organizado por el PSUC-viu, en la celebración de los 74 años de su fundación.
[3] Debo el conocimiento de estos detalles al admirable compañero Pere Fortuny, miembro de la Junta Directiva de la Associació Pro-Memòria als Immolats per la Llibertat de Catalunya. También su padre fue asesinado en el Camp de la Bota en 1939.
[4] Véanse más detalles de lo sucedido en el imprescindible estudio de Joan Corbalán Gil, Justícia, no venjança. Els executats pel franquisme a Barcelona (1939-1956). Cossetània Edicions, Barcelona, 2008.
[5] Véase http://contralaimpuntat.wordpress.com
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