«Salir tal vez a inventarme una luz, como un poeta en la cruz.» Polito Ibáñez Cuando el huracán Gustav azotó la Isla de la Juventud, hacia allá partió una brigada, por aquel entonces aún sin nombre, creada y liderada por el artista cubano de la plástica, Alexis Leyva Machado, más conocido por Kcho. Fueron a […]
«Salir tal vez a inventarme una luz, como un poeta en la cruz.» Polito Ibáñez
Cuando el huracán Gustav azotó la Isla de la Juventud, hacia allá partió una brigada, por aquel entonces aún sin nombre, creada y liderada por el artista cubano de la plástica, Alexis Leyva Machado, más conocido por Kcho. Fueron a sumarse al pueblo arrasado por el meteoro para correr su misma suerte. Iban cargados de arte, arte para sanar, para aliviar dolores, para curar. Con Kcho llegaron sus homólogos (si acaso Kcho puede tener homólogos) Ernesto Rancaño, Sándor González, Juan Carlos Balseiro y algunos otros. Le acompañaban, además, el fotógrafo Iván Soca, un grupo de actores y profesionales de otras especialidades del arte y la música, y sus más cercanos colaboradores, esos que le acompañan siempre, lo mismo en las buenas que en las malas.
La verdad es que no pude unirme al azaroso grupo desde el primer momento por razones de trabajo, pero en cuanto apareció la primera oportunidad, partí hacia la Isla y me uní a ellos, es decir, a la Brigada creada por Kcho, que una mañana fue bautizada con el nombre de Martha Machado: una artista natural, de bondad y talento prodigiosos, a quienes todos los que le conocieron apreciaban y admiraban, y a quien Kcho, el menor de sus hijos, debe buena parte de su genio y carácter, sin menospreciar la parte que le corresponde a Leyva, su padre, a quien sus 70 años no le han arrebatado ni el temple ni la voluntad, cualidades también heredadas por su hijo Alexis.
Allí en la Isla de la Juventud pusimos techos, paleamos escombros, sorteamos caminos, pero también dimos abrazos, palmadas en los hombros y hasta secamos lágrimas. Hay que ver lo que se siente cuando familias, vecindarios completos, lo pierden todo de la noche a la mañana. Compartir esa tristeza, tratar de calmarla y hasta curarla, nos hinchaba el alma. Pero mi tarea era otra: perpetuar esos momentos, registrarlos con una cámara en el hombro, como había hecho a lo largo de toda mi vida, para después compartirlos con todos, esencialmente con nuestro pueblo, el mismo que recorrí de una punta a la otra con Fidel durante más de 25 años, y a quien le debo lo mejor de mí. «Ser el Chile de antes», le decía yo a una periodista en Santa Cruz del Sur, «salir a inventarme una luz», aunque haya tenido que ser a raíz de un huracán, un terrible huracán que dejó sin techo -aunque no sin alma- a miles de compatriotas en esa islita que nos queda al sur pero que también es parte nuestra. Porque la Isla de la Juventud, antes conocida por Isla de Pinos, bien pudiera ser otro país, pero por suerte, es también de Cuba, de todos los cubanos.
Allí entrevisté en varias ocasiones a Kcho, a Sándor y a otros expedicionarios; pero también a hombres y mujeres, que destruidos pero no vencidos, se disponían a levantar de los escombros su pedacito de tierra, su pequeño lugar en el Reino de este Mundo.
Kelvis Ochoa, David Torrens, Pancho Amat, Mente Pollo y otros valiosos artistas nuestros, amenizaban las tardes y las noches en los diferentes poblados adonde acudía la Brigada Martha Machado, mientras Kcho, Rancaño, Sándor, Lobo y Balseiro, enseñaban a pintar a los niños y surgían lienzos llenos de color y sueños en medio del dolor y el desastre que había dejado el terrible huracán a su paso.
«Huracán, huracán, que te llevas el mundo a volar.
Huracán, huracán, que conviertes mi huerto en campo desierto, huracán.»
Silvio Rodríguez
Allí supimos lo que vale un techo, lo que representa una foto o un recuerdo familiar para aquel que lo ha perdido todo, el significado de una medalla o un simple diploma salvado de entre los escombros. Allí convivimos con quienes lo habían perdido todo, menos la vida y la confianza en la Revolución.
Misión del alma , un documental emergente de unos 20 minutos de duración, asiste a la génesis de esa brigada eminentemente humana, que después de los huracanes que le siguieron al Gustav, el Ike y el Paloma, se fue hasta Santa Cruz del Sur y otras regiones orientales del país, a sembrar amor.
Volví otra vez con ellos con mi cámara al hombro, pero también con mis brazos para cargar escombros y barrer el lodo. Y eso hice, aunque mi tarea principal volvía a ser la de filmar. Y no me arrepiento; pero confieso que a veces prefería echarme encima un pico o una pala, antes que la misma cámara.
Jamás olvidaré las muestras de admiración y afecto que el pueblo les ofrecía a los brigadistas a su paso, pero mucho más que a nadie, a Kcho, que en fin de cuentas era el precursor, el capitán, el responsable de este gran gesto de amor que pasará a la historia como una de las contribuciones más humanas que hayan dado nuestros artistas a su pueblo en toda la historia.
Allí crecimos, nos hicimos mejores. Yo había estado en momentos similares de recorrido por todo el país también cámara en ristre, y sabía más que algunos sobre los efectos destructivos de los huracanes y la vocación de la Revolución por no dejar a nadie abandonado a su suerte. Y también de lo que cuesta y le duele al estado cubano toda contingencia natural que golpee cualquier rincón del país. Pero esta vez lo viví más de cerca, respirando días y noches el mismo aire de los que lo habían perdido todo, mirando desde el amanecer hasta el ocaso el paisaje terrible y el desconsuelo que dejan a su paso la lluvia y el viento implacables.
La historia recogerá esos momentos para siempre y las futuras generaciones tendrán que reconocer la labor de esos que supieron despegarse de las comodidades cotidianas para compartir la misma suerte de los desposeídos.
Más tarde la Brigada con Kcho al frente se fue a Haití, donde ocurrió el mayor desastre natural de la historia del continente latinoamericano. Había que verlos por los campamentos y las calles de Puerto Príncipe y otros sitios más recónditos del hermano país, en su afán por devolver la esperanza a los sobrevivientes de la catástrofe. Otra vez médicos del alma que ahora se unían a los valientes profesionales de la salud cubanos, que asistieron a los hermanos haitianos en el peor momento de su historia, para encender luces de esperanza sobre el escombro, el abandono y la muerte.