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Ideas para el plebiscito de Feijoo

Fuentes: Rebelión

Feijoo desea plebiscitar entre los padres de alumnos si ha de usarse o no la lengua galega en los centros de estudio, o sea, si ha de existir o no como lengua culta. Existir, existir…, en este país extraño, para empezar es problemática la existencia de nombre como Feijoo, que es más bien un artefacto; […]

Feijoo desea plebiscitar entre los padres de alumnos si ha de usarse o no la lengua galega en los centros de estudio, o sea, si ha de existir o no como lengua culta. Existir, existir…, en este país extraño, para empezar es problemática la existencia de nombre como Feijoo, que es más bien un artefacto; existe «feixó», con o abierta y significa alubia, que aparece en plural y ordenadita en el blasón de la familia. Feijoo, el nombre, existe más o menos tanto como Castroforte de Baralla, de Torrente Ballester, que no figuraba en los mapas porque los días de niebla, coincidentes con el paso de los topógrafos, levitaba cuarenta metros. El «plebiscito» ha sido denunciado justamente en tanto que artefacto, un trasto interesado e insostenible racionalmente, un monigote legal estrepitosamente cínico. La organización sindical CIG, en un comunicado para señalar el despropósito, lo compara con preguntar a los padres si debe enseñarse en Bachillerato Creacionismo o Selección Natural, o si debiera expulsarse del temario de Historia de la Filosofía a Karl Marx (más de uno lo «arreservaría» en la «historia de la economía» para luego enviarlo al limbo-trastero de la «sociología decimonónica»). Podrían también plebiscitar sobre si en ámbito escolar los huevos han de ser partidos por el medio o bien por los extremos, algo que en Liliput determinaba la vida y la muerte. O, justamente, si una legislación que promueve la lengua propia porque se halla en desventaja es una banalidad o una exageración, ¿por qué no dejar lo relativo a su uso sin regular, igual que no se regula el modo en que deben ser abiertos los huevos? Al fin y al cabo no somos liliputienses, o ya no está Gulliver Ferreiro.

Vale, tal vez llegue un día en que los niños no nos adornen con su galego de lujo porque lo aprendieron en casa y en la escuela; llegará, tal vez, otro día en que esos niños habrán sido olvidados. De todos modos, las lenguas son unos bichos difíciles de enterrar por medios, digamos, «dulces», porque la vas cubriendo por partes. Así que un día en que te ocupabas de las rodillas, pues llovió un poco y parte del cráneo remontó y el agua y la luz y el aire le devolvieron el aliento hasta que vuelvas a ocuparte de devolverlo al subsuelo y «ainsi de suite»… Lo realmente efectivo debe ser abordar el problema con tijeras podadoras de lenguas y genitales recalcitrantes que no renuncian a la normalización en todos los ámbitos no como deseo privado, sino como necesidad cuya satisfacción empieza a resolver el drama de una comunidad de hablantes. Ese debió ser el modo en que la brava civilización romana convirtió en lengua muerta y sin progenie en un pispás a la lengua de Etruria.

En fin, ya puestos, podrían tomar ejemplo y plebiscitar a la gallega de Feijoo en muchos sitios de Cataluña, como el inmenso L´Hospitalet del LLobregat, con tantos inmigrantes extremeños, con tantos andaluces… y en muchos del País Vasco, como Ermua, con tantos gallegos… ¿Por qué no? Es la misma lógica que argumenta sobre el derecho individual con mayúsculas, subrayado y sin contexto.

Mahmoud Darwish, el gran poeta palestino muerto hace poco y que, por cierto, aquí fue nombrado poeta galego universal, dijo en un poema que levantó la ira del parlamento israelí algo que me recuerda a esto: Odien lo que no es suyo, odien si quieren lo que no les conviene ni pertenece, vomiten el alimento que repugna a su bioquímica; pero déjenlo estar, dejen vivir eso que odian donde vive. Y ustedes váyanse, váyanse a otro lugar en donde sufran menos.

Xaquín Silva. Redes Escarlata

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.