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Iglesias y matrimonio gay en Cuba

Fuentes: Rebelión

Desde que la Iglesia Metodista en Cuba, junto a otras denominaciones, ha colocado ciertos carteles en la calle respaldando el matrimonio y familia tradicional, muchos han protestado y han calificado dicho acto de «incitación al odio». Una propuesta de marcha evangélica ha sido nombrada, «amenaza». Se han hecho «llamamientos a la seguridad del Estado» y […]

Desde que la Iglesia Metodista en Cuba, junto a otras denominaciones, ha colocado ciertos carteles en la calle respaldando el matrimonio y familia tradicional, muchos han protestado y han calificado dicho acto de «incitación al odio». Una propuesta de marcha evangélica ha sido nombrada, «amenaza». Se han hecho «llamamientos a la seguridad del Estado» y se han publicado ofensas a las Iglesias como «profesionales de la manipulación y el engaño».

Lo llamativo es que tal reacción resulta desproporcionada, cuando se tiene en cuenta que en la Cuba de la última década ha habido infinitamente más propaganda pro-homosexual que evangélica. La primera ha incluido más que las meras e incumplidas «amenazas de marcha», y esos pocos carteles de la segunda, ya que la comunidad LGTBI ha desplegado fuertes llamamientos, congas, besos públicos, desfiles con banderas, altavoces y toda suerte de spots publicitarios por la televisión, en los que el Estado (dueño de los medios de comunicación) ha colaborado fervientemente. Incluso ha habido bendiciones religiosas sancionando uniones homo-eróticas en la vía pública, a las que no se les ha aplicado la regla de la restricción del culto al recinto sacro, que sí es válida acá para los evangélicos conservadores.

Si los protestantes hubieran pretendido ganarse un simple 1% del espacio público concedido-otorgado-conquistado o cómo se le llame, que ha adquirido la causa gay en este país, se les podría tener miedo. Pero se les mantiene bien localizados. Baste con un ejemplo: cada día feriado en Cuba, sea un 10 de octubre u otro, pueden apreciarse en la TV diversos filmes sobre épica histórica, bélica, patriótica, etc.; pero en vano se buscará un telefilme cubano o extranjero sobre la vida de Cristo en el, igualmente feriado, 25 de diciembre. Y a menudo al optar por un determinado centro de trabajo, carrera universitaria, etc., se ha de llenar una planilla donde aparece la enigmática pregunta: «¿Posee usted creencias religiosas y cuáles?», que revela algún rezago de suspicacia de los años duros, donde religión y política andaban de la greña.

De modo que, esencialmente, el Estado laico relega la libertad religiosa al espacio sagrado del templo, con unas cuantas excepciones. Y en ello no hace mal. ¿Por qué habría de ser diferente? ¿Quién en su sano juicio querrá un estado confesional en Cuba (sea católico, protestante o del culto a los cemíes taínos)? Esa actitud se comprende y respeta, pero deberá ser igualitaria. El espacio público no debe servir para ventilar cuestiones religiosas, pero tampoco de orientación sexual. Eso sería lo justo. Empero, ¡ay del que hoy se encoja de hombros, cansado ante tanta publicidad y lobby a favor del homo-erotismo, propaganda que sí no conoce guetos ni límites!

De modo que, ante tanta predilección y desproporción, resulta incomprensible esa nerviosidad por la protesta cristiana conservadora. Toda acción provoca reacciones, y no es posible que sólo un lado tenga pleno derecho a manifestarse públicamente. ¿O es eso lo que se pretende, un «1984» orwelliano bajo la enseña del arcoíris?

Tampoco se comprenden esos «llamamientos a la seguridad del Estado» para refrenar a los protestantes, pues en una marcha pública, sea pro «matrimonio igualitario» o pro «diseño original», lo que debe velarse es por el orden. Por supuesto que no debe haber ninguna manifestación en el mundo que carezca de alguna supervisión policial, y eso incluye por igual a cualquier tipo de desfile o procesión. Pero invocar en exclusiva tal miedo si las hace la Iglesia, lleva a otra repregunta: «¿Por qué no intervienen los órganos de inteligencia nacionales para frenar las demostraciones públicas homo-eróticas?» Con razón se dirá, que porque no hace falta. Valga la misma respuesta en el otro caso. A no ser que se considere toda actividad eclesial fuera del templo como intrínsecamente nociva para la sociedad, en cuyo caso quien piense así deberá revisar médicamente su psiquis ante posibles tendencias al crimen de odio.

Finalmente, ofender a las Iglesias como «profesionales de la manipulación y el engaño» da que pensar. En los años sesenta, los cristianos y los homosexuales recibieron por igual diversas señales de marginalización social. Hoy los segundos invocan el brazo de la ley contra los primeros, por atreverse éstos a disentir ante el espacio que aquéllos han alcanzado en sus reivindicaciones. Y para colmo tildan a los intransigentes de «manipulativos». No sé por qué, su actitud tiende a recordarme al cristianismo del tiempo de Constantino el Grande, cuando la Iglesia, tras sufrir siglos de intolerancia, recibió diversas prebendas del gobierno (nada ingenuas) y terminó santificando al estatus quo romano como sacrosanto. No dudo en concordar en que esa cristiandad, adulando camaleónicamente al poder en dependencia de la ocasión, se volvió manipuladora y engañosa, por ser arribista y pragmática. Pero los creyentes que hoy se arriesgan a un nuevo resurgir de la intolerancia, por nadar contracorriente y defender su criterio, ¿están dado muestras de astucia u oportunismo? ¿Seguro que son ellos los aprovechados?

Ojalá que todos por igual alcancen cierto entendimiento y sosiego. Las Iglesias conservadoras aún no han comprendido la compleja multidimensionalidad de la sexualidad humana, ni teologizado sobr e la relación que puede existir entre la Providencia Divina y una orientación sexual que la persona no escoge, pues si alguien nace con inclinación gay o lesbiana, no lo ha decidido. Entonces, ¿qué relación hay entre esa condición y el Ser Supremo? ¿Son los homosexuales una suerte de monstruos predestinados a la reprobación, o personas con idénticos derechos que los demás? ¿Dónde queda la justicia celestial si se acepta algo así? A mí, personalmente, me vale el ejemplo de Cristo, quien ante un centurión romano que pedía sanidad para «su chico» (¿criado? ¿pareja gay? ¿ambos?) no se detuvo a investigar qué tipo de relación amorosa había o podía haber entre el militar y el mozo, sino que obró simplemente el bien necesario y sanó al muchacho (Mateo 8:5-13). Tampoco San Pablo se dedicó a predicar contra el homo-erotismo en su sermón ateniense, donde incluso cita a Arato, poeta griego de orientación gay (Hechos 17:28) y luego exhorta a los creyentes en una epístola, a no dedicarse a juzgar personas fuera de la comunidad por temas eróticos[1]. ¿Quién le manda a la Iglesia a arreglar el mundo fuera de ella, cuando su deber es reformar el alma de los que se incorporan a su rebaño? No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres (Proverbios 22:28).

Los adeptos del movimiento LGTBI deberán recordar que la intolerancia hacia el intolerante no deja de ser intolerancia. Y que quien reivindica derechos propios no puede coartar los ajenos, pues tanto derecho al accionar público tiene una opinión como otra, y máxime cuando una de las dos es ya una persona jurídica (las Iglesias), siendo que no existe organización legal de los gay/lesbiana en Cuba, al menos que se sepa universalmente. Así que es más «constitucional» una protestación eclesial, proveniente de una institución ya legitimada, que una comparsa homosexual nacida en un movimiento sin personalidad jurídica propia (por más que el segundo movimiento goce, coyunturalmente, de mayores simpatías políticas).

Y que unos y otros, recuperando la perspectiva, comprendan que valen más los múltiples problemas de Cuba en tantísimas áreas (depauperación del sistema médico, pésimo estado de las viviendas, precios, salarios, etc.), los cuales afectan por igual, o casi, a todos los cubanos y cubanas, que esa pelea de gatos por unas dos o tres bodas simbólicas entre personas homosexuales, y una marcha con algunos centenares de creyentes de una religión minoritaria en Cuba. Obsesionarse con ese tema, será colar y botar al diminuto mosquito, para luego tragarse un enorme camello (Mateo 23:24).

Nota:

[1] ¿Qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. (1 Corintios 5:12-13).

Douglas Calvo Gaínza. La Habana (1970). Escritor cubano residente en la Isla.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.