Cuentan que, en Podemos, el círculo de economía es el mismo que el de ecología y energía. El hecho de que estas tres cuestiones no se consideren compartimentos separados puede permitir que surjan propuestas distintas, adecuadas a la situación crítica del planeta. En otro ámbito, sin embargo, el de la llamada cultura, el círculo creado […]
Cuentan que, en Podemos, el círculo de economía es el mismo que el de ecología y energía. El hecho de que estas tres cuestiones no se consideren compartimentos separados puede permitir que surjan propuestas distintas, adecuadas a la situación crítica del planeta. En otro ámbito, sin embargo, el de la llamada cultura, el círculo creado se atiene a este nombre.
No sólo en Podemos, en los distintos partidos y grupos con voluntad transformadora, incluso revolucionaria, el apartado de la cultura sigue siendo un reducto a donde van a parar realizadoras, dramaturgos, editoriales, personas que escriben o hacen música y, a veces, quienes desde la precariedad sostienen los mimbres reales de ese mundillo: correctores, técnicas. De este modo es fácil que el pensamiento en torno a la cultura acabe reducido al pensamiento en torno a una especie de espuma corporativista un tanto irrelevante.
Los cambios llevan su tiempo, es normal empezar por lo conocido, pero acaso la unión de economía, energía y ecología podría servir para preguntarse con qué unir la cultura en busca de un sueño diferente. Más aún en estos momentos en que la red ha propiciado un tejido comunicativo, dentro y fuera de ella misma, que atañe al corazón de lo que Raymond Williams llamaba cultura: el sistema significante a través del cual necesariamente (aunque no sólo) un orden social se comunica, se reproduce, se experimenta e investiga.
La cultura, como la comunicación, trata tanto las ideas que tenemos sobre el mundo, sobre nosotras mismas y nuestras posibilidades, como de las instituciones y formas en que se transmiten y reciben pensamientos, informaciones y actitudes. La rutina ve en los medios un mero conglomerado de prensa y televisión; en la cultura, películas, música, libros, y en las redes sociales un planeta aparte.
Aunque el funcionamiento de grupos organizados requiera compartimentar, cultura y comunicación podrían ir juntas. Pensar la cultura es pensar los discursos críticos que fluyen con inmensa potencia, a veces separados como francotiradores, en redes, webseries, centros sociales, colectivos feministas, etc. Pensar la cultura es imaginar en qué términos puede librarse la lucha por aprender y describir. Pues no es cierto que esté primero la vida y luego la reflexión acerca de la misma, sino que ambas se funden como el camino y nuestros pasos.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/23509-imaginar-la-cultura.html