Somos una especie animal más en este planeta, una especie «extremadamente depredadora», y compuesta, como cada especie, de individuos. Los animales humanos, o individuos humanos, han dejado una estela interminable de exterminios en masa a lo largo de su historia. Tanta atrocidad con individuos de su misma y de otras especies, tiene su base o […]
Somos una especie animal más en este planeta, una especie «extremadamente depredadora», y compuesta, como cada especie, de individuos. Los animales humanos, o individuos humanos, han dejado una estela interminable de exterminios en masa a lo largo de su historia. Tanta atrocidad con individuos de su misma y de otras especies, tiene su base o raíz en la creencia de que podemos abusar y perder el respeto a todo aquel que consideramos diferente. En esta pirámide de explotación, los más débiles e indefensos, nadan tristes en la base de la discriminación porque aquellos individuos en posición ventajosa creen que pueden denigrar, cosificar, etc. a todo aquel que es diferente por motivos de género, orientación sexual, procedencia, creencias, especie, etc.
Como especie animal que somos, es curioso ver como intentamos crear un abismo que no existe de hecho entre nuestra especie y el resto de especies. Para ello, apelamos a diferentes cuestiones, como la racionalidad, la humanidad, la moralidad, etc. En base a esas cualidades auto atribuidas, inventamos etiquetas como: de granja, de caza, de compañía, de circo, de experimentación, etc. Hemos encontrado la manera de esclavizar a miles de millones de animales con los que curiosamente compartimos capacidades, intereses y emociones. Ser un perro en Corea es probablemente igual de doloroso y triste que ser una gallina. Sin embargo ser un perro o un cerdo/oveja/vaca/conejo/gallina en muchos lugares del mundo significa la diferencia entre la vida y la muerte.
Son muchos los hogares españoles que acogen a animales «de compañía». Ninguna de esas personas negaría las capacidades y emociones que esos animales manifiestan a cada momento. El reconocimiento de esas capacidades afectivas en los animales modifica nuestro comportamiento hacia esos seres sintientes, nos hace comprenderlos y respetarlos. Sin embargo, al mismo tiempo que reconocemos el mundo emocional de los animales con los que convivimos, negamos el mundo emocional de aquellos animales que comemos, vestimos, etc. No existe un ente llamado por ejemplo «animales de granja», sino que cada cerdo/ternero/etc. es un individuo diferente al resto, es un individuo igual de complejo biológicamente, con las mismas capacidades y emociones que reconocemos para con los seres con los que convivimos.
Alguien pensará que es difícil pensar en abolir la esclavitud animal cuando todavía persisten ciertas formas de esclavitud humana en muchas zonas del planeta. Sin embargo, es muy difícil encontrar a alguien que piense hoy en día que un ser humano deba ser tratado como propiedad de otro, independientemente de sus capacidades mentales, de su moralidad, de su racionalidad, de su procedencia, de su sexo, etc. Esto no ocurre en el caso de otras especies animales no humanas. Un ejemplo claro es la respuesta de muchos científicos a la siguiente pregunta: ¿Por qué se hacen experimentos con animales no humanos? «Porque son como nosotros y por tanto el ser humano puede beneficiarse de ellos». Consecuentemente, la pregunta que se deriva es: Si sufren y sienten como nosotros ¿por qué se experimenta con ellos? ¿No gritan, no se les eleva la presión arterial, no mueven los ojos, no intentan escapar de la fuente del dolor igual que nosotros cuando reciben descargas eléctricas, golpes, o cu
ando son mutilados o intervenidos quirúrgicamente sin anestesia? ¿Acaso no manifiestan comportamientos depresivos cuando se les aísla y se les mantiene en jaulas durante toda su vida? La respuesta que escuchamos es: «Porque no son como nosotros, solo son monos, perros, ratas,…», es decir, no pertenecen a la especie humana, quedan fuera de esfera moral. De forma semejante al racismo o al sexismo, queda aquí reflejado el especismo como una actitud discriminatoria en función de la especie.
Superar la barrera del especismo, implica ser consciente del otro, de sus capacidades, de sus emociones. Implica pensar que no es justo inmovilizar a un ser que tiene patas para correr o alas para volar o aletas para nadar; que no es justo arrebatar las crías a aquella madre que las protege y siente el mismo instinto maternal que las madres humanas; que es injusto electrocutar, degollar, golpear, etc. a aquel que es capaz de sentir el dolor y el terror de una muerte segura de la que no puede escapar. En definitiva, supone recapacitar, reconsiderar, pensar que no es ético utilizar para nuestro beneficio a ningún ser sintiente, porque el solo hecho de su utilización como propiedades hace que se ignoren sus intereses y sus emociones.
Superar la barrera del especismo, al igual que la del racismo, sexismo, etc. supone salir de nosotros mismos y pensar en el mejor de los mundos posibles para todos los que compartimos el planeta.
Fuente: «Introduction to Animal Rights» (Introducción a los derechos de los animales) – Gary L. Francione es Catedrático de Derecho y Nicolás de B. Katzenbach. Distinguido Académico de Derecho y Filosofía de la Universidad de Derecho de Rutgers, New Jersey.
Maria Luisa Arenzana Magaña
Logroño – La Rioja
Economista