Ante los informes que muestran el creciente caos climático, los promotores de la geoingeniería -la manipulación intencional del clima a escala planetaria- redoblan sus propuestas y han logrado incluso entrar en ámbitos globales de referencia, como el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC). Intentan además revertir la moratoria contra la geoingeniería que existe en Naciones […]
Ante los informes que muestran el creciente caos climático, los promotores de la geoingeniería -la manipulación intencional del clima a escala planetaria- redoblan sus propuestas y han logrado incluso entrar en ámbitos globales de referencia, como el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC). Intentan además revertir la moratoria contra la geoingeniería que existe en Naciones Unidas en el Convenio de Diversidad Biológica y legitimar técnicas de geoingeniería en las negociaciones de cambio climático.
Es grave, ya que además de no hacer absolutamente nada para detener el cambio climático, las propuestas de geoingeniería conllevan enormes riesgos, inequitativamente repartidos entre regiones. La mayoría de los impactos de tales técnicas afectarán sobre todo a países del Sur global que no han provocado el cambio climático y que probablemente ni siquiera sabrán que el aumento de desequilibrios climáticos será causado por la manipulación del clima.
Varios estudios científicos recientes muestran que los impactos de la geoingeniería serían peores para algunas regiones. Si se realizara el proyecto de crear una mega nube volcánica artificial sobre el Ártico, para bloquear los rayos solares y supuestamente bajar la temperatura en el hemisferio Norte, se desequilibraría el ciclo hidrológico en los trópicos y subtrópicos, con aumentos o disminución de lluvias. Tendría efectos catastróficos en selvas tropicales, principalmente en Asia y Amazonía, y por incremento de sequías en África. (A. Ferraro et al, Environmental Research Letters, 2014).
Otros estudios científicos publicados en 2013 (proyecto GeoMIP, con decenas de científicos y países participantes), basados en investigación con modelos matemáticos, señalan impactos graves de diferentes propuestas de geoingeniería. Desde 2008, el meteorólogo Alan Robock, indicó que colocar nubes volcánicas artificiales tendría efectos colaterales sobre los patrones de precipitación, poniendo en riesgo las fuentes de agua y alimentación de 2.000 millones de personas en Asia y África. Varios estudios del proyecto GeoMIP llegaron a conclusiones similares y agregan que el desequilibrio tendría impactos globales, también en el hemisferio Norte.
Otro estudio mostró que la terminación de este proyecto de geoingeniería llevaría a un aumento abrupto de la temperatura, acompañado de más aumento de lluvias y mayor derretimiento de hielo polar. Lo cual significa que si se instalaran esas nubes volcánicas, la terminación significaría colocarnos en una situación peor a la anterior. (Jones et al, Journal of Geophysical Research, 2013)
¿Por qué entonces insistir en propuestas tan burdamente riesgosas de manipular el clima, un ecosistema global dinámico, insuficientemente conocido y crucial para la sobrevivencia de todas las especies, incluida la nuestra?
Una razón (o sinrazón) es que la geoingeniería funciona bien como excusa para los principales países contaminadores históricos, que ven la posibilidad de paliar los síntomas del caos sin tener que reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Así pueden seguir en negociaciones de cambio climático sin compromisos reales de reducción y aumentar sus negocios con mercados de carbono, más aún si se aprueba que técnicas de geoingeniería reciban créditos de carbono.
Pero sobre todo, la geoingeniería es una excelente opción para las transnacionales de los recursos fósiles: petróleo, carbón y gas. Para esta industria, una de las mayores y más poderosas del planeta, con inversiones a nivel global de más de 55 billones de dólares en infraestructura, abandonar la explotación de fuentes de energía fósil no es una opción. Y según ésta, el pico de energía está muy lejos. Todo el tiempo encuentran -o inventan- nuevas reservas y formas de explotarlas, como sucede con el fracking y la gasificación subterránea de carbón. Ambas con severísimos impactos ambientales, lo cual nunca les ha importado. Incursionan en otras fuentes de energía si ven un buen negocio, pero nunca dejarán las fósiles por su voluntad. Pero saben que el desastre climático crece, y por ello las propuestas de geoingeniería para bajar la temperatura o extraer dióxido de carbono de la atmósfera por medios tecnológicos, sin tener que modificar nada en las emisiones, son muy atractivas y además ¡hasta son una nueva fuente de negocios!
Geoingeniería en el IPCC
En este contexto, es absurdo que el IPCC haya incluido la consideración de la geoingeniería, y que la haya destacado como una posibilidad en su resumen para formuladores de políticas de su Grupo de Trabajo I, sobre ciencia del clima. No le dan carta blanca, y hablan de impactos graves, pero sugieren que el «manejo de la radiación solar» podría bajar la temperatura. Como todos los escenarios que plantean son horribles, el mensaje subliminal parece ser «no habrá acuerdo político para enfrentar el calentamiento, entonces tendremos que usar geoingeniería aunque sea muy peligrosa». Peor aún, en el informe del Grupo III del IPCC, sobre mitigación, se sugiere repetidamente el uso de algunas técnicas de geoingeniería, como el llamado BECCS por sus siglas en inglés (bioenergía con captura y almacenamiento de carbono), junto a la promoción de tecnologías devastadoras de la gente y el ambiente como la nuclear.
No hay nada en BECCS que no sea malo: con «bioenergía» se refieren a desiertos verdes de extensos monocultivos de árboles, arbustos y cultivos para agrocombustibles, incineración de desechos etc. Todo ampliamente cuestionado por sus impactos en los precios alimentarios, en las economías, los territorios de campesinos y pueblos, en el ambiente. Y también por su ineficiencia energética y porque generan más gases de efecto invernadero que los que dicen ahorrar. Por eso ahora le adosan el concepto «CCS» -almacenamiento y captura de carbono-: mega instalaciones para absorber dióxido de carbono y enterrarlo en formaciones geológicas y fondo marino. Entre otros riesgos graves, presuponen que lo que entierren, nunca, literalmente nunca, volverá a emerger, como puede ocurrir por movimientos telúricos, por actividades industriales, porque la inyección de gas desestabiliza las capas, etc. Porque si así ocurriera sería un desastre épico.
En los próximos meses hay varias instancias de Naciones Unidas que discutirán estas peligrosas propuestas. El 23 de septiembre, la Cumbre del Clima en Nueva York; en sesión del Convenio de Diversidad Biológica (Corea, 8-19 de octubre) y del Convenio de Cambio Climático (Perú, 1-12 diciembre). A fines de octubre, el IPCC entrega en Dinamarca su 5º. Informe Global de Evaluación. Ante cada una de ellas, habrá también movilización social, incluyendo la llamada «PreCop social» organizada por Venezuela para dar lugar a las voces que se intenta callar en las negociaciones, a las posiciones de la sociedad civil y movimientos sociales. En cada una, es crucial denunciar y oponerse también a la geoingeniería.
Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC. Más información y fuentes en www.etcgroup.org/es/issues/
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No., 498 de septiembre de 2014, que trata sobre el tema «Frenar el calentamiento global» http://alainet.org/publica/