La Jiribilla arriba a sus 500 ediciones, y, a propósito, en el centenario del natalicio de José Lezama Lima este mes de diciembre, dedicamos el dossier a quien primero invocase al Ángel que nos nombra describiéndolo como «Fabulosa resistencia de la familia cubana. Arca de nuestra resistencia en el tiempo… Hace ya casi 30 años […]
La Jiribilla arriba a sus 500 ediciones, y, a propósito, en el centenario del natalicio de José Lezama Lima este mes de diciembre, dedicamos el dossier a quien primero invocase al Ángel que nos nombra describiéndolo como «Fabulosa resistencia de la familia cubana. Arca de nuestra resistencia en el tiempo…
Hace ya casi 30 años estuve entre los jóvenes que llenaron Trocadero entre Industria y Consulado, calle habanera en la cual vivió José Lezama Lima durante largos años y donde era presentada la antología de su Poesía completa. Fue una ocasión especial. Nos iniciábamos. Nos desconocíamos, y el deseo de Lezama nos convocó; es decir, su inquietud, sus preguntas, sus exploraciones delirantes en el inmenso arco de la cultura universal, su habitación en los detalles más profundos de la cultura cubana.
En tiempos cuando la literatura nacional nos parecía detenida (a todo joven que se respete debiera parecerle igual) el camino Lezama nos reveló la posibilidad de mundos otros; modos de imaginar, conectar y expresar que -en lo adelante- defendimos con pasión. La casa del número 162 había sido convertida en una pequeña biblioteca sucursal y tuve la suerte de que una compañera de mi aula en la universidad, Dolores, trabajara allí. Gracias a esa casualidad, que me ayudó a vencer la timidez, hice amistad con el resto del personal del lugar: Fabiola Mora, la directora; Nenita y Aracelys, quien se ocupaba de la limpieza y había sido empleada de María Luisa, la esposa de Lezama.
La importancia que esa pequeña biblioteca tuvo para el impulso a los estudios sobre la obra de Lezama en Cuba no ha sido reconocida; durante años se reunieron allí varios de los amigos de Lezama a recordar el día de su nacimiento (19 de diciembre), ya fuese leyendo ensayos o vertiendo recuerdos. Allí tuve el privilegio de participar, como invitado silencioso, en una de las sesiones de discusión de los editores cubanos de la Edición Crítica de Paradiso, publicada en la colección «Archivos», de la UNESCO.
Después vinieron las entrevistas. Hicimos más de 40, Fabiola y yo.
Los casetes de la mayor parte de ellas fueron conservados por Fabiola; las voces de figuras mayores como Eliseo, Cintio, Fina y otros muchos escritores, pero también las de vecinos del barrio o amigas de la infancia de Eloísa, la hermana de Lezama, que conocían al poeta desde ángulos más íntimos. Creo que todo empezó cuando una persona, a quien Lezama había conocido mientras trabajaba en el Castillo del Príncipe (finales de los años 30) apareció en la casa porque había leído la nota del periódico anunciando la inauguración de la biblioteca. Gracias a las artes de Fabiola, el hombre dejó escrito un testimonio espectacular de un Lezama otro (prácticamente le enseñó a leer) que es el mismo que de sus libros conocemos.
Ya dije que fueron más de 40 entrevistas. Entre lo que los testimoniantes aceptan que sea grabado, lo que se niegan a decir («apaga el aparato», me acostumbré a escuchar), lo que se conversa como introducción o cuando ya nos despedíamos en la puerta, fue un viaje inolvidable por los entresijos de la cultura cubana y hacia la voluntad de resistencia mediante la creación cultural de Lezama y del grupo de intelectuales que le acompañaron en sus sueños.
La Jiribilla es un buen lugar para publicar parte de este archivo que, ya ni sabemos por qué, fue quedando postergado entre tantas otras cosas que nos parecieron quizá más urgentes. Lo bueno del tiempo, que nos gasta, es que pone todo en su lugar, aclara. El cariñoso Ángel de la Jiribilla creado por Lezama es una figura de resistencia, de fe en las potencialidades de la especie para la poesía (donde se da la unión de la verdad con la belleza), de acción mediante la cultura. Es extraño el mundo que nos rodea: violento, de manipulaciones, de las desmesuras de poderes enormes en contra de actores diminutos, de control de las mentes (para poder entonces controlar recursos). Tal vez la mayor parte de la humanidad ya ni siquiera recuerde el socialismo soviético o ese par de palabras no les digan nada; el caso es que para muchos, muchos, muchos millones existir continuó siendo un infierno o sus vidas se precipitaron hacia allí. No sé por qué, ante todo esto, pienso en Lezama; no en este o aquel texto, sino en Lezama como concepto, como poética del estar sobre la Tierra.
En el caso de Cuba, a cuyo alrededor no parece haber paz, todavía más: pensar en Lezama para que me conduzca. La Jiribilla revista se ha convertido en uno de los archivos culturales más importantes del país en los años de existencia que tiene. Una mínima gota de agua en el apabullante mar mediático de hoy; ese otro mar que rodea, lastima, utiliza, no-comprende y empuja a Cuba. Uno de los personajes lezamianos, el loquillo de la novela Oppiano Licario, aparece discursando en una habitación oscura en cuyo fondo brilla, como inscrito en fósforo, el siguiente letrero: «Fábrica de Metáforas y Hospital de Imágenes».
Elijo esa frase para terminar
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