Vox se debilita en luchas internas y, en mitad de sus reproches e invectivas, una nueva polémica sacude a Podemos; concretamente, a la ministra de Igualdad Irene Montero, acusada de fomentar la pederastia por unas declaraciones en las que enfatizaba la necesidad de que los menores reciban educación sexual según se desprende de la nueva ley del aborto. Que la ministra, madre de tres hijos, fue víctima de la tergiversación interesada de sus palabras y jamás defendió ningún daño a la infancia, mucho menos incurrir en delitos de pederastia, lo podrá comprobar cualquiera con la capacidad cognitiva mínima como para entender un enunciado en su contexto. El problema es que buena parte de la política, y los canales por los que se ejecuta y dirime, ya no van de comunicar afirmaciones coherentes ni de comprenderlas, sino de confundir lo máximo posible al interlocutor y, a través de ese juego sucio, obtener réditos electorales o económicos.
Por eso la controversia en torno a Montero no es solo un ataque a ella –llegando incluso a pedir su dimisión–, ni siquiera únicamente un intento de perjudicar a su partido, sino de exprimir el jugo de la mentira hasta que menoscabe tantísimo la democracia de un país que esta sea indistinguible de otra forma de gobierno previsiblemente peor. En otras palabras: la ofensa a Montero, su deslegitimación a base de falsedades, constituye una agresión a los derechos de todos en cuanto ciudadanía que merece, legalmente hablando, una información veraz para el pleno ejercicio de sus libertades. Sobre cómo hemos llegado hasta aquí hay varias hipótesis; muchas de ellas, apuntando algunos antecedentes, remiten inequívocamente al fenómeno Trump.
23 de septiembre de 2022. El canal de noticias The American Conservative se hace eco del bulo y culpa directamente a Montero –con mención especial a la teoría de género y queer– de maltratar así a los menores: “se trataba de sexualizar a los niños y prepararlos para ser pasto de pedófilos”. No es de extrañar esta interpretación por parte de un medio conservador estadounidense. Las fake news relacionadas con la pederastia formaron parte del ciclo que llevó a Trump a la presidencia en 2016, y alcanzaron su cénit en el caso conocido como “Pizzagate”, una conspiración ideada por la ultraderecha según la cual el partido demócrata se hallaba involucrado en una red de tráfico y explotación infantil que practicaba ritos satánicos. Esta patraña circuló tanto que sus adeptos localizaron una pizzería de Washington como lugar donde supuestamente estarían secuestradas las criaturas y un fanático irrumpió allí a tiros con la intención de liberarlas. No encontró ni rastro del complot en que creía, pero daba igual, porque el daño ya estaba hecho.
Al ascenso de este tipo de conspiraciones, cuya mayor expresión quizá sea el asalto al Capitolio estadounidense en enero de 2021, contribuyeron la manipulación perpetrada en las redes sociales mediante un complejo sistema algorítmico que viraliza los contenidos falaces más rápido que los verídicos, y crea cámaras de eco de manera que el usuario solo lee lo que quiere leer, aquello que confirma sus prejuicios, pero también los grandes conglomerados mediáticos. Estos últimos, sedientos de clicks y share, han abrazado el espectáculo en detrimento de la información sin importarles si, por el camino, aupaban a personajes deleznables que se dedicaban a difundir como cierto aquello que no lo era.
En la ceguera propulsada por el algoritmo y el rol de los grandes medios a la hora de validar la mendacidad residen, para el investigador de Harvard Lee McIntyre, dos elementos de la posverdad, en cuyo núcleo sitúa a la cadena Fox News. Si, según datos de 2013 recogidos por el autor, un 69% de los invitados a la Fox eran escépticos respecto al cambio climático, cabe destacar asimismo su papel en el encumbramiento de Trump, desde antes de ocupar la Casa Blanca hasta mucho después, como demuestra el hecho de que se negara a retrasmitir en directo las sesiones de la comisión de investigación que encontró al expresidente culpable de haber provocado la insurrección en el Capitolio. Ni siquiera la tentativa de golpe de estado –según la definió esa comisión– fue motivo suficiente para adoptar cierto rigor periodístico, puesto que el criterio predominante es la satisfacción de una clientela educada en la idolatría y el dogmatismo, mercancías que habría que vender a toda costa.
Estas prácticas, comunes en España, han resultado en alteraciones de la voluntad popular tan sangrantes como las derivadas del caso Ferreras, en la distorsión de un debate tan necesario como el de las macrogranjas, o en la popularización de que Pedro Sánchez o “el gobierno recauda” demasiados impuestos cuando estos van a las arcas públicas y se destinan a mantener el Estado del Bienestar. Estas prácticas, apunta McIntyre, fortalecen una posverdad que no es más que una “forma de supremacía ideológica” elaborada a costa de privar a la ciudadanía de sus derechos con el fin de seguir engordando los bolsillos de algunos mientras, no casualmente, el fascismo continúa ganando terreno, como acabamos de constatar en Italia.
Que Vox, en plena crisis intestina, se querelle contra Montero por sus declaraciones es oportunista; que, desde medios y redes, el bulo logre aglutinar a casi toda la derecha política, fagocitar la verdad y el sentido común, movilizar a cantidades ingentes de personas es sintomático de una degradación tanto informativa como democrática que nos afecta a todos y amenaza nuestro futuro.
Fuente: https://www.lamarea.com/2022/09/26/irene-montero-la-posverdad-y-el-posfascismo/