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Cultura de izquierdas en el siglo XX

IV Encuentro de Jóvenes Investigadores aborda los ejemplos de Josep Renau, Juan Piqueras y la revista «Ajoblanco»

Fuentes: Rebelión

Si, como pretendía Pierre Vilar, la Historia es «una Ciencia en construcción», ésta se edifica con un sinfín de pequeñas aportaciones. El IV Encuentro Estatal de Jóvenes Investigadores, celebrado entre el 10 y el 13 de septiembre en la Facultat de Geografia i Història de València, se ha sumado al empeño del gran hispanista francés. […]

Si, como pretendía Pierre Vilar, la Historia es «una Ciencia en construcción», ésta se edifica con un sinfín de pequeñas aportaciones. El IV Encuentro Estatal de Jóvenes Investigadores, celebrado entre el 10 y el 13 de septiembre en la Facultat de Geografia i Història de València, se ha sumado al empeño del gran hispanista francés. Uno de los talleres ha abordado la cultura de izquierdas en el siglo XX y el rol que desempeñaron artistas como Josep Renau, críticos cinematográficos como Juan Piqueras, la publicación «Ajoblanco» y, en época más reciente, la utilización mediática que el PSOE hizo de Olof Palme durante el referéndum de la OTAN en 1986.

Lo esencial del fotomontador valenciano Josep Renau fue su compromiso político, su arte basado en un «realismo social» como herramienta para llegar a las masas. Siempre con una idea trascendente: cambiar la sociedad, resume el investigador Carl-Henrik Bjerstrom, quien ha presentado una comunicación sobre el artista valenciano en el periodo 1931-1936. Renau se implicó y participó en revistas de izquierda de la época («Orto», «Estudios», «Nueva Cultura» o «Testigos negros de nuestros tiempos»), en las que publicaba fotomontajes, instantáneas, portadas y textos. También realizaba, para ganarse la vida, trabajos publicitarios de tipo Art Decó. Era la época en que la II República y los anhelos de democracia irrumpían en la Historia de España.

La obra fotográfica de Renau no puede entenderse sin ese ahínco de justicia social. Sin el compromiso «fuerte» con las clases populares, que duró toda la vida. Comenzó militando en la CNT, en las Juventudes Comunistas a partir de 1931 y en el PCE hasta su muerte en 1982. Un jalón marcó su biografía: la primera exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (1928). El éxito lo dejó frío. Desde entonces, rechazó la cultura cosmopolita burguesa y mostró antipatía por sus benefactores de la alta sociedad madrileña. Pero antes, muy pronto, Renau ya empezó a alejarse de lo «políticamente correcto». Según recuerda Bjerstrom en su ponencia, Renau -quien provenía de una familia pequeñoburguesa valenciana- rechazó la tradición academicista de sus profesores para inspirarse en la tradición vanguardista europea. La que vinculaba arte y política.

Al final, sintetiza el investigador, el trabajo artístico de Josep Renau (sus fotografías y montajes), no son sino «una técnica concreta que empleaba para avanzar su actividad principal: la propagación entre las masas de la visión política comunista». «No se consideraba un pintor marxista sino un marxista pintor», agrega.

A forjar una cultura cinematográfica comunista en la II República dedicó esfuerzos y talentos el crítico de cine Juan Piqueras. Marta García Carrión, de la Universitat de València, ha estudiado su trayectoria. Es la época (la década de los 20 y 30 del siglo XX) en la que el cine se consolida como espectáculo de masas en España y es asumido plenamente por la intelectualidad y el mundo de la cultura (por ejemplo, la Generación del 27). Espacios dedicados al cine en la prensa generalista, eclosión de revistas especializadas (unas 60 en los años 30), cineclubs en los que se exhibían películas y se reflexionaba, críticos cada vez más influyentes…En esa realidad se imbrica la labor de Juan Piqueras.

El cine estuvo presente en los círculos anarquistas y libertarios. También en el ámbito comunista, al que se adscribe Piqueras. En mayo de 1930 se trasladó a París, donde trabajó como corresponsal cinematográfico para varias publicaciones españolas. «Allí Piqueras comenzó a decantar su militancia comunista y a hacer de su compromiso político la base de su pensamiento cinematográfico», resume Marta García Carrión. En la capital gala entró en contacto con personajes como Urgoiti, Buñuel, Renau y Max Aub. Su labor de crítico (sobre todo con la creación de la revista «Nuesto Cinema. Cuadernos internacionales de valoración cinematográfica», en 1932) parte de una premisa nítida: anteponer la acción política y la divulgación a la teorización estética.

Atraído fuertemente por el cine ruso, fue uno de sus más notables difusores en el estado español. De hecho, su viaje a la URSS en 1933 le confirmó en que allí había cuajado un cine proletario, alternativo al estadounidense (un reflejo de la oposición socialismo/capitalismo que dominaba la época). Pero también valoraba el carácter nacionalista del cine ruso. Todas estas ideas-fuerza pueden entresacarse de la revista que Piqueras dirigía desde París, «Nuestro Cinema»: el lenguaje marxista, la crítica al cine de inspiración burguesa (asimilado a Hollywood, buena parte del cine europeo y casi todo el español) y la vindicación del cine social, que identificaba con el soviético.

Marta García Carrión concluye que «Nuestro Cinema» fue casi una excepción en la época: «Rechazó dar cabida en sus páginas a noticias sobre estrellas, consideradas como frivolidad burguesa». De composición muy sobria (mucho texto y pocas fotografías) y portadas con fotogramas de documentales (ni actores ni actrices), la revista apostó -frente a la producción burguesa y capitalista- por un cine social que sirviera para la forja de una cultura proletaria.

Otro problema historiográfico, ya durante la transición española, es la presencia del movimiento anarquista y libertario, sus conflictos internos y su potencial de crecimiento. En ese contexto, la investigadora Mónica Granell, de la Universitat de València, analiza la función de la revista «Ajoblanco». Esta publicación organizó con la CNT y otros colectivos y ateneos, del 22 al 25 de julio de 1977 en Barcelona, las Jornadas Libertarias Internacionales. La iniciativa («Por el reencuentro de la vieja acracia») se consideró «el punto culminante (y más festivo) del resurgimiento del movimiento libertario en Cataluña, donde -bien por la memoria histórica, bien por ser una de las zonas de mayor conflictividad social a principios de los años 70- llegó a convertirse en una fuerza social muy significativa», explica Granell.

Legalizada en mayo de 1977, la CNT vive una encrucijada histórica. Se contraponen dos maneras de entender la práctica y la militancia anarquista. Por una parte, el sector más próximo al anarcosindicalismo tradicional, que enfatizaba las luchas en el centro de trabajo. Por otro lado, las concepciones culturalistas y vivenciales, más contraculturales que sindicalistas. A juicio de Mónica Granell, «el recelo de los viejos militantes y de los dirigentes sindicales hacia esos grupos fue muy fuerte, olvidando que este anarquismo disperso podría ser una de las mejores bazas para una renovación, no sólo ideológica del movimiento». En este punto adquiere interés la revista «Ajoblanco». Una publicación netamente contracultural con múltiples influencias: mayo del 68, los situacionistas, Berkeley, el underground estadounidense y las vanguardias europeas. Por lo demás, «Ajoblanco» se adentra en el barro político de la época siempre en pugna con la izquierda comunista (el PSUC en Cataluña).

En el número 25 de la revista (septiembre de 1977) se asienta una categórica declaración de principios. La revista aspira a «desarrollar y recoger la crítica a la vida cotidiana cosificada, al consumo, al estado, a la política, a las instituciones, a los sindicatos y a los arquetipos y tópicos con que el pensamiento burgués, autoritario y represivo, intenta encarcelar y limitar la mente humana». Es decir, una práctica total y cotidiana que conduzca a una sociedad libertaria frente al capitalismo y las burocracias comunistas. «Ajoblanco» apoya, por tanto, las prácticas comunales, las luchas de los marginados, en las prisiones, las de los ecologistas radicales, los movimientos de liberación sexual y del aprendizaje antiautoritario. Recorrerá esta senda en solitario, lejos de la CNT.

Otra de las ponencias presentadas al Encuentro estudia el magnicidio del líder de la socialdemocracia sueca, Olof Palme, el 28 de febrero de 1986, y la influencia que el hecho tuvo en la Campaña del referéndum de la OTAN en España, que se celebraba entonces. El investigador Juan Antonio Santana ha buceado en la prensa, la radio y la televisión de la época para subrayar las conexiones trazadas por el PSOE en el poder (que defendía la permanencia en la alianza atlántica) y la figura de Palme (partidario de la neutralidad respecto a la «política de bloques»). ¿Utilizó el PSOE la figura del asesinado dirigente sueco durante la campaña del referéndum de la OTAN?; ¿Se magnificó interesadamente la relación de cordialidad que mantenían Felipe González y Olor Palme?; ¿Cuál fue la implicación de los medios de comunicación en el proceso? El investigador se propone despejar estas interrogantes.

«Los medios de comunicación españoles le dieron una especial relevancia al suceso», apunta Santana. «El País» resaltó los lazos que ligaron a Palme con España; en el «ABC», las imágenes que evidenciaban el estado de «shock» de la comunidad internacional tras el suceso; en «Diario 16», las pistas que seguía la policía respecto al magnicidio; «La Vanguardia» prefería centrarse, por el contrario, en el perfil político y humano del dirigente fenecido. En cuanto a la radio y las televisiones públicas, ponían el foco en la melancolía de los rostros de los ciudadanos suecos y los dirigentes políticos extranjeros.

Además de la profusión de informaciones y variedad de enfoques, ¿Qué conclusión de fondo puede extraerse? Juan Antonio Santana subraya que el presidente del Gobierno, Felipe González, «utilizó su amistad con el fallecido durante la campaña». Pensaba que ello le daría rédito. Ahora bien, ocultó las posiciones neutralistas de Olof Palme, alejadas del giro atlantista del PSOE. Fueron, por el contrario, los partidarios de la no integración de España en la OTAN quienes recordaron los recelos de Palme hacia los dos grandes bloques; y quienes también denunciaron la manipulación del asesinato con fines partidistas.

El PSOE aprovechó en la campaña del referéndum de la OTAN un hecho cierto. Que Palme mantenía una especial afinidad con los socialistas españoles y con González. Según Santana, «compartían vivencias y, en cierto sentido, imagen». Palme y González coincidieron en el primer congreso del PSOE en España, en 1976; además, «ambos defendieron ideas heterodoxas sobre qué significaba la oposición socialdemócrata, y sostenían una posición neutralista, al menos hasta 1985; también incidía en esa amistad el apoyo que Palme concedió a los renovadores tras el congreso de Suresnes en 1972», explica el investigador. Sin embargo, «cierto componente instrumental subyace bajo las evocaciones que se hicieron de él durante la campaña», concluye.