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Izquierda Unida: una propuesta desde la izquierda y para la izquierda

Fuentes: Rebelión

1.- El derecho a decidir: libertad republicana o neoliberalismo. Si tuviéramos que atender al conjunto de derechos formalmente reconocidos para las personas en los diversos ordenamientos jurídicos a nivel internacional, europeo, estatal y autonómico, estaríamos en el mejor de los mundos posibles. Es más, desde que llegó al gobierno Zapatero, esta «inflación» de derechos formales […]

1.- El derecho a decidir: libertad republicana o neoliberalismo.

Si tuviéramos que atender al conjunto de derechos formalmente reconocidos para las personas en los diversos ordenamientos jurídicos a nivel internacional, europeo, estatal y autonómico, estaríamos en el mejor de los mundos posibles. Es más, desde que llegó al gobierno Zapatero, esta «inflación» de derechos formales se ha acentuado. Basta observar la acuciante producción legislativa de derechos o el ingente caudal de los mismos desplegada en las reformas de los Estatutos Autonómicos.

En principio, el reconocimiento jurídico y político de derechos podría considerarse un elemento positivo, aunque sujeto a límites objetivos y subjetivos, porque no hay que engañarse, la proclamación de los derechos está lamentablemente acompañada de una injusticia social básica y un incremento de la explotación socioeconómica. Hay derechos pero poca justicia. La vieja contradicción entre libertad e igualdad en las sociedades capitalistas realmente existentes no deja de acentuarse y las personas que viven vendiendo su fuerza de trabajo, cada vez tienen menos derechos laborales y cada vez es mas grande su dependencia de quienes detentan el poder económico y político.

Una fuerza de izquierdas que se plantee en serio la transformación de esta sociedad, debe de partir del hecho de que la sociedad capitalista pone límites precisos a la democratización y de que ningún orden jurídico, sean cuales sean los derechos que proclame, tendrá eficacia si no está al servicio de la transformación en un sentido socialista, es decir, limitando sustancialmente la lógica y los poderes derivados del mercado capitalista e interviniendo activamente para la construcción de una sociedad alternativa, ecológicamente fundamentada.

El neoliberalismo ha sido algo más que un conjunto de políticas ligadas al predominio del capital. Su esencia ha consistido en una auténtica contrarrevolución: modificar la correlación de fuerzas en la sociedad a favor de los centros de poder imperialistas y capitalistas e intentar erradicar cualquier alternativa capaz de cuestionar las estructuras de poder existentes. El Estado capitalista ha sido capturado por las élites de poder económicas y puesto abiertamente a su servicio. Los procesos de flexibilización de las relaciones laborales, las privatizaciones de los bienes públicos y la desregulación generalizada de los mercados de capitales, han tenido como objetivo explícito la mercantilización del conjunto de la vida social y de la naturaleza. Lo que se consigue al final, no es otra cosa que la «planificación» del miedo y de la inseguridad.

El mercado autorregulado busca y consigue producir seres humanos aislados, en competencia permanente entre sí y sin vínculos culturales, sociales y morales. La paradoja es, en este nivel, especialmente significativa. Los poderes económicos fuertes y la derecha política acaban beneficiándose del desorden por ellos creado. Las demandas crecientes de «orden y de ley» provenientes de una sociedad cada vez más anómica, desigual, heterogénea social y culturalmente, consecuencia inevitable del orden capitalista neoliberal impuesto, favorecen a una derecha que reclama identidad nacional, catolicismo político y fortalecimiento de un Estado penal y de un orden jurídico que limita de hecho los derechos y libertades fundamentales de las personas.

Frente a esto, lo que va quedando de la socialdemocracia no opone otra cosa que un «discurso de los derechos» y una estrategia política de corrección de algunas consecuencias mas graves del modelo neoliberal, pero sin cuestionarlo nunca de fondo. Al final, nuestras sociedades se encuentran ante una elección engañosa: Por un lado una derecha pura y dura que no oculta ni su alineamiento con las políticas neoliberales, ni su supeditación al modelo atlantista norteamericano y a lo más rancio del pensamiento nacional católico. De otro lado, una socialdemocracia débil, sin proyecto alternativo, incardinada en un liberalismo social incapaz de restablecer los lazos con unas clases trabajadoras desestructuradas. Zapatero no es un proyecto, es un contraproyecto en un sentido preciso: el mal menor frente a la derecha, el miedo al nacional catolicismo y a un Partido Popular convertido en derecha extrema. El reformismo sin reformas de la socialdemocracia realmente existente acaba convertido en la otra cara del neoliberalismo imperante. La pretensión de evitar los males mayores desde la desmovilización social y el miedo a la derecha, la carencia de proyecto alternativo convertida en «talante», la carencia de identidad política convertida en estilo y en modos de hacer política a medio camino entre el neoliberalismo y el neoliberalismo.

Ante una realidad así configurada, la izquierda que quiera seguir siéndolo no lo tiene fácil y debe decírselo con claridad a los ciudadanos y ciudadanas. La precampaña y la campaña electoral deben convertirse en una pedagogía política democrática para construir colectivamente un proyecto alternativo al neoliberalismo, a la derecha política y a las políticas de derechas. Frente al proyecto neoliberal, una propuesta republicana, federalista y socialista, reclamando lo básico, nuestro derecho a decidir.

2.- Bipartidismo, polarización política y poderes reales.

Se ha repetido muchas veces en nuestra tradición política aquello de que si la esencia coincidiera con la apariencia, la ciencia no tendría sentido. Habría que añadir, cuando se habla de nuestras sociedades concretas, que las apariencias son importantes porque reflejan percepciones sociales y estas son significativas para los actores sociales. Lo que se quiere decir es que las apariencias engañan, ya que ocultan la realidad o aspectos sociales de ella.

Si observáramos la situación política española, al menos sus apariencias, nos encontraríamos ante una polarización política extrema. España estaría al borde de su ruptura, la monarquía en declive y el gobierno de Zapatero sería un punto de «no retorno» frente al consenso de la transición política. La opinión publicada daría un ejemplo insuperable de esta realidad. De hecho, la pugna política sería especialmente conflictual, tendría a las cuestiones de «Estado» en su centro. Una observación más aguda nos daría otras claves, que al menos, complicarían este esquema bipolar tan mediáticamente marcado. El abrazo entre Zapatero y Botín (a partir de esto se podría hablar de un banquero del pueblo, añadiendo el dato de que el Santander habla de revolución como slogan publicitario) nos da pistas de que esta enorme polarización política se da en un contexto donde los poderes fuertes están consiguiendo una concentración de riqueza y de influencia política tan descomunal que no se notan. La hegemonía del capital y, específicamente del capital financiero inmobiliario, es tan fuerte y determinante que la polarización política no solo no lo cuestiona, sino que lo deja a un lado del debate real. La derecha económica y mediática aparece en un segundo plano, mientras que la derecha política organiza la agenda del debate político.

Hay un tercer nivel en tanta polarización que tiene que ver con lo que podríamos llamar la parcelación del discurso político del PSOE. No hay prácticamente debate a la hora de enjuiciar la labor del vicepresidente Solbes: neoliberalismo sólido y claro. El culto al superávit, rebajas fiscales para los ricos y frenos sistemáticos al incremento real del gasto social, señalan una estrategia de consolidación y apoyo a los poderes económico-financieros dominantes. No se sostiene el «juego», al que tan dado es el PSOE y que otras fuerzas políticas de la izquierda han ampliado, entre un Zapatero «de izquierdas» y un Solbes social-liberal. Baste, como ejemplo, observar las directrices que emanan de la llamada Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno creada por Miguel Sebastián, que están aún más a la derecha que las de Solbes.

Las contradicciones de las propuestas de Zapatero y sus enormes fracasos, tienen mucho que ver con el modo en que accedió al gobierno y con la carencia de un proyecto solvente ocultado con nombres más o menos pomposos que remiten a republicanismo o socialismo de los ciudadanos que nunca se concreta o, cuando lo hace, acaba siendo contradictorio. A estas alturas sabemos ya que Zapatero no creía que pudiera gobernar y que fue impulsado al gobierno, más que por un proyecto propio, por la aspiración de una gran parte de la población española de echar del gobierno al Partido Popular. La capacidad de Zapatero fue saber que tenía que contar con «dos programas»: el de la sociedad y el de su propio partido. De hecho, la agenda política real del gobierno nunca se ha logrado imponer en el país, precisamente porque las contradicciones entre la política del PSOE y las aspiraciones de los ciudadanos y ciudadanas de izquierdas nunca se han conseguido unificar en una propuesta coherente. Al final, lo que se ha ido imponiendo es la agenda de la derecha, y la legitimidad del gobierno de Zapatero se ha construido desde el miedo a esa derecha, como un mal menor que evite el retorno de ésta al gobierno. Sin olvidar que esta incapacidad para trazar una alianza entre el gobierno ZP y la izquierda social y política del país, ha propiciado que la derecha gane la calle y consiga movilizar a un importante bloque social.

La conexión entre la oligarquía dominante (la derecha económico-mediática) y la derecha política se ha ido estableciendo en diversos planos. Por un lado la polarización consigue eludir o dejar fuera del debate cuestiones cruciales que afectan al modelo de crecimiento y acumulación capitalista de España y al reparto de poder y de riqueza a él asociado. Por otro lado, una derecha movilizada en torno al nacionalismo español, asegura una base de masas que garantiza que el gobierno no pueda intervenir y situar prioridades políticas que reconstruyan proyectos socioeconómicos diferenciados; legitimando como de izquierdas o casi revolucionaria cualquier iniciativa del gobierno. En tercer lugar, la polarización PSOE-PP garantiza que no se construyan espacios donde se fortalezcan las opciones de una izquierda alternativa.

Otro asunto tiene que ver con lo que podríamos llamar la estrategia de los derechos. Es conocido que la hipótesis de la irreversibilidad de los derechos sociales, predominante en la socialdemocracia europea, ha encontrado un desmentido histórico con el predominio de las políticas neoliberales. El doble reto de la llamada globalización capitalista y de la integración europea ha ido desmantelando los instrumentos de regulación del mercado y con ellos las redes de protección social que habían sido las grandes conquistas históricas del movimiento obrero. Se tiende a olvidar que entre la proclamación de derechos y su ejercicio, media el poder. Históricamente, han sido los poderes sociales organizados en torno al movimiento obrero, los que han hecho posible que el reconocimiento de los derechos tenga eficacia en la sociedad. Para decirlo claramente: una estrategia efectiva de derechos sociales exige la reconstrucción de poderes sociales, de sujetos sociales con poder en la sociedad, capaces de contraponerse a la lógica del mercado capitalista y a los poderes dominantes.

En este sentido, no hay que extrañarse de que muchos de los derechos proclamados, sobre todo en la última etapa del gobierno Zapatero, estén económicamente mal dotados, ni de que otros, como la famosa Ley de Dependencia, combinen el reconocimiento de derechos vitales para una parte de la población, con el impulso del negocio vinculado a ellos y con unas premisas de género abiertamente conservadoras. Pero es más, bastará un ciclo económico regresivo para que todo este entramado de derechos salte por lo aires y se convierta en normas sin contenido.

En un contexto político social marcado por el incremento espectacular de las desigualdades sociales, el retroceso de los salarios, la pérdida de derechos laborales básicos y una precariedad insostenible (con todas sus secuelas de siniestralidad, sobreexplotación de género y condena de la mayoría de los jóvenes a un tipo de trabajo que no genera ni independencia económica ni profesionalidad), resulta paradójico que la etapa de Zapatero se haya caracterizado como una etapa de paz social con escasa presencia del movimiento obrero organizado y del sindicalismo de clase. Todo esto cuando desde los propios sindicatos se reconoce que el actual modelo de crecimiento está agotado y que los desafíos para la economía española van a ser especialmente duros en el futuro.

3.- Una propuesta republicana, federalista y socialista.

La precampaña y la campaña electoral para IU, debería ser enfocada como una oportunidad para vincularse a una base social sin referentes políticos claros, con temor a una derecha dura y a un gobierno débil y sin proyecto. Optar por lo malo conocido será la tentación que hay que vencer y esto se hace siendo capaces de demostrar, en la teoría y en la práctica, que el problema social y político más importante para las clases subalternas y para las ciudadanas y ciudadanos que aspiran a otra política, es la debilidad electoral y política de la izquierda transformadora y alternativa.

Sabemos lo suficiente para pensar que los métodos meramente electorales no nos sirven y que es necesario defender públicamente, con coraje moral e intelectual, un proyecto propio que movilice a la militancia y a la afiliación y al electorado de izquierdas de nuestro país. Se trata de una propuesta desde la izquierda y para la izquierda, que busque el compromiso activo de los hombres y mujeres que perciben como el bipartidismo político y la estrategia de polarización impiden un cambio político real.

La propuesta de Izquierda Unida pretende reunificar lo que las políticas neoliberales y el bipartidismo imperante han dividido. Se trata de volver a engarzar lucha democrática, cuestión social y participación política. República tiene connotaciones que van más allá y más acá de la cuestión monárquica. Es la apuesta por una ciudadanía activa, por valores cívicos y por el autogobierno, y obviamente porque no haya magistratura de nuestro país que no sea electiva. En este sentido, IU va a tener un discurso claro: la Constitución del 78 se está agotando y nuestro país ya no cabe en ella. Esto se puede ignorar o eludir durante un tiempo, pero al final se tendrá que reconocer que hay que abrir un proceso constituyente y que los principios y valores republicanos han llegado para quedarse (nunca se fueron del todo).

Republicanismo y lucha por el socialismo tiene mucho que ver con los dilemas y desafíos de la humanidad en este siglo que apenas ha comenzado. El republicanismo pone en cuestión una visión oligárquica de la democracia y señala los límites que la estructura económica y de poder del capitalismo impone al ejercicio de los derechos y libertades civiles. El desarrollo de la democracia ha estado unido históricamente al protagonismo del movimiento obrero. Han sido las luchas, el sufrimiento y las aspiraciones igualitarias de las clases trabajadoras las que han cambiado el concepto de la política y la estructura de los sistemas políticos existentes.

La crisis de nuestras democracias y la «despolitización de la política» son la consecuencia de la hegemonía indiscutida del neoliberalismo y la creciente separación entre lucha social y democratización política. En este sentido, republicanismo político y socialismo propician un reencuentro que será clave para reconstruir y reorientar nuestras sociedades.

El federalismo, desde una concepción democrático republicana, pretende resolver las varias cuestiones nacionales existentes en nuestro Estado e impulsar una verdadera democracia participativa. El objetivo es democratizar y descentralizar el poder político para que este sea más controlable por los ciudadanos y sirva de instrumento para el ejercicio de derechos y libertades reales.

Hablar de España desde una óptica republicana y federalista supone intervenir activamente en la construcción de un proyecto común que reconozca la plurinacionalidad del Estado, la necesidad de nuevas reglas y de un nuevo contrato entre ciudadanos y ciudadanas. Entre el nacionalismo de las periferias y el nacionalismo español ha existido y existe un proyecto alternativo que es la república.

*Documento presentado por Manuel Monereo Pérez la reunión federal de coordinación de áreas de Izquierda Unida