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Izquierda Unida y nuestro futuro

Fuentes: Rebelión

«Es evidente que la salida de la crisis no puede realizarse a través de un pacto social, bien concretado en un gran gobierno de coalición o en un pacto legislativo. Necesita cambios profundos que sólo pueden venir de una salida anticapitalista a la crisis». ( Declaración aprobada por la X Asamblea Federal de Izquierda Unida […]

«Es evidente que la salida de la crisis no puede realizarse a través de un pacto social, bien concretado en un gran gobierno de coalición o en un pacto legislativo. Necesita cambios profundos que sólo pueden venir de una salida anticapitalista a la crisis». ( Declaración aprobada por la X Asamblea Federal de Izquierda Unida )

Los cuatro jinetes del apocalipsis parecen unos personajes de cómic, comparados con los efectos devastadores de la política de la burguesía a lo largo y ancho del mundo. Todas las quimeras reaccionarias de un progreso sin fin, de la mano del capitalismo, se han derrumbado con la crisis económica más grave de la historia de este sistema económico.

El gobierno del PP forma parte de esa caballería siniestra, comandada por la troika, que defiende los intereses de los poderosos a costa de la destrucción de nuestras conquistas y derechos. No es necesario describir lo que ya sabemos: más de seis millones de personas en paro, desahucios, desmantelamiento de los servicios públicos, especialmente sanidad y educación, represión de las libertades democráticas…

La izquierda se ha planteado muchas veces el dilema entre «reformas o revolución», entre la transformación gradual de la sociedad hacia una sociedad mejor, o la necesidad de un cambio radical de las estructuras sociales, para conquistar ese anhelo que seguimos llamando socialismo. Pero ese no es el dilema actual. El reformismo ha muerto como opción viable, y si no nace la transformación revolucionaria sólo nos quedará la perspectiva del dominio de las fuerzas más reaccionarias de la sociedad.

Revolución o esclavitud, sería la dicotomía que mejor define el momento actual. Estamos viviendo un momento excepcional en la historia, y la conciencia de esa característica se está extendiendo en la sociedad, pero, sin embargo, y esa es la mayor paradoja, no existe una reacción equivalente en sentido contrario a las agresiones que estamos sufriendo.

Warren Buffet, la cuarta persona más rica del mundo, según la revista Forbes, y uno de los más cínicos -añadimos nosotros- declaró sin tapujos: «Hay una guerra de clases, de acuerdo. Pero es mi clase la que está librando esa guerra… y la estamos ganando».

¿Por qué? ¿Por qué, si son una minoría y nosotros y nosotras la mayoría, nos van ganando? ¿Por qué si los derechos responden a la conquista de años de luchas, nos los pueden arrebatar? ¿Por qué…? De la capacidad de dar una respuesta a estos interrogantes depende nuestro futuro, no sólo el de IU, sino el del conjunto de la clase trabajadora.

O sus privilegios o nuestros derechos

No hay duda de que el ser humano tiende a ser conservador por naturaleza. Las revoluciones son hechos excepcionales en la historia, que se producen cuando la situación se hace insoportable, se toma conciencia de ello y surge una nueva alternativa de sociedad.

Veremos estas pautas en cualquier revolución, desde la revolución inglesa a la francesa, la comuna de París o la Rusia del 17.

Sin duda, en el Estado español, la situación es insoportable para la mayoría de la sociedad. Mientras una minoría aumenta sus privilegios, la gran mayoría padece la pérdida de sus derechos más elementales: el derecho al trabajo o a la vivienda se convierten para muchos en un sueño, la sanidad y la educación en un privilegio, y el ejercicio de los derechos democráticos apareja el riesgo de represión y multas.

La afirmación marxista de que los intereses de clase de la burguesía y el proletariado son enfrentados e irreconciliables, se impone hoy con rotundidad: o sus privilegios o nuestros derechos, sus privilegios son nuestra miseria, la de todo el planeta. No hay una tercera vía.

¿Acaso falta la conciencia de la gravedad de la situación? Desde luego que no. La mayor parte de la población es consciente de que la función fundamental de los banqueros y los grandes empresarios es la de hacer fortuna a costa de los demás. Nunca ha habido mayor conciencia del papel de parásito de la economía que juega el sistema financiero. Los casos de enriquecimiento y corrupción entre empresarios son tan cotidianos que revelan a las claras su carácter. Entre unos y otros se alimentan de nuestra sangre.

El gobierno del PP tampoco se libra de esta percepción popular de alianza de los ricos contra los pobres. Nunca un gobierno se había desprestigiado tanto en tan poco tiempo.

¿Cuál es pues el obstáculo que impide que ese malestar social se exprese en un movimiento incontenible que derribe este gobierno y con él un sistema económico insoportable? ¿Por qué vemos gente que se suicida en lugar de luchar a muerte por cambiar la situación?

No es necesaria una perspicacia especial para comprender cuál es el problema, cuál es, en realidad la clave de nuestra época: la falta de percepción de que existe una alternativa, es decir, una organización, y un programa, capaces de construir un nuevo futuro.

En cierta medida nos da la respuesta esa declaración de W. Buffet: se ha producido una exacerbación sin precedentes de la lucha de clases y la clase dominante se ha organizado y actúa a escala internacional, es consciente de lo que tiene que hacer para defender sus beneficios y privilegios y lo hace: Un trasvase masivo de riqueza, de las rentas del trabajo a las rentas del capital, con las modificaciones legislativas y aumento de la represión que conlleva.

Esta transferencia de rentas de los pobres a los ricos no es algo ocasional, o sólo producto de estafas o corrupción, es la médula espinal de la política económica de la clase dominante. Ya la administración de Zapatero entró de lleno en esta línea, pues en el año 2011, por primera vez, el estudio del reparto de la renta, daba en el Estado español una mayor participación a la renta del capital que a la del trabajo. No sólo eso, el año 2012, que ha supuesto un cataclismo para el nivel de vida de las familias obreras, se ha saldado con una subida del 3,16% de media en los sueldos de los directivos.

Los banqueros, empresarios, terratenientes… perfectamente organizados, defienden consecuentemente sus intereses de clase.

Pero la mayoría de organizaciones (sindicatos y partidos) de izquierdas que debieran hacer lo propio, exigiendo con intransigencia la defensa de nuestros derechos, se limitan a «exigir» una mesa de negociación en un vano intento de volver al pasado: el pacto social.

Los dirigentes de UGT y CCOO, no entienden – o no se atreven a entender- el carácter de la crisis del sistema y suplican a Rajoy que «se siente a negociar», para volver a los «buenos viejos tiempos». Esto vicia toda la estrategia sindical, pues no se ve la lucha y las huelgas generales como un arma para derrotar al gobierno sino para «hacerle entrar en razón» y «corregir los errores» y que «nos escuchen».

Por eso, es tan importante esa declaración de IU: ni un pacto social ni un gobierno de colaboración de clases puede dar satisfacción a nuestras demandas, pues ese pacto sólo puede basarse en la claudicación en la defensa de los intereses de la clase obrera, en la aceptación de las condiciones de la clase dominante. Pero esta idea, tan importante, se quedará en el papel si no sacamos las conclusiones necesarias. Y la primera conclusión es inapelable: la recuperación del empleo y de nuestros derechos pasa por derribar al gobierno del PP y ser capaces de poner en su lugar un gobierno que frene la barbarie de la derecha y cuya prioridad absoluta sea la inmediata recuperación de unas condiciones de vida dignas, con una política diametralmente opuesta tanto a la del PP como a la que practicó el gobierno del PSOE.

Qué organización necesitamos y para qué

La indignación, la frustración, la rabia, la desesperación… son los sentimientos que están forjando una nueva fuerza en la sociedad, que no termina de materializarse. Y lo más llamativo es que esos brotes de rebeldía se expresan fuera de las organizaciones que ya existen.

No debiera ser difícil hacer un diagnóstico: se producen arroyos, torrentes, incluso ríos que buscan una salida, pero ninguna de las organizaciones existentes es capaz de ofrecer un cauce de expresión y canalización de esta enorme fuerza potencial que late bajo la superficie y que, periódicamente, cada vez con más frecuencia, se desborda.

Izquierda Unida está en una situación privilegiada para jugar el papel de catalizador de ese potencial. En primer lugar porque una gran parte de su militancia ha participado en todos los movimientos que han demostrado la vitalidad de la sociedad en los últimos años.

Pero, como todos, sufre una esclerosis y necesita sacudirse el barro, la herrumbre acumulada en estos años pasados de «paz social».

Izquierda Unida, nuestra organización, comparte con las demás un mismo defecto de partida en la concepción de cómo construir la organización de la izquierda: No podemos ser la organización (como quiera que se llame), que «se dirige» a la clase obrera, a los y las jóvenes, a las mujeres trabajadoras, a los pueblos de la nacionalidades oprimidas. ¡No!

¡Debemos ser una parte de esa clase, de esos pueblos! La organización de la izquierda no debe ser sino la expresión organizada, de todos los desfavorecidos, especialmente la clase trabajadora, y construir su programa de reivindicaciones sobre las necesidades objetivas de aquellos a quienes representa. Pero aún hay más, la política es ejemplo y no podemos aceptar la creación de una élite que se separa de su clase. No caben coches oficiales, sueldos mayores que los de la media, o cualquier otro privilegio, en una fuerza que pretenda que exista identidad y no recelo, hacia nosotros y nosotras.

Una de las grandes aportaciones de Marx fue comprender que «el ser social determina la conciencia», es decir, que las condiciones materiales de existencia determinan nuestra forma de pensar, y por eso la clase obrera es la única clase con suficiente cohesión (a pesar de todo) para ser la médula de la fuerza motriz de una nueva sociedad. Los «políticos» que ganan 4 o 5 mil euros al mes no pueden sentir lo que siente nuestra clase, no pueden luchar consecuentemente, arriesgando su bienestar, contra este sistema. Esa horrible expresión de «la clase política» es el reflejo de que la mayoría de la gente es consciente de la existencia de una casta social, con su estatus y privilegios, separada del pueblo. ¡No podemos formar parte de la casta política! La lucha de clases no puede quedarse para los días de convocatoria de huelga general, es un compromiso cotidiano.

Pero no sólo eso, el ejemplo no sólo debe ser de quien nos dirige, o cargos públicos. Lo debe ser del conjunto de la organización, que debe ser transparente y sin mácula de corrupción, y democrática hasta el más mínimo detalle. Una organización donde las decisiones vayan de abajo hacia arriba en la estructura, y no al revés como ahora sucede en gran parte de las ocasiones. La capacidad de decidir y participar es lo que daría paso a que miles de personas, especialmente de la juventud, se incorporasen a nuestra lucha por fortalecer la izquierda. Si algo podemos aprender del 15-m es esa lección: la democracia interna no es un objetivo en un papel, sino una condición necesaria para crear una izquierda capaz de transformar la sociedad.

Una organización que no sea absolutamente transparente, que no de cuentas de los salarios de todos sus cargos públicos, que no rinda cuentas de la gestión, una Izquierda Unida donde cada militante no cuente igual que los demás, desempeñe el puesto que desempeñe, donde los candidatos y dirigentes no sean elegibles y revocables por la militancia en procesos participativos, donde los despachos estén llenos y las asambleas de base vacías, no puede ser un instrumento útil en esta época.

La Izquierda Unida que necesitamos no es la de ayer, sino la de mañana, la que se está forjando en la lucha, la que deber ser ocupada por miles de activistas dispuestos a transformar la sociedad, comenzando por la transformación de la izquierda.

Tenemos que conseguir que se diga «no todos son iguales», «IU si nos representa». Mejor aún: que sientan que IU no es algo ajeno a ellos, una representación ajena, sino la expresión política del propio movimiento. En ese momento habremos conquistado la hegemonía del campo de la izquierda para la izquierda transformadora.

Crisis económica y crisis de régimen

Pero para ello también tenemos otra carencia: la de la alternativa de gobierno.

La crisis capitalista tiene dimensiones históricas, los fundamentos del sistema padecen una profunda enfermedad que se manifiesta en el mayor contrasentido de la economía de mercado: la sobreproducción. Así, toda la sociedad está en crisis, con una profunda crisis política. No debemos olvidar la aguda observación de K. Marx, al afirmar que «la anatomía de la sociedad civil, hay que buscarla en la economía política«.

La crisis económica es, al tiempo, crisis política y se produce una interrelación de ambas. No es que el régimen constitucional del 78 se haya agotado, sino que ahora se hace insoportable, pues muestra todas las deficiencias que no son sobrevenidas, sino de nacimiento. Se trata de un fenómeno general del capitalismo que tiene una expresión particular en el Estado español: la de poner de relieve la necesidad de superar el régimen establecido en la Transición.

Claro está, el marco legal de libertades formales sólo se respeta en «condiciones normales», mientras les sirve para sus intereses. Ahora, que están en juego sus beneficios y privilegios, toman medidas extraordinarias. La burguesía siempre ha actuado así, no es ninguna novedad.

Una nueva constitución sólo puede ser producto de una nueva correlación de fuerzas entre las clases, y esa es la cuestión ¿cómo lograrlo?

Cada día que pasa supone un mayor grado de sufrimiento para las familias de la clase obrera, provocada por la feroz rapiña del gobierno del PP. El paro masivo, el desmantelamiento de los servicios públicos, los desahucios, la corrupción generalizada… no son «errores» o «accidentes», son el producto de una política consciente de obtener el máximo beneficio y, también, de otro factor: la sensación de impunidad. Consideran que pueden explotar y saquear sin que se produzca un levantamiento social.

Ofrecer una alternativa

La única alternativa que tenemos es dar una batalla en todos los frentes, que proclame abiertamente dos cosas:

– No cejaremos en la lucha, por todos los medios a nuestro alcance, hasta derribar al gobierno del PP. Para lo que necesitamos implicar a la mayoría de la sociedad.

– En su lugar construiremos un gobierno que resuelva los problemas más urgentes, con pleno empleo y restauración de los servicios públicos de calidad, expropiando a los expropiadores, para poner los recursos económicos al servicio de la mayoría.

Ese frente de lucha no puede ser un «pacto de políticos», para asegurar que cada uno conserva sus puestos en las listas de unas elecciones. Ni tampoco un frente amorfo e interclasista, sin un programa claro. Sólo puede ser la unidad en la lucha, en la calle, en las fábricas, en los centros de estudio, en los barrios. Eso supone retar a los dirigentes de UGT y CCOO, y los demás sindicatos de clase, a implicarse en esta estrategia. Estar dispuestos a poner toda la carne en el asador, no a una presión calculada para simplemente cumplir el expediente.

Sería un error fatal pensar que la lucha sindical-económica, es distinta a la lucha política:

«No existen dos luchas distintas de la clase obrera, económica una y política la otra, sino una única lucha de clases, que tiende simultáneamente a la disminución de la explotación capitalista dentro de la sociedad burguesa y a la abolición de la explotación junto con la sociedad burguesa.» (Rosa Luxemburgo: Huelga de masas partido y sindicatos)

Y si nuestro objetivo es transformar la sociedad, no podemos enredarnos por el camino participando en gobiernos, como es el caso de Andalucía. Bajo ningún concepto podemos ser cómplices de la política marcada por la burguesía, no podemos aceptar los recortes ni por voluntad propia ni por imperativo legal. Con la mejor voluntad del mundo también se cometen errores. Si pensamos que nuestra labor es unirnos al PSOE de Griñán y Rubalcaba y poner parches al sistema mientras se hunde, a través de consejerías y direcciones generales, pues entonces ese es el camino.

Pero si somos consecuentes con lo que IU ha aprobado en su X Asamblea Federal, no podemos tener como alternativa al gobierno de Rajoy un gobierno con quienes dirigieron el gobierno de ZP. Es decir, con quienes hicieron una política que despejó el camino al PP. No debemos olvidar que fue el gobierno de Zapatero y Rubalcaba, el que hizo de ariete contra los derechos de la clase obrera, con medidas tan nefastas como la Reforma Laboral y la Reforma de las Pensiones. Estas contrarreformas marcaron la senda del PP, con sólo una diferencia de grado.

El aparato del PSOE, con todo su elenco de cargos públicos profesionales, es parte del problema, sería un suicidio la reedición del «juntos podemos». Claro que juntos podemos, codo con codo los trabajadores y trabajadoras, la juventud… Pero no se puede confundir eso con «codo con codo con Rubalcaba».

Necesitamos a esas personas de la clase obrera, que han votado PSOE, no a los dirigentes que les han engañado y han traicionado su confianza.

Esta es la clave: construir una alternativa creíble, que haga de IU la fuerza hegemónica de la izquierda, que arrastre a los sindicatos, que cuente con el apoyo de la mayoría de la clase obrera.

Las encuestas dan a IU un crecimiento electoral apreciable, lo que demuestra la existencia de esa oportunidad y, también, del riesgo que supone estar más pendientes de las encuestas y las oportunidades a corto plazo que de las tareas que tenemos a largo plazo. No podemos aceptar un papel subalterno, o de bisagra. Eso no nos da capacidad para poner las medidas que la situación exige. Nuestra tarea es aglutinar cada gota de agua de indignación, cada arroyo de rebeldía, hasta convertirnos en un río imparable que transforme los fundamentos de la sociedad.

Marina Albiol es diputada por EUPV en Les Corts Valencianes y Alberto Arregui es miembro del Consejo Político Federal de Izquierda Unida.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora y del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.