Dos meses después del fiasco de Copenhague, se van acumulando los indicios de que el «peor escenario posible» va abriéndose camino. La patriotera actitud del Presidente Obama en la Cumbre ha terminado de enterrar cualquier resquicio de compromiso real de los EUA con la protección del clima. En un paso más hacia su «normalización» institucional, […]
Dos meses después del fiasco de Copenhague, se van acumulando los indicios de que el «peor escenario posible» va abriéndose camino.
La patriotera actitud del Presidente Obama en la Cumbre ha terminado de enterrar cualquier resquicio de compromiso real de los EUA con la protección del clima. En un paso más hacia su «normalización» institucional, Obama acaba de dar un giro radical, pronuclear, a la política energética del principal estado contaminante del Planeta prometiendo avalar con 8.300 millones de dólares dos nuevas centrales nucleares en Georgia, rompiendo con 30 años de congelación de nuevos proyectos ante el temor a nuevos accidentes como el de Three Mile Island (Pennsylvania, EUA, 1979) o Chernobyl (Ucrania, 1986). Si en Copenhague prometió, patéticamente, 85 millones de dólares en energías limpias (¡el 1% del aval nuclear!), ahora remata la jugada con el viejo argumento de las corporaciones de que «la energía nuclear es la mejor tecnología para reducir las emisiones invernadero». [1]
La salida del armario atómico del presidente norteamericano, ha coincidido en el tiempo con la dimisión de Yvo de Boer como jefe de la diplomacia climática de la ONU y cabeza visible de la Cumbre de diciembre. Más allá de la consabida excusa del agotamiento personal, la renuncia deja en evidencia dos tendencias de fondo. La primera es que la reunión de Cancún (la llamada COP-16) de final de año en México está condenada al fracaso por falta de interés real de los principales estados y corporaciones industriales (de Chinamérica a la UE pasando por la India y Brasil), los mismos que hicieron fracasar la cumbre más importante jamás celebrada desde el nacimiento de las Naciones Unidas en 1945. En segundo lugar, De Boer se marcha a KPMG[2], una gran consultoría financiera internacional, ya que, según confiesa, «siempre he mantenido que mientras la política debe proveer el marco político adecuado, las soluciones reales tienen que venir de la economía»[3]. Es decir, no habrá un nuevo «desastre» diplomático y político como el de Copenhague porque el problema climático va a pasar a ser gestionado desde las corporaciones transnacionales y sus asesorías financieras a sueldo.
Esta falta de perspectivas reales de políticas activas de protección del clima planean sobre la viabilidad del proyecto Yasuní-ITT en Ecuador, la propuesta más innovadora presentada en Copenhague para evitar nuevas emisiones petroleras, proteger la selva y las comunidades que alberga y afianzar una cooperación norte-sur basada en la idea de reparar la deuda histórica climática. A las primeras de cambio, el presidente ecuatoriano Correa no ha dudado en echar por la borda este proyecto emblemático para volver al «business as usual» con las petroleras que están destrozando la Amazonia. Como resume el semanario alemán Die Zeit, «una esperanza menos»[4].
Siendo pésima aunque en ningún caso sorprendente esta resaca posCopenhague para quien haya seguido nuestras crónicas sobre la Cumbre, en realidad, lo más importante que se está cociendo en la cocina de la llamada «superclase global»[5] es el asesinato del IPCC[6], el Panel Internacional del Cambio Climático, el organismo científico auspiciado por la ONU que ha ido generado los informes técnicos que justifican la alarma global climática. En medio del caos global, las corporaciones intentan aprovechar la «ventana de oportunidad» de cualquier error de transcripción de datos como «prueba» de la mentira universal del calentamiento global. Estos colaboracionistas del terrorismo petrolífero apoyan su labor de sabotaje en el trabajo sofisticado y sutil de servicios secretos de elite, según David King, consejero científico en jefe de Tony Blair entre 2000 y 2007 (Le Monde, 3.2.2010). Su objetivo es la voladura del consenso científico y su eco comunicativo sin fronteras. Impedir que la realidad de la desigual vulnerabilidad del Sur y Norte ante el cambio climático sea conocida es su prioridad absoluta por las implicaciones políticas y de seguridad que implicarían para el poder corporativo global. Nada temen más que la aparición del 5° Informe Climático Global, previsto para 2014, y centrado en los impactos regionales detallados de la catástrofe en marcha. Desgraciadamente para sus sucios intereses, incluso el reputado economista neoliberal Nicholas Stern, famoso por su informe del 2006 sobre el riesgo económico del cambio climático, no sólo acaba de desmentir los dardos negacionistas sino que reconoce que ha «subestimado los peligros del calentamiento global» y que sus costes podrían ser muy superiores a los que había calculado si seguimos haciendo como si el clima no importase (Le Monde, 13.2.2010).
[1] http://www.nytimes.com/2010/02/17/business/energy-environment/17nukes.html
[2] http://www.kpmg.com/global/en/Pages/default.aspx
[3] http://www.ft.com/cms/s/0/f612e228-1cbc-11df-8d8e-00144feab49a.html
[4] http://www.zeit.de/2010/08/Ecuador
[5] http://en.wikipedia.org/wiki/Superclass_(book)
[6] http://www.ipcc.ch/