Jennifer von Westphalen, nacida baronesa en febrero de 1814, en el seno de una familia de la nobleza prusiana, se crió en Tréveris, ciudad en la que nació Karl Marx, donde se conocieron y compartieron su infancia y adolescencia como vecinos y amigos. Jenny participaba de las recepciones que brindaba su aristocrática familia y era […]
Jennifer von Westphalen, nacida baronesa en febrero de 1814, en el seno de una familia de la nobleza prusiana, se crió en Tréveris, ciudad en la que nació Karl Marx, donde se conocieron y compartieron su infancia y adolescencia como vecinos y amigos. Jenny participaba de las recepciones que brindaba su aristocrática familia y era conocida como «la reina de los bailes de Tréveris». Pero pronto abandonó ese estilo de vida para elegir otro camino: el de la lucha de la clase obrera.
Ya desde joven cuestionaba las ideas de su padre, simpatizando con la «fiesta de Hambach», una manifestación de 1832 en la que estudiantes, intelectuales, campesinos y burgueses liberales proclamaron la unidad de Alemania. Con su hermano Edgar y su amigo Karl Marx pasaban largas horas hablando sobre la revolución.
A los 22 años inicia un noviazgo a escondidas con Karl Marx, cuatro años menor. ¡No era aceptable que una baronesa iniciara una relación con un hombre que no se hubiera «establecido» económicamente! Pero Marx nunca lo estará, algo que a Jenny no le importó.
Se casan el 21 de mayo de 1843 y Jenny se transforma en alguien imprescindible para él que, durante su luna de miel, redacta La cuestión judía. Ella es la primera en leer todo lo que Marx escribe con una letra que es indescifrable, excepto para su esposa. Por eso, Jenny es la encargada de «traducir» sus textos, pasarlos en limpio y enviarlos a las editoriales. Así, se convirtió en una de las primeras en comprender sus ideas, dedicando su vida a luchar junto a la clase trabajadora y participando incluso de las discusiones con el filósofo Ludwig Feuerbach y los anarquistas Proudhon y Bakunin. Su hija menor, Eleanor, dirá: «se casó mi padre con su amiga y camarada».
En julio de 1844, Jenny está en Tréveris con su hija Jennychen y vive de cerca la revuelta de los tejedores de Silesia, que reclaman jornada de doce horas y descanso dominical. Le escribe a Marx, que está en París: «es justamente, una vez más, la prueba de que una revolución política es imposible en Alemania, pero que están presentes aquí todos los gérmenes de una revolución social». Esta carta, publicada en un periódico parisino, es su primera colaboración con la causa revolucionaria.
La familia vivía de préstamos y, en enero de 1845, surgen más complicaciones: Marx es expulsado de París, el primero de una larga lista de exilios forzosos. Jenny siempre se ocupó de saldar las deudas, empeñando lo poco que tenían; pedía préstamos o adelantos de herencias a sus familiares. Pero estas penurias no eran una carga: ella eligió a Marx como marido, pero también eligió, libre y concientemente, la lucha por la revolución proletaria.
Cuando a fines de 1847, en el IIº Congreso de la Liga Comunista, le encargan a Marx la redacción de un manifiesto, Jenny se sumerge en la tarea junto a su marido y su amigo Engels: transcribe, redacta, opina. El resultado fue el Manifiesto del Partido Comunista. Un sastre que la conoció escribió: «rebosaba entusiasmo por el movimiento obrero, y el menor éxito alcanzado en la lucha contra la burguesía la encantaba».
Jenny fue una importante colaboradora en la transcripción de los originales de El Capital, que la sabía una obra que marcaría la historia, desenmascarando a la burguesía y mostrando a los trabajadores la existencia finita de un sistema de explotación que los oprime a diario. Por eso ayudó a promocionarlo, escribiendo cartas a diferentes redactores de periódicos alemanes. También se encargó de la correspondencia de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Iº Internacional.
Jenny y Marx fueron padres seis veces, aunque sufrieron la pérdida temprana de tres de sus hijos. Jennychen, Laura y Eleanor fueron quienes sobrevivieron a esos tiempos difíciles de deudas, deportaciones y miseria. Pero Jenny siempre logró sobreponerse a las angustias, porque su ardor revolucionario la fortaleció, hasta que murió el 2 de diciembre de 1881, víctima de un cáncer.
Jennifer von Westphalen abandonó su cuna privilegiada para sumarse a la causa proletaria, comprendió plenamente a uno de los hombres más importantes de la historia y compartió con él, no sólo el amor y una familia, sino el profundo anhelo de un mundo liberado de la explotación descarnada de millones de trabajadores y trabajadoras, por un puñado de parásitos. Como escribiera Karl Marx, «quienquiera que conozca la historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino». Jenny es una de esas mujeres que deseó, previó y supo acompañar el germen de esos cambios sociales, con pasión y fortaleza.