Recomiendo:
1

José María Arguedas, el escritor revolucionario

Fuentes: Rebelión

José María Arguedas, junto con José Carlos Mariátegui La Chira y César Vallejo Mendoza, conforman la trilogía de creadores más representativos de nuestro país; y es que no solo aportaron a la construcción de los hitos espirituales y culturales de nuestra identidad, sino que, además, tuvieron una visión optimista, un ideal libertario, que los impulsó […]

José María Arguedas, junto con José Carlos Mariátegui La Chira y César Vallejo Mendoza, conforman la trilogía de creadores más representativos de nuestro país; y es que no solo aportaron a la construcción de los hitos espirituales y culturales de nuestra identidad, sino que, además, tuvieron una visión optimista, un ideal libertario, que los impulsó a luchar por un mundo mejor. Sobre los tres cayó el desprecio de la burguesía peruana, una de las más irracionales y reaccionarias de nuestro continente y del mundo.

Arguedas, responsable de su propia muerte física, no solo fue y es cuestionado por los sectores oscurantistas sino por algunos intelectuales progresistas. Sin embargo, sigue vivo y crece; lo que es un mérito, si se tiene en cuenta que no han sido pocos los intentos por desembarcarlo de manera poco elegante de la cima de los elegidos.

Contra el autor de las novelas Todas las sangres y Los Ríos profundos, hubo -y hay – propósitos de negación, cuando no de subestimación e indiferencia manifiestos. Escritores como Mario Vargas Llosa lo han calificado de arcaico y utópico; y, es que el celebrado nobel no ha podido entender que el maestro José María no escribió sobre el mundo andino por elección ni por requerimiento editorial, sino porque entre él y ese mundo había un cordón umbilical, una savia de vida, una necesidad de afirmar identidad y una manera andina de ser peruano.

En la creación arguediana, emerge como un rayo intenso y luminoso el mundo quechua y de manera abrupta el mundo de occidente. En su obra, lo mismo que en su espíritu y lo mismo que en la historia, las dos culturas convivieron en medio de choques y conflictos, y también hubo y hay un proceso de búsqueda hacia la fusión de estas dos fuerzas, que avanzan a la construcción de una identidad peruana en proceso.

La literatura arguediana no es un simple inventario diagnóstico y sensorial de la realidad, sino la expresión de una visión integral que José María tuvo del país y del mundo; y es que nuestro escritor supo ser fiel con esa patria que fue la tierra de su infancia, o dicho de manera precisa, de su comunidad andina. Y eso, el de su fidelidad plena con su vida misma, con sus raíces es una de las mejores cualidades de un escritor. Por eso decimos que Arguedas es auténtico.

Ninguna obra digna de ese nombre se nutre de ficciones anodinas. Gabriel García Márquez es lo que es porque toda su producción, desde El General no tiene quién le escriba hasta Cien años de soledad, y lo que vino después, alimenta su creación maravillosa con la vida del pueblo que lo vio nacer y crecer. Ese pueblo fue quien le dio una manera de sentir, de percibir y de ser. En la literatura, y en al arte en general, no hay nada maravilloso al margen de la realidad.

José María Arguedas no perdía oportunidad para hablar de sus raíces. A continuación, una importante declaración que hizo, poco tiempo antes de su trágico final.

«En una entrevista con Alfonso Calderón publicada por primera vez en la revista Ercilla (Santiago de Chile), Arguedas contestó de manera inequívoca, a la clásica pregunta ¿cómo empezó su relación con la literatura? ¿Qué hechos definieron su vocación? El autor de Todas las sangres repuso:

«Creo que al escuchar los cuentos quechuas que eran narrados por algunas mujeres y hombres que eran muy queridos en los pueblos de San Juan de Lucanas y Puquio, por la gracia con que cautivaban a los oyentes. Creo que influyó mucho la belleza de las letras de las canciones quechuas que aprendí durante la niñez. Debía tener seis o siete años cuando yo cantaba un huayno cuyos primeros versos:

El fuego que he prendido en la montaña

Está llamando, está ardiendo;

Anda niña, llora sobre el fuego

Apágalo con tus lágrimas puras…»

No lo olvidé jamás»

Ese es el insumo de creación, su fuente que le había permitido «ir juntando» material para su obra literaria, lo que era posible gracias a su sensibilidad; a la vez, el mismo material le servía para investigar con ojos de científico el mundo andino, esto solo es una referencia porque a lo que nosotros nos interesa es auscultar los dominios de su creación literaria.

La obra de Arguedas evoluciona, desde su primera obra narrativa Agua, hasta su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo; lo que él percibe lo hace madurar no solo en términos de destreza estética, sino en conocimiento pues amplía y adquiere dominio de los temas sobre los que escribe.

Arguedas estudia el país; no es un escritor cerrado, ni es un autárquico de la creación, tampoco es un dogmático del comunitarismo rural, ni un nacionalista a ultranza, como se la ha pretendido ver, distorsionándolo deliberadamente. Él mismo lo señaló de manera muy explícita al recibir el premio Garcilaso de la Vega, cuando ya es apreciado y valorado:

«Yo no soy un aculturado; soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido».

En buena cuenta significa reconocerse hombre de los tiempos originarios y hombre de los tiempos de la modernidad. Porque Arguedas sin la ciencias sociales y sin la cultura de la civilización occidental, no habría podido tener ni la visión ni el método que le permitió entender y llevar a la creación temas de por sí complejos como el que tiene que ver con las fuerzas productivas, con las relaciones y los modos de producción. Aquí es donde encontramos una singularidad potencial en su pensamiento y su desbordante impulso creador.

Leamos:

«En la primera juventud estaba cargado de una gran rebeldía y de una gran impaciencia por luchar, por hacer algo. Las dos naciones de las que provenía estaban en conflicto: el universo se me mostraba encrespado de confusión, de promesas, de belleza más que deslumbrante, exigente. Fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que encontré un orden permanente en las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico».

¿Qué encontró este hombre extraordinario en Lenin y Mariátegui? La cita y los enunciados generales interesaban poco en este caso; importaba sí el espíritu y el método que le dio el materialismo dialéctico, al que muchas veces, los grupos de poder, han decretado su muerte, extendido su defunción y deseando de todo corazón que los intelectuales se vacunen de esta «plaga» y no se vuelva a hablar más de él, aunque paradójicamente sus pensadores lo utilizan para sus propios fines.

Arguedas, en su obra, hace enormes esfuerzos por ir exponiendo de manera literaria, mágica, bella, la compleja realidad peruana y su evolución, desde una feudalidad atroz hasta la configuración de una sociedad que avanza en medio de conflictos hacia relaciones de producción capitalista.

Y en el centro de ese conflicto, las comunidades ancestrales que con un mundo cultural de miles de años tienen la fuerza para sobrevivir en medio de la tormenta.

Arguedas fue un escritor revolucionario. Sus noveles tienen un mensaje, configuran personas y situaciones típicas. Seguramente sus detractores tienen motivos para cuestionar su idealización del mundo de las comunidades y para agregar que ese «desigual relato» que fue a la vez su Diario, llamado El zorro de arriba y el zorro de abajo, demostraría que la «modernidad» fue traumática y fatal para el escritor; pero, no podrán negar que su obra y su vida fueron íntegras, que vivió intensamente y que como narrador y poeta fue auténtico.

La obra arguediana ya es parte de un pueblo que lucha por un mejor destino para sí mismo y para el género humano. Se fue porque así lo decidió, porque -en su opinión – era actor y cronista pero de ninguna manera pasivo expectante de una realidad aceleradamente cambiante. Él mismo estaba persuadido de esto:

«Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria consoladora, del azote; del arrieraje, del oído impotente, de los fúnebres ‘alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el del dios liberador.»

Hay que señalar que Arguedas pertenece a los pueblos que avanzan al logro de su destino. Arguedas es de esta orilla. A él nadie ha podido adocenarlo ni negarlo. Esa es su fortaleza y su destino.