La sensación primera que tuve durante la comparecencia de José María Aznar en la sesión de la Comisión de Investigación dedicada a la financiación de su partido fue preguntarme cómo fue posible que un personaje de tal calaña dirigiera los destinos de nuestro país durante ocho largos años (1996-2004). La altivez, la soberbia, la chulería, […]
La sensación primera que tuve durante la comparecencia de José María Aznar en la sesión de la Comisión de Investigación dedicada a la financiación de su partido fue preguntarme cómo fue posible que un personaje de tal calaña dirigiera los destinos de nuestro país durante ocho largos años (1996-2004). La altivez, la soberbia, la chulería, la desvergüenza, la prepotencia y la arrogancia llevadas a su máxima expresión son las cualidades que destila este personaje, como pudo verse en multitud de ocasiones durante su comparecencia. Todas las pistas llevan a concluir que fue/era Aznar el máximo responsable político de la corrupción de su partido, pero sin embargo, no escuchamos de su boca ningún signo de autocrítica, ninguna reflexión de autoinculpación, ningún atisbo de arrepentimiento, ningún intento de disculpar la tremenda cloaca en la que se ha convertido el partido en el que aún milita (en posición de clara preferencia, pues una de las primeras entrevistas del nuevo Presidente del PP, Pablo Casado, tuvo lugar con Aznar). Como decíamos, 8 largos e insufribles años de gobierno, donde tuvimos que soportar, entre otras fechorías, que hiciera participar a nuestro país en la Guerra de Irak, que acabara de privatizar completamente las grandes joyas de la Corona (Endesa, Telefónica…), que permitiera a la Iglesia Católica inmatricular infinidad de bienes y edificios públicos, que arremetiera contra gran parte de las conquistas obreras, que pusiera al frente de su Gobierno a uno de los gabinetes más corruptos de la historia, o que tuviéramos que sufrir el atentado del 11-M (a pocos días de las elecciones, donde hasta el último momento se estuvo afirmando por parte de las filas del PP que era obra de ETA).
Durante toda su comparecencia, la socarronería y el cinismo del ex Presidente no tuvieron límites. Hizo gala de una cara dura como pocas veces se han visto en la historia, e incluso llegó a arremeter contra los que quieran «acusarle de algo» («Que digan de qué…pero que tengan bien claro de lo que me acusan«, llegó a espetar en un momento de su discurso). Pues resulta que José María Aznar es uno de los referentes de mayor enjundia para el actual Presidente del PP, Pablo Casado, que lejos de renegar de su legado, lo reivindica con vehemencia. Con estas credenciales, ya podemos intuir por dónde va la catadura moral del PP surgido del último cónclave nacional. Porque Aznar es el antigobernante por antonomasia, representa el modelo a abatir, si queremos volver a concederle cierto prestigio a la actividad política. Por supuesto, defendió a capa y espada lo que él llamó el «orden liberal», causante, según Aznar, de los períodos de mayor libertad, estabilidad y prosperidad para la humanidad. Es más o menos la misma afirmación que ya escucháramos en boca de su esposa, Ana Botella, desde las filas populares en el Ayuntamiento de Madrid, precisamente alabando las bondades del modelo neoliberal globalizado. Un modelo que, como se está demostrando, sólo genera pobreza, infelicidad, destrucción, odio, devastación, barbarie, desempleo, desigualdad y exclusión social. Todo ello aderezado con una degradación medioambiental que nos llevará al colapso civilizatorio, si no somos capaces de detener su agresivo y despiadado avance. Todo esto es lo que ese «orden liberal» nos trae, pero el señor Aznar continúa defendiéndolo. Pero no quedó ahí la cosa: negó haber conocido ni contratado a Francisco Correa (quien había declarado estar más tiempo en Génova que en su propia casa), negó hasta la saciedad la existencia de una Caja B en la contabilidad de su partido (cuando múltiples sentencias judiciales, testigos, los fiscales, la UDEF, otros ex dirigentes de su partido, etc., han reconocido su existencia), negó la práctica de los sobresueldos, y cualquier atisbo de corrupción en su partido, cuando hasta las fallos judiciales lo definen como una «organización criminal».
Pero aún hay más: dijo sentirse «muy orgulloso» de haber presidido el PP y de su hoja de servicios, y hasta se atrevió a defender con absoluta desvergüenza a su gabinete ministerial, cuando casi todos ellos están acusados, procesados o condenados por corrupción en distintas esferas y niveles. Buenos ejemplos de ello son Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana, Jaume Matas, etc. Pero para Aznar simplemente «…hay algunas personas citadas por los jueces, pero ninguna por hechos cometidos por actos de Gobierno«. Es negar la evidencia una y otra vez. Es ir manifiestamente en contra de la verdad, tomándonos por imbéciles a todos los ciudadanos. Es un signo de tal vileza política que lo retrata perfectamente. La realidad es que 9 de los 12 miembros de su último gabinete figuran como receptores en negro en la contabilidad B del partido, que está probada por sentencia judicial. Y eso sin contar con otras/os ex Ministros/as, como es el caso de Esperanza Aguirre, que poseen también responsabilidad política directa en muchos otros casos de corrupción más locales (Comunidades Autónomas o Ayuntamientos). La lista es tan extensa como negada por el ex Presidente. También intentó «explicarnos» el significado de ser «partícipe a título lucrativo», porque según Aznar, exime del conocimiento del hecho delictivo, es decir, que no se tiene constancia del delito. Pero sin embargo, la sentencia del Caso Gürtel afirma que los responsables del PP sabían cómo se financiaban sus presupuestos electorales, y hasta añade: «…negarlo es ir no sólo contra las evidencias puestas de manifiesto, sino en contra de toda lógica«. Otra afirmación desmontada. Otro engaño revelado. Otra falsedad demostrada. Y así…suman y siguen. Pero el señor Aznar ni se despeinaba mientras nos ilustraba con sus indecentes razonamientos. Se permitió incluso darnos lecciones de política exterior, ya que afirmó que «…si no se venden las bombas, a lo mejor te quedas sin corbetas…«, justificando la participación de los Gobiernos en las guerras y las masacres que organizan en contra de los pueblos. Todo un corolario de sandeces, que no tendría más relevancia si no se tratara, como hemos recordado al principio, de la persona que gobernó nuestro país durante ocho años.
Y como dicen que la mejor defensa es un buen ataque, extendió el ventilador de la mierda al resto de formaciones políticas: sacó a relucir el caso de los ERE en Andalucía al PSOE, acusó de «golpistas» (entre otras lindezas) a la formación política de Gabriel Rufián, y se despachó a gusto con Podemos y su líder Pablo Iglesias (citando también el caso de Juan Carlos Monedero), volviendo a insistir en que la formación morada ha recibido financiación de los «regímenes» de Maduro y de Irán (algo que ha sido desestimado en diversas sentencias judiciales), acusando a Pablo Iglesias de representar «un peligro para las libertades y la democracia en España«. Ahí es nada. Y se quedó tan pancho. En fin, esta es la extrema derecha que tenemos que soportar en nuestro país. Aznar resume a la perfección los modos y las formas de hacer política que repudiamos, esos modos y formas que han distanciado al pueblo de la actividad política, que han causado la enorme desafección hoy día existente, porque se basan en la mentira, en la corrupción, en la ofensa, en la provocación, y en el ataque permanente a las clases más desfavorecidas, para favorecer cada vez más a las élites políticas, económicas y sociales. Y como decíamos al comienzo, el hecho más relevante (por irracional, indecente y perverso) de su mandato fue comprometernos hasta las últimas consecuencias en la Guerra de Irak. Aznar es el único de los tres mayores responsables políticos de aquélla cruel devastación (junto con George Bush y Tony Blair) que no ha reconocido su error, ya que aún sigue negando la mayor. Afirmó en la Comisión de Investigación del Congreso que «En aquélla guerra no se tiraron bombas por parte de España, entre otras cosas porque no participó«. Pero la única pregunta que descolocó a Aznar, hasta tal punto que permaneció en silencio sin saber qué responder, fue una de las realizadas por Gabriel Rufián, señalando a su camiseta: «¿Tiene usted algo que decirle a los padres de José Couso?«. La respuesta, como decimos, fue el silencio más absoluto. Parece ser que Rufián consiguió enmudecer al ex Presiente más guerrero de nuestra democracia.
Quien quizá mejor ha rebatido este argumento ha sido Ignacio Escolar, quien en su magnífico artículo desmontando todas sus mentiras, ha asegurado: «España no solo participó en la Guerra de Irak sino que tuvimos 11 bajas en la contienda; todos ellos muertos en acciones de guerra. Si no participamos en la Guerra de Irak, ¿de dónde retiró las tropas Zapatero? Durante el mandato de Aznar, España no solo participó militarmente en la guerra sino que fue clave en apoyar políticamente la invasión. De todos los presidentes de la foto de las Azores, solo hay uno que aún no haya admitido que aquélla guerra fue un absoluto error: José María Aznar. Por no reconocer errores, Aznar ni siquiera admite que estuvimos allí. ¿Es posible una soberbia mayor?«. Pues sí, estuvimos allí, en aquélla guerra genocida e ilegal en la que nos embarcaron con mentiras, mentiras que aún se atreven a destilar. Lo desgranamos a fondo en este artículo, a raíz de la publicación del Informe Chilcot, que concluye que aquélla fue una guerra injusta e innecesaria, de la que aún estamos pagando las consecuencias. Y al negarlo todo, más bien pareciera que estamos ante un mentiroso compulsivo y delirante que ya es incapaz de distinguir la realidad de su fantasía. Aznar no es un profesional de la política, sino un profesional de la mentira y del cinismo. Hace pocos meses tuvo la desfachatez, durante un acto público, de ofrecerse para «reconstruir el centro derecha español», y como ya afirmamos en aquél artículo, este señor está absolutamente inhabilitado para reconstruir nada, y lo único sensato que puede hacer es quedarse en su casa. Es demasiado daño el que ya ha hecho a este país y a la inmensa mayoría social. En fin, todo un político desechable, al que esperamos ver más pronto que tarde ante la Corte Penal Internacional.
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