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José Martì: Un Mahatma Gandhi con fusil

Fuentes: Rebelión

¿A qué hablar de mi mismo, ahora que hablo de sufrimientos, si otros han sufrido más que yo? Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo para llorar lágrimas? Ya a los diez y siete años, casi un niño, tenía un pensamiento humanista, libertario, nacionalista y universalista tan firme y coherente, que el imperio español […]

¿A qué hablar de mi mismo, ahora que hablo de sufrimientos, si otros han sufrido más que yo? Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo para llorar lágrimas?

Ya a los diez y siete años, casi un niño, tenía un pensamiento humanista, libertario, nacionalista y universalista tan firme y coherente, que el imperio español agonizante, hizo gala de un poderío que ya no amedrentaba a las demás potencias, ensañándose con el atrevido adolescente que lo retaba desde su colonia antillana. Entonces lo condenó a seis años de presidio.

Y el epígrafe, escrito apenas a los diez y ocho años, muestra ya el acero que revestía el alma del Apóstol de la libertad cubana. Pero también el algodón de la que definitivamente estaba hecha. Porque es del mismo que en medio de las vicisitudes de la vida conspirativa, cantaba:

Cultivo una rosa blanca,

En julio como en enero,

Para el amigo sincero

que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca

El corazón con que vivo,

Cardo ni oruga cultivo:

Cultivo la rosa blanca.

Maravilla el impulso vital que fluye del corazón y mente de este hombre: ensayista, poeta, dramaturgo, periodista, novelista, cuentista y hasta diplomático, títulos que lo aprestigiaron en toda América y por los cuales ya sería consentido de la historia. Pero no, eso era accesorio, en medio de tan intensa actividad intelectual y cultural fungía sin descanso como el gran ideólogo, organizador y líder de la lucha por la independencia de su patria. Tal vez sabía que el tiempo era breve, muy breve, y que a los cuarenta y dos años rendiría su jornada en uno de los primeros encuentros en la a la postre triunfante guerra libertaria.

El 10 de enero de 1891 José Martí publicó en la Revista Ilustrada de Nueva York, su famoso ensayo Nuestra América, compendio magistral de un pensamiento político nacional y universal que abreva en el Bolívar del Congreso Anfictiónico de Panamá, inspira la nueva gesta independentista del Che, Fidel, Raúl y tantísimos otros, y preavisa la causa latinoamericana y antillana que más de cien años después emprendería también luminosamente Hugo Chávez. Todo ello está ahí, en Nuestra América.

Y es indispensable hablar de ello, porque no estamos tratando de una historia pasada, de un hombre que murió y cuyo sepulcro con merecimiento honramos, sino de una vida y obra que pervive y remonta la centuria con renovada vigencia. Y lo hace con una pertinencia que sorprende como juego cruel de la historia, que quiso que las urgencias y oprobios de esa época sólo cambiaran de nombre en el siglo que alboreaba.

Es que la celebración de los ciento sesenta años de nacimiento del poeta, pensador y revolucionario este 28 de Enero de 2013, coincide precisamente con la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC en Santiago de Chile, obra impulsada por dirigentes de hoy, pero que como dijo un analista francés, es creación de José Martí.

Porque la naciente CELAC como una nueva OEA pero sin los Estados Unidos o sea esta sí una legítima organización de estados americanos, siembra sus raíces en Nuestra América. El Apóstol vislumbró y proclamó tres puntos esenciales para el destino de estos pueblos: que la independencia de Cuba, no se lograría sin la unidad, y que ésta debía extrapolarse a todas las naciones del continente liberadas del coloniaje español. Y la más importante, que el problema no era salir del imperio español, sino no caer en las garras desde entonces ya muy bien dispuestas, del norteamericano. Era la Historia disertando para el futuro a través de uno de sus hijos.

Y no era gratuita la prevención de Martí con la naciente potencia. Fuera de su convicción fruto del estudio y la observación, había sufrido en causa propia su despotismo. Cuando con otros patriotas cubanos, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Mayía Rodríguez y Enrique Collazo, había estructurado en Nueva York donde residía exiliado el proyecto insurreccional «Plan Fernandina» y se disponían a zarpar a la isla, los Estados Unidos recelosos del imperio español es cierto pero mucho más de los que luchan contra los imperios, les decomisó las naves y los pertrechos aprontados. Aún así, los patriotas partieron y desembarcaron a la isla por Playitas de Cajobabo, donde a los pocos días el 19 de mayo de 1895, el héroe de la revista para niños «La Edad de Oro» fue abatido por el ejército español en Dos Ríos localidad de Pala Soriano.

Los mejores hijos de América Latina y del Caribe en su dimensión política con sentido de patria, han de ser reconocidos como herederos del pensamiento martiano. Y aunque lenta, dolorosa y llena de reveses, la causa de esos hijos, los Allende, Juan José Torres, Jacobo Árbens, Raúl Sendic, Augusto César Sandino, Pancho Villa, Víctor Jara, Camilo Torres y cientos más, empieza a rendir frutos de unidad y solidaridad en la Patria Grande. Porque los Evos, Chávez, Correas, Mujicas, Castros y Ortegas han tomado el testigo que da fe de que el relevo se ha cumplido fielmente. Y son entonces el ALBA, UNASUR, MERCOSUR, y ahora la CELAC.

Murió en olor de pólvora y santidad un hombre que lo que demandaba de la vida y el mundo que le correspondió vivir, no era otra cosa que la paz con dignidad, respeto y solidaridad. Para así, dedicarse tal vez a lo que más amaba: escribir para los niños.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.