El filósofo Josep María Esquirol explica en su bellísimo ensayo «La Resistencia Intima», que «la casa siempre es el símbolo de la intimidad descansada». La casa «no es tanto el confort, ni el lujo, cuanto el recogimiento y la acogida». Creo que estos pasajes definen muy bien a Josep Fontana como ser humano. Una persona […]
El filósofo Josep María Esquirol explica en su bellísimo ensayo «La Resistencia Intima», que «la casa siempre es el símbolo de la intimidad descansada». La casa «no es tanto el confort, ni el lujo, cuanto el recogimiento y la acogida». Creo que estos pasajes definen muy bien a Josep Fontana como ser humano. Una persona honesta y sabia, no solamente por su capacidad de trabajo (mantenida hasta el último momento) sino porque fundamentalmente había elegido un orden de prioridades en el que el vínculo con los demás partía siempre de lo próximo: su austera y a la vez acogedora casa, su pareja, sus amigos, su barrio popular del Poblesec, su idioma, la universidad Pompeu Fabra, su ciudad… De alguna manera, también así amaba a su país, sus afectos y su mirada de historiador se desplegaban desde lo pequeño y lo cotidiano, hacia lo que se mueve, hacia lo que resiste….hacia lo que lucha, y de ahí a lo universal como conocimiento a través de su incansable labor de investigación histórica. Gustaba Josep los fines de semana, del placer de lo que está bien cocinado, coincidía en esto, y en otras resistencias íntimas a las claudicaciones, con su gran amigo Manuel Vázquez Montalbán. Tras disfrutar de la mesa y la conversación tomaba un café sólo y regresaba a casa, a su recogimiento de la mesa de trabajo para seguir leyendo, para seguir desgranando argumentos y razones con los que entender la lógica de los acontecimientos históricos. Siempre he tenido la sensación de que esta manera de recogimiento en pos de la divulgación de la historia era una forma no sólo de disfrute personal sino de expresar querencias y estimas. Una manera superior y humilde a la vez, de darse a los demás.
En un sistema que preconiza el «yo» como el ámbito exclusivo de superar dificultades y problemas, en una sociedad apegada a las pantallas planas, consumidora de ansiolíticos y libros de autoayuda, adicta al fetiche digital, la actitud y la obra de Fontana ponen un acento sutil en el nosotros, el nosotros en movimiento, el nosotros que reflexiona, el nosotros que no se resigna y que puede elaborar proyectos alternativos. El nosotros que puede rescatar el yo disperso y desarmado ante tanta ignominia generada por el modelo neoliberal. Por eso los últimos años cruzaba la geografía peninsular (y no sólo peninsular) de una punta a otra siempre que algún colectivo u organización demandaba su presencia para explicar las claves de la presente «crisis». Este es un tema en el que se centró tanto en los últimos capítulos de Por el bien del Imperio (2011), obra en la que trabajó catorce años y que es hoy una obra de referencia para entender la dinámica artificiosa y perversa de la guerra fría, como en una obra de prolongación titulada El futuro es un país extraño (2013).
El rigor de este discípulo de Jaume Vicens Vives y de Pierre Vilar, descansaba en su apabullante utilización de las fuentes y en una praxis del materialismo histórico liberado de la noción de «Progreso», reivindicando en este aspecto a Walter Benjamin. Josep Fontana no se dejaba seducir por el espejismo tecnológico como motor de los cambios, y era por el contrario muy consciente, de que los desarrollos humanos, entendidos como la consecución de sociedades más equilibradas y justas, habían venido de la mano de tenaces luchas sociales (y sus consecuentes aprendizajes colectivos) en favor de proyectos alternativos al poder y a sus prácticas políticas, económicas y culturales. Para Fontana no había linealidad de progreso en el desarrollo de los acontecimientos, en sus obras demuestra que la Historia es un territorio de contingencia y de encrucijadas; al respecto, Fontana reflexionó sobre la función de la Historia y la labor del historiador en una interesante obra del año 1992 titulada La Historia después del fin de la Historia, y que merece hoy ser releída, en estos momentos en el que el oportunismo, la estulticia y la Historia como negocio y coartada del poder vuelven a cabalgar sobre fastos históricos en forma de Quintos Centenarios; este libro, además, desmonta con lucidez toda operación de vuelta a una historia narrativa conservadora tras el fin de la guerra fría.
En 1917 publicó El siglo de la Revolución, una obra de alguna manera complementaria a la mencionada Por el bien del Imperio, en ella Fontana explica, el impacto que la revolución rusa de 1917 tuvo a escala planetaria. Frente a ese esquema posmoderno de pensamiento, tan socialmente extendido, que cree que mirar a la revolución bolchevique para encontrar respuestas está demodé, el libro demuestra que aquel acontecimiento supuso una ruptura de equilibrios que permitió cambios políticos y sociales a nivel planetario, aunque en Europa y en el mundo occidental esas transformaciones fueran más palpables y duraderas. Para el historiador catalán no se pueden entender la construcción de los estados del bienestar (welfare state) desligados de aquella respuesta organizada de las clases subalternas y del país que surgió después, a pesar de que el estalinismo supuso en buena medida un recorte y una mutación en clave conservadora de toda la carga emancipadora inicial. Los fascismos de los años 30 son explicables para Fontana como la manera con la que el capital reaccionó ante aquella ruptura inesperada que disputaba su poder. En esta línea también publicó en la prestigiosa web Sin Permiso (de la que formaba parte del Consejo Editorial) , un magnífico artículo titulado ¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?, auténtico alarde de conocimiento puesto al servicio de la didáctica de la Historia.
La labor de Josep Fontana como editor, primero en Ariel y luego en CRITICA, merece ser puesta de relieve ya que gracias a él el mundo universitario y las personas que tenían interés por la Historia pudieron conocer a historiadores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson, H. Kohachiro Takahasi, Peter Kriedte, o Mary Beard, entre tantos otros. También publicó debates historiográficos de gran interés y riqueza conceptual como El debate Brenner, en el que concurrieron varios historiadores de diferentes tendencias, (Emmanuel Le Roy Ladurie, M.M.Postan, Guy Bois, R.H. Hilton, Patricia Croot, David Parker, Heide Wunder, J.P Cooper y Arnost Klima), aparte del propio norteamericano Robert Brenner que abrió el debate con un artículo publicado en 1976, en el que concedía gran importancia a las estructuras de poder campesino a la hora de condicionar los cambios que se operaban en la demografía y en los intercambios económicos que erosionaban el feudalismo; se trataba en definitiva de un debate sobre los factores que accionaban la transición entre la baja edad media y la Europa preindustrial. Otra publicación de mediados de los 80 fue Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII) , que recogía los trabajos de diferentes historiadores (Pierre Bonnassie, Thomas N. Bisson, Reyna Pastor o Pierre Guichard) en un coloquio celebrado en Roma en el 78 sobre el feudalismo; la publicación de todas estas aportaciones arrojó mucha luz sobre las diversas estructuras feudales europeas, hasta ese momento, analizadas casi siempre desde el paradigma feudal del norte de Europa.
Este breve resumen del quehacer de Fontana como Historiador y como editor no estaría completo sin mencionar su comprensión del siglo XIX español y la crisis de la Monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen, terreno en el que era un auténtico especialista (¿y en qué no lo era?). En libros como La crisis del Antiguo régimen 1808-1833, el historiador barcelonés nos da las claves para entender un periodo en el que los viejos terratenientes feudales pactaron con el liberalismo burgués incipiente, como forma de garantizar su poder oligárquico ante el empuje de un campesinado que buscaba en la religión prestigio y justificación pero que no conseguía formular sus aspiraciones de clase en un programa coherente. Para Fontana los historiadores académicos, liberales o conservadores, aplicaron a esta época una deliberada miopía que rehúye ahondar en las raíces sociales de los hechos; o dicho de otro modo: los sujetos colectivos y sus intereses son fundamentales para entender cualquier acontecimiento.
Hay que decir, y esta era una de las grandes cualidades de Josep Fontana, que su obra aunaba siempre profundidad, claridad expositiva y amenidad.
Silvio Rodríguez suele decir que a menudo, uno vuelve a ventanas en las que una vez se asomó, y que allí vuelve a descubrir canciones. Pues bien, algo así es lo que a Josep le estaba ocurriendo en los últimos tiempos; se estaba asomando de nuevo a esa enorme ventana del siglo XIX que nos abrió, en concreto, estaba escribiendo un libro que había comenzado como una historia de la restauración entre 1814 y 1848 y se percataba, según me comentaba, que había que prestarle mucha atención a las medidas sobre el desarrollo del capitalismo, medidas que quedaban omitidas en el discurso histórico dominante y que, por ejemplo, el esclavismo había tenido un papel fundamental en este aspecto. Sobre esta obra y en un guiño me decía ¿Para qué apresurarme en acabarla?
Por tu amistad, por lo que nos has enseñado y por lo que vas a seguir enseñando a generaciones futuras de tot cor moltes gracies Josep.
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