Juan Gelman, poeta y periodista, es el último Premio Cervantes. Único argentino nato de una familia de emigrantes ucranianos, Gelman es uno de los poetas vivos más importantes, explorador y renovador continuo de las posibilidades del lenguaje. La poesía es lenguaje calcinado y su palabra se alza desde esas calcinaciones que algunos llaman silencio y, […]
Juan Gelman, poeta y periodista, es el último Premio Cervantes. Único argentino nato de una familia de emigrantes ucranianos, Gelman es uno de los poetas vivos más importantes, explorador y renovador continuo de las posibilidades del lenguaje.
La poesía es lenguaje calcinado y su palabra se alza desde esas calcinaciones que algunos llaman silencio y, sin embargo, todavía se retuercen y aún crepitan. En la poesía se escuchan los silencios. Y eso es también la realidad del hombre». Palabras, las herramientas de Gelman: palabras tomadas desde la oralidad rioplantense, que incorporó a su poesía, hasta que alcanza, a través de su relectura de los místicos castellanos y de la tradición exiliar judía, una escritura cada vez más depurada, más calcinada, en sus propias palabras.
La vida de Juan Gelman se ha visto dramáticamente marcada por la violencia social y política de los años ’70 y ’80 en Latinoamérica. Gelman fue un destacado militante de de la izquierda argentina que se articuló alrededor del llamado movimiento montonero. La matanza de la dictadura militar del ’76 le alcanzó en las personas de su hijo y nuera, desaparecidos, de su nieta, víctima del infame tráfico de niños vinculado a la represión, y le forzó a un exilio que determinó su escritura radicalmente. Tras discrepancias muy duras con la dirigencia montonera, cada vez más militarista, llegó a estar condenado a muerte a la vez por la Triple A y por Montoneros. «Yo era una especie de happy hour para la condena a muerte», cuenta en una entrevista.
En sus primeras obras Gelman es capaz de integrar el lenguaje del tango y la expresividad callejera bonaerense en sus poemas. Uno de sus poemarios más importantes de aquel tiempo se titula Gotan (1962), anagrama de la ciudad, sus habitantes y su música. «Yo era un muchacho de extracción muy popular, un muchacho de barrio (…) incorporé el tango críticamente pero de una manera natural, no intelectualmente preconcebida». Sydney West, Yamakuchi Ando, Julio Grecco, John Wendell, son otros nombres del poeta que le permitieron salir de lo que llamó «un período enclaustrado en lo íntimo.
La intimidad es parte de la subjetividad, pero no toda la subjetividad». Cólera Buey (1965) es el libro de referencia de esta fase de la poesía gelmaniana: «Lo que hago no es una poesía conversacional, más bien me planteo en qué medida el lenguaje corriente puede producir un temblor poético». A raíz de la dramática experiencia de la pérdida y el exilio, Gelman empieza a trabajar alrededor de otras voces extrañadas, como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, los poetas místicos españoles (Citas y comentarios, 1982), y de la inmensa experiencia del exilio que suponen la tradición judía (Composiciones, 1987). Sus poemas se tensan, los versos marcados por líneas, cortes en el papel, la reflexión se ahonda alrededor de la ausencia de los seres amados y los compañeros caídos (Sí, dulcemente, 1980, y Anunciaciones, 1988 ), del extrañamiento del país natal, de la derrota (Bajo la lluvia ajena notas al pie de una derrota, 1983), de la pérdida como experiencia raigal (Carta a mi madre, 1989). En este tiempo, cada poemario es un paso hacia una expresión capaz a la vez de la mayor tensión y la mayor ternura, siendo quizás Salarios del impío (1993) y Dibaxu (1994), poemas escritos en sefardí, donde alcance, en mi opinión, su cenit.