Que la Casa del Rey haya realizado un montaje chapucero para fabricar la instantánea en la que aparecen los reyes con sus siete nietos no es un problema. Son dos. El primero, que han demostrado con qué naturalidad recurren al engaño. El segundo, que han evidenciado lo torpes que son en esa casa también en […]
Que la Casa del Rey haya realizado un montaje chapucero para fabricar la instantánea en la que aparecen los reyes con sus siete nietos no es un problema. Son dos. El primero, que han demostrado con qué naturalidad recurren al engaño. El segundo, que han evidenciado lo torpes que son en esa casa también en materia de informática.
Pero el problema mayor se lo han creado con la justificación que han dado al montaje, una vez descubierto. Han dicho que hubieron de recurrir a él ante la imposibilidad en que se encontraron de reunir a los reyes con sus siete nietos «por razones de agenda». Lo malo es que, una vez que han detallado el contenido de la agenda oficial -insisto: oficial- del rey y la reina durante el mes de diciembre, uno descubre que apenas tenían una decena de tareas que cumplir, y la mitad de ellas en Madrid. ¿Habremos de suponer entonces que la dificultad insalvable estaba en las agendas de las siete criaturas, una de las cuales vive en la casa de al lado, y las otras seis se dedican a lo mismo que sus padres, esto es, a no dar un palo al agua?
Juegan con fuego. Las encuestas muestran que en los últimos años se ha producido un fuerte descenso en el nivel de aceptación popular de la Monarquía. A buena parte del personal consiguieron venderle el cuento de que Juan Carlos de Borbón cumplió un papel decisivo en la instauración en España del sistema parlamentario, y que también fue clave en la neutralización del intento de golpe de Estado del 23-F. De ambos asuntos cabría hablar largo y tendido (ya lo he hecho en algunas ocasiones), pero me guste más o menos -que me gusta menos- es un hecho que la creencia en esos mitos está muy extendida. Lo que al parecer no están logrando con la misma facilidad es que el común de los españoles se trague que ahora mismo, dejando ya de lado el pasado, la Monarquía es rentable. Y todavía más que lo vaya a ser en el futuro.
La escasa, poco onerosa y espléndidamente remunerada labor que tienen el rey y sus familiares es, en muy buena medida, simbólica y de representación pública. Como la ciudadanía empiece a darse cuenta de que van tan a su bola que ni siquiera esa tarea de chichimoco son capaces de atenderla de buen grado, se les puede poner muy crudo el mantenimiento del tinglado. Que ya haya habido medios de Prensa que han emitido críticas al respecto -en un país en el que la Monarquía ha sido desde 1975 el tabú principal de los medios de comunicación, babosos hasta lo indecible- puede indicar que algunos aires están cambiando de dirección.
Aunque quizá esté confundiendo mis deseos con las realidades.