Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García.
La gran «guerra» de la Armada de EEUU en Alaska
Introducción de Tom Engelhardt
No es el mejor momento para el Ártico estadounidense, permitidme que os explique por qué. El mundo está viviendo un exceso de oferta de petróleo. En el último año el precio del crudo ha caído en picado; después ha habido un modesto aumento. Un estudio reciente de la NASA acaba de advertir de que una enorme extensión de hielo en la Antártida, de la mitad del tamaño de Rhode Island, se desintegrará para 2020 y, no hace mucho tiempo, la revista Science informó de que el derretimiento de las placas de hielo de esa región se está produciendo mucho más rápidamente que lo que se esperaba. ¡Sayonara, Miami Beach! Todo esto, por supuesto, está pasando gracias a la quema de combustibles fósiles. En marzo, la administración Obama respondió a esta perspectiva mundial preparando el camino para un futuro bastante conocido y levantó la prohibición de perforar para extraer petróleo y gas en el mar frente al litoral atlántico del sur de EEUU abriendo así esas aguas sin explotar a futuras perforaciones en las que se obtendrían 4.000 millones de barriles de crudo y un billón de metros cúbicos de gas. Después, hace menos de dos semanas, el Departamento del Interior le dio luz verde a Shell Oil, una empresa con un funesto historial de exploración y desastres en el Ártico, para que embarque a este país en un futuro de «perforad, muchachos, perforad» en aguas del norte.
Si Shell consigue el resto de los permisos en el lugar, empezará este verano a perforar en el mar Chukchi frente a las costas de Alaska. Esto ocurrirá en una zona en la que se dan algunas de las peores condiciones climáticas del planeta, una región «expuesta a tormentas huracanadas, olas de seis metros, hielo flotante permanentemente y temperaturas gélidas». Estamos hablando, por supuesto, de otros 4.000 millones de barriles de crudo potencialmente explotables en una región que es santuario de ballenas, osos polares y otras especies que no tienen voz ni voto en esta cuestión. En el pasado marzo, Subhankar Banerjee planteó escuetamente el problema medioambiental en este mismo sitio en una nota certeramente titulada «Pesadillas árticas». Acerca de los peligros de dejar libre a Shell en esas aguas, escribió «Solo pensad cómo la voladura de una plataforma de perforación de BP, la Deepwater Horizon , devastó el golfo de México. Ahora imaginad lo mismo en un lugar en el que no hay la menor ayuda disponible a la vista». Tened en cuenta que una perforación como esta en el lejano norte solo es posible porque la combustión de combustibles fósiles ha contribuido a que se descongele el hielo del Ártico y a abrir la posibilidad de explotar estas inmensas reservas de energía. Es un poco como ver a la proverbial serpiente que se come su propia cola.
Entonces, gracias a nuestro presidente ambientalista, las cosas pintan mal en el mar de Alaska. Tal como nos informa Dahr Jamail, de TomDispatch, en junio pintarán aún peor. La Armada de Estados Unidos está llegando al gran tiempo del golfo de Alaska, y no estamos hablando del Séptimo de caballería al galope para salvar a alguien. En unas aguas que están empezando a parecerse a la estación Gran Central, esta fuerza está planeando el lanzamiento de unos enormes juegos de guerra con un nuevo conjunto de posibles efectos deletéreos para ese mar y las especies que lo habitan. Pero dejemos que Jamail nos lo explique. Sabed que este es un proyecto conjunto de TomDispatch y Truthout, el invaluable sitio web donde él trabaja ahora.
* * *
Los juegos de guerra que la Armada de Estados Unidos planea en el Ártico
[Este ensayo es un reportaje conjunto de TomDispatch/Truthout]
Desde hace 10 años vivo en Anchorage; he dedicado buena parte de ese tiempo a subir y bajar las montañas de la espina dorsal de este estado, los montes de Alaska. Tres veces he estado en lo más alto de Denali, «la grande» de los Athabaskans. Durante esa década hice montañismo durante más de medio año en los más altos de esos magníficos picos. Fue allí, viviendo en medio de las rocas y el hielo, durmiendo sobre los glaciares que crujían y se quejaban mientras descendían lentamente abriendo su camino hacia las zonas más bajas, donde tuve conciencia de mi insignificancia.
Alaska tiene la mayor cordillera costera del mundo y el pico más alto de América del Norte. Este estado tiene más litoral marítimo que el resto de los 48 estados vecinos y es tan extenso que en él tendrían cabida dos veces y media el estado de Texas. En él vive la mayor población de águilas calvas americanas. En Alaska viven 430 especies de aves y el oso pardo, el mayor mamífero carnívoro del mundo; también otras especies que van desde la musaraña enana que pesa menos que una moneda de un penique hasta la ballena gris, que llega a pesar 45 toneladas. Especies que en otros sitios están clasificadas como «en peligro de extinción», en Alaska pueden encontrarse en abundancia.
Ahora, 12 años después de que me marche a Bagdad para empezar mi vida de periodista y nueve años después de abandonar Alaska, estoy de regreso. Me gustaría escalar otra montaña pero esta vez, desgraciadamente, no podrá ser ya que cada día me siento más incapaz de escapar de la destructiva acción del poder militar de Estados Unidos.
Aquel verano de 2003, cuando terminaba mi vida en Alaska, fue muy incómodo para mí. Fue después de un invierno y una primavera en la que estuve manifestándome en las calles de Anchorage en contra de la inminente invasión de Irak. Después, fue mirar con impotencia el espectáculo televisado «conmoción y pavor» de la administración Bush en ese país mientras ardía Bagdad y los iraquíes eran asesinados. Mientras estaba en Denali, ese verano, escuché las noticias acerca del comienzo de lo que sería una infernal ocupación; allí en mi tienda, a 5.200 metros de altitud, yo me preguntaba qué diablos podría hacer.
Así, sumido en mi angustia, viajé a Iraq como periodista independiente -en un equipo de apenas uno- para encontrarme informando de las atrocidades que eran evidentes para cualquiera que no estuviese incrustado en alguna unidad militar. Mi primer reportaje, una parte del cual era para TomDispatch, advertía sobre los recuentos de cadáveres en una cifra que se acercaba al millón, la tortura desenfrenada en los centros militares de detención y el pasivo ambiental que se había dejado en la ciudad de Fallujah debido al uso de proyectiles con uranio empobrecido y fósforo blanco.
Así pude enterarme de que el poder militar de EEUU es una maquinaria de asesinato a escala industrial y, además, el consumidor más importante de combustibles fósiles del planeta; esto lo convierte en el mayor emisor de dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero. Tal como sucede, los países remotos como Iraq, asentados encima de enormes reservas de petróleo y gas natural, son el terreno donde se dirimen los conflictos que ellos provocan.
Tomad el lugar donde vivo ahora, la península Olypic, en el estado de Washington. La Armada de EEUU ya tiene planes para hacer adiestramiento en guerra electromagnética en una zona cercana a donde voy a buscar solaz en la montaña: el bosque nacional Olympic y el parque nacional Olympic, junto al anterior. Y este junio, están programados unos enormes juegos de guerra en el golfo de Alaska en los que habrá pasadas de bombardeo en las que se detonarán decenas de toneladas de munición tóxica y se utilizará el sonar activo en el caladero de salmón más impoluto, económicamente valioso y sustentable del país (hasta se podría decir del mundo). Y todo esto está por suceder justo en medio de la temporada de pesca.
Esta vez, para decirlo de otra manera, las bombas estarán cayendo muy cerca de mi casa. Sea en la Iraq destrozada por la guerra, sea en la «pacífica» Alaska; trátese de sunníes y chiítas o de salmones y ballenas, siento la omnipresente «huella» del poder militar estadounidense como algo de lo que es imposible escapar.
La guerra llega a casa
En 2013, los investigadores de la Marina de Estados Unidos pronosticaron que en 2016 habría un verano en el que el Ártico estaría libre de hielo; todo parece indicar que ese pronóstico puede cumplirse. Recientemente, la Administración Nacional del Océano y la Atmósfera (NOAA, por sus siglas en inglés) informó de que en el Ártico este invierno había menos hielo que en cualquier otro de la era satelital. Dado que al menos desde 2001 la Armada de EEUU tiene planes para realizar operaciones «sin hielo» en el Ártico, sus ejercicios de junio, llamados «Borde norte» muy bien podrían ser justamente la salva inaugural de las futuras guerras climáticas en el norte, con las ballenas, las focas y los salmones en la primera línea del frente.
En abril de 2001, empezó a funcionar un simposio de la Armada llamado «Operaciones navales sin hielo en el Ártico» para comenzar a preparar a esta fuerza armada para un futuro cambio climático inducido. Avancemos rápidamente hasta junio de 2015, hasta lo que el poder militar llama el «más importante» ejercicio conjunto en Alaska; el comando con base en este estado, apunta a llevar a cabo el ejercicio «Borde norte» en una zona de unas 8.500 millas marinas cuadradas que es el hábitat de las cinco tipos de salmones de Alaska y otras 377 especies de vida marina. Los juegos de guerra que se avecinan en el golfo de Alaska no serán los primeros ejercicios en esa región -ya ha habido varios en los últimos 30 años- pero serán los más vastos, de lejos. De hecho, se espera que el uso de munición superará en un 360 por ciento el realizado hasta ahora, según Emily Stolarcyck, encargada de la gestión de programas del Consejo Conservacionista Eyak (EPC, por sus siglas en inglés).
El agua del golfo de Alaska está entre las más límpidas del mundo, con ella solo rivaliza la de la Antártida, y entre las más puras y ricas en nutrientes de cualquier sitio. «Borde norte» tendrá lugar en una «zona marina protegida» de Alaska, también declarada «zona pesquera protegida». Además, esos juegos de guerra coincidirán con los periodos de cría y migración de la vida marina en la región, cuando esta se dirige a Prince William Sound e incluso más al norte en el Ártico.
Entre las especies afectadas, estarán la ballena azul, la de aleta, la gris, la de joroba, la de hocico, la sei, la de esperma y la orca, la más amenazada ahora mismo en el Pacífico norte -solo quedan unos 30 ejemplares-), pero también los delfines y los leones marinos. No menos de una docena de tribus originales entre las cuales los esquimales, los eyak, los athabascans, los tlingit, los sun’aq y los aleutianos dependen de esta zona marina para su subsistencia, por no hablar de los aspectos culturales ni de la identidad espiritual.
La Armada ya está autorizada a utilizar fuego real, incluyendo bombas, misiles, y torpedos como también el uso del sonar, tanto activo como pasivo, en unos juegos de guerra «reales» en los que se espera se utilicen unas 160 toneladas de «material consumible» cada año (en la lista de los numerosos elementos incluidos en el «material consumible» confeccionada por el departamento EIS de la Armada, que estudia el impacto ambiental de las operaciones navales, hay misiles, bombas y torpedos). En este momento, la Marina de EEUU está embarcada en el proceso de conseguir los permisos necesarios para los próximos cinco años, aunque también se dice que se están haciendo planes para los próximos 20 años. Un gran número de buques de guerra y submarinos están en la lista de unidades que se trasladarán a la zona; la posibilidad de contaminación que se abre tiene preocupados a los alasqueños que viven en las cercanías.
«Estamos preocupados por todo el material consumible, no solo las bombas, el ruido de los aviones de bombardeo y el sonar», me dice Emily Stolarcyck, del Consejo Conservacionista Eyak, en su despacho en la ciudad de Cordova, Alaska. El Consejo es una organización ambiental sin ánimo de lucro orientada hacia la justicia social; su principal misión es proteger el hábitat del salmón. «El propio comunicado de impacto ambiental de la Armada dice que la presencia allí de cromo, plomo, tungsteno, níquel, cadmio, cianuro, perclorato de amonio es un riesgo alto para los peces expuestos a ellos.»
El puerto de la pequeña Cordova (2.300 habitantes), alberga a la mayor flota de pesca comercial del estado de Alaska y está entre los 10 puertos pesqueros más activos de Estados Unidos. Desde septiembre, cuando Stolarcyk se enteró de los planes de la Marina, ella ha estado trabajando sin descanso, llamando a funcionarios locales, estatales y federales y alertando prácticamente a todos los pescadores que pudo sobre lo que ella llama «la tormenta» que amenaza en el horizonte. «Los combustibles de los misiles de la Armada y algunos de las otras armas liberan benceno, tolueno, dimetilbenceno, hidrocarburos aromáticos de ciclo múltiple y naftalina en el agua del 20 por ciento de la zona de entrenamiento, según lo establece el propio comunicado del EIS», explica ella mientras contemplamos el puerto de Cordova, con la temporada de pesca del salmón acercándose rápidamente. Casualmente, la mayor parte de los productos químicos que ella menciona estuvieron presentes en el desastroso vertido de petróleo de BP en 2010 en el golfo de México, que yo cubrí durante años; mientras me lo decía tuve una sensación de anticipado y estremecedor déja vu.
He aquí solo un ejemplo del tipo de daños que habrán: el derrame de cianuro de un torpedo de la Armada está en el rango de los 140-150 por cada mil millones. El límite «permitido» por la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) para los derrames de cianuro es de una parte por cada mil millones.
El EIS de la Marina estima que en el quinquenio en el que se realizarán estos juegos de guerra habrá 182.000 «tomas», eufemismo que alude a muertes directas de mamíferos marinos o cualquier perturbación en sus comportamientos asociados a la cría, amamantamiento o salida a superficie. No adelanta estimación alguna relacionada con la muerte de peces. No obstante esto, la Marina estará autorizada a utilizar por lo menos 160 toneladas de «material consumible» en los juegos de cada año. Debido a la migración de las especies afectadas y al régimen global de las corrientes marinas en el norte del Pacífico, las posibles consecuencias negativas pueden abarcar una superficie mayor que la del golfo de Alaska.
Mientras tanto, la Marina ignora los esfuerzos de Stolarcyk, exhibiendo lo que ella llama «despreocupación total por la gente que vive de este mar». Y agrega: «Dicen que es por la seguridad nacional. Teóricamente, ellos nos defienden, pero destruyen nuestra fuente de alimentos y nuestros medios de vida, mientras contaminan el aire que respiramos y nuestra agua, ¿qué es lo que queda para defender?
A Stolarcyk le han puesto la etiqueta de «activista» y «ambientalista», posiblemente debido a que las mayores organizaciones que ella logró sumar a sus esfuerzos son realmente grupos ambientalistas como el Consejo de Conservación Marina de Alaska, el Centro por el Medioambiente de Alaska y la Primera Alianza de Alasqueños.
«¿Por qué el querer proteger el hábitat del salmón me ha convertido en una activista?», Pregunta ella. «¿Porque me han puesto el rótulo de ambientalista?». Dado que la pesca comercial de Alaska puede desaparecer si el icónico salmón que allí se captura empieza a tener trazas de cianuro o cualquiera de los miles de elementos químicos que utilizará la Armada, Stolarsyk podría muy bien ser vista como una luchadora por el buen hacer, si no la supervivencia, de la industria pesquera de su estado.
Juegos de guerra contra la comunidad
El segundero del reloj sigue girando en Cordova y hay otros en la comunidad de Storlacyk que empiezan a compartir su preocupación. Unos pocos, como Alexis Cooper, directora ejecutiva de la Unión de Pescadores de Cordova (CDFU, por sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro que representa a los pescadores profesionales de la zona, ha empezado a hacerse oír. «Ya estamos viendo que se ha reducido la captura de hipoglosos sin que la Armada ampliara sus operaciones en el golfo de Alaska; también estamos viendo reducciones en otras especies que recogíamos bastante.»
La CDFU representa a más de 800 trabajadores de la pesca comercial del salmón, una industria responsable, según estimaciones, del 90 por ciento de la economía de Cordova. Sin salmón, como la de otros muchos pueblos de la costa suroriental de Alaska, esta industria sin duda dejará de existir.
Teal Webber, una pescadora comercial de toda la vida y vecina de la aldea nativa de Eyak, está visiblemente disgustada con la perspectiva representada por los planes de la Armada. «No bombardearías una tierra de labranza», dice; «el salmón vive en esta zona, ¿qué van a hacer ahora?» Y agrega: «Cuando los pescadores de Cordova se enteraron del impacto que iban a tener los juegos de guerra de la Marina, todos ellos se opusieron, fue una respuesta en masse«.
Mientras estoy en Cordova, Stolarcyk ofrece una charla pública sobre el caso en la sala auditorio de la escuela pública para exponer su posición en contra de «Borde norte». Muestra una imagen del EIS de la Marina en la que se señalan que zonas afectadas necesitarán décadas para recuperarse; varios pescadores mueven suavemente la cabeza.
Unos de ellos, James Weiss, que también trabaja en el Departamento de Pesca y Caza de Alaska, me aparta a un lado y me dice en voz baja: «Mi hijo está creciendo en este lugar, comiendo todo lo que sale del mar. Yo se que los peces están en esa zona que piensan bombardear y contaminar; por supuesto que estoy preocupado. Esto es demasiado importante para poner en riesgo un caladero».
Cuando llegó el turno de preguntas, Jim Kasch, alcalde de Cordova, aseguró a Stolarcyk que él pediría al consejo de la ciudad que se involucrara en la cuestión. «Lo que inquieta de verdad es que no se piense en los peces y la vida marina», me dijo más tarde. «Es una zona sensible; nosotros vivimos frente a ese mar. Esto es lastimoso.» Veterano de la Armada de EEUU, Kasch reconoce la necesidad que tiene la Marina de adiestrar a su personal, después hace una pausa y agrega: «Pero utilizar munición real en un caladero sensible no es una buena idea. Toda la costa de Alaska vive y respira gracias a los recursos que extrae del mar.»
Esa tarde, cuando el sol todavía estaba alto en el cielo primaveral, estuve paseando por los muelles del puerto y no pude menos que preguntarme si acaso esta pequeña y destartalada ciudad tenía alguna esperanza de parar o modificar los planes de «Borde norte». En el pasado ha habido algunos ejemplos de victorias tan poco probables. Por ejemplo, hace unos 12 años, la Marina fue al fin obligada a dejar de utilizar la isla puertorriqueña de Vieques como coto privado de bombardeo y campo de pruebas, pero solo después de haberla usado desde los cuarenta del siglo pasado. Como consecuencia de seis décadas haciendo de blanco de práctica, la población de la isla tiene los más altos índices de cáncer y asma del Caribe, un fenómeno que la gente del lugar atribuye a las actividades de la Marina.
En un caso similar, a principio de este año, un tribunal federal dictaminó que los juegos de guerra de la Armada frente a la costa de California violaban la ley. El tribunal estimó que se habían producido casi 10 millones de «daños» a ballenas y delfines por el uso de sonar de alta intensidad y las detonaciones submarinas que habían sido impropiamente declaradas como «insignificantes» por el EIS de la Marina.
Como resultado del trabajo de Stolarcyk, el 6 de mayo el Consejo municipal de Cordova aprobó una resolución por la que se opone formalmente a los proyectados juegos de guerra. Desgraciadamente, la principal empresa de procesamiento de frutos de mar de Cordova (y Alaska), Trident Seafoods, todavía no han dicho esta boca es mía respecto de «Borde norte». Sus representantes ni siquiera cogen el teléfono cuando llamo para hablar sobre la cuestión. Afortunadamente, Cordova no tiene un Centro Científico Príncipe William, cuya presidenta, Katrina Hoffman, me escribió diciendo que «En este momento, como organización, no tenemos una posición sobre la cuestión». Esto, a pesar de su declarado propósito de apoyar «las posibilidades que tengan las comunidades de esta región de mantener su resiliencia socioeconómica con saludables ecosistemas en funcionamiento» (por supuesto, es oportuno señalar que al menos una parte de su presupuesto es aportada por la Marina).
Consultas de Gobierno a Gobierno
En la isla de Kodiak, mi próxima parada, se vive intensamente la amenaza que se cierne sobre el horizonte -tanto en el sector de la pesca como en el de las tribus del lugar-; hay una palpable irritación por los planes de la Armada. Por ejemplo, J.J. Marsh, la jefa de la tribu sun’aq, la mayor de la isla. «Me parece horrible», dijo ella un minuto después de que me sentara en su oficina. «Yo me crié aquí. Crecí en una economía de subsistencia. Me crié cuidando el entorno y a los animales y pescando mientras vivía en la casa familiar y veía a mi abuelo, que iba a pescar cada día. Por eso, es obvio que necesite cuidar todo esto.»
-¿Qué va a hacer la tribu? -le pregunté.
-Vamos a presentar una solicitud de consulta de gobierno a gobierno, y lo mismo harán otras tribus de Kodiak, de modo que tenemos la esperanza de que podemos parar esto -me respondió inmediatamente.
El gobierno de Estados Unidos tiene una relación especial con las tribus nativas de Alaska. Trata a cada una de ellas como si se tratase de un gobierno autónomo. Si una tribu solicita una «consulta», Washington debe responder; Marsh espera que esta intervención podría ayudar a bloquear la operación «Borde norte». «Tiene que ver con las generaciones futuras. Como tribu soberana tenemos la posibilidad de pelear esto con los federales. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?»
Melissa Borton, la administradora tribal del pueblo nativo de afognak, lo ve de la misma manera. Como sucede con la tribu de Marsh, hasta hace muy poco tiempo, la de ella ignoraba completamente los planes de la Marina. Esto no tiene nada de sorprendente ya que esta fuerza no ha hecho casi nada para hacer público lo que hará. «Estamos absolutamente decididos a formar parte de esto [el intento de detener a la Armada]», me dice. «Estoy horrorizada.»
La razón por la cual está horrorizada es esta: en 1989, ella vivió el monstruoso vertido de petróleo del Exxon Valdez. «Todavía estamos sufriendo sus consecuencias», dice. «Cada vez que deciden algo que afecta al medioambiente nos afectan a nosotros. Ya estamos asediados por el cáncer producido por la basura que los militares dejan en nuestra tierra o la que comen los peces y venados que nosotros comemos… Yo he perdido algunos familiares por el cáncer; muchos de aquí los han perdido; esto tiene que parar en algún momento.»
Cuando me encontré con Natasha Hayden, que forma parte del Concejo Tribal de Afognak y su marido es pescador profesional, planteó el problema con toda sencillez y claridad: «Esto es un ataque frontal de la Marina a nuestra identidad cultural».
Gary Knagin, pescador de toda la vida y miembro de la tribu sun’aq; mientras hablamos está muy ocupado preparando su barco y su tripulación para la temporada del salmón. «Si hacen esto, no podremos comer; esto es una porquería. Será perjudicial para nosotros; el porqué es obvio. En junio, cuando estamos en alta mar, el salmón salta [en el agua] en el mismo lugar donde quieren bombardear. Es el momento del salmón. Entonces, ¿por qué tienen que hacerlo justo en junio? Si nuestros peces resultan contaminados, toda la economía de Alaska va a quedar golpeada. Aquí, la industria del pescado sostiene a todo el mundo, y todos los demás negocios dependen de la industria pesquera. Entonces, si eliminas el pescado, también eliminas a la ciudad.»
El desenfreno de la Marina
Hice una solicitud a la oficina del Comando Alaska de las fuerzas armadas de Estados Unidos para que comentara esta cuestión; la respuesta de la capitana Anastasia Wasem llegó cuando regresé a casa después de mi viaje por el Norte. En nuestro intercambio de correos electrónicos le pregunté por qué la Marina había elegido el golfo de Alaska, siendo que se trata de un hábitat de importancia fundamental para el salmón del estado. Ella respondió que la zona en la que se iban a realizar los juegos de guerra -a la que la Armada llama Zona Temporaria para Actividades Marítimas- es «estratégicamente significativa» y mencionó que un «estudio reciente del comando Pacífico» observó que las posibilidades de adiestramiento naval son cada vez menores en cualquier sitio del océano Pacífico «excepto en Alaska», algo que constituye -según sus palabras- un «verdadero activo nacional».
«Las actividades de adiestramiento de la Marina», agregó ella, «se realizarán con un gran conjunto de medidas de mitigación diseñadas para minimizar el potencial peligro para la fauna marina.»
Sin embargo, en su declaración sobre los planes de la Armada, el Servicio Nacional de Pesquería Marina (NMFS, por sus siglas en inglés), una de las más importantes agencias federales encargada de la protección de los caladeros, discrepa con ella. «Entre los potenciales factores de estrés para las especies y los EFH [hábitats esenciales de los peces]», dice su informe, «están los movimientos de barcos (molestias y colisiones), sobrevuelos de aviones (molestias), derrames de combustible, descarga de barcos, munición explosiva, utilización de sonar (molestias), disparo de proyectiles no explosivos (molestias y golpes), material auxiliar (blancos, boyas sónicas y marcadores marinos). Las actividades navales pueden afectar directa o indirectamente a determinadas especies, alterar su hábitat o la calidad del agua.» Según la NMFS, las consecuencias en el hábitat y las especies a partir de ‘Borde norte’ «pueden ser daños cuya recuperación podría llevar años o décadas».
La capitana Wasem me aseguró que la Marina había hecho sus planes en consulta con la NMFS, pero omitió decir que la agencia había estimado que esas consultas no eran adecuadas y omitió admitir que había planteado su seria preocupación en relación con los próximos juegos de guerra. De hecho, en 2011, la agencia formuló cuatro recomendaciones de preservación para evitar, mitigar e incluso compensar posibles consecuencias adversas en el hábitat de los peces. A pesar de que esas recomendaciones no eran vinculantes, se suponía que en sus planes la Armada tendría en cuenta el interés general.
Por ejemplo, una de las recomendaciones era que se implementara un plan para informar sobre la mortandad de peces durante los ejercicios. La Marina rechazó esto con el argumento de que el hecho de informar «no iba a aportar muchos, si acaso alguno, datos valiosos». Tal como me dijo Stolarcyk, «la Armada desestimo tres de la cuatro recomendaciones, y la NMFS se desentendió del asunto».
Le pregunté a la capitana Wasem por qué la Marina optaba por realizar el ejercicio en el medio de la temporada de pesca.
«El ejercicio ‘Borde norte’ está programado para cuando el clima es más propicio para el adiestramiento», me explicó sin precisar nada más, poniendo el énfasis en que «el ejercicio significa una gran inversión del Departamento de Defensa en cuanto a fondos, uso de equipo y de combustible, transporte estratégico y personal».
Pesadillas árticas
En resumidas cuentas: todo esto es muy sencillo y brutal. La Marina está cada día más centrada en los posibles futuros conflictos relacionados con el cambio climático y el descongelamiento del Ártico; en ese contexto, cuando se trata de ejercicios bélicos tiene poca o ninguna intención de cuidar el medioambiente. Además, las agencias federales cuya función es supervisar los planes de juegos de guerra no tienen capacidad legal ni voluntad para hacer cumplir las normas medioambientales cuando está en juego, al menos desde el punto de vista del Pentágono, la «seguridad nacional».
Huelga decir que, obviamente, cuando se trata de la seguridad de los habitantes de las zonas -cada vez más extensas- de operaciones de la Marina no hay recursos disponibles. La gente de Alaska puede acudir a la NMFS o a la EPA o a la NOAA. Si alguien quiere que la Armada pare en su intento de lanzar bombas reales o radiaciones de ondas electromagnéticas en bosques nacionales y santuarios marinos, y que deje de envenenar su entorno, lo mejor que puede hacer es pensar en cambios legislativos. Si ese alguien pertenece a una tribu nativa, puede exigir una consulta gobierno a gobierno, y esperar que eso funcione. En el mejor de los casos, ambos cursos de acción son posibilidades muy remotas.
Mientras tanto, mientras se calienta la carrera por las reservas de petróleo y gas en un Ártico descongelado, que ante todo no deberían ser extraídos ni quemados, también se calientan los juegos de guerra de la Marina. Si el lector vive en alguna ciudad o pueblo de la costa que va desde el sur de California hasta Alaska, es muy posible que la Marina se cruce en su camino, si no la ha hecho ya.
No obstante, a pesar de que todas las apuestas sobre la mesa son en contra de los esfuerzos de Stolarcyk, ella no parece estar por tirar la toalla. «Se supone que la constitución de Estados Unidos protege el derecho de los ciudadanos a controlar a los militares», me dijo en nuestro último encuentro. En un momento, hizo una pausa y preguntó: «¿Es que no hemos aprendido nada de nuestro errores pasados en la protección del salmón? Fíjate en el salmón de California, Oregon y Washington. Lo han diezmado. Nosotros tenemos el mejor y más impoluto salmón que queda en el mundo, y la Marina quiere hacer esos ejercicios: o una cosa o la otra, o salmones o ejercicios».
Stolarsyk y yo compartimos un vínculo con el pueblo que ha vivido y vive en este estado norteño, un sitio cuyo rasgo esencial es la naturaleza silvestre en todo su esplendor y una belleza conmovedora. Quienes hemos vivido sus ríos y montañas estamos sobrecogidos por las auroras boreales, el recordatorio regular de nuestra insignificancia (aunque adquiramos una nueva apreciación de lo preciosa que en realidad es la vida) que hace que queramos proteger el lugar tanto como compartirlo con los demás.
«Desde el comienzo, todo el mundo me ha dicho que estoy empeñada en una batalla perdida, que no puedo ganar», me dice Stoarcyk cuando nuestro tiempo se acaba. «Ninguna otra organización sin fines de lucro de Alaska se ocupará de esto. Pero la verdad es que yo creo que podemos luchar por esta causa y que podemos pararlos. Yo creo en el poder de las personas. Si puedo convencer a alguien para que se una a mí, la cosa se puede extender. Para encender un fuego hace falta una chispa; me niego a pensar que no se puede hacer nada.»
Hace 30 años, Barry López sugirió en su libro Artic Dreams (sueños árticos) que cuando llegara el momento de resolver la ecuación «explotación del Ártico versus vida sustentable en este lugar» debería tenerse en cuenta que los ecosistemas árticos son demasiado vulnerables para asimilar los intentos de «conciliar ambos términos» de la ecuación. Desde entonces, sea por obra de la Marina, de la Gran Industria de la Energía o de los catastróficos efectos de la actividad humana en el cambio climático, solo uno de los términos ha sido tenido en cuenta; los resultados son deprimentes.
En los tiempos de guerra en Iraq vi de qué es capaz el poder militar de Estados Unidos en una tierra lejana y arrasada. Este junio veré de qué es capaz ese poder en lo que aún es tenido por un tiempo de paz y muy cerca de casa. Mientras escribo esta nota en la península Olympic, estado de Washington, oigo el rugido de los aviones cazabombarderos de la Armada que vuelan desde la gigantesca base aérea de Puget Sound. No puedo dejar de pensar si acaso dentro de unos años estaré escribiendo un trabajo titulado «Destruyendo lo que queda», mientras la Marina continúa sus juegos de guerra en un Ártico sin hielo en medio de una ciudad de plataformas de perforación.
Nota del traductor
El autor de la nota se refiere al golfo de Alaska como si fuera una parte del océano Ártico. Eso no es exactamente así: el estrecho de Behring (65-66 grados de latitud Norte) es el extremo boreal del océano Pacífico, al norte del cual -pasado el estrecho- está el Ártico. El centro geográfico del golfo de Alaska está aproximadamente a 58 ºN.
Dahr Jamail, colaborador habitual de TomDispatch, entre una cosa y otra, pasó más de un año en Iraq (entre 2003 y 2014) como periodista independiente. Por su trabajo en Iraq, ha recibido varios premios, entre ellos el Martha Gellhorn al periodismo y el James Aronson al periodismo por la justicia social. Es autor de dos libros: Beyond the Green Zone: Dispatches from an Unembedded Journalist in Occupied Iraq y The Will to Resist: Soldiers Who Refuse to Fight in Iraq and Afghanistan. Forma parte del equipo de reporteros de Truthout. Este trabajo es un informe conjunto de TomDispatch/Truthout.