Lo que quiero argumentar es lo siguiente: 1) Unidos Podemos corre el riesgo de difuminarse o desdibujarse por su cooperación, más o menos conflictiva, con el Gobierno de Sánchez; 2) si esto ocurre, una parte del voto de Unidos Podemos terminaría en el PSOE y otra en la abstención; 3) la suma del voto del […]
Lo que quiero argumentar es lo siguiente: 1) Unidos Podemos corre el riesgo de difuminarse o desdibujarse por su cooperación, más o menos conflictiva, con el Gobierno de Sánchez; 2) si esto ocurre, una parte del voto de Unidos Podemos terminaría en el PSOE y otra en la abstención; 3) la suma del voto del PSOE y de Unidos Podemos no daría para derrotar a las derechas. En positivo, parto del convencimiento de que la única forma de derrotar a la hidra de las derechas es si Unidos Podemos, no solo recupera votos, sino que los amplía. Vayamos por partes.
Si algo nos dice la experiencia con el Gobierno de Sánchez son las profundas diferencias en temas de fondo y en el estilo de hacer política. Este no ha sido capaz de construir una mayoría programática y tiene enormes dificultades para definir una alianza política a corto y a medio plazo. Vive por y para ganar las próximas elecciones; todo lo demás es secundario. Los acuerdos alcanzados tienen que ser peleados minuto a minuto y, a veces, la síntesis final produce una frustración difícil de ocultar. Las líneas rojas de este gobierno chocan con el programa de Unidos Podemos y, más allá, con aspiraciones de una mayoría social que creyó que con Sánchez algunas cosas cambiarían. Las gentes no esperaban demasiado, solo coherencia con lo que el PSOE había defendido en la oposición a la derecha. Al final, lo que queda son titubeos, vacilaciones, retrocesos y batallas perdidas antes de darlas.
Los límites del Gobierno están quedando claros: primero, alineamiento férreo con la política exterior norteamericana; segundo, aceptación consciente del «consenso de Bruselas», es decir, de las reglas neoliberales de la Comisión europea; tercero, defensa, a veces gratuita, de la Monarquía y del actual monarca; cuarto, complicidad con los poderes fácticos.
Cuando me refiero al seguidismo con la política de Donald Trump, no es solo a la OTAN sino a su política exterior en sentido amplio (como ejemplo, Venezuela). Lo de la Unión Europea no resulta extraño por la trayectoria de la actual ministra de Economía; sorprende la falta de crítica, de oposición con los enormes problemas que deja la crisis en España y cuando, de nuevo, aparecen señales de otra por venir. Su posición con la Monarquía no es extraña vista la trayectoria del PSOE; el problema es que, por el miedo a abrir la «cuestión republicana», se bloquea la necesidad de cambios en nuestro ordenamiento constitucional. ¿Alguien cree que se puede solucionar la cuestión territorial sin reformar la Constitución? Por no hablar de la corrupción o de las garantías de los derechos sociales. La complicidad con los poderes fácticos es una vieja obsesión de Sánchez: demostrar a los que mandan que él lo hace mejor y que es la única persona capaz de dar continuidad al Régimen del 78.
La gestión de las relaciones con Cataluña reflejan muy bien las debilidades e incapacidades de un Gobierno que vive al día y a eso le llama política. La posibilidad de un programa común entre el Partido Socialista y Unidos Podemos no parece posible; tampoco hay señales de que Sánchez lo desee. Si al final no hay presupuestos, lo que nos espera es una polarización dura y sistemática entre las derechas y el PSOE. Se ha hablado mucho en estos días -es la típica movida madrileña- de un gran centro que impidiese un futuro gobierno PSOE/Unidos Podemos. Lo que viene es algo más que eso y lo llevará hacia adelante como táctica electoral el Partido Socialista: definir un espacio moderado y centrado en torno al Gobierno de Sánchez para vencer a las derechas y, desde ahí, movilizar el voto útil debilitando la fuerza electoral de Unidos Podemos. El problema, insisto sobre ello, es que esto puede no ser suficiente para ganarle a las derechas y sirva para liquidar la capacidad de resistencia popular a un gobierno Ciudadanos-PP-VOX.
No comparto el pesimismo en torno a Unidos Podemos, ni comparto la idea de su decadencia electoral. Creo que hace falta iniciativa política, claridad de ideas, imaginación y una dirección capaz de estar a la altura del tiempo histórico. Tampoco comparto la idea de que nuestra mejor campaña sea reivindicar lo acordado con el Partido Socialista. Conectar con una base electoral y social desmovilizada y, me temo que desmoralizada, requiere algo más que una buena campaña electoral. Hay que cambiar los imaginarios sociales, generar ilusión y compromiso en un momento en el que los jóvenes, trabajadores, autónomos, mujeres y hombres, se juegan el futuro. La clave: un proyecto de país en positivo, posible y asumible por una gran mayoría disputándole la hegemonía a una socialdemocracia sin proyecto que lo único que defiende es el mal menor.
Ahora todo es más difícil. El viento de cola ya no nos sopla con la fuerza de antes. Hay que «organizar la subjetividad» relanzando un proyecto que sigue estando vivo, que es más necesario que nunca y que hay que convertirlo en programa, en propuesta, en una esperanza concreta. Nuestras gentes son personas que conocen su mundo, que saben las enormes dificultades de cambiar unas relaciones de poder consagradas durante años y que han aprendido la dureza de unos poderes fácticos que no perdonan a quienes los cuestionan. La pelota sigue estando en nuestro campo. Catarsis y nuevo inicio.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/amp/ideas/opinion/2019/02/11/juntos-no-podemos-por-separado-si/
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