Es mi primer 12 de Octubre en Latinoamérica. En España sigue celebrándose esta fecha con parada militar y besamanos de todas las autoridades del Estado al Rey. No me caben en la cabeza símbolos más rancios, y eso sólo en las formas. En el fondo, esta fiesta es la añoranza de un pasado como Imperio, […]
Es mi primer 12 de Octubre en Latinoamérica. En España sigue celebrándose esta fecha con parada militar y besamanos de todas las autoridades del Estado al Rey. No me caben en la cabeza símbolos más rancios, y eso sólo en las formas. En el fondo, esta fiesta es la añoranza de un pasado como Imperio, pese a que todo el mundo sabe que aquellas hazañas se fraguaron a costa de la aniquilación y el expolio de pueblos, culturas y territorios. Sin embargo, desde ninguna institución del Estado se ha promovido una reflexión crítica colectiva, sino para una imposible reparación histórica, para dotar de un significado simbólico que asuma, al menos, esa ‘página negra’ que la celebración oficial parece, obstinadamente, querer obviar.
Kuña Aty significa ‘encuentro de mujeres’. Hoy se celebra el Día de la Resistencia Indígena y a esta jornada -impulsada por el Centro de Documentación y Estudios (CDE) con el apoyo de la cooperación vasca- están convocadas mujeres de diferentes comunidades indígenas, sobre todo, además de mujeres paraguayas, campesinas y urbanas. Esta distinción, que puede resultar chocante, la hacen con absoluta naturalidad, sabedoras las mujeres indígenas de sus especificidades respecto a las paraguayas y conscientes las paraguayas de que las indígenas no suelen sentir lazos de identidad nacionales. El idioma que se utiliza es el guaraní. No sé si habéis caído en la cuenta del fenómeno curioso que se da en Paraguay, pero es el único lugar dónde los conquistadores han adoptado el idioma de los conquistados. A lo largo de la historia, el poder hegemónico ha ido descubriendo que más útil que someter por la fuerza es subyugar las almas. Así, la nación paraguaya se edifica sobre una conquista amorosa: del encuentro armonioso entre el bravo y valiente hombre blanco y la bella e ingenua mujer guaraní nace ese pueblo mestizo y atlético que es el paraguayo. Más que un mito fundacional es directamente un cuento de hadas que encierra, simultáneamente, todas las pautas de la dominación colonial y patriarcal. Con razón se entiende mejor, desde cosmovisiones del sur, la necesidad de abordar las luchas emancipatorias como una descolonización de cuerpos y territorios.
Una amiga me ha invitado a venir al encuentro y me limito a escuchar. Se trabaja en pequeños grupos para dar respuesta a algunas preguntas, desde el para qué de la participación de las mujeres hasta la importancia de su articulación, como mujeres y como organizaciones. Es de agradecer, no sé si sólo por mí, que hagan el esfuerzo de hablar en un castellano que no refleja, seguramente, todos los matices de lo que cada cual quiere contar. Pero en cada cuestión se ayudan y van construyendo un relato que recoge sus experiencias y expectativas comunes. Una de las mujeres del grupo al que me uno es una lideresa Aché. Ella misma reconoce en su caso el desposeimiento de su cultura: lo que ella conoce de su comunidad y de otras, como la Mby’a o la Ava Guaraní (todas de la región oriental), es fruto del estudio que ha ido realizando, pues de niña fue despojada de su entorno y socializada en una cultura ajena.
Reclaman cosas tan sencillas como que en sus escuelas sean indígenas de su misma cultura quienes impartan clase. O que los consultorios médicos -allá donde los haya…- dispongan de una atención específica para mujeres indígenas. Ahí la cosa se extiende. Hablar de salud y mujeres es hablar de salud sexual y reproductiva. Sólo en el grupo en el que estoy hay dos adolescentes con sus bebés. Sin ninguna medida de control de la natalidad, estas crías podrían ser madres de una recua dentro de unos cuantos años. Nos cuentan que, tradicionalmente, todas las comunidades indígenas han utilizado yuyos (plantas) como anticonceptivos y abortivos. Los fallos y riesgos inherentes a estos métodos naturales se acentúan cuando se constata que es un conocimiento que están perdiendo las nuevas generaciones. La principal causa de mortalidad entre mujeres de edad fértil en Paraguay son las complicaciones derivadas de abortos mal practicados. Y pese a estas cifras, el aborto sigue penado con cárcel.
Al hablar sobre la toma de decisiones sobre sexo y reproducción, una mujer campesina dice -muy seria y convencida- que, comparadas con ellas, las mujeres indígenas «son más feministas». Las explicaciones posteriores sobre ciertas costumbres aclaran los términos. La lideresa Aché nos cuenta, por ejemplo, cómo durante el embarazo la mujer puede decidir estar con cualquier otro hombre de la comunidad «porque no es ella sino el bebé el que quiere sexo». El niño o la niña sabrá en el futuro quién es su padre biológico pero cada uno de los hombres con los que su madre tuvo relaciones será responsable de su crianza.
Muchas de las costumbres de las comunidades indígenas ponen a prueba nuestra prejuiciosa moral, modelada por siglos de cultura judeocristiana. Sin embargo, no hay que confundir la libertad sexual de la que han disfrutado las mujeres indígenas con ese otro mito del conquistador, el del Paraguay como ‘paraíso de Mahoma’. Las comunidades indígenas de la región occidental levantan la admiración del resto por las duras condiciones en las que viven. A medida que han ido perdiendo sus territorios se han incorporado a los núcleos de población, donde los hombres suelen trabajar semiexplotados en las empresas que gestiona la comunidad menonita, los principales colonos de El Chaco, mientras las mujeres malviven intentando comercializar sus artesanías. – No nos gusta lo que hacen los menonitas con nuestras hijas-, sentencia una mujer Ayorea, de cuerpo robusto y mirada triste, apoyada en su termo de tereré.
No da más explicaciones ni tampoco nadie las pide.
Blog de la autora: http://notasdelparaguay.blogspot.com
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